Capítulo: 3

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Nayeon se sentó a mi lado en el avión, jugueteando con mi celular.

-No entiendo cómo puedes tener mal gusto en la música. Hemos sido amigas por años. ¿No te he enseñado nada?

-A no tomar tequila.

Ella rodo los ojos.

Por encima de nuestras cabezas, la señal del cinturón de seguridad se prendió. Una voz educada nos aconsejó que pusiéramos nuestros asientos en posición derecha, ya que aterrizaríamos en unos minutos. Me trague los sedimentos de mi horrible café de avión con una mueca. El hecho era que ninguna cantidad de cafeína me iba a ayudar ese día. La cantidad ni siquiera importaba.

-Hablo muy en serio-dije-, nunca más voy a poner pie en Nevada, tampoco. Por el resto de mi vida.

-Jeongyeon, ahora estas exagerando.

-Ni siquiera un poco, señorita.

Nayeon había vuelto a tropezones al motel unas dos horas antes de que saliera nuestro vuelo. Yo había pasado el rato volviendo a armar a mi pequeña valija una y otra vez, intentando devolver mi vida a algún tipo de apariencia ordenada, era bueno ver a Nayeon sonreír, aunque llegar al aeropuerto a tiempo había sido como una carrera.

Aparentemente, se mantendría en contacto con el lindo camarero que había conocido. Nayeon siempre había sido genial con los hombres, mientras que yo me llevaba mejor con la variedad estándar de plantas de jardín. Mi plan de acostarme con alguien en Las Vegas había sido un deliberado intento de salir de aquella rutina. Una idea no tan buena.

Nayeon tenía tres hermanos mayores y sabía que decirle a los hombres. Nada la intimidaba, la chica rebosaba encanto. Yo tenía un hermano más grande, pero ya no hablábamos fuera de las vacaciones familiares, no desde que él se había ido de casa hacia cuatro años, dejando solo una nota. YoonGi tenía temperamento, y un don para meterse en problemas. Había sido el chico malo en la secundaria, siempre metiéndose en peleas y saltando clases.

Aunque culpar mi inexistente relación con mi hermano por mi falta de éxito con los hombres estaba mal. Podía admitir mis defectos con el sexo opuesto. Mayormente.

-Escucha esto-conecto mis auriculares con su celular y el chillido de guitarras eléctricas exploto dentro de mi cráneo. El dolor era exquisito. Mi dolor de cabeza volvió a rugir, repentina y horriblemente con vida. Nada quedaba de mi cerebro más que una sangrienta masa colorada. Estaba segura de ello, me arranque los auriculares.

-No, por favor.

-Pero ellos son mi banda favorita.

-Y son adorables, pero, ya sabes, en otro momento, tal vez.

-A veces me preocupo por ti. Solo quiero que lo sepas.

-No hay nada de malo en las baladas que suenan bajito.

Naeyon resoplo y tiro hacia atrás su oscuro cabello.

-No hay nada de bueno en las baladas sonando a cualquier volumen. Así que, ¿Qué hiciste anoche? ¿Además de pasar importante tiempo jadeando?

-En realidad, eso lo resume todo-cuanto menos dijera, mejor ¿Cómo podría explicarlo? Aún así, la culpa se deslizo a través de mí y me retorcí en mi asiento. El tatuaje latió en protesta.

No le había contado a Nayeon sobre mi grandioso plan de tener buen sexo. Ella habría querido ayudar. Honestamente, en el sexo no deberías recibir ayuda. Además de la que se requiere del compañero sexual en cuestión, por supuesto.

La ayuda de Nayeon habría incluido ponerme delante de cada chico caliente en la habitación con promesas sobre mi disponibilidad para abrir las piernas inmediatamente. Amaba a Nayeon y su lealtad era incuestionable, pero no tenía una sola pizca de sutileza en su cuerpo. En quinto grado, le había dado un puñetazo en la nariz a una chica por burlarse de mi corte, y habíamos sido amigas desde entonces. Con Nayeon siempre sabía exactamente dónde estabas. Algo que yo apreciaba la mayor parte del tiempo, solo que no cuando se necesitaba discreción.

Felizmente, mi dolorido estomago sobrevivió el movido aterrizaje. Tan pronto como los neumáticos tocaron el pavimento, deje escapar un suspiro de alivio. Estaba de vuelta en mi hogar. Hermoso y adorable Suwon, nunca más me volvería a alejar. Con hermoso paisaje y árboles en la ciudad, era un deleite único. Limitarme a una ciudad por el resto de mi vida podría en realidad ser una exageración. Pero era genial estar en casa.

Tenía una muy importante pasantía, que mi padre me consiguió manejando hilos. También había que comenzar a planear las clases del próximo semestre.

Todo estaría bien, había aprendido mi lección, normalmente, no superaba los tres tragos, tres bebidas estaban bien. Tres me ponían feliz sin meterme de cabeza en desastres. Nunca jamás volvería a cruzar la línea. Volvía a ser la buena y vieja yo, organizada y aburrida, las aventuras no eran geniales y ya había terminado con ellas.

Nos levantamos y sacamos nuestros bolsos de los compartimentos superiores, todos empujaban hacia delante, apurados por desembarcar. Las azafatas nos dirigieron sonrisas practicadas mientras pasábamos por el pasillo y nos metíamos en el túnel conector. Después vino seguridad y luego salimos a la zona de retiro de equipaje. Afortunadamente, solo llevábamos bolsos de manos, así que no nos atrasamos allí, no podía esperar llegar a casa.

Oí gritos adelante. Luces parpadeaban, debía haber alguien famoso en el avión. La gente delante de nosotras se dio vuelta y miro hacia atrás. Yo hice lo mismo, pero no vi más caras familiares.

-¿Qué está pasando?- pregunto Nayeon, observando a través de la multitud.

-No tengo idea-dije, parándome de puntillas, emocionándome por la gran conmoción.

Entonces lo oí, mi nombre resonando una y otra vez. La boca de Nayeon se frunció en sorpresa, la mía cayó abierta.

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