Luján, Catedral de la Fe
Por @Nathivo
No debe haber en Argentina un evento religioso y popular más grande que la peregrinación juvenil que se hace a la Basílica de Luján, todos los años en el mes de octubre. Más de un millón de peregrinos (sí, oíste bien, o leíste bien mejor dicho, más de 1.000.000 de personas) recorren a pie, desde la Iglesia de San Cayetano, ubicada en el barrio porteño de Liniers, hasta la Basílica de Luján. Siendo un trayecto de unos 60 kilómetros, aproximadamente, desde la Capital Federal hasta la ciudad de Luján. Caminan entre 15 y 18 horas seguidas, bajo sol, lluvia o granizo. Las inclemencias climáticas no afectan en lo más mínimo a los fieles peregrinos que avanzan incansables y movidos por la Fe hacia su divino destino. ¿Motivos? Más de un millón, también, de promesas, pedidos, devoción, gratificación y agradecimiento suelen ser las principales motivaciones entre los peregrinos.
La ciudad de Luján está ubicada a unos 70 kilómetros de la Capital Federal (Ciudad Autónoma de Buenos Aires, como se llama desde 1996, debido a la reforma constitucional de 1994, donde pasó a ser territorio autónomo, nada, una dato boludo, pero interesante), en la provincia de Buenos Aires, Argentina (obviamente ¿no?) Pero para poder entender un poco más esta descabellada aventura anual que miles de personas deciden realizar, por supuesto tenemos que remontarnos al pasado, alrededor del siglo XVII (entre 1629 y 1630 según quien lo cuente), donde empezó el primer milagro de la Virgen de Luján (mejor conocida como "Virgen Linda y Purísima de la Inmaculada Concepción del Río Luján", para los amigos). Así que tengamos paciencia, porque es un viaje largo, pero interesante. Primero les voy a contar un poco la historia de esta milagrosa Virgen y en una segunda parte, me enfocaré más en la historia de la Basílica y en tratar de entender, un poco al menos, esta locura peregrina. "Siganmé, que no lo voy a defraudar..." Como dijo un ex presidente alguna vez (perdón, de pronto me acordé de los 90's y se me heló la sangre... ¡Jaja!)
Érase una vez (¡siempre quise decir esto!), que allá por el año 1630 llega al puerto de Santa María de los Buenos Ayres (puerto de Buenos Aires hoy), un encargo hecho por un portugués, Don Antonio Faría de Sá, hacendado de Sumampa (provincia de Santiago del Estero, actualmente existe esta ciudad), que pidió a un amigo suyo, Juan Andrea el marinero; que le trajese del Brasil una imagen de la Concepción de María Santísima con el propósito de venerarla en la Capilla que estaba construyendo en su estancia. Una vez conocida la solicitud (que fue hecha por carta, obvio, y luego de unos meses de ser enviada, no había WhatsApp todavía), a través de su amigo se le envió la imagen encomendada y, además, como muestra de amistad y gratitud, se le mandó otra imagen de la Maternidad de la Virgen, ambas hechas en terracota (arcilla) de la época y acondicionadas en dos cajones de madera, para ser transportadas en carreta desde el puerto de los Buenos Ayres hacia su destino.
Camino a la ciudad de Sumampa, en Córdoba de Tucumán (provincia de Santiago del Estero hoy en día), allá por principios del mes de mayo de ese año, la tropa de carretas que transportaban las imágenes deciden parar a descansar justo a orillas del Río Luján, en un paraje denominado en esa época "Árbol sólo" (hoy ciudad de Zelaya, partido de Pilar, provincia de Buenos Aires). Allí fue que la imagen que representaba a la Inmaculada Concepción determinó quedarse en aquel lugar. Intentaron mover la carreta para irse a la mañana siguiente, luego de descansar por la noche en ese paraje, pero esta no arrancó. Azuzaron a los bueyes que llevaban la carreta y nada. Pensaron que tenía mucho peso, entonces bajaron algunos trastos y volvieron a probar. Nada. Los bueyes no se movían. Siguieron sacando cosas de la carreta hasta que bajaron las dos cajas que contenían las imágenes de las Vírgenes. Entonces milagrosamente la carreta volvió a moverse. Volvieron a subir todo, menos la estatuilla a imagen de la Virgen de la Inmaculada Concepción que decidió quedarse allí ese mismo día. Ese fue el primer milagro de la Virgen de Luján. Algunos cuentan también que cuando fue hecha esta Virgen, sus manos estaban a los lados de su cuerpo, como la mayoría de las imágenes de Vírgenes fabricadas. Pero cuando abrieron su caja, notaron que las manos estaban juntas, en forma de rezo, delante del pecho de la Virgen, casi a la altura del rostro. Más motivos milagrosos para que comenzara una veneración histórica que hoy en día se sigue manteniendo, año tras año en nuestro país.
El encargado de quedarse a cuidar, honrar y venerar a la Virgen del milagro, fue uno de los esclavos que venía en la caravana, conocido entonces como "El Negro Manuel". Esa zona pertenecía a la estancia de Don Rosendo por aquellos tiempos, un hacendado de la época que no dudó en ceder el espacio donde la Virgen había decidido quedarse e incluso mandar a hacerle una pequeña Ermita (capilla muy austera, una especie de altar) de adobe y paja. Al lado de esta, el Negro Manuel también construyó su propia casa, casi más austera que la Ermita, desde donde cuidaría y veneraría a la Virgen de la Inmaculada Concepción. La noticia del milagro de la Virgen se propagó rápidamente y llegaban numerosos peregrinos a la capilla primitiva, donde se veneró a Nuestra Señora de Luján durante cuarenta años. El Negro Manuel fue el principal propagador del culto a la Virgen. Con esmero y prolijidad mantenía el pequeño altar al que nunca le faltaba una vela. Nunca la Imagen estaba sin luz. Él entendía que había sido reconocido como el verdadero esclavo de la Virgen Santísima. Y así lo hizo durante 40 años.
Otros de los milagros que producía la Virgen tenían que ver con los enfermos. El Negro Manuel cuidaba de la Virgen y mantenía una vela encendida delante de la Sagrada Imagen. Cada vez que un enfermo venía a visitar la sagrada imagen, el fiel esclavo pasaba sobre este el sebo de las velas. En la actualidad, siguiendo con esta tradición, se mantiene encendida delante de la Virgen de Luján, una lámpara de aceite. En el santuario se humedecen algodones con este aceite y se entrega a los enfermos, para que sean aplicados sobre la frente de ellos. Se han reportado infinidad de curaciones milagrosas por este aceite.
Así pasaron los años para el Negro Manuel en la estancia de Don Rosendo al cuidado de la Ermita y la Santísima Virgen. Pero de a poco esta cayó en el abandono. A medida que los fieles seguían llegando, el altar se iba deteriorando. Fue entonces cuando Ana de Matos, una prestigiosa viuda y hacendada dama de Buenos Aires, dueña de las tierras aledañas a las de Don Rosendo (donde luego se fundara la Basílica de Luján) pidió la Santa Imagen al administrador de las tierras para darle culto en su propiedad, también ubicada sobre el río Luján. Ana de Matos fue a hablar con el Padre Felipe, hermanastro de Diego Rosendo, hijo de Don Rosendo que tenía a su cuidado ahora las tierras donde se encontraba la imagen de la Virgen. Lisa y llanamente le pidió que por favor le cediera la imagen, porque el lugar donde se hallaba estaba muy descuidado y abandonado, según su opinión. El Padre Felipe le indicó que al cuidado de la imagen había un esclavo conocido como el Negro Manuel y que su única función era mantener el orden y cuidado. Por otro lado, le mencionó que esa imagen estaba bajo la custodia de su familia desde 1630, y la voluntad de su padre (Don Rosendo) era mantenerla allí y él debía honrar ese pedido. Entonces la Sra. Ana de Matos, lo pensó un segundo y ni lerda ni perezosa, le ofreció una suma considerable de dinero al Padre Felipe. Y por esas cuestiones del gran gen argento el Padre, repentinamente, exclamó:
—¡Ah, sí! Ahora veo que usted tiene muy buenas intenciones estimada señora de Matos, la imagen es suya por supuesto, que Dios la bendiga y puede ir a buscarla cuando quiera —dijo el Padre Felipe, con una sonrisa que no le entraba en la cara.
¡Jaja! El gen argentino lo traemos de antaño parece. Al final, Ana de Matos se llevó la figura a su estancia con la idea de hacerle una capilla pública y mantenerla en las condiciones que la Virgen de la Inmaculada Concepción se merecía. Pero al día siguiente la imagen no estaba en el lugar. Había desaparecido como por arte de magia. ¡Ah sí!, que calentura tenía esta dama (y con lo que había gastado en comprarla), se montó en la carreta con una sirvienta y un sirviente y salió corriendo a buscarla de nuevo, ya la iba a escuchar ese Negro, seguro los había seguido por la noche y se la había robado. Por supuesto la imagen fue hallada en la Ermita de Don Rosendo, al lado de la casa del Negro Manuel. Ante los ojos incrédulos del Negro se presenciaba un nuevo milagro de la Virgen: había vuelto sola.
El pobre Negro no entendía nada cuando Ana de Matos lo inculpó de pasada, mientras se volvía a llevar la imagen. Volvieron a dejarla en la estancia de Matos y esa noche incluso dejó una custodia al cuidado de la Virgen. En esa época no había televisión ni internet, obvio, así que el fiel sirviente que cuidaba el altar improvisado, en un momento se durmió. Pobre sirviente, al otro día, otra vez la Virgen había desaparecido, ¡por segunda vez! A esta altura y por ello, Ana de Matos informó a las autoridades eclesiásticas y civiles de Luján, quienes consideraron que la Santa Imagen debía ser trasladada solemnemente. Es decir, con una ceremonia de veneración, con la propia presencia de las autoridades y con un sequito de peregrinos que veneren y le den la importancia que le correspondía a tremenda empresa. Así se hizo entonces y la imagen, gracias a Dios podríamos afirmar, ya no volvió a desaparecer. Y no sólo se trajo la imagen de la Virgen la Sra. De Matos, esta vez se trajo también al querido y envejecido Negro Manuel, para que la Virgen siguiera a su cuidado pero en su nuevo hogar, donde se le haría una capilla real y exclusiva para ella, la Inmaculada Concepción.
De allí en más, Ana de Matos proyectó la Capilla prometida a los fieles y, mientras se preparaban los planos, abrió un pequeño Oratorio que atendía el Negro Manuel. También, y de acuerdo a los usos y costumbres españoles, la mujer recubrió con ropajes a la Santa Imagen, el famoso manto celeste y blanco que cubre a casi toda Virgen católica. La calidez y sencillez del Negro Manuel para con su Virgen Santísima se potenció allí. Aseaba su altar, encendía velas y ungía con el sebo de su lámpara a los enfermos que se acercaban de distintos lugares del país a buscar cura en la Virgen. Ciertas veces, el fiel Negro notaba que por las noches la imagen faltaba de su nicho y que por las mañanas la encontraba cubierta algunas veces con rocío, otras con polvo y barro, y otras con abrojos y cardillos en su vestido. Entonces, el Negro Manuel le decía: "Señora mía, ¿qué necesidad tenéis vos de salir de casa para remediar cualquier necesidad ajena, siendo tan poderosa? ¿Y cómo vos sois tan amiga de los pecadores y paganos, que salís en busca de ellos, cuando veis que os tratan tan mal?"
No obstante, con los cardillos, abrojos, barro y polvo, que el Negro Manuel sacudía del vestido de la Virgen, los utilizaba para el bien de los devotos, los mezclaba con el sebo de las velas y lo usaba con ellos. A lo largo de los años Manuel llegó a ser consejero y amigo de los habitantes del lugar. Ayudó a la realización de la Capilla y nunca dejó de servir a la Virgen. Siendo ya un anciano enfermo, el Negro Manuel dijo antes de morir: "Mi Ama, la Santísima Virgen, me ha revelado que he de morir un viernes y que al sábado siguiente me llevará a la Gloria". En efecto, murió tal como lo había anunciado, un viernes por la noche, hacia mediados de 1686. Los restos del Negro Manuel hoy siguen cerca de la Santísima Virgen, ya que descansan en la propia Basílica de Luján, justo detrás del altar mayor. A la Virgen, con el pasar de los años hubo que protegerla también, siendo de terracota y del siglo XVII, hubo de hacérsele una cubierta metálica de plata, para conservarla en buen estado. Sólo se le dejaron las manos y el rostro al aire, tal cual están hace casi 400 años.
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Foto 1: Basílica de Luján en la actualidad.
Foto 2: representación del primer milagro de la Virgen, al estancarse en la zona del paraje "Árbol Solo".
Foto 3: el negro Manuel adorando a su Santísima Virgen.
Foto 4: Ermita del 1630 (o como se supone que sería).
Foto 5: estatuilla e imagen de la Virgen de Luján en la actualidad.
Foto 6: imagen de la Virgen de Luján sin sus vestiduras, mostrando la cubierta de plata que fue necesario hacerle en el año 1904 para protegerla del paso del tiempo y de manipulaciones actuales.
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