Capítulo 17 - Hogares circulares
Capítulo 17
Hogares circulares
El viaje en dragón acaba mucho antes de lo que a Leona y Eli les hubiera gustado. No es que haya sido corto, pero ellas hubieran querido pasar todo un día allí arriba, volando junto a los pájaros y las nubes.
Jackie aterriza sobre una verde llanura que da paso a un bosque un poco más allá. La casa de Etka está en realidad adentro del bosque, sin embargo, no había manera de que ella los dejara allí sin aplastar unos cuantos árboles, parte de la fauna del lugar y algún pobre desgraciado que estuviera pasando cerca.
Intercambian entre todos las cordialidades que ya conocemos: que gracias, que hasta luego, que pásense por casa otra vez.
—¿Nos llevarás otra vez algún día? —pregunta Eli con entusiasmo.
—Oh, no sé. —Jackie intenta hacerse la difícil, pero con poco éxito—. Depende de qué humor esté.
Cuando llega el momento de los adiós y hasta luego, Jacqueline pide un segundo a solas con Etka. Su mejor amigo asiente, aunque extrañado, y dice a sus acompañantes que lo esperen justo en la entrada del bosque.
—¿Qué pasa? —pregunta el hombre, sin quitar la mirada de Leona y su hija a medida que se alejan.
—Hay unas cositas que quería decirte.
Al notar que la voz de la mujer ha perdido potencia, voltea a verla. Se encuentra allí no con la Jacqueline cubierta de escamas, sino con su forma humana usando el enorme suéter para cubrir su desnudez. Etka no pregunta el motivo de la transformación, sabe que en su forma de dragón le sería imposible decir algo y que no se oiga varios metros a la redonda.
—¿Estás bien? —Jackie habla tan bajo como puede, que para una persona cualquiera sería un volumen normal.
—Sí, Jackie.
—Pero desde ayer que tienes cara de que viste un fantasma. Ryan, que ya sabes que le gustan las palabras bonitas, dice que estás taciturno. A mí verte así me recuerda a los viejos tiempos... y me preocupa. ¿Qué tal si descansas un poco?
—No creo que pueda en este mismo momento, tengo mucho que hacer.
—A Leo no le molestaría, ¿sabes? Tú pregúntale, estará de acuerdo conmigo.
—Sé que sí porque ella es amable, pero está en una situación mucho más complicada que yo y quiero ayudar a resolverla lo antes posible.
—Esto excede el rango de tu trabajo, ¿no? —No hay nada acusador en el comentario de Jackie, solo curiosidad.
—Lo sé, y sé que hay muchas otras personas que llegaron con la brisa y necesitan apoyo, pero hay algo en Leona que hace que no pueda dejarla sola.
—Así que ella es especial, ¿eh?
—Sí, creo que es bastante distinta a otras personas.
La amiga dragona posee un rostro particularmente expresivo, por lo que se le nota al instante que se está preguntando cómo a esa altura, luego de haber salido con algunas chicas a lo largo de su vida, puede seguir siendo tan poco avispado. ¡Si ella incluso llegó a conocer a una que otra! Eso sí que tiene que ser un mal hechizo de alguna clase.
Aun así, Jackie no parece tener intenciones de seguir la conversación por ese camino.
—Entonces cuida de ella —advierte tan solo—, pero no te pases tampoco, ¿sí? Deja que Leo te cuide también.
—Es que no quiero causarle molestias.
—Más molestias le causarás si la rechazas cuando intenta ayudarte. Prométeme que si ella también te insiste con que descanses, aceptarás.
Por un instante Etka intenta oponerse, sin embargo, la genuina preocupación en el rostro de su amiga lo hace cambiar de opinión.
—Está bien —cede finalmente.
—Muy bien. Ahora sí me puedo ir, entonces. —Con un gesto mucho más delicado del que su personalidad permitiría asumir, Jacqueline echa atrás con una mano los cabellos de su amigo y le posa un suave beso en la frente—. Nos vemos, ¿sí? Cuídate.
—Tú también. Envíale mis saludos a Ryan. —Pese a que la intención del hombre es genuina, este último comentario se gana una sonora risa de parte de Jackie.
Una vez que Etka se une nuevamente al grupo, los tres echan a caminar juntos a la sombra de altos árboles. Algunos son desconocidos, como siempre, pero mezclada entre ellos se encuentra una especie de la Tierra que Leona reconoce: los abedules, con su llamativo tronco delgado y de un blanco moteado con negro.
El cielo más allá de las copas ha adquirido un tono rosado, la luz que llega entre las ramas es más bien tenue. Leona está mirando hacia allí, recordando atardeceres de su propio mundo, cuando nota algo raro. Bueno, más raro que los arbustos con olores rancios y los pajarillos de colores cambiantes que se ha estado cruzando este último rato.
Se trata de los troncos de los árboles. En algún punto empieza a ver agujeros en éstos, como esos en los que se podrían refugiar búhos... solo que, en este caso, serían unos búhos verdaderamente temibles de, digamos, unos dos metros. No obstante, la cantidad y el distanciamiento a intervalos regulares hace pensar que difícilmente se trate de una deformación de crecimiento.
La mujer está a punto de preguntar al respecto cuando ve que el interior de uno de esos hoyos se ilumina por dentro. ¿Cómo?, piensa desconcertada. No es como si los árboles tuvieran una lamparita adentro.
Ah, pero eso es en lo que se equivoca.
Pronto ve que esto mismo sucede en un árbol más cercano, a una altura inferior que le permite echar un vistazo más de cerca. La luz es en efecto artificial, sin embargo, eso no es lo único: llega a vislumbrar muebles. ¡Muebles! O al menos esa impresión tiene, pues antes de pasar de largo llega a identificar la esquina de una mesa y la mitad de una estantería.
—Esa es mi casa —señala Etka, quien comienza a caminar más lento.
A pesar de que Leona y su hija siguen con la mirada la dirección que marca el hombre, no encuentran ninguna edificación. No la hay, en verdad, por ninguna parte, y aun así el Eco acaba por detenerse.
Quizás porque se da cuenta de que las otras dos no saben a dónde posar la mirada, él le da unas palmaditas a un árbol de corteza color canela. Si bien a primera vista queda camuflada, estando ahora tan cerca se puede apreciar una puerta recortada en el tronco.
—Aquí es.
—¿Todo este árbol es tu casa? —pregunta Eli. Parece no caber en sí misma de la emoción.
—Sí, es como una de varios pisos.
El dueño del extravagante hogar pone la llave en el cerrojo y la abre, pero ofrece el paso primero a sus invitadas.
Eli sale corriendo hacia adentro sin pedir permiso de nada. Es un gesto atípico en ella, lo sabemos, pero la entendemos perfectamente. Su madre también se comporta de manera inusual: en lugar de regañarla e ir tras ella, no consigue más que quedarse helada y con la boca abierta.
—¿Toda la ciudad es así?
—Exacto. —Etka parece estar disfrutando la reacción, pues agrega de manera algo acelerada:—. Es uno de los pocos lugares que comparte nombre en eco y en español, ya que Cisob bien podría ser una abreviación de "Ciudad sobre los árboles", lo suficientemente cercana al significado original.
—¡Má! —grita Eliana alegremente desde el interior—. ¡Mira esto!
—Voy, voy.
Por más que Leona intenta no actuar demasiado como su hija de once años tras cruzar el umbral, su niña interior acaba por asomar en su mirada. Puede controlar su voz para no soltar una exclamación, lo que no puede es opacar el brillo en sus ojos al momento de capturar la imagen de la habitación circular. ¡Es un círculo... bueno, no perfecto, pero casi!
Da un paso y otro a través de lo que parece ser un recibidor, con el perchero a un costado, justo al lado de un cesto ocupado por paraguas, una mesita con un sitio para colocar las llaves y un zapatero. No hay más, y es que tampoco habría espacio: la planta baja (lo mismo que, por deducción, el resto de los pisos) posee el área aproximada de un reducido ambiente de departamento.
A un lado unas escaleras en espiral, también talladas en la madera del árbol, llevan al piso siguiente. Eliana, consumida por la curiosidad, no tarda en subir dejando atrás a los adultos. En cambio, Leona avanza hacia los escalones con más lentitud, tomándose su tiempo para inhalar el intenso aroma a una madera que no llega a reconocer.
En el primer piso descubre una pequeña sala de estar, amueblada entre otras cosas con un largo sofá, un par de estanterías y una colección de lo que a asume son juegos de mesa.
Al llegar al segundo piso, ocupado con una mesa y sillas que hacen pensar en un comedor, Leona comienza a oír la voz de su hija, quien les lleva un piso de ventaja. Apenas tiene tiempo de preguntarse qué sucede cuando escucha:
—¿Qué haces aquí, cachorra? ¿No deberías estar en el puerto con tu madre?
¡Pero si es TR! Su sonido mecánico pero con una expresividad que contrasta con la de su rostro es verdaderamente inconfundible. Leona corre escaleras arriba mientras escucha el resto de la conversación.
—Volvimos aquí con Etka para buscar a Mágica.
—¿Mágica? ¿Y esa quién es?
—Una persona que hace mucha magia. ¿No la conoces?
—Conozco varias personas que hacen mucha magia, o al menos que aseguran poder hacerlo, pero la mayoría son unas... —Las palabras de la Segmentada se cortan al ver aparecer sin aliento a sus otros dos amigos—. ¿Por qué tan agitados? ¿Estaban ansiosos por verme?
—¿Qué haces en mi casa? —pregunta Etka, sin mal sentimiento pero con gran confusión—. ¿No ibas a regresar a la tuya? No hay manera de que hayas hecho el viaje hasta allí y de vuelta en tan poco tiempo.
—Perdí mis boletos para el transporte y no me alcanzaba el dinero para unos nuevos, sabes que mi país queda lejos y está todo caro —explica TR, inmutable—. Tu casa me quedaba mucho más cómoda que cualquier otra opción. Así que vine a visitarte un par de días pensando que volverías aquí después del puerto, lo que no esperaba era encontrarme con más gente.
Leona se da cuenta al instante de que es otra de sus mentiras blancas. Supone que en realidad se había quedado preocupada por su amigo y probablemente su plan era impulsarlo a tomarse unos días de descanso.
Por otra parte, el hombre es menos agudo que ella y se toma las palabras de su amiga con la misma seriedad que siempre.
—No puedes ser tan despistada, Tere —la regaña—. ¿Qué harás ahora?
—Me prenderé a ustedes por un par de días más. Ya que no me queda otra opción...
—Quizás podamos conseguirte algo desde aquí. No te preocupes por el dinero, yo pago.
—Nada de eso, ahora que estoy aquí me toca acompañarlos hasta el final.
—Pero Cele...
—Ya le envié una carta. Siempre y cuando no se transformen en plantas o algo todos los miembros del correo, eventualmente le llegará. Además, hemos estado juntas tantos años que seguro ya se imaginaba que esto sucedería.
—¿Que te olvidarías los boletos?
—Sí, Etka. —El tono de TR deja en claro que está jugando con la inocencia de su amigo—. ¿Qué más, sino?
Leona mira el intercambio con cierta ternura, extrañaba la amabilidad velada de TR y el lado inocente del hombre que ella sabe sacarle. Por otra parte, una duda aparece en su mente.
—¿Cómo entraste? ¿Tienes un juego de llaves? —pregunta. Tras pensarlo un poco ha recordado que TR no es mágica.
—Le pedí a la primera persona que me crucé que me levite hasta aquí arriba. Podría haber trepado, pero me dio pereza.
Aunque Eli se muestra impresionada al instante, su madre decide echar un vistazo a Etka con el motivo de saber si se trata de algo común. Al ver que una expresión de asombro ha borrado incluso el cansancio en su rostro, asume que no.
—¿Te obedecieron? —El joven parece estar a punto de regañarla.
—Al principio no, pero insistí hasta que cedió. Debe haber estado bastante enfadada, ya que me arrojó hasta el décimo piso.
—A mi dormitorio...
—Pues sí. Una vez que me aventó hasta arriba de la rama, solo fue cuestión de romper la ventana y entrar.
—¿Rompiste una ventana? ¿De mi habitación?
—¿Qué tiene? —No se oye afectada en lo más mínimo—. Puedes hacer un hechizo para repararla y ya, ¿no?
Al parecer sin fuerzas suficientes para enojarse, el Eco suelta un largo suspiro. El cansancio no ha tardado en regresar a su rostro. Leona se le acerca y deja a las otras dos conversando acerca de los pormenores de la aventura.
—Creo que te vendría bien recostarte un rato —sugiere la mujer dulcemente.
Él hace su mejor esfuerzo por mostrar una sonrisa y mueve la cabeza de lado a lado.
—Antes debo prepararles algo de comer.
—No te preocupes, entre las tres podremos hacer algo. Probablemente.
—Pero ustedes también deben estar agotadas...
—¿Yo? ¡Para nada! En comparación a mi vida de siempre, estas son casi unas vacaciones.
Es más que obvio que está mintiendo. Él lo nota, y ella también se da cuenta de esto. De todos modos, insiste.
—Se ve que TR conoce la casa, estoy segura de que podrá ayudarnos con lo que necesitemos. Ya mañana nos sentaremos a planear como se debe.
Por un momento parece que el otro continuará resistiéndose, no obstante...
—Gracias —dice finalmente. Leona no está al tanto, pero nosotras asumimos que ha recordado la promesa con Jackie—. Entonces iré a dormir un poco. Aunque primero tendré que arreglar la ventana.
—Espero que no termines reparando la ventana de un vecino —bromea Leona, quien a este punto ya se toma los desperfectos mágicos con humor.
El hombre ríe un poco, lo que le trae a Leona cierto alivio.
—Si eso pasa, juro que les cobraré.
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