Capitulo I

El suelo de madera resplandecía reflejando las suntuosas lámparas de aceite que brillaban por doquier. Las pesadas cortinas bermellón replegadas dejaban ver los grandes ventanales abiertos, a través de los cuales se colaba la luz junto con la fragancia marina de la costa de Illgarorg.

El príncipe Karel se hallaba con su esposa, la princesa Jonella en el salón principal de Laundger, el cual había sido decorado para la ocasión de recibir al resto de los príncipes y al alto mando del III Regimiento de Vergsvert.

Jonella tenía poco tiempo de vivir con Karel en Laundger. Estaban recién casados y sería la primera vez que se haría cargo de un recibimiento de tal magnitud, el príncipe comprendía que estuviera nerviosa. Le apretó los dedos con cariño y cuando ella volteó para verlo, él le sonrió en un gesto tranquilizador.

—Lo harás bien —le dijo.

Jonella le sonrió de vuelta con algo de preocupación en sus ojos color miel.

Jora, la doncella, abrió las puertas de madera e inclinó el menudo cuerpo delante de ellos.

—Altezas, los príncipes y el alto mando ya han llegado.

De inmediato, Jonella gimió bajito y Karel le apretó más la mano.

Su esposa no era de Vergsvert, sino de Augsvert, el reino de los sorceres, era entendible que estuviera ansiosa, pues no conocía del todo las costumbres del reino. Karel y ella se conocieron en Augsvert, dónde él había pasado desde los seis años hasta los diecisiete formándose cómo hechicero.

El príncipe Karel había regresado a Vergsvert hacía menos de tres lunaciones y no tenía mucha afinidad con sus hermanos. Además, esa sería la primera vez que se entrevistaría con los generales y coroneles del reino, por lo tanto, también él se encontraba algo intranquilo, eso sin contar que iría a la guerra.

—Hacedlos pasar Jora y traed vino de peras y bocadillos.

La doncella se inclinó en reverencia, luego se retiró para acatar la orden de su señor.

Dos días antes había llegado a Illgarorg un haukr con una nota. El príncipe Karel sabía que en cualquier momento esa orden disfrazada de petición llegaría. Su hermano mayor, el príncipe Viggo se encontraba en el III Regimiento ubicado en la ciudad aledaña de Feriberg y le pedía acompañarlo a la campaña contra Vesalia, junto al cuerpo de arqueros apostado en Illgarorg.

El sonido de muchos pasos amortiguados por la alfombra llegó hasta el príncipe Karel, quien se enderezó y tragó a la espera de la llegada de los ilustres invitados. El paje apostado en la puerta fue presentándolos a todos:

—Su Alteza, el primer príncipe Viggo Rossemberg, comandante del I Regimiento de Vergsvert.

Su hermano entró con paso elegante y porte altivo. Vestía el uniforme del ejército y el cabello oscuro lo llevaba como era costumbre entre soldados: recogido en una cola alta y rapado a los lados. El príncipe se inclinó levemente frente a la pareja y besó el dorso de la mano de la princesa Jonella. Las mejillas de la joven se tiñeron de leve rubor.

—¡Hermano, bienvenido! —lo saludó Karel.

—Gracias por recibirnos tan prontamente. —Los ojos oscuros de Viggo se posaron en él. Era difícil ver algo en ellos que no fuera responsabilidad y seriedad.

El escudero de Viggo hizo una reverencia luego de su señor y fue a pararse junto a él en el extremo oeste del salón.

—El segundo príncipe Axel Rossemberg —anunció a continuación el paje en la puerta.

Axel también saludó a los anfitriones con una reverencia. De sus tres hermanos, él era con el que menos afinidad tenía. Los ojos castaños de Axel solían mirarlo, invariablemente, con algo de desdén

—El tercer príncipe Arlan Rossemberg.

Arlan, en cambio, desde que Karel llegó a Vergsvert se mostró afable. Siempre había una sonrisa en su rostro, aunque la mayoría de las veces fuera sarcástica. Le encantaba romper el protocolo y burlarse de todo, incluyendo desgracias y amenazas.

—Hermanito —dijo al llegar frente a ellos—, estás vuelto todo un gran señor, casi no puedo reconocer al jovenzuelo tembloroso que llegó a Vergsvert lunaciones atrás. —Ante el saludo, Karel no estaba muy seguro si debía reír u ofenderse. Arlan volteó hacia Jonella y se inclinó respetuosamente frente a ella—. Lara Jonella, los rumores de vuestra hermosura no os hacen justicia.

Los labios delgados se posaron en el dorso de la sorcerina, quien sonrió complacida.

Luego de la presentación de los príncipes y sus escuderos, fue el turno del alto mando del III Regimiento. Karel sabía quienes venían, aunque no conociera a ninguno: El general Jensen, comandante del Tercer Regimiento y los coroneles Olaf, Gaumar y Fingbogi.

—El general Hared Jensen, comandante del III Regimiento de Vergsvert, acompañado por su escudero —anunció el paje.

El hombre de mediana edad tenía la piel curtida, grandes entradas en el cabello castaño claro que llevaba trenzado y sonrisa afable. Hizo una reverencia frente a Karel, quien le respondió con una inclinación de cabeza. Cuando el militar se apartó, le dio paso a su escudero para que este hiciera el apropiado saludo.

Karel fijó la mirada en el joven soldado con algo de indiferencia, como había hecho con todos los escuderos antes que él; sin embargo, algo había en este que hizo que el cuarto príncipe lo detallara con mayor atención: la belleza de su rostro.

El joven frente a él, inclinado en reverencia, subió la mirada y fijó en el príncipe unos ojos alargados y negros como alas de cuervo, ribeteados por largas pestañas. Los rasgos de su rostro eran delicados, con labios llenos, bien perfilados y nariz recta, más parecidos a los de una doncella que a como debería lucir un fiero soldado. La piel blanca, semejante al alabastro, parecía tersa seda de araña y un pequeño lunar en el pómulo derecho rompía la perfección del rostro andrógino.

Karel sintió que todo el aire escapaba de su pecho. Ese soldado era la persona más bella que había visto jamás.

—Su Alteza —saludó el soldado.

—¿Cómo os llamáis?

El soldado frunció el ceño y Jonella giró levemente hacia ellos. Tarde se dio cuenta Karel del error cometido, era absurdo para un príncipe preguntar el nombre de un simple escudero, pero no pudo evitarlo, necesitaba saberlo. El soldado, sin enderezarse, carraspeó antes de contestar:

—Lysandro Thorlak, Alteza.

—No sabía que estabais casado, Alteza —interrumpió el general reverenciando a lara Jonella.

Karel parpadeó varias veces y tragó saliendo del embrujo, aunque sus ojos no perdían de vista al escudero frente a él, que ya se enderezaba.

—Mi matrimonio es reciente, todavía no hace una lunación de nuestro enlace.

—El amor entre los jóvenes siempre es de celebrar. Felicitaciones, Alteza.

Karel apenas sonrió a las palabras del general.

Luego de las formalidades de las presentaciones, los oficiales dijeron algunas cosas, sus hermanos, otras; Jonella intervino para asombro de los hombres de Vergsvert, tan poco acostumbrados a que las mujeres disertaran sobre política, mucho menos sobre guerras. El único que no habló fue él.

La mirada del cuarto príncipe vagaba por el salón y una y otra vez se fijaba sobre la figura del escudero, que permanecía de pie en un rincón. Conocerlo lo había impactado profundamente.

Karel estaba recién casado, pero todavía no consumaba el matrimonio con su esposa. Como era costumbre, el matrimonio había sido una mera formalidad, un enlace con miras políticas.

Él y Jonella se conocían desde Augsvert donde ambos habían estudiado. Ella era oriunda del reino de los sorceres, Karel no. Fue a estudiar allá porque así lo dispuso su madre, que también era hechicera y augsveriana y fue también ella quien concertó el enlace, pues la familia de Jonella era muy influyente en Augsvert y según su madre forjar alianzas políticas con el reino de los sorceres era imprescindible.

Karel aceptó su destino, un príncipe debía estar casado y procrear hijos de noble linaje. El problema residía en que, aunque quería mucho a su esposa, esta no le atraía. En realidad, no le atraía ninguna mujer.

Durante su estadía en el colegio en Augsvert se sintió atraído por un compañero, llegó a besarse con él, pero nada más ocurrió, él frenó la situación, aterrorizado de que esa naturaleza distinta se liberara y luego ya no pudiera contenerla. La homosexualidad estaba vetada tanto en Vergsvert como para los sorceres de Augsvert.

De nuevo sus ojos verdes se deslizaron sobre la figura del soldado: alto y delgado, elegante con el uniforme de cuero. El cabello negro sujeto en una cola alta. Lysandro volteó hacia él, Karel tragó y eludió la mirada oscura. Tenía que disimular, pero se le hacía realmente difícil hacerlo.

Luego de la charla de bienvenida, pasaron al comedor. Allí, la princesa Jonella, sentada al lado derecho de la cabecera, donde lo hacía su marido, repartió dulzura e inteligencia a partes iguales. Karel, en cambio, daba respuestas no acordes a lo que se le preguntaba, continuaba distraído.

Al finalizar la cena y luego de que los invitados se marcharon, el joven matrimonio de nuevo se quedó a solas.

—¿Qué te sucede? —preguntó la princesa tomando la mano de su esposo—. Estuviste ausente durante la cena, era como si tu cuerpo estuviera presente, no así tu espíritu. ¿Acaso te encuentras enfermo?

—No es eso. — Karel se soltó de su mano suave—. Toda esta situación de la guerra contra Vesalia me tiene preocupado. Illgarorg no se encuentra en su mejor momento, Las cosechas han estado malas y seguramente el ejército querrá abastecerse con lo poco que tenemos. Además, está todo el asunto de las salinas.

Jonella sonrió y volvió a tomarlo de la mano.

—Me haré cargo de las Salinas en tu ausencia. Trataré de hacer lo mejor.

Karel sonrió, sujetó los costados de su rostro y la besó en la frente.

—Sé que así será. No conozco a nadie más capaz que tú. Iré a descansar.

—¿Tú —comenzó a hablar Jonella con duda—, tú irás a mis aposentos esta noche?

De espaldas a ella, Karel se mordió el labio inferior. Sabía que su esposa comenzaba a preocuparse por su desinterés en la intimidad, pero ahora, con la imagen de aquel soldado ardiendo en su pensamiento, le sería poco menos que imposible yacer con ella.

—Discúlpame, no creo que pueda. Me quedaré en el despacho meditando sobre como enfrentar la hambruna que se avecina.

El príncipe salió del salón y dejó atrás a su joven esposa.

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