Capítulo 14 - Criaturas nunca vistas
Capítulo 14
Criaturas nunca vistas
Aún con el asunto del hogar sin resolver, hay un sitio al que se ha decidido que irán sí o sí esta noche. Por una vez, no se trata de ninguna cuestión administrativa ni obligatoria, sino de recreación pura.
Las calles de Puerto Imposible están tan activas bajo la luz de la luna como bajo la del sol, por lo que el grupo se mueve con dificultad entre el mar de personas de distintas especies. Sin embargo, la gente no se impacienta. Esta es la clase de ciudad en la que todo el mundo llega tarde a todas partes, reduciendo la puntualidad a un concepto abstracto sin aplicación real. ¿Para qué apresurarse, entonces, si no hay tal cosa como llegar a horario?
Eventualmente los cinco se detienen frente a un edificio de piedra que, con sus cinco pisos, destaca por su altura. Las hojas de la enredadera que cubre la fachada se ven rojizas en la iluminación nocturna, e incluso en la oscuridad se las puede ver ascender hasta lo que parece ser una valla de madera a lo alto, rodeando lo que seguramente sea una terraza.
Cruzan la puerta todos juntos, pero en el interior no hay nada interesante, solo una recepción, luego lo que debe ser la cocina, más arriba un piso dedicado a alguna cuestión del personal, y así. No, lo interesante no está adentro, sino más allá de las últimas escaleras.
La terraza los recibe con una juguetona brisa y la vista de un amplio espacio ocupado por mesas y sillas de madera, con un escenario ubicado en el centro. Este es uno de los llamados jardines mágicos, y se ha ganado bien la denominación de "jardín": el suelo es puro césped bien cuidado, con flores, arbustos e incluso árboles repartidos por el lugar.
Los asientos parecen estar diseñados para encajar con la vegetación del lugar y no al revés, lo que ha resultado en mesas con curvas extrañas para poder dejar un árbol en el centro o arbustos que han tomado sillas como rehenes. A algunos turistas pertenecientes a especies como las Gentes Dependientes esto puede parecerles un crimen en contra del arte del diseño de exteriores, sin embargo, los habitantes del puerto aprecian el verde en una ciudad en la que no sobra. Sí, seguro, algunas hojas caen dentro de la comida y eso, pero es parte de la experiencia.
Quien abre la noche es una criatura de una especie que Leona había avistado camino a la casa de Jackie: un Ardiente. El minúsculo individuo, de menos de medio metro de estatura, emite un calor que sería bienvenido a modo de estufa una noche invernal, pero que en la actual temporada de primavera sobra un poco.
La persona en cuestión no parece pensar lo mismo, no obstante, porque aprovecha su dominio sobre el fuego para desprender llamas de sí misma de a poco, chispa por chispa. Aunque al comienzo son solo pequeñas lenguas, pronto se atraen para tomar una forma definida y un tamaño que supera más de diez veces al de su creadora, dejando frente al público una cosa que normalmente nadie querría ver en un sitio repleto de plantas y madera.
Se trata de una especie de escultura de fuego de un dragón, especie que por no salir de sus cuevas resulta a la gente de Cambalache tan mítica como para la de la Tierra, pese a contar con su presencia real no muy lejos de aquí.
—Es bastante pequeño —murmura Jackie, probablemente la única dragona en haber pasado más de unos días en una ciudad humana, y sin duda una de las pocas en hacer pública su verdadera identidad.
Parece que solo la ha oído su marido, quien asiente afirmando que ella es mucho más imponente. Los otros tres están demasiado absortos en la escena.
Leona está admirando la manera en que los diferentes tonos del fuego permiten simular las escamas y su brillo cuando nota que lo que creía una estatua empieza a moverse. Lo hace de a poco, como un motor que arranca a su propio ritmo, y por más que la mujer no sabe nada de magia, se da cuenta al ver los gestos del Ardiente que lo que está haciendo requiere técnica y esfuerzo.
Los movimientos de la llameante marioneta acaban por cobran ritmo, quizás más del que algunos esperaban, pues unos cuantos espectadores se apartan al verla pasar con agilidad entre mesa y mesa. Pueden contar a Leona entre éstos, quien incluso tira de la ropa de su hija para empujarla hacia sí, por las dudas.
Una risa a su lado le indica que la preocupación es innecesaria, por si el hecho de que nada se haya quemado hasta ahora no fuera suficiente. Se trata de Etka, a quien ella no había oído reír de esa antes, lo que comienza a pensar es una pena.
A este acto más bien elegante le sigue otro más simpático, realizado por unas Gentes Dependientes que, como siempre, se mueven en grupo. Expertas en hechizos de protección y otras cosas inofensivas, las criaturas peludas crean una burbuja alrededor de uno de los suyos y lo mandan a flotar por el jardín en una imagen que podría asemejarse a un hámster dentro de su rueda. Terminado ese paseo invitan a las personas del público a experimentarlo, oferta que como todas las de las Gentes es bien recibida.
Leona intenta resistir la tentación, hasta que Eli insiste tanto que acepta subir si lo hacen juntas. El resultado es divertido y un poco aterrador a la vez, como el vértigo disfrutable de las montañas rusas.
Los participantes siguen pasando uno tras otro y, pese a que le había sido descrito como una especie de show de talentos, Leona siente que merece más crédito que ese. Ella lo encuentra mucho más cercano al arte, a un concierto o una buena obra de teatro, pues tiene la hermosa cualidad de lograr que lo malo se olvide y transportarte a un lugar, un momento específico en el que no importa más que la maravilla que está sucediendo frente a una.
Este es, al menos, el efecto que tiene sobre ella. Durante lo que duran los actos, pasa a ser irrelevante si se encuentra en Cambalache o en la Tierra, si podrá regresar o no. Solo existen las luces, los colores y los aromas, las risas y comentarios compartidos con el resto de los integrantes de la mesa e incluso con los de algún desconocido de un asiento cercano.
Para cuando la cena ha acabado con el contento general del público y la medianoche está cerca, luego de lo que parece ser el cierre del espectáculo... una criatura más sube al escenario. Su presencia deja asombrada a Leona, quien, en su defensa, no es la única. Hasta los nativos muestran curiosidad hacia la recién llegada, y ¿por qué no? No se parece a nadie que hayan visto en sus vidas, además el aura que emana es, como mínimo, intimidante.
En primer lugar, es enorme. Encorvada y todo como parece estarlo en este momento, igualmente roza los cuatro metros de altura. Una capa cubre casi todo su cuerpo, pero el solo contorno de lo que hay por debajo luce de por sí irregular y grotesco. Su cabeza parece estar ocupada por completo con una máscara... ¿o es, acaso, su rostro real? Imposible saberlo. Ya sea de uno u otro modo, a Leona esa cara (o careta) le hace pensar en la calavera de una vaca o un ciervo por su consistencia ósea y su forma alargada, aunque con muchos orificios más. Al principio cree que lo que ocupa el interior de estos agujeros son pústulas brillantes, pero al ver que algo se mueve en su interior se da cuenta de que probablemente sean ojos.
Leona voltea hacia sus acompañantes en busca de información, sin embargo, lucen igual de perdidos que ella. Etka, en particular, se ve más pálido que de costumbre y abre la boca de una manera que parece que la mandíbula se le caerá al suelo.
—¿Quién es? —pregunta Eli en un susurro a Ryan, a quien le ha tomado confianza en poco tiempo.
—No sé —responde el hombre, poniendo un poco de fuerza en el brazo que lleva unido al de su esposa.
—Eh, Etka. —La dragona se inclina hacia su amigo—. ¿Qué especie es esa?
No obstante, el joven no parece oírla. Su concentración está puesta en el escenario, suponemos que para alguien de su profesión una persona de una clase nueva es un suceso a examinar con detalle.
En su lugar, es Leona quien arroja una hipótesis:
—Quizás es de una especie que llegó por primera vez en la misma brisa que yo.
Nadie se atreve a confirmarla ni refutarla.
—Buenas noches. —La criatura, pese a no tener una boca (al menos una visible), sí posee una voz, o mejor dicho, varias. Es como si hiciera eco a lo que ella misma dice...—. He venido hoy con un truco.
No es un eco idéntico, se da cuenta Leona. Está hablando en varios idiomas a la vez. ¡Ciertamente, y con una pronunciación perfecta en todos! Es el sueño de cualquier políglota. Ella solo llega a identificar el español y el inglés, pero nosotros agregamos el eco, el dracónico y alguno más. Sus miles de brazos, huesudos y de muchos dedos, se mueven imitando el lenguaje de las Gentes Dependientes. Sea lo que sea que ha venido a decir, tiene la intención de que todos los presentes lo entiendan.
—Para hacerlo, necesito un ayudante —continúa diciendo de una manera tan robótica que nadie se sorprendería si al quitarle la capa se revelara que es un títere.
Por supuesto, nadie se ofrece. Ya otros esta noche han pedido un participante del público, y con muy buena recepción de hecho, pero en esta persona hay algo distinto. No desprende ningún tipo de carisma, no ha hecho nada para romper el hielo y ni siquiera se ha presentado. ¿Cómo es que le han permitido a semejante persona inscribirse? ¿Cómo le han dejado subir al escenario? ¿Acaso ha metido algún dinero por debajo de la mesa?
Inmutable ante la falta de respuesta, la desconocida sigue:
—Debe ser alguien que haya llegado a este mundo en la brisa de hace unos días.
Para peor, se ha venido con pretensiones. ¿Cuántas personas cumplirán esa condición? ¿Tres, cuatro? Podría ser, incluso, que Leona y Eliana sean las únicas extranjeras entre los espectadores.
Sea como sea, ninguno mueve un dedo, ni siquiera la extraña. Una pregunta parece cruzar la sala: ¿se irá eventualmente si todos nos quedamos callados? ¿O acaso nos quedaremos clavados aquí quién sabe hasta cuándo? Una persona ingenua esperaría que los guardias hicieran algo, pero si la han dejado llegar hasta aquí por algo es.
Con todo, nadie es lo suficientemente...
—Leona. —La voz de Etka, pese no ser más que un susurro, sobresalta a la mujer en cuestión y todos los que están cerca, nosotras incluidas—. Ve.
—¿Qué?
Aquella indicación no sonaría tentadora de ninguna forma que fuera dicha, pero la expresión de poseso del joven la hace peor. En una situación tan particular, no sería ninguna sorpresa que el ser sobre el escenario tuviera poderes de control mental.
—Sé quién es. Podría serte útil.
—¿Cómo?
—Pues—
—¿Por aquí? —Los interrumpe de repente esa voz que es mil a la vez. La criatura ha llegado a la mesa de nuestro grupo en un abrir y cerrar de ojos.
Leona levanta la vista con la sensación de quien mira hacia un gigante. La mitad de las decenas de ojillos están puestos sobre ella, la otra mitad sobre Etka. Aunque quizás alguno que otro esté dirigido hacia Eli...
Al final la mujer se pone de pie, temiendo que si no se presta ella misma la criatura arrastre a su hija al asunto.
—Yo vine de la Tierra —dice con la mayor calma posible.
—Servirá.
Sin dejar de mirar hacia atrás durante el trayecto, Leona sigue a la criatura hacia el escenario. Su hija le devuelve la mirada, asustada, mientras la pareja parece estar interrogando a Etka en voz baja. No obstante, el hombre mantiene los ojos fijos en Leona, increíblemente quieto, como si a pesar de haberla impulsado él a ir estuviera con la guardia lista para intervenir.
—Acércate.
Leona, quien durante estos días ha depositado ciegamente su confianza en un montón de personas de especies ajenas a su mundo, esta vez duda. A Etka lo siguió a donde él decía que era mejor ir, a TR le permitió tratar a su hija con la misma confianza que le daría a una cuidadora humana, a las Gentes les había dado un abrazo sin preguntarles ni el nombre. No obstante, hay algo en la persona que tiene en frente que es fundamentalmente distinto.
A fin de cuentas la voluntad de la humana parece no ser de incumbencia, pues la otra extiende rápidamente una mano y le arranca un cabello. Leona grita, un poco por el dolor y otro poco por la sorpresa, pero no hay tiempo para quejarse siquiera.
—Observa —ordena el ser de las varias voces.
El pedido no es más que un gasto de saliva, si acaso la criatura produce dicho fluido, pues lo difícil sería no ver el espectáculo. Desvanecidas han quedado las flores exóticas y las edificaciones de poca altura, como también la enredadera multicolor que adornaba la reja de la terraza.
En su lugar, Leona se encuentra una escena que creía que ya no volvería a ver. Sobre el cielo poblado de estrellas viaja un enorme pájaro metálico del cual aquí solo ella y su hija conocen la identidad, frente a sus ojos se elevan edificios de veinte, treinta pisos, adornados con carteles gigantes promocionando aparatos que en Cambalache no existen siquiera en la imaginación de sus habitantes. Desde abajo se oye el penetrante ruido de las bocinas de los autos, también ajeno a este mundo.
Incluso hay en el aire algo nostálgico, un aroma a pizzería que recuerda específicamente a su ciudad a estas horas. Sin embargo, el piso bajo sus pies no ha cambiado de consistencia, y está segura de que si extiende una mano hacia las mesas se topará con alguna por más que no pueda verlas.
A su alrededor, la gente nativa entra en completo caos, dejando en claro que están viendo lo mismo que ella. Si este mismo truco hubiese sido realizado por alguno de los participantes anteriores, los espectadores probablemente lo hubieran recibido con deleite y contemplado desde sus asientos este vistazo a un mundo diferente. Creemos que todo lo dicho sobre la nueva criatura les permite a ustedes entender por qué no es esa la reacción que consigue.
Llenan el aire las exclamaciones de sorpresa, de miedo, de curiosidad. Hay quienes se aferran a sus pares mientras otros se levantan a recorrer, y no falta quien no duda en ir hacia el borde de la azotea para mirar mejor. En el caso de Leona, su primer reflejo es instantáneo: busca a su hija con la mirada y, en cuanto la encuentra, corre.
—Má —dice Eli al quedar entre sus brazos, con una voz que la hace sonar mucho menor —, es nuestra terraza.
Lo es, en efecto. Su madre también lo ha notado, inconfundibles son las paredes de cemento resquebrajadas, con pobres macetas de plástico haciéndoles equilibrio encima, también lo es la vista del cartel luminoso de la farmacia un par de cuadras más allá.
—Pero no es real —le advierte Leona antes de dirigir una pregunta sin aliento a la criatura causante de todo esto:—. ¿Cómo lo has hecho?
En lugar de palabras, la otra levanta sus brazos a modo de respuesta. El gesto provoca que la capa que la cubre se levante un poco, permitiendo apenas vislumbrar lo que hay debajo.
La horrorosa imagen de un montón de extremidades dispares, como si hubieran pegado juntas varias de las especies de este mundo, casi le saca un grito a la mujer. Hay huesos, y brazos y tentáculos, como si hubiera intentado tomar varias formas y no hubiese podido decidirse por ninguna. Sobre toda esta masa oscura de cuerpo brilla lo que bien podría ser polvo de estrellas, diminutas motas doradas cuya forma delicada contrasta con lo burdo del cuerpo al que se aferran.
Madre e hija han visto una cosa así la primera noche que pasaron despiertas en Cambalache, sostenida entre los dedos de Etka: es magia pura. Sea quien sea, el ser que tienen en frente lo ha concentrado en grandes cantidades.
—Aquí tienes el horrible lugar del que vienes —señala la criatura tras cubrirse otra vez.
—¿Horrible por qué?
—Porque lo es. La tuya no es una vida que una persona hubiera elegido. De todos los planetas y ciudades, nadie hubiera elegido tu edificio, ni tu trabajo, ni tu familia.
Incluso el rostro de la gentil Leona se enciende al oír un insulto tan personal.
—¿Tú qué sabes?
—Yo sé. He hablado con mucha gente. Me dijeron sus deseos y pesadillas, lo que está bien y lo que está mal.
—Bueno, no puedes haber hablado con toda la gente.
—No —reconoce, por lo menos, la desconocida—. Dime, ¿qué tiene de bueno este sitio?
—Tiene gente, lugares, cosas que conocemos.
—También los tendrá cualquier lugar al que vayas una vez que pase el tiempo.
—Pero no serán las mismas.
—¿Y si son mejores? —La criatura no parece registrar la creciente irritación de Leona y, si lo hace, no la considera obstáculo para su interrogatorio—. ¿Si la gente es más agradable, los lugares son más lindos y las cosas más útiles?
—Aun así, les tenía cariño. Uno se acostumbra a lo que tiene, ¿verdad?
—¿Aunque sea malo?
Es como hablar con una pared, piensa la mujer. Del peor tipo, además, de esas que van cerrándose hacia ti como si intentaran aplastarte. Así de mucho siente que las palabras rebotan contra su interlocutora, creando la frustrante sensación de que para ella no son más que sonidos puestos uno tras otro.
—Es... es difícil de explicar.
—¿Eso es todo? Hay sitios mejores.
—Quizás —acaba por admitir Leona, aunque a la defensiva—. Pero aquí tenía mi vida.
—¿Qué es lo que tenías?
La pregunta echa sal a la herida que ha estado abriéndose en Leona desde que llegó a Cambalache, la que había logrado olvidar gracias a la alegre noche que la criatura ha venido a arruinar. Había cosas buenas en su mundo, lo sabe, pero también sabe que las fue perdiendo de vista con el tiempo.
—No importa cuánto era —se defiende al final, sin esconder su enojo—, lo importante es que tenía algo. Era mi vida. ¿Es que no ves que la gente que vino aquí lo perdió todo?
—Todos dicen lo mismo. —La criatura habla de un modo que alarma aún más a quienes lo oyen. Es que hay algo nuevo en su voz, un dejo de emoción que no estaba antes allí: se ha hartado—. Son todos iguales.
Leona casi da un salto al sentir que alguien sujeta su brazo, pero hay tanta suavidad en el gesto que de ninguna manera puede pertenecer a la criatura. Al voltear, se da cuenta de que tenía razón: es tan solo Etka, que se ha colocado a su lado y mantiene una mirada severa sobre el monstruo de los mil brazos. Esta última le corresponde el gesto brevemente, antes de repetir:
—Todos iguales.
Pese al tono amenazador de las palabras, no las acompaña ningún gesto violento. En cambio, se abre cerca un portal que Leona encuentra similar a los que Etka usó para intentar comunicarse con sus amigos. La mujer apenas ha llegado a preguntarse con quién busca establecer contacto cuando la desconocida comienza a avanzar hacia allí.
Extiende un grupo de manos que desaparece sobre la superficie líquida del hechizo, casi como si tuviera que comprobar que funciona a pesar de haberlo realizado ella misma. Desde su posición Leona solo llega a ver del otro lado un paisaje nocturno poblado de altos árboles en el que resaltan miles de pequeñas luces multicolores.
Por un momento el enorme ser se detiene, con la mitad de su cuerpo ya fuera del jardín mágico. Si pudiéramos afirmar que es capaz de quedarse pensando, diríamos que probablemente eso está haciendo.
—Iguales —murmura por última vez, no con enojo sino con alguna otra cosa distinta, antes de desaparecer y con ella la realista reproducción de la Tierra.
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