XXV: ¡Qué te deseo lo mejor!
«Oh, I wanna dance with somebody
I wanna feel the heat with somebody
Yeah, wanna dance with somebody
With somebody who loves me!»
La potente voz de Whitney Houston recargade energía mis mañanas. Me levanto, sonriente, aunque el reloj junto a la mesade noche marca las cinco y treinta. Luego de bailar y cantar hasta el baño paraatender necesidades fisiológicas básicas, observo mi reflejo en el espejo, denuevo sonrío. Me gusta mi cabello en esa combinación «el índigo con fucsia esuna bomba», pienso mientras lo ato en un moño alto para evitar que se moje enla ducha. Recuerdo el roce de los dedos de Floris, sus delicadas caricias... sacudola cabeza para abandonar la ensoñación.
Pasar ese fin de semana con él fueincreíble, ya me había dejado impresionada con su transmisión, pero su apoyo ycada una de sus palabras...
—¡Niña, buenos días! —Saluda Iván entre bostezos,pero risueño, está recostado al marco de la puerta del baño—. Regresamoscontentas, ¡eeeeesa!
—Cállate los ojos —respondo muerta de risay a través del espejo lo veo menear el cuerpo adelante y atrás de manerasugerente. Lo peor es que tiene el descaro de gemir cada cosa—. ¡Ay, lárgate!Espera tu turno, babosa.
Le lanzo la pasta dental, así que sale delbaño para esquivar el ataque y aprovecho de encerrarme, en medio de risas.
El tema de Whitney no deja de sonar. Iván lorepite y canta como loco, a la espera de intercambiar lugar conmigo. Todo merecuerda a Flo, incluso el agua caliente de la ducha o el aroma de la espuma,aunque la suya tiene esa fragancia masculina, pero no tan fuerte, ycaracterística de él. Pienso en cada romántico baño que compartimos, la suavepresión de sus dedos en mi piel, sus besos...
—¡Niña, toquetéate después! —grita Iván,golpeando la puerta con desespero—. Debemos entrenar.
—¡Iván!
Gruño. Salgo del baño, envuelta con unatoalla y enseguida pasa a mi lado para encerrarse, sin importarle la mala miradaque le obsequio. Una vez aplicado el estrogel en mis muslos, espero unrato hasta que seque y así poder vestirme con mis mallas deportivas, un blusón ysudadera. Mientras él se asea, estiro los brazos, piernas y articulaciones, tambiénrealizo un trote estacionario, preparándome para salir del hotel a correr.
—¡Ay, pero qué envidia! A mí también megustan de esas —dice con ironía, apenas sale del baño.
—¡Iván!
—¡¿Qué?! Niña, ¿qué cochinada pasó por tumente? Digo que me vendrían bien unas mini vacaciones como esas.
Preparo una botella de agua, toalla de manoy celular en mi mochila deportiva, tratando de no prestar atención a las guarreríasque dice, pero resulta difícil. Han pasado dos días desde que regresé y no hacemás que molestar.
—¡Es que mírate! La depresión se fue de paseo.Yo también necesito una recolocación de intestinos como esa.
—¡¡¡Iván, yaaaa!!!
—A ver, niégamelo. Ese es calladito, peropeligroso.
Decido salir de la habitación para noescucharlo, pero su estruendosa carcajada resuena en el corredor.
—Buenos días, señorita —me dice un camareroque topo de camino hacia el elevador. Respondo el saludo, sonriente ycomplacida.
A pesar del constante miedo al escrutinio,en momentos como este en que he conseguido pasar desapercibida, siento un airede paz y tranquilidad. Lo último es lidiar con comentarios de mierda quepretenden saber más que yo, qué es mejor para mí.
Espero a Iván, sentada en el hall delhotel, disfrutando del calor de la chimenea. Afuera, el cielo luce una mezclade grisáceo con azul profundo por la cercanía del invierno y la hora, pero aquídentro, el aire huele a jazmín y sal marina, como una eterna primavera.
Me centro en contestar los mensajes dulcesde Flo y siento una calidez enorme dentro de mí, pese a encontrarnos lejos. Sonríoal recordar la despedida, el fuerte abrazo que él se negaba a romper en elaeropuerto y ese beso robado, que había intentado evitar por miedo a las miradas,pero que se sintió demasiado íntimo, como si nosotros fuésemos los únicoshabitantes del mundo.
—Voy a extrañarte, Flo, ahora mucho más queantes —susurré a su oído, él me apretó muy fuerte, luego respondió en el mismotono.
—Yo, ya te extraño.
Florisvaldo sonrió y asintió en silencio.
—Promete que vendrás a la boda conmigo...
—Flo...
—Puedes venir como Felipe, pero preferiríapresumir a mi preciosa novia, Felicia.
Se me aceleró el corazón. Su mirada era unasúplica tan tierna que me costó rechazar. A través de los parlantes dieron el últimollamado para abordar mi vuelo hacia Santa Mónica, pero él volvió a aferrarse amí.
—Flo, me tengo que ir...
—Solo promételo.
—Lo juro. —Accedí en voz baja y él meapretó mucho más fuerte mientras susurraba:
—Todo va a estar bien, Fel, te prometo queasí será.
Suspiro al recordar ese par de promesas. Measusta lo que pueda pasar. Intento relajarme con el murmullo de la fuente y eltintineo de las tazas de café que algunos huéspedes consumen mientras leen eldiario. «Esas plantas tropicales que decoran la estancia añaden un toque defrescura», pienso con una ligera sonrisa. Iván aparece, listo para una nuevacruzada por los alrededores y enseguida me levanto.
—No lo dije antes, pero ¡estás guapísima,reina! —dice y choca su cadera con la mía de forma juguetona.
A él le importa un reverendo comino aquellode pasar desapercibido, habla en alto y hasta toma mi mano para hacerme girar.Tal vez en parte sea por su actitud que he perdido un poco el miedo a mostrarmi verdadero yo, en ciertos lugares, más que todo, en su compañía.
—Fel, deberías ir así a todos lados,muñeca.
—Cállate los ojos —mascullo entre dientes.
Atravesamos la compuerta de cristal y somosazotados por una corriente fría, con aroma salino. Comenzamos a recuperar elcalor al iniciar el trote, a la par.
Escucho a Iván parlotear acerca del par detipos con quienes se metió durante el fin de semana. Disfruto tener un amigoasí, libre de complejos como él.
Aunque quisiera dejar atrás la peluca y eldisfraz de Felipe, temo hacerlo; solo como chico he estado segura, además, pudellegar lejos y conseguir lo que tengo. Este es un jodido mundo de hombres, las mujereslo tienen difícil, ni qué decir cuando son como yo. Alonso dejó bastante claro quées lo único que se espera de las chicas en mi condición: «hermanita, no tehagas, esto es lo que adoran...».
«Lo único que importa es que tú te sientascómoda, tranquila y en paz en tu propia piel», oigo la voz de Flo, acallandolas palabras de Alonso, por primera vez en demasiado tiempo. «Eres preciosa, Felicia,y sé que lo he dicho varias veces ya, pero lo eres», sus susurros roncos,conforme besaba la más mínima área de mi piel, también retornan e intentodisimular la sonrisa tímida.
—A propósito, Fel, sobre la investigación—dice Iván, de repente, luego de unos cuatro kilómetros entre conversacionestriviales. Giro la cabeza en su dirección para oírlo, esperanzada—. Lo siento.Las pocas personas que decidieron brindar su testimonio, coincidieron en quenunca vieron un operativo policíaco así en esa zona.
Un largo suspiro se me escapa y paro eltrote, pensativa «siempre es igual». Los recuerdos de aquella madrugada seaglomeran, el desespero del pequeño Alí resuena en mi cabeza «¡Felipe, regresa!¡No me dejes!». Limpio mis ojos con un puño y fijo la vista en Iván.
—Fel... —dice, preocupado.
Afirmo en silencio y opto por la botella deagua, después de un largo sorbo, me empapo el rostro.
Intento retomar la marcha y adelantarmepara que no note la marea de recuerdos que hace estragos dentro de mí, pero Ivánagarra mi muñeca y me impide escapar. En un movimiento veloz, me envuelve en unfuerte abrazo.
Ese niño fue muy importante, Iván lo sabemejor que cualquiera. Cuando yo no era nadie, él creyó en mí, incluso cada vezque dudé. En el momento que la voz de Alfredo resonaba en mi cabeza, llamándomefenómeno o diciendo que nunca lograría nada, la fe ciega de Alí en su sueño yel mío me impulsó a seguir.
Decidimos suspender la cruzada e ir al cafémás cercano para platicar. Desde hace años, cada vez que visito Santa Mónica, buscoalguna pista de Alí; quisiera decir que, luego de tanto tiempo, habría algúnavance, pero sigo sin nada, solo me queda confiar en las palabras de eseoficial. Espero que Flo tenga mejor suerte que nosotros.
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Ha transcurrido casi una semana desde queregresé a Santa Mónica y durante la mañana recibí un mensaje de Flo en el cualdecía tener algo de información. Sin embargo, yo me encontraba en reunión conun cliente y quedamos en que me llamaría por la tarde para contarme.
La Ansiedad hizo estragos conmigo el díaentero. Tuve que quitarme el reloj de pulsera porque escuché claramente el tictac del segundero con una parsimonia increíble. La espera fue tortuosa.
Suspiro. Realizo un paneo de la habitacióny sus tonos marinos. Una pintura en la pared emula la silueta de un adulto y unniño frente al oleaje; inevitablemente pienso en Alí. Iván se sienta a mi ladoen la cama, su presencia es un bálsamo para mi ansiedad.
Iván aprieta mi mano que permanece aferradaa las sábanas turquesa, mientras contesto en la tablet a esa videollamada de Flo,más que esperada. El verde de su mirada ilumina la pantalla como par de gemas hermosas,aunque lleve sus enormes anteojos, y mi corazón late con anticipación.
—Hey, galán —saludo, intentando sonarligera y despreocupada.
—Hey, preciosa —responde, sonriente, aunquelo noto algo vacilante—. Fel, adoro tu cabello suelto, estás hermosa.
Sonrío, siento un escalofrío recorrerme. Aúnme cuesta aceptar sus halagos y dulces palabras.
—Como te dije, encontré algo —añade, pero suexpresión se vuelve seria.
Mi corazón se acelera. Iván aprieta conmayor fuerza mi mano. Flo suspira. Me preparo para lo peor porque su gesto luceagraviado.
—Primero, dime si este es el sujeto.
Hace una pausa, luego suspira y enfoca lacámara hacia la pantalla de su computador. Siento que el aire se acaba y lasparedes se cierran alrededor de mí.
La foto que me muestra corresponde a unfornido oficial moreno, de cabeza rapada, con mirada implacable y viste suuniforme de gala. Una lágrima corre libre por mi mejilla al reconocerlo.
—Flo, ¡es él! Dime, ¿dónde puedo encontrarlo?
La cámara vuelve a enfocar a Florisvaldo quiensuspira con pesar antes de responderme.
—Temí que dijeras eso —dice con expresióngrave—. El inspector Ronald Reynolds murió hace años en un tiroteo.
Mi mundo se detiene. Las palabras deFlorisvaldo se repiten incesantes, llevándose consigo toda pizca de esperanzapor encontrar a Alí. Ni siquiera soy consciente de que he empezado a llorarhasta que Iván me abraza fuerte.
—Lo siento, preciosa. Sé que era tu únicapista y créeme que quería darte algo útil, pero fracasé. —La voz de Flo está cargadade empatía, aunque también algo de culpa, por eso suelto a Iván pararesponderle.
—Tranquilo, Flo, gracias por intentarlo, noes tu culpa lo que le pasó.
El vacío y la desolación me azota confuerza, él sigue hablando.
—Nena, debí ir allá, sabía que tenía queestar contigo en este momento.
Niego en silencio e intento devolverle unadébil sonrisa.
—No, Flo, tranquilo. Estaré bien, loprometo —le digo en un intento por no quebrarme—. Además, Horty se enojarácontigo, si desapareces, ahora.
—¡Qué se enoje! —replica, risueño, pero, yoniego en silencio—. Fel, quiero que sepas que estoy aquí para ti, siempre. Yjuntos, superaremos esto.
Las lágrimas brotan de nuevo. Iván reposami cabeza sobre su hombro.
—Gracias, lo sé, Flo —logro decir con voztemblorosa—. Te extraño.
—Yo también te extraño, pronto estaremosjuntos.
La llamada termina en el instante en queHortensia aparece, jalando a su hermano para hacer alguna cosa de la boda, mesaluda afable y aunque, Flo, apenas tiene chance para despedirse, la calidez desu cariño permanece. Iván frota mis brazos y reposa mi cabeza contra su pecho.
—Llora, nena, sácalo todo —me dice y sientocómo mi corazón se fragmenta.
—Esperaba hallarlo o por lo menos, tener lacerteza de que está bien —contesto entre lágrimas.
—Lo sé, reina, he sido tu cómplice en estabúsqueda, durante mucho tiempo. Nadie sabe mejor que yo cómo te sientes, ahora.—Iván acaricia con dulzura mi cabeza y espalda—. Por eso, llora, deja que todosalga.
Aferrada a él, me dedico a llorar hasta quemi voz se ahoga y ya no queda una sola lágrima. Iván me ayuda a recostar en lacama, abrazo a mi almohada y fijo la vista en mi pulsera, ese tesoro trenzadopor el propio Alí. Recuerdo el último cumpleaños que pasé en su compañía, suhorrenda broma con las cucarachas, pero también ese fortísimo abrazo que meobsequió mientras, yo, pedía mi deseo frente al pequeño pastel que me compró.
«Te deseo lo mejor, Alí. Una buena vida ycumplir tus sueños», fue mi pensamiento antes de apagar la vela. A pesar de quenuestros caminos se separaron no dejé de pedirle lo mismo a Dios cada día. Solome queda aceptar el pasado y continuar hacia el futuro. Anhelo, con todo micorazón, que él esté bien, cumpliendo su sueño de ser enfermero y rodeado deamor.
Escucho que Iván pide chocolate caliente alroom service y después de secarme una lágrima, exijo churros. Iván ríecon picardía.
—Ay, niña, churro te dará tu novio en dosdías.
—¡Iván!
Pasamos el resto de la tarde viendocomedias románticas navideñas, acompañados por chocolate caliente, churros ytambién helado de fruta. Las tazas y envases vacíos se acumulan sobre la mesillade centro frente a la tele, y mi cabeza reposa en sus muslos.
—¡Eso, justo eso es lo que ameritas, ahora!—dice de repente, pero estoy medio perdida, así que no comprendo— Una sesión decompras y derroche para levantar el ánimo.
—No sé, Iván...
—Niña, aprovecha que estamos en SantaMónica y podemos ir a una Jo'Jo boutique para conseguir ropa y accesorios de diseñador,más accesibles que en el resto del país.
—No tengo mucho ánimo, Iván.
—Por eso, cariña, nada como una shopinterapiapara salir de la depresión.
Aunque lo intento, no puedo dejar de reírpor sus cosas. Me alegra tenerlo conmigo en este momento tan duro, a pesar deque ahora mismo trate de jalarme del sofá para obligarme a levantar. No lodejo.
—Ay, está bien, niña. Por hoy ganas, peromañana temprano nos vamos de compras sin falta.
—Sí, mamá —respondo en voz baja.
Iván vuelve a tomar asiento con mi cabezaen sus piernas mientras me acaricia el cabello y sin darme cuenta, acaboperdida en el mundo de los sueños.
Un recuerdo lejano emerge desde las sombrasy trae consigo la nostalgia del pasado. Era una noche sin luna, como aquella enque conocí al pequeño Alí.
Subimos a la azotea para llevar un par detumbonas plásticas, chuecas, que rescatamos del basurero, allí las lavamos ycolocamos algunos ladrillos para nivelarlas. Cada uno se recostó en la suya acontemplar las estrellas y revivir algunas vivencias del día. Alí había apaleadoa Kay, el hijo de la clienta de turno, en su videojuego favorito, durante unrato de descanso.
Reíamos y, de repente, Alí sacó de unbolsillo en su overol los hilos y el telar redondo que hizo de cartón para trenzarsus pulseras. Negué con la cabeza en silencio.
—Al, sabes que no necesitas hacer eso, estamosa días de culminar el jardín de la señora Rusell y haremos buena pasta, deberíasrelajarte —le dije, con la vista en el cielo estrellado.
Alí rio bajo y siguió hilando otra pulseraantes de responderme.
—Lo sé, por eso debo aprovechar. Kay, las vendeen su colegio. Lana extra nunca sobra.
Reí fuerte, él tenía razón. Volteé a verlo:estaba concentrado con sus hilos, enfocado en conseguir ese dinero adicional, sentícomo si me golpearan el pecho. Alí tenía nueve años, por entonces; se me hizoinjusto que un niño tan pequeño hiciera su infancia a un lado para dedicarse atrabajar día y noche.
Suspiré larga y sonoramente, él me miró,confundido. Comencé a contarle anécdotas, algunas de mi infancia en México; aél le gustaba escucharme, aunque por miedo, solía tener cuidado de cuáles hablarle.Sus favoritas eran las escolares. El pequeño nunca había asistido a una escuelay era ese su mayor deseo, estudiar.
A pesar de eso, Alí era un chico muy listo.Amaba leer, también escribía y sabía de matemáticas básicas, nada de eso loaprendió con Karen. Siempre quise descubrir que había atrás de su llegada conla anciana, pero era bastante hermético en cuanto a su pasado.
—Entonces, a los dieciocho, mi mamá medijo: "bueno, yo ya di lo que tenía que dar". Y pos así terminé en este ladooscuro de Santa Mónica. ¿Qué hay de ti? —le conté mientras reía, pero lasonrisa curiosa del chamaquito se extinguió después de oírme.
Bajó la cabeza y apretó los puños muyfuerte, incluso arruinó el telar en el proceso. Se veía demasiado tenso.
—¿Alí? —lo llamé, preocupada— Al, ¿quéocurre?
No dijo nada, pero cuando habló, lo hizo enun tono muy bajo, sin mirarme y tratando de contener el llanto.
—Una mamá no te abandona, siempre te cuida.
—Oh, no malentiendas, ella no lo dijo comoalgo malo, además, fue decisión mía irme. Tenía ahorros y quise trabajar eindependizarme —respondí, risueña, tratando de cortar un poco la tensión, peroAlí siguió igual, por eso, me senté a su lado—. Al, ¿qué pasó con tu mamá?
Guardó silencio. Levantó la cabeza con unintento de sonrisa y me empujó antes de proponer una carrera hasta el refugiode su abuela. Su actitud me hizo desear, con mayor razón, darle la infancia quemerecía, pero fallé miserablemente.
Esa noche, después de cenar los tres, Alí nosató una pulsera a cada uno, incluso a los gato de la colonia como collar. Sevolvió el símbolo de nuestra familia.
Contemplé la pulsera en mi muñeca. Derepente, todo alrededor estalló, se hizo pedazos y, por mucho tiempo, no hiceotra cosa que caer a través de un pozo negro e infinito; mi corazón se sacudiócon fuerza, me faltó el aire. Retornó el desespero que experimenté, cuatro añosatrás, en el hospital universitario de Santa Mónica.
La hinchazón en mis piernas me impedíacaminar, el dolor del pecho era como si me aplastaran con una prensa y ladificultad respiratoria me hizo pensar que moriría. Mientras médicos yenfermeros removían mi ropa y pertenencias, supliqué casi sin voz que notocaran la pulsera.
En algún momento perdí el conocimiento,recuperé la consciencia por la mañana. Estaba sola en mi habitación, algunosrayos de luz se colaban por las persianas, creando formas en las paredes; elaroma aséptico inundó mis fosas nasales y un raro silbido sonaba a ratos, juntoa mí. Vestía una bata turquesa... la pulsera no envolvía mi muñeca, lloré ensilencio.
—Hola, bonita, estás despierta. Vengo ahacerte el tria... —El enfermero que acababa de entrar se calló al verme llorar ytomó asiento a mi lado—. Oye, ¿pasa algo? ¿Llamo al doctor?
Negué con la cabeza en silencio.
—Lo-lo si-siento, perdí mi pul... —balbuceé—.Era importa...
—No llores, linda —contestó muy amable yabrió el cajón junto a la cama, sentí un alivio increíble al verlo sacar mi pulsera—.Está sana y salva, te la quité y guardé porque iban a pasarte el tratamientoendovenoso.
Sonreí envuelta en lágrimas al agradecerle,el chico me devolvió el gesto y luego, ató la pulsera a mi otra muñeca.
—Me recuerda las que solía hacer hacetiempo —dijo, risueño, mientras esperaba el aviso del termómetro.
En ese instante, lo detallé mejor: erarubio y con unos ojos color avellana que me hicieron pensar en Alí. Sentí unafuerte corazonada, pero ni siquiera supe cómo o qué preguntarle.
—U-un a-amigo mu-muy e-especial me la hizo.
—¡Qué tierno!
En cuanto el termómetro sonó, anotó en lahistoria y me ayudó a incorporarme.
—Debo llevarte a la balanza, me dices sipuedes caminar con apoyo, ¿entendido?
La hinchazón de mis piernas habíadisminuido bastante, suspiré, aliviada. El joven y fuerte enfermero pasó mibrazo por detrás de su espalda para ser mi muleta y me ayudó a andar, despacio.Ya no me pesaba horrores caminar, pero seguía siendo difícil.
—¡Eso! —dijo, una vez estuve sobre labalanza. El aparato hizo rápido su medición— Bien, linda, es todo. Eres másfuerte de lo que parece. Vamos de regreso.
En ese momento apareció Iván, alterado, traíaun bolso con mis cosas, que hizo a un lado para ayudarme también. El enfermerorio, probablemente debido a la actitud de mamá protectora que mi amigo mantuvoconmigo.
—Bueno, bonita, ya no estás sola, ¡genial! —dijoantes de retirarse, pero yo necesitaba saber si se trataba de él.
—Chico, ¿puedes decirme tu nombre?—pregunté despacio, dubitativa, me costó hablar. Él torció la cabeza, un pococonfundido— Lo siento, quería saber a quién agradecerle.
—¡Oh! No, no, no, no... tranquila, es mitrabajo —respondió sonriente—. Pero bueno, ya que insistes, me llamo Kevin—continuó en un susurro que me hizo reír—: Háblale bonito de mí a mi jefa,Ximena, ¡eh!
Reí fuerte, aunque el aire me faltó pronto.El chico buscó calmarme, dijo que no hablara mucho ni realizara movimientosbruscos. Después, me obsequió un gracioso guiño antes de retirarse.
—¡Ay, niña! Sécate la baba —dijo Iván, encuanto se cerró la puerta.
—¡¿Qué?! ¡No, pendejo! —Inhalé lo más quepude—. No me gusta, lo juro.
—¿Cómo que no, si lo que está es buenote? —Chasqueóla lengua—. ¿Será que le gustan los maricones plumíferos?
—¡Iván, cállate! Me hizo pensar en Alí —Suspiré,cansada, aún era difícil respirar con normalidad.
No me creyó, siguió molestando con lo mismoel resto del día e incluso los siguientes que duré internada. Se ponía másintenso cuando el encargado del triaje era Kevin. No, lo peor era que el chicole seguía la corriente, ¡pesado resultó el desgraciado!
A pesar de todo, me sentí tranquila ysegura por tener a Iván junto a mí. Siempre ha estado conmigo cuando lo henecesitado, ese es el motivo para no matarlo por levantarme, durante la mañana,cargado de energía y vitalidad. Me siento desganada. Suena «The Girls Justwanna have fun», él me obliga a bailar para despertar. Sin querer, logra hacermereír y convencerme de salir.
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Hola, mis dulces corazones multicolor, 💛 💚 💙 💜 💖 un placer volver a saludarlos, espero que estén disfrutando hasta este punto, solo resta dos capítulos, lo que significa, que mi regalo navideño para ustedes, será el capítulo final de esta historia.
Los loviu so mucho y pos nos leemos el 25/12 con una doble actualización por el final de la novela, ese es mi regalo navideño para ustedes que me han acompañado a lo largo de este año. Muchas gracias por su apoyo, los loviu so mucho y espero que pasen felices fiestas. 😊💖
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