Capítulo 20 - Ciudades Iridiscentes
Capítulo 20
Ciudades Iridiscentes
Después de dos días de descanso, el grupo ya no tiene excusa para quedarse en Cisob y sale rumbo a la Ciudad Iridiscente, aquel sitio que Etka dice haber visto a través del portal que Mágica abrió.
Dicho así suena como un largo trayecto, pero la realidad es que queda tan solo a un par de horas de caminata de la casa del hombre. Menos mal, porque es imposible llegar hasta allí en cualquier tipo de transporte.
Aprovechando el tiempo de sobra que tienen mientras andan los cuatro bajo gigantes árboles similares a los que les dieron la bienvenida al bosque, Leona pregunta:
—¿Por qué la llaman "iridiscente"? ¿Los edificios brillan o algo?
—No, son los habitantes los que brillan —responde Etka con entusiasmo—. Las luces que viste a través del portal eran probablemente un montón de personas Iridiscentes.
—No nos hemos cruzado alguna hasta ahora, ¿verdad?
—No, no sé de nadie que las haya visto fuera de la única ciudad en la que viven. No viajan ni tienen miembros en las organizaciones internacionales, tampoco.
—Eso debe traerles unos cuantos problemas, imagino.
—Ellos no tienen problemas de ningún tipo, Leo —le aclara TR, con un tinte de envidia en su tono— porque viven solo siete días.
—¡Qué poquito! —exclama Eli.
—Sí, además es difícil interactuar con ellos porque su manera de comunicarse es a través de secuencias de luces. No hablan ni escriben —explica el joven mientras toma su bolso y comienza a rebuscar en su interior—. En la historia casi no ha habido personas de otras especies que pudieran interpretar el idioma, y aun cuando ellos podían entender qué decían los Iridiscentes, es difícil responder usando el mismo lenguaje. A mí lo que se me ocurrió fue preparar esto.
Lo que Etka muestra con orgullo no es otra cosa que un dibujo de cómica sencillez, pegado sobre un cartón para hacerlo menos flexible. Sobre el papel está trazado torpemente una especie de flan sin extremidades ni rostro, simplemente un ojo compuesto con aros de distintos colores que acaban en oscura pupila. El resto del cuerpo es negro, a excepción de unos óvalos esparcidos por ahí que han quedado sin pintar.
—Es un Iridiscente —señala Eli. Parece que es en esto que los vieron trabajando ayer a ella y a Etka—. Yo ayudé a pintarlo. Etka dice que es tamaño real.
El aludido asiente y lo apoya contra el suelo para mejor comparación. Leona calcula que, de ser cierto, la altura de la especie en cuestión no debe llegar mucho más allá de un metro y veinte centímetros.
—Ha quedado muy bien —los felicita TR, pero en vista de su punto débil por los niños es difícil darse cuenta de si en verdad es así o no.
De momento, la mujer decide sonreír y darle la razón, aunque internamente se pregunta si los miembros de la especie no se ofenderán al ver una representación tan burda de sí mismos.
Leona divisa desde lejos la ciudad... o pueblo, o aldea, o lo que sea que se pueda considerar un lugar como éste. No es ningún mérito, sin embargo, pues lo difícil sería no ver el montón de luces coloridas que se apiñan entre sí a lo largo de metros y metros.
No hay cartel de entrada, ni caminos, ni signos. En verdad, apenas hay espacio para que pase un adulto humano entre los gruesos troncos que solo permiten ver lo que hay más allá de manera incompleta.
El grupo está debatiendo cómo meter a TR por la angosta ranura cuando un árbol cercano captura la atención de Leona.
—Etka —lo llama dándole a la vez unas palmaditas en el brazo—. Mira ese árbol, tiene algo escrito.
Su acompañante voltea hacia donde le indican. Al instante su expresión se transforma en una mueca de pura sorpresa: sus ojos se agrandan, y tartamudea un poco antes de murmurar algo en un idioma que Leona no comprende, pero que ha aprendido a identificar como la lengua de los Eco. Con esa actitud que adopta siempre que algo le interesa, el muchacho se acerca al árbol como hipnotizado.
Efectivamente, inscripciones recorren el tronco desde su punto más bajo hasta unos tres metros de altura. Distintos símbolos y caracteres chocan entre ellos, algunos en mayor tamaño que otros. Pese a que Leona no sabe leerlos, se le hace evidente que se trata de palabras escritas en varios idiomas, labradas en la madera mediante el uso de algún material afilado.
—¡Está en español! —Leona deja escapar un grito de júbilo. Ver su idioma en una tierra tan lejana la llena de nostalgia. A continuación, lee:—. "Todo es efímero".
—Dice lo mismo en eco. En todos los idiomas, en realidad, o al menos en todos los que yo puedo leer.
—Es un mensaje bastante triste. ¿Será un dicho popular o algo?
—No lo sé. Pero es extraño, los Iridiscentes no se comunican con palabras...
—Habrá sido un turista.
—No hay de esos en este sitio —dice TR—. Nadie quiere meterse por aquí dentro, ni siquiera los dueños de estas tierras. ¿Te has dado cuenta de que no hemos salido de Longevia? En teoría este sigue siendo territorio humano, pero los Iridiscentes se establecieron aquí y nadie se molestó en echarlos.
—Alguien tiene que haberlo escrito, ¿no?
—¿Y eso qué más da? Miren, ustedes crucen entre los árboles y yo treparé por encima. Nos juntamos del otro lado.
Pese a cierta resistencia a dejar atrás algo que ha despertado tanto interés, los tres siguen las instrucciones de la Segmentada. Avanzar a través de la vegetación del lugar se hace cada vez más complicado, al punto en que Leona comienza a preguntarse qué clase de consistencia tienen las criaturas del lugar como para poder escurrirse allí dentro. ¿O es que acaso no salen de la ciudad?
Afortunadamente, unos metros más adelante salen a un área que... bueno, no podríamos llamar campo abierto, pero permite aunque sea cierto movimiento. Los árboles unen sus ramas unos diez metros por encima del suelo, cerrándole el paso al sol de manera casi total y acentuando el brillo que despiden las criaturas bajo aquel techo natural.
Para sorpresa de Leona, resulta que lo que Etka le mostró no era una caricatura, sino una representación acertada de los Iridiscentes.
—Parecen gelatina —comenta Eli mientras avanzan hacia ellos.
La comparación es adecuada no solo en cuanto a apariencia, sino también en consistencia, pero no creemos que el gusto sea igual de agradable. Hasta donde sabemos, a nadie en la historia le han resultado apetitosos como para probarlos.
—Eli, no deberías decir eso de una persona —le reprocha su madre, aunque con un tono algo inseguro que Etka parece captar.
—Bueno, es interesante que se unieron al registro de las especies consideradas personas mucho después que la mayoría...
Por más que no esté muy bien decir esto, no cuesta deducir la razón. Aun cuando el grupo pasa entre estas traslúcidas criaturas que apenas les llegan a la cintura, éstas ni se inmutan. Solo continúan deslizándose por el suelo en un baile inentendible para el resto y emitiendo códigos de luz dirigidos únicamente a la interpretación de miembros de la misma especie.
Tampoco el lugar donde residen posee el aspecto de lo que la mayoría de las civilizaciones considerarían una ciudad. No hay a la vista estructura alguna, ni casas ni tiendas, lugares de recreación o expresiones de arte. El único posible indicio de que hay aquí algo más que una porción de bosque cualquiera son los pequeños hoyos en el suelo por el que cada tanto alguna criatura se mete aprovechando la consistencia casi líquida.
Es probable que allí abajo haya algo de interés científico, el problema es encontrar al científico con interés suficiente para tomar el riesgo.
—¿Qué hacemos? —pregunta TR.
—Bueno, la idea es buscar nosotros a Mágica —responde Etka mientras saca de su bolso el dibujo—, pero no vendría mal poder comunicarse. Intentaré hacer un pedido de ayuda, que es de las pocas cosas que sé.
Tras dejar en el suelo el falso Iridiscente, el hombre produce con magia unas chispas de colores en los puntos que reproducen las cápsulas de luz de las criaturas. La secuencia es más rápida de lo que Leona llega a captar, pero nota los colores rojo y blanco como predominantes.
El experimento da su resultado: unos pocos Iridiscentes cercanos se detienen y enfocan su único y enorme ojo en los recién llegados. Al ver que Etka repite el gesto, se acercan más y más, y si bien su mirada no expresa mucho parecen ser conscientes de que el dibujo es solo una herramienta de él para interactuar, ya que alternan la mirada entre uno y otro.
—Eso ha salido muy bien —lo felicita TR con cierto asombro—. ¿Qué son todas estas luces que nos están haciendo ellas ahora?
—No estoy seguro, el único diccionario que encontré tiene solo unas mil palabras. Pero están repitiendo la secuencia que yo hice, así que asumo que ofrecen su ayuda.
—El nombre de Mágica no está entre esa mil palabras, ¿verdad?
—No, quizás probando con "persona", "mucha" y "magia"...
Etka vuelve a iluminar el dibujo. Los parpadeos se suceden los unos a los otros con la misma velocidad que antes, ahora incluyendo tonos de amarillo y azul.
Algún mensaje debe haberse transmitido, si fue el correcto o no está por verse, pues el pequeño número de Iridiscentes que les había prestado atención empieza a repetir la secuencia en dirección a otros. Así se van sumando de a poco, en un panorama que a Leona la trae a la mente noches pasadas en discotecas.
Lo que está ocurriendo en realidad es, muy posiblemente, similar a cuando un amigo te pregunta cómo era que se llamaba ese local de hamburguesas al que habían acordado ir sí o sí alguna vez. Tú no sabes, pero crees tener un amigo que sí, y la verdad es que por más que te equivocas, dicho amigo está seguro de que aquel otro amigo... La cadena sigue hasta encontrar al único de ustedes que tiene un mínimo de memoria.
Por suerte, se ve que la búsqueda llega a buen puerto, ya que al final un par de Iridiscentes se acercan a nuestro grupo y se hacen entender para que los sigan. Es imposible comprobar que la comunicación ha resultado genuinamente exitosa, sin embargo, Leona y compañía se dejan llevar un poco lejos de la ciudad, a una zona que vuelve a ser puro bosque oscuro y solitario.
Las Iridiscentes los dejan allí antes de iluminarse con el color de una despedida y marcharse por donde vinieron.
—No será que los enfureciste y nos echaron, ¿verdad? —cuestiona TR.
—No... creo. Solo hice cuatro conceptos, no puedo haberme equivocado tanto. —A pesar de sus palabras, el tono de Etka no transmite mucha seguridad—. Excepto que le haya errado a la velocidad de la secuencia...
Un ruido interrumpe la conversación antes de que el Eco pueda caer en una espiral de autocrítica. Se oye como si alguien raspara algo filoso contra una superficie un tanto áspera de manera casi incesante.
—Ya voy yo. —Es TR quien toma la delantera—. Ustedes esperen.
Hay un momento de suspenso mientras ella se aleja en dirección al sonido, pero pronto éste se detiene y solo llega la voz de la Segmentada llamando a Etka. Casi han alcanzado a TR cuando la escuchan preguntar:
—Las Iridiscentes no hacen ruido, ¿no?
Al llegar hasta su compañera, el grupo se encuentra con la extraña escena de una Iridiscente por su cuenta, dándoles la espalda. A su alrededor hay un montón de líneas sobre la tierra.
—Qué extraño que esté sola —murmura Etka, no sin interés.
—¿Y si se perdió? —pregunta Eli, un poco preocupada.
Apenas tienen tiempo de sugerir ir tras ella cuando ésta voltea y los observa con su ojo de gradientes verdes y amarillos. Puede que sea una ilusión nuestra, y que aun así el grupo al que seguimos comparte, pero... parece haber algo distinto en esa mirada.
Leona nota algo aún más fuera de lugar respecto a las anteriores que ha visto, y le toma unos segundos hasta que se da cuenta de qué se trata.
Esta Iridiscente lleva todas las luces apagadas.
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