Capítulo 1


Adrenalina.

Abro los ojos y sigo igual. Sigo desaparecida entre el tumulto de mantas que me ocultan entre las sábanas. Y sigo viva, y sigo aquí. Y sigo diciéndome que necesito sonreír para que todos sepan que ser feliz no es algo que me cuesta trabajo fingir.

Restriego mis ojos y noto la humedad que hay en ellos; mi mente ha vuelto a pasarme una mala jugada en mis sueños proyectándome un recuerdo que me rehúso a pensar. Pongo mi pie descalzo sobre el frío suelo y suspiro profundamente; hoy tiene que ser un buen día. Al menos un día más. Un día que pasará a formar parte a la lista de días de mierda en los que no ocurre nada.

Cualquier persona normal ama las vacaciones, yo al menos también las amaba antes. Días enteros pudiendo leer, hacer ejercicio, todo lo que me gusta a mí, y noches enteras viendo películas con mi mejor amiga Elisse o haciendo cualquier otra cosa entretenida que nadie entiende pero nosotras sí. Pero ahora solo de pensar en las vacaciones, lo relaciono rápidamente con demasiado tiempo libre para pensar. Y me siento estúpida, ¿o no es estúpido martirizarse por alguien que ni si quiera recuerdas su cara? ¿O no es estúpido torturarse por alguien que ni si quiera se acuerda de que existes? Porque sí, definitivamente por más que lo pienso, más estúpido me resulta. Pero saber que soy una estúpida no ayuda para dejar de serlo.

Cojo lo primero que encuentro de ropa y me meto a la ducha. El agua fría siempre ayuda a alejar la mierda de tu cuerpo y de tu mente, o eso al menos siempre dice mi madre.

Suspiro profundamente al sentir como las gotas de agua fría resbalan por mi piel. No se siente tan mal, a veces hay que exteriorizar el dolor para tener fe en que se curará. Porque todo se cura, unas cosas tardan más, y otras quizá menos. Quizá olvidar que perdiste tu virginidad con alguien a quien ni si quiera le importó tu nombre es cuestión de meses. Meses de los cuales ya han pasado dos. Y sigo sintiendo el mismo rechazo que en ese momento.

No.

Sacudo mi cabeza y giro más la llave de agua para que salga aún más fría. Fuera, fuera todo. Gritar, necesito gritar, Elisse siempre se siente mejor así.

Agarro una toalla que está al lado de la ducha y me enrollo en ella, para después mirarme en el espejo.

Nunca me ha gustado posponer mi felicidad en el futuro. Pero ahora lo único que me vale es pensar que solo faltan tres meses para comenzar mi carrera universitaria y evadirme de todo. De todo lo que deseo, claro. Porque también siento mucha tristeza al pensar que me tengo que alejar de mi familia. Pero no importa.

Me pongo mi ropa interior y después me visto con una camiseta corta básica blanca y unas mayas color granate junto a mis deportivas blancas. Desenrollo el turbante que he formado en mi pelo y lo peino; ya está largo y me agrada.

No me molesto en arreglarlo demasiado y bajo a la mesa del comedor para desayunar. Me extraña no ver a nadie, excepto a mi padre, ¿qué hora es? Miro al gran reloj del comedor y descubro que apenas son las nueve de la mañana.

—¿Desde cuándo tan madrugadora?— pregunta mi padre levantando su vista del periódico con una bonita sonrisa. Le correspondo y me siento en mi sitio. Él cierra el periódico y lo deja a un lado de la mesa, mirándome atentamente.

—Una mala noche, supongo— contesto con una pequeña sonrisa fingida y él frunce el ceño.

—Tienes mala cara— contesta levantándose y sentándose en la silla de mi lado, la que corresponde a Eileen— ¿Te encuentras bien, cariño?

—Claro, no te preocupes.

—Será mejor que llame al doctor, no tendrá problema en venir— responde levantándose.

—No hace falta— digo agarrando su muñeca con sutileza y él me mira— Estoy bien, papá.

—Llamaré al médico, Kelly. Ojalá que estés bien, pero tengo que comprobarlo— en este momento sé que nada podrá detener a Alexander Black para que llame al médico por lo que decido soltar mi tenue agarre. Él me sonríe delicadamente y besa mi cabello para después desaparecer del comedor.

—Entonces, ¿está bien?— pregunta mi madre considerablemente despeinada, ya que se acaba de despertar, agarrando el brazo de mi padre mientras el doctor Singal termina de examinarme.

—Tengo que hacerle unos análisis, pero todo apunta a que tiene bastante anemia— contesta levantándose de frente de mí y postrándose ante ellos— Oh, señor Black, no es nada grave— explica al ver la cara de preocupación de mi padre— Simplemente puede que el cuerpo de Kelly Vay necesite hierro, es algo normal en la etapa fértil de las muchachas jóvenes.

—¿Cuándo podrá hacerle los análisis?— pregunta mi padre y veo como mi madre rueda los ojos.

—Mañana mismo, señor Black. Pásese por mi consulta sobre la mitad de la mañana, les atenderé— contesta y mi padre asiente mientras sale hablando con él de mi habitación.

—No debes preocuparte, yo de jovencita también tenía anemia— dice mi madre sentándose a mi lado y abrazándome por los hombros.

—Eso debes de decírselo a tu marido— contesto con una mueca y ella ríe.

Estoy tumbada en la cama escuchando la música con la que me deleita Elisse, mientras ella baila mirándose al espejo muy animadamente.

Ella baila muy bien, a veces me pregunto por qué no se atreve a vivir de ello, tiene un gran talento que no puede pasar inadvertido por los expertos. Pero ante eso, ella siempre contesta que sus padres se infartarían si se enteraran que ella quiere dedicarse a eso en vez de un trabajo de verdad; siempre sus padres suelen tomarme de ejemplo a mí, que de siempre he querido consagrarme a la salud y a ellos les hubiera gustado que Elisse hubiera tomado el mismo camino.

—¿Sabes que mi padre ha hecho venir al médico hoy a casa porque simplemente tenía mala cara?— le cuento a Elisse y ella para de bailar para mirarme a mí en posición de jarras.

—Vaya, mala cara sí que tienes, amiga— contesta con una risa tonta y se tira sobre mí en la cama— ¿Qué te dijo?

—Que tenía anemia probablemente— contesto rodando los ojos deshaciéndome de ella ya que me está ahogando.

—Bueno, eso también lo sé y no me hace falta una carrera de seis años. ¿No comes bien?— pregunta mientras se sienta de piernas cruzadas a mi lado.

—Tus padres van a tener razón y deberías estudiar medicina— bromeo y ella me golpea levemente mientras suelta una carcajada. En ese momento mi móvil suena y al cogerlo, veo que es Viviane. Elisse también lo ve y bufa, realmente no se llevan bien.

—Hola Viviane, ¿qué tal?— digo una vez descuelgo el teléfono. Elisse vuelve a bufar más sonoramente y se levanta de la cama, para darle más volumen a la música y retomar su momento de baile. Río y decido salir al balcón ya que apenas escucho lo que Viviane responde— ¿Puedes repetir?— pido una vez fuera.

—Te decía que estoy bien, ¿y tú? Ya le contó Skylar a mi madre que fue el médico a verte, ¿te encuentras bien?— pregunta y escucho que está comiendo algo.

—Estáis todos paranoicos— digo con una media sonrisa— Claro que estoy bien.

—Bueno, quiero comprobarlo. ¿Nos vemos hoy? Tengo un plan y me gustaría que me acompañaras— comenta y yo me quedo un momento sin respiración. Siempre me ha gustado ayudar en lo que puedo a Viviane, pero me niego a volver a salir de fiesta con ella, me niego. Ni con ella ni con nadie, me repele esa simple idea.

—Las fiestas no me gustan— bufo tragando saliva. Ella simplemente no sabe lo que ocurrió la última vez que salí con ella de fiesta hace dos meses.

—Oh, no seas estúpida. No es una fiesta— contesta y yo suspiro algo más aliviada.

—En ese caso, sí te acompañaré— digo y Viviane suelta un pequeño grito de emoción que me hace sonreír— Pasaré a buscarte por la noche, ¡te quiero Kelly! ¡Te quiero!

Ambas colgamos y yo sonrío, y tuerzo el gesto al ver que Elisse me lleva mirando bastante rato.

—¿Volviste a caer en el pozo sin fondo de los favores a Viviane?— refunfuña y yo entro a la habitación y ella me persigue— Recuerda como acabaste la última vez...

—No hace falta que me lo recuerdes, Elisse, lo sé perfectamente— gruño mirándome al espejo y viendo su reflejo a mis espaldas— Además, me dejó claro que no es para una fiesta. ¿Qué malo puede ocurrir?

Y sin duda, algo peor que una fiesta podía ocurrir. Viviane me ha traído a un sitio alejado de los lugares que solemos frecuentar, es un ambiente con demasiada gente y demasiada música. ¿En serio no es una fiesta? Al menos las fiestas normales tienen techo, no es en una carretera a la mano de dios a las diez de la noche.

Viviane ha aparcado a tres manzanas del sitio donde se ha citado con un tal Rotten, un chico que acaba de conocer y que le ha pedido que venga a verlo, y obviamente, ella no quería venir sola. ¿Quién podía acompañarla, entonces? La tonta de Kelly Vay que no sabe negarse a nada. Cuanto más nos acercamos al sitio acordado, más incómoda me siento. Ahí reina el ruido y la oscuridad, y que sea de noche no ayuda nada. Le he preguntado varias veces a Viviane qué quiere enseñarle exactamente Rotten, y aunque me contesta que no lo sabe, sé que está al tanto de todo, porque su cara no muestra sorpresa como la que debe estar mostrando la mía, un cóctel de sorpresa y miedo. Mucho miedo.

Llegamos al origen de tanto ruido y descubrimos un gran cúmulo de gente, donde se escucha música y la gente grita para comunicarse.

Viviane comienza a buscar con la vista a Rotten, adelantándose varios pasos de mí. No quiero imaginarme al chico, suponiendo que ese sea su mote... no quiero saber cómo será él.

—¡Viviane!— vocifero y recorro rápidamente los pasos que nos separaban— ¿Esto que mierda es? Bueno, da igual, no quiero saberlo. Vámonos— ceso y me doy media vuelta para volver al coche.

—Kelly— exclama y me agarra del brazo— Rotten me contó que su principal hobbie son las carreras de coches, y que le gustaría mucho que viniera y le animara. Le veremos y ya está.

—Carreras ilegales, Viviane— bramo gesticulando ampliamente con mis brazos— ¡carreras ilegales!— repito más bajo por miedo a que alguien me escuche.

—¿Y?— pregunta alzando ambos hombros.

—Carreras ilegales es igual a personas ilegales— contesto alterada. Instantes después frunzo el ceño, ¿lo que acabo de decir tiene sentido?

—¡Viviane, preciosa!— interviene un chico, agarrándola por la cintura y plantando un beso poco casto en sus labios.

Una vez terminan con esa especie de simbiosis que han formado, el rostro del chico se muestra ante mí y aprecio sus ojos color miel, su tez morena y su cabello castaño con un pequeño tupé.

—Te he echado de menos— dice con voz melosa Viviane rozando su nariz con la del chico. Ruedo los ojos ante tal ñoñada.

—Tú eres... ¿Kelly, cierto? Viviane me ha dicho que la acompañarías— dice y yo asiento levemente, para después plasmar dos besos en mis mejillas.

—Tú eres... Rotten...— contesto frunciendo el ceño y él se ríe.

—Sí, soy Rotten. También me puedes decir Jerry Perry, Rotten es solo mi apodo.

—Me gusta más Rotten...— contesto y él ríe.

—Es normal— responde aún con una sonrisa— Oye, linda— dice refiriéndose a Viviane— ¿Qué te parece montarte conmigo en el coche? La carrera ya va a empezar, te gustará.

—Me encantaría— contesta con ilusión Viviane, y yo la fulmino con la mirada.

—¿Piensas dejarme sola de nuevo?— vocifero con los ojos bien abiertos.

—No será nada— dice Viviane juntando sus manos en señal de súplica.

—Rotten, vamos— le llama un chico y Rotten mira a Viviane para tener una respuesta.

—No tardo, no tardaré nada. Solo no te muevas— pide Viviane y después se escabulle entre la gente guiada por la mano de Rotten.

Definitivamente, es la última vez que cedo a acompañar a Viviane a algún lado, siempre termina por abandonarme y eso está mal, sobre todo si es en un sitio como éste.

Me cuelo entre la gente para llegar a la primera fila para ver la carrera. Logro identificar a Viviane junto a Rotten en un coche negro, ella ya está dentro mientras él habla con otro fuera del coche. Si mis padres supieran que estoy aquí y no en el cine como piensan... seguro que mi padre me desheredaría.

Miro a mi alrededor y me agobia el no conocer a alguien, me recuerda aún más lo sola que estoy en este peligroso sitio. Para ahuyentar esos sentimientos que solo me hacen acobardarme más, opto por volver a mirar a Rotten asumiendo que pensará que soy una acosadora. Instantes después, el chico con el que habla se gira y postra su mirada en mí, cosa que me hace estremecer. ¿Quién es y por qué me mira de esa forma? Si las miradas asesinaran, obviamente esos ojos ya me hubieran oficiado hasta el funeral.

—Oye, sí, ¿me oyes?— escucho justamente en mi oído y me sobresalto, plantándome ante la persona dueña de esas palabras.

—¿Me dices a mí?— pregunto señalándome y mirando a ambos lados, él asiente— ¿Qué quieres?

—¿Quieres ser mi acompañante en la carrera? Mi chica se ha puesto enferma, ¿te gustaría? No todos los días tienes una oportunidad de salir victoriosa en una carrera de coches— pregunta alzando una de sus cejas. Es un chico castaño, de tez blanca y ojos oscuros, vestido completamente de negro.

—Verás, yo...— tartamudeo. ¿Hay algo peor que estar rodeada de gente que no conozco en un ambiente que me aterroriza? Sí, subirme al coche de alguien que no conozco en un ambiente que me aterroriza.

—Venga— insiste con una sonrisa amplia en su rostro— Tus ojos combinan a la perfección con mi carrocería.

—Bueno, supongo que... que esa clase de piropos convencerían a cualquier... chica de aquí, pero yo... prefiero... quedarme... aquí— balbuceo frotando mis manos entre sí, nerviosa.

—¿Aquí, sola? Porque estás sola, ¿no? Te lo pasarás mejor viendo la carrera desde dentro, sobre todo desde el primer puesto— prosigue ladeando sutilmente su cabeza.

—¿Cuánto dura la carrera?— pregunto frunciendo considerablemente el ceño.

—Hasta que llegue el último— responde despeinando su cabello— Y suele ser Rotten, y suele tardarse demasiado.

—¿Qué? ¿Rotten?— bramo tapando mi rostro con ambas manos. Oh dios, como sea tan malo como dice... puedo pasarme toda la noche aquí hasta que termine la carrea— ¿Tan malo es?

—Todo lo contrario a mí, muñeca— responde agarrando sutilmente mi mentón— Y yo soy el mejor.

—Acepto, oh dios, claro que acepto— respondo sin ni si quiera pensarlo. ¿Acabo de decir que sí?

El chico me guiña el ojo y me agarra del brazo para guiarme a su coche. Efectivamente, una vez que llegamos veo que es azul, pero considero que mis ojos son más bonitos.

Entro al coche y el chico, que acabo de darme cuenta que ni si quiera sé su nombre, cierra la puerta. Le escucho hablar con alguien, para después entrar al asiento del piloto y beber agua.

—¿Qué se gana si se llega el primero?— pregunto mirando asombrada cómo la gente comienza a rodear el recinto en el que se encuentran los cinco coches que supongo que competirán.

—En este tipo de carreras, el puesto para salir con ventaja en la competición definitiva, y una fama que te flipas, además— contesta peinándose mientras se mira en el retrovisor.

Abro la boca para contestar pero ver a una señorita en ropa interior, o al menos creía que así iba, que se coloca justamente en el centro de la carretera me hace callar. La chica se coloca en forma de cruz, con un pañuelo rojo en una de sus manos, y tras unos instantes, lo levanta, y, corriendo, se quita de la carretera.

—Agárrate, muñeca— dice el chico y después arranca con intensidad, tanto que me hace remover del sitio.

Como bien me dijo, el coche que tengo identificado como el de Rotten no tarda en quedarse el último. Pobre Viviane, ella seguro imaginando a un chico victorioso para luego encontrarse con un chico al cual le llaman podrido.

Pocas curvas y poco recorrido le basta al chico de mi lado para adelantar a los tres coches y estar a punto de adelantar al coche plateado que está justamente delante nuestra. Aunque hay momentos en los que parece que le adelantará, no termina por conseguirlo. Los giros son violentos, y la velocidad es extremadamente peligrosa. En este momento recuerdo que no tengo el cinturón de seguridad y lo ato, y el chico desvía la mirada de la carretera para verme, soltando una pequeña carcajada ante mi movimiento.

—¿Quieres que me mate, o qué?— vocifero para que se me escuche, ya que el terrible estruendo de los coches hace casi imperceptible cualquier otro sonido.

Nuestro coche consigue igualar al plateado, y siento una sorprendente ilusión por ello. Me estoy metiendo demasiado en la situación. Se disputa el primer puesto, avanzando uno y después sobresaliendo otro, pero demasiado igualados.

Estando ambos igualados, ambos coches comienzan a chocar y la situación comienza a asustarme. No imaginé que eso estaba permitido, aunque tendría que habérmelo imaginado. El chico gruñe y refunfuña, y por los movimientos de su volante, sé que es él quien provoca esos choques entre ambos coches.

En una curva bastante peligrosa en la que el límite de conducir sobre la carretera y salir despedido a un barranco es una simple valla, el chico gruñe al tener que tomar la posición apegada a dicha valla, aunque eso no le hace reducir la velocidad. Comienzo a temer por mi integridad física. Ambos coches se alinean, y dispuestos a chocar una vez más sin temer que estamos al límite, mi mirada se cruza con la del conductor del otro coche. Sus ojos se abren desorbitadamente al verme, inyectando su color verde líquido en mi retina; como si me odiara simplemente con la mirada.

Sin saber por qué, en ese momento el coche plateado reduce levemente su velocidad y permite al coche en el que estoy montada adelantarle considerablemente, cuando apenas queda solo una vuelta.




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