Esto no tiene nombre

Jason

—Sigue con el masaje —ordenó Dick con voz helada.

Hablaba con fiereza y de forma impersonal, como si fuera una máquina.

Continué masajeándole el corazón.

Resultaba cada vez más difícil, como si el plasma sanguíneo se le parara en las venas, se le congelara y se espesara. Observé el comportamiento de Dick mientras yo me afanaba en que esa sangre, ahora viscosa, siguiera circulándole por las arterias.

Le practiqué el boca a boca, pero ya no había vida en ese cuerpo. El pecho reaccionaba subiendo tras cada insuflación. Seguí con el masaje mientras él trabajaba como un maníaco sobre ella en su desesperado intento de traerla de vuelta.

Ni con toda la ayuda...

Allí no había nadie más, sólo él y yo.

Nos afanábamos encima de un cadáver.

No quedaba más de la chica que ambos habíamos amado, salvo esos restos quebrantados, ensangrentados y desfigurados. No íbamos a lograr traerla a la vida otra vez.

Supe que era demasiado tarde y que había expirado cuando tomé conciencia de que la atracción había desaparecido. No encontré razón para seguir junto al cuerpo ahora que ella ya no lo habitaba, pues esa carne ya no podía atraerme. La disparatada
necesidad de estar cerca de Starfire había desaparecido.

Tal vez desaparecido no era la palabra exacta. El tirón, la atracción, se había desplazado, pero ahora me empujaba en la dirección opuesta. Me instaba a bajar las escaleras y salir por la puerta. Sentí el anhelo de marchar de allí para siempre jamás, para no volver.

—Vete, pues —me espetó Dick.

Volvió a apartarme las manos de un golpe para sustituirme. Genial. Ahora tenía rotos tres dedos.

Los estiré con una cierta torpeza sin importarme las punzadas de dolor.

El maniaco de Dick masajeaba su corazón parado más deprisa que yo.

—No está muerta —gruñó—. Ella va a estar bien.

No estaba muy seguro de que me estuviera hablando a mí.

Me di la vuelta y me marché por la puerta con paso lento, muy lento, pues no era capaz de arrastrar los pies más deprisa.

Entonces, ése era el océano de dolor y ésta, la orilla al otro lado de las aguas
agitadas, tan lejana que no había sido capaz de ver ni de imaginar.

Me sentí vacío ahora que había perdido todo objetivo en la vida.

Salvar a Starfire había sido mi cometido durante mucho tiempo y ya no podía ser salvada. Ella se había inmolado de forma voluntaria para que esa bestezuela la rasgara en dos.

Había perdido la batalla y la guerra había acabado.

Durante el descenso de la escalera, sufría una tiritona cada vez que oía el sonido procedente de detrás, el de un corazón quieto al que se le quería obligar a funcionar a golpes.

Qué no habría dado yo por poder verter lejía en mi cerebro hasta consumir todas las neuronas y quemar con ellas los minutos finales de Starfire. Daría por buenas las
lesiones cerebrales si conseguía librarme de esos recuerdos: los gritos, las hemorragias, los crujidos y los chasqueos mientras el monstruo recién nacido la desgarraba desde dentro para salir al exterior.

Mi deseo habría sido salir pitando, bajar los escalones de diez en diez y cruzar el umbral de esa Torre como una bala, pero los pies me pesaban como si fueran de plomo y nunca había estado tan hecho polvo. Bajé la escalera arrastrando los pies,
como un viejo tullido.

Me tomé un respiro en el último escalón, haciendo acopio de las últimas fuerzas para atravesar la puerta.

Raven estaba de espaldas a mí, sentada en la esquina limpia del sofá negro.

Sostenía en brazos a la criatura, envuelta en una manta, al tiempo que la arrullaba y le hacía mimos. Debía de haber oído cómo me paraba al pie de la escalera, pero optó por ignorarme, entregada a los gozos de una maternidad robada.

Tal vez fuera feliz ahora que tenía lo que quería y Starfire jamás iba a acudir para quitarle a la niña.

Me pregunté si no sería eso lo que había estado esperando esa bruja arpía durante todo este tiempo.

Sostenía algo oscuro en las manos además de la pequeña asesina, que profería unos sorbos ávidos.

Olisqueé el olor dulzón de leche en el ambiente. Formula para bebes. Raven la estaba alimentando. El engendro ese deseaba comer, ¿con qué otra cosa puede alimentarse a un monstruo capaz de mutilar brutalmente a su madre? Era como si estuviera bebiendo sangre de Starfire. Tal vez incluso lo era.

Me volvieron las fuerzas cuando oí las succiones de la pequeña ejecutora mientras se alimentaba

Una oleada de fuerza, odio y calor, un calor rojo, cruzó mi mente, quemándolo todo y sin borrar ni un recuerdo. Las imágenes de la sesera seguían, calentándose al fuego vivo de aquel infierno, pero sin consumirse.

Los temblores me hicieron estremecer de pies a cabeza, y no hice esfuerzo alguno para detenerlos.

Raven seguía ensimismada con el aborto ese, y sin prestarme atención.

No iba a ser lo bastante rápida como para detenerme con lo distraída que estaba.

Slade tenía razón. Esa cosa era una abominación y su existencia, un hecho antinatural. Era un demonio maligno y desalmado, un ser sin derecho a existir.

Algo que debía ser destruido.

Después de todo, parecía que esa pulsión, esa atracción, no me había conducido hasta la puerta, pues ahora podía sentirla en mi interior, animándome, empujándome a avanzar. Me compelía a acabar con aquello y depurar el mundo de aquella aberración.

La bruja intentaría matarme cuando la cosa hubiera muerto y yo me defendería.

No estaba muy seguro de que tuviera tiempo de aniquilarla antes de que los demás acudieran en su ayuda. Tal vez sí, tal vez no. Me valia una mierda.

En cualquier caso, me daba igual la
reacción de los Titanes como una reacción justificada. Ahora, todo daba igual. Sólo me importaba mi propia justicia. Mi venganza. No iba a dejar vivir ni un minuto más a la responsable de la desaparición de Starfire.

Ella me habría odiado por eso, es más, habría querido matarme personalmente si hubiera sobrevivido.

No me afectaba. Ella me había hecho mucho daño al dejarse degollar como unanimal, ¿y acaso le había importado? Así que, ¿por qué iba a tener en cuenta ahora sus sentimientos? Y luego estaba Dick, demasiado ocupado en ese momento para saber lo que estoy apunto de hacer mientras se ofuscaba como un loco y se negaba a aceptar esa muerte, intentando revivir a un cadáver.

No iba a tener ocasión de cumplir mi promesa de matarle, tal y como pintaba la cosa, a menos que me las arreglase para ganar una lucha contra Raven y Chico bestia, dos contra uno, y ni yo apostaría a mi favor. Pero, en realidad, no le hubiera matado aunque hubiera tenido la ocasión.

Me faltaba compasión para eso. No quería liberarle del peso de sus actos. ¿No sería mucho más justo y satisfactorio dejar a Dick vivir sin absolutamente nada?

Estaba tan lleno de odio que la simple posibilidad me hizo sonreír. No tendría a Starfire ni a su progenie asesina ni a algunos miembros de su familia, a todos lo que me pudiera llevar por delante. Por supuesto, y a diferencia de Starfire, que no podía
revivir, Robin perderia a todos los miembros de su equipo.

Albergaba serias dudas. Había una parte de Starfire en el engendro, por lo que debía haber heredado algo de su fuerza y superpoder.

No me inportaba.

El corazón del engendro latía y el de la madre, no.

Adopté todas estas decisiones en apenas un segundo.

Las sacudidas aumentaban en intensidad y rapidez. Tensé los tobillos y me encogí para saltar mejor sobre la bruja y  para arrebatarle de
los brazos esa criatura asesina.

Raven volvió a hacerle arrullos al engendro tras dejar a un lado una botella de metal. La alzó en vilo para acariciarle la nariz con la mejilla.

Ni a pedir de boca. La nueva posición era perfecta para mi golpe. Me incliné hacia delante. Noté cómo el fuego empezaba a cambiarme en el preciso momento en que la repulsión hacia la asesina crecía. Nunca había sentido la atracción con tanta fuerza, hasta el punto que me recordó al efecto de una orden impartida por Bruce, como si fuera a aplastarme si no obedecía el mandato.

En esta ocasión quería hacerlo.

La asesina miró por encima del hombro de Raven y clavó en mí la vista. No había conocido a ningún recién nacido concentrar la mirada de esa forma.

Tenía unos ojos verdes, de un intenso verde. Eran iguales a los de Starfire.

De pronto, se calmaron los temblores que sacudían mi cuerpo. Me inundó una nueva oleada de calor, más intenso que el de antes, pero era una nueva clase de fuego, uno que no quemaba.

Un destello.

Todo se vino al traste en mi interior cuando contemplé fijamente al bebé
semihumano con rostro de porcelana. Vi cortadas de un único y veloz
tajo todas las cuerdas que me ataban a mi existencia, y con la misma facilidad que si fueran los cordeles de un manojo de globos. Todo lo que me había hecho ser como era (mi amor por la chica muerta escaleras arriba, mi amor por mi padre, mi lealtad
hacia mi nueva imagen de RedHood, el amor hacia mis hermanos, el odio hacia mis enemigos, mi casa, mi vida, mi cuerpo, desconectado en ese instante de mí mismo), clac, clac, clac... se cortó y salió volando hacia el espacio.

Pero yo no flotaba a la deriva. Un nuevo cordel me ataba a mi posición.

Y no uno solo, sino un millón, y no eran cordeles, sino cables de acero. Sí, un millón de cables de acero me fijaban al mismísimo centro del universo.

Y podía ver perfectamente cómo el mundo entero giraba en torno a ese punto.

Hasta el momento, nunca jamás había visto la simetría del cosmos, pero ahora me parecía evidente.

La gravedad de la Tierra ya no me ataba al suelo que pisaba.

Lo que ahora hacía que tuviera los pies en el suelo era la niñita que estaba en brazos de la bruja.

Mary.

Mi nueva lucha de vida.

Un sonido nuevo llegó procedente del segundo piso, el único capaz de llegarme al alma en ese momento interminable.

Un golpeteo frenético, un latido alocado...

Ese idiota lo ha logrado ....

Starfire esta viva.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top