Capítulo 21 - Todos efímeros

Capítulo 21

Todos efímeros

Ver a una Iridiscente fuera de su pueblo resulta siempre una experiencia surreal, casi siniestra. Las noches en las cercanías de la ciudad son particularmente oscuras, por lo que cualquier luz resulta cegadora. No obstante, ver a una sin el brillo que las caracteriza es quizás más inquietante aún.

En un primer momento, Leona se asusta un poco al ver que el cuerpo viscoso de la criatura se contorsiona hacia adelante y atrás. Sabe que es una forma de vida inofensiva, sin embargo, no deja de causarle impresión la piel semitransparente y la falta de un rostro definido.

Del cuerpo negro de la criatura surge un único tentáculo. La nueva extremidad se arrastra por el suelo durante unos segundos, hasta que encuentra la rama caída de un árbol y se aferra a ella. A continuación, la clava en la tierra y comienza a moverla, escribiendo en el suelo unos símbolos.

Es cierto que la mujer no sabe mucho acerca de esta especie, pero sí sabe leer las expresiones de su acompañante. Gracias a la manera en que a Etka se le cae todo de las manos, incluso ella se da cuenta de que lo que está sucediendo no es normal.

—¿Entiendes lo que dice? —pregunta Leona. Él apenas la mira un instante antes de responder.

—Ha escrito un saludo en mi idioma, el eco.

—Yo que creía haber visto mal por miope —comenta TR inclinándose de manera casi excesiva hacia adelante—. Pero, sí, mira.

—¿Sabes español? —Etka se dirige al Iridiscente con un hilo de voz. La sorpresa le ha quitado el aliento.

Con movimientos torpes y una tipografía más que torcida, la Iridiscente escribe una única palabra.

.

—Pero, ¿cómo aprendiste?

A lo largo de años.

—Imposible. —Etka lo musita, TR casi lo grita. De una manera u otra, ambos suenan casi ofendidos.

—¿No viven una semana? —pregunta Eli, espiando los rostros de todos los presentes.

Yo no. Los comentarios del grupo no parecen haber alterado a la criatura. Yo los sobreviviré.

Le faltó el a ustedes, no obstante, el tétrico mensaje se transmite a la perfección. Los otros morirán, pero ella seguirá durante años y años más. Pese a que uno normalmente no lo creería, la lógica dicta que no debería poder comunicarse en otras lenguas y aun así...

—¿Cuánto has vivido? —Etka parece haberse recuperado de la sorpresa, pero en su lugar muestra una seriedad inusual. Sin duda hay algo en su mente, una idea que busca corroborar.

No sé. Al comienzo no sabía de calendarios. Pero fueron muchos y me prometieron que serán más.

Un recuerdo reciente aparece en la mente de Leona: aquella leyenda urbana acerca de una persona que Mágica convirtió en inmortal.

—La que te lo prometió fue Mágica.

Así es.

La confirmación de esa hipótesis parece caerle encima al hombre como una piedra. Usualmente, si estás yendo tras alguien es bueno encontrarse algún conocido, solo que éste no parece ser el caso.

—La estamos buscando.

¿Por qué?

—Es la... la cosa con más magia que hay en Cambalache —dice Etka con un inusual tono amargo— y quizás necesitemos su ayuda.

La Iridiscente escribe un signo de interrogación en la tierra, acompañado por la palabra persona.

—No, Mágica no es una persona.

Se comunica, replica la otra a su manera.

—Sí, pero... no creo que entienda realmente. —El Eco luce frustrado, es evidente que no encuentra palabras adecuadas para describirla—. Hay algo que le falta, es como si no tuviera su propia opinión o nada le causara conflicto.

A su lado, Leona asiente de manera inconsciente. Habiendo estado frente a la criatura en cuestión, comprende a la perfección a lo que el otro se refiere.

—¿No tiene crisis existenciales? —sugiere, recordando la definición de persona que le dio TR semanas atrás.

Aunque tarda unos segundos, el hombre acaba por pescar la referencia y asiente.

—Sí, podríamos decirlo así. Cuando me encontré con Mágica, era como si ella ni siquiera pudiera imaginar lo que yo estaba sintiendo.

—¿Qué estabas sintiendo?

—Miedo. Ansiedad —responde Etka, soltando las palabras poco a poco—. Impotencia. Ella entiende la definición literal de todas esas cosas, pero no lo que puede significar realmente para una persona u otra. También sabe qué cosas resultan más agradables o desagradables, pero solo por una cuestión de estadística.

Como una computadora, piensa Leona. No da el ejemplo en voz alta porque no hay de esas máquinas en Cambalache, pero le sirve a ella misma para darse una idea. Si una inteligencia artificial le preguntara a cien personas si el miedo es una emoción buena o mala y noventa respondieran la segunda opción, ésta "comprendería" que es mala. Sin embargo, de allí a que pudiera sentirlo ella misma o entender verdaderamente el punto al que puede llegar es otra cosa distinta.

Mágica es diferente, escribe la Iridiscente. Eso es verdad. Pero, ¿por qué buscan su ayuda?

Sin estar muy segura de que vaya a servir de algo, Leona cuenta un poco de su historia, omitiendo los detalles y centrándose en el hecho de que Mágica le mostró un vistazo de su propio mundo.

Así que te buscó, concluye la otra criatura.

—No a mí, creo, pero parecía querer hablar con la gente que vino con la brisa.

Raro de su parte. Entonces quizás haga bien en guiarlos. He visto un par de brisas, pero ésta ha sido diferente.

Hemos mencionado al comienzo que no hay una cantidad de tiempo definida entre brisa y brisa, no obstante, suele tratarse de varias decenas de años. En el caso de que esta sea la tercera que presencia, la Iridiscente debe tener más cien años, período que supera la expectativa de vida de casi todas las especies de personas de este mundo.

—De verdad eres inmortal —murmura Etka con asombro.

Esas son exageraciones. No viviré por siempre, pero sé que no moriré ni hoy ni mañana.

—Igualmente son muchos años... ¿Qué haces con todo ese tiempo?

Me hago preguntas. Habiéndose quedado sin lugar, la criatura barre la tierra con otro tentáculo para seguir escribiendo. Viajo en busca de respuestas. A veces pido a la gente que me enseñe cosas, a veces ayudo yo a otros.

—¿Y a nosotros podrías ayudarnos? —La pregunta de Leona tiene un aire tímido. A pesar de ser tan pequeña y blanda como las otras, algo en esta Iridiscente en particular le resulta un poco intimidante.

No veo por qué no. Yo también estaba yendo hacia Mágica, a ver cómo está con todo esto. Llevarlos conmigo no hará ningún daño, pero primero quiero hablar sobre mí y ustedes. Vayamos a donde pueda escribir más cómoda.

—¿No te preocupan nuestras intenciones?

No, estoy acostumbrada a viajar con desconocidos. Si acaso fueran malas, temería más por ustedes que por Mágica o por mí. Quizás ignorando que lo que ha puesto se oye como una amenaza velada, añade al lado una pregunta por sus nombres.

El grupo se presenta con un aire de reserva general, como si no acabaran de creer que la criatura de palabras sombrías tenga intenciones de colaborar. Lo de que conoce a Mágica y puede guiarlos hasta donde está ninguno lo duda, lo que están presenciando es demasiado descabellado como para ser mentira y, en todo caso, no tienen ninguna otra pista.

Ella los oye con paciencia y cuando terminan escribe:

El mío es...

Por primera vez, esta Iridiscente hace lo mismo que el resto que han visto, demostrando que no es que sea incapaz: emite una secuencia de luces. Violeta arriba a la derecha, amarillo abajo a la izquierda y... ya nos perdimos, como también parece ser el caso del resto de los presentes.

La criatura debe haber anticipado esta reacción, pues añade al instante:

En español pueden abreviarlo como Vimar.



El camino de vuelta a Cisob resulta mucho más silencioso que el de ida, sin duda a causa de la nueva acompañante y su aura un tanto triste, distante. A excepción de TR, quien ni atención le presta, todos los integrantes del grupo le notan, además, un hábito extraño: aún mientras anda, no para de hacer marcas en el suelo. Hasta donde ellos llegan a comprender (y también nosotras), son palabras inconexas en diferentes idiomas. Cosa extraña, teniendo en cuenta la manera tan articulada en la que se expresó hace un rato.

—¿Necesitas algo? —acaba por preguntar Etka, por si acaso es un intento de comunicación.

No, solo pienso, escribe todavía sin detenerse y dejando atrás las palabras, de modo que el hombre tiene que girar el cuello como el búho que es.

Nadie se atreve a indagar más, pero podría arriesgarse una hipótesis. Las Iridiscentes se expresan continuamente con su lenguaje de luces, sin detenerse ni siquiera al alimentarse. Si bien no sabemos por qué Vimar en particular se mantiene apagada, este gesto podría ser un reemplazo de aquello.

Tras llegar a la casa de Etka la criatura tampoco muestra ningún asombro ni admiración, solo pide materiales sobre los que escribir y varios pares de alguna herramienta para hacerlo. Parece que primero quiere contarles un poco de sí misma.

Por indicación de Vimar, todos ayudan a acomodar el montón de papeles a lo largo del suelo del comedor. Luego se retiran hacia un rincón donde no molesten pero puedan observar, ansiosos todos por ver lo que sigue y con la impresión de que están a punto de presenciar un particular truco.

Lo que acaba por extenderse frente a ellos no es ningún hechizo, sin embargo, es magia de algún tipo. Varios tentáculos comienzan a escribir a la vez sobre distintas hojas, pero esta vez se trata de dibujos en lugar de palabras. No son, asimismo, garabatos o líneas descuidadas, sino pinceladas a conciencia cuyo resultado nos atrevemos a llamar arte.

Haciendo uso de puros trazos negros que van variando de grosor y ángulos bajos que probablemente estén relacionados a la estatura de la artista, van quedando plasmadas escenas que forman una historia.

La secuencia inicia con un cuadro en el que toma el centro la Ciudad Iridiscente, con sus habitantes apiñados de la misma manera en que nuestros viajeros presenciaron hace un rato. Le sigue otro similar, con un único elemento que lo distingue: uno de los seres del montón se ha apartado del grupo.

El tercero muestra una figura conocida, reflejada de una manera que la hace lucir más tenebrosa. Si fuera una foto, la cámara se encontraría demasiado cerca del suelo y enfocada hacia arriba, creando el efecto de que la criatura frente a ésta resulte colosal. Sus ojos, demasiado arriba como para verlos con detalle pero claramente enfocados en el público, dan escalofríos.

A partir de entonces, el relato lo protagoniza únicamente Vimar. Aparece leyendo en una biblioteca, recorriendo ciudades y bosques, investigando cuevas y escribiendo en cuadernos. En el fondo se pueden apreciar personas de distintas especies, retratos fieles todas ellas, pero incluso en compañía la Iridiscente destaca por su soledad.

—Dibujas increíble —comenta Eli, al parecer más interesada en la técnica que el en contenido en sí—. ¿Cómo haces?

No obstante, Vimar no responde. Quizás es que está demasiado concentrada, quizás sea solo su carácter taciturno.

La última imagen es la que, en nuestra opinión, se lleva el premio. El escenario general es un bosque, pero un árbol en particular ocupa casi todo el espacio con su tronco de diámetro impresionante y sus miles de hojas redondas, hechas una por una con el mayor detalle. Está recorrido por cortes desde las raíces hasta las ramas, solo que no están hechos al azar ni son parte natural de su evidente vejez.

—Tú eres la que escribió todo eso, ¿verdad? —aventura Leona, quien no tarda en reconocer las inscripciones. Es lógico, las ha visto hace apenas un rato.

Antes de considerarnos personas, escribe Vimar, volviendo a las palabras, llamaban a nuestra especie "los efímeros" por nuestras vidas breves. Pero es relativo.

A continuación da vuelta algunas hojas y suma allí nuevos dibujos. Una Iridiscente, una Segmentada, una humana, y por último una dragona. Al final, agrega una flecha que va desde la primera hasta la última.

—Cada una vive más que la otra —interpreta Etka.

Vimar asiente.

Todos somos insignificantes a ojos de otro. Incluso la vida de Mágica es corta en comparación a los años del mundo.

El resto mira con asombro, en especial los nativos. Aún con todas las cosas insólitas que se han visto durante estos últimos días, descubrir que una criatura que solo debería haber vivido una semana se ha convertido en filósofa sigue siendo difícil de procesar.

Sin prestar atención a esa reacción, Vimar traza arriba de las figuras de las distintas especies, como toque final: todo es efímero.

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