XX: ¡Qué no te entendí!

«Vuelve a casa, Osvaldo, necesitas tiempo para procesar esto y yo también», las palabras de Feli se han repetido en mi cabeza toda la noche e incluso, el fuerte sonido del portazo que dio al salir me ha despertado más de una vez durante el vuelo de regreso. Suspiro. Aunque sería una hora de viaje, quería dormir para intentar calmarme, luego de todo eso. Miro el reloj y vuelvo a suspirar, parece que el tiempo se detuvo desde el despegue.

Cuando Feli estrelló la puerta, me tomó varios segundos reaccionar, es que, todo fue demasiado extraño y repentino. Sin embargo, al hacerlo, corrí hacia su recámara y toqué, desesperado. Necesitaba hablarle y comprender toda la situación. Fue ese botones mexicano, a quien encontré en el corredor, el que arrojó algo de luz.

—Señor Osvaldo —me dijo en voz alta—, el señor Torres no se encuentra, abordó el ascensor cuando yo salí y...

Corrí al elevador sin terminar de escucharlo, pero iba de bajada, me desvié hacia las escaleras y salté entre escalones a toda prisa con el corazón en la garganta. «Hay algo en mí que jamás te he contado», se repitió en mi cabeza y toda la escena volvió a repetirse hasta el portazo...

—Maldición, Feli, no desaparezcas... —murmuré varias veces.

En cuanto llegué a la primera planta, fui al ascensor, pero era tarde, ya se preparaba para llevar arriba una nueva carga. Maldije con fuerza, ganando más de una mirada, sin importarme. Corrí hasta la entrada y me aventuré en la gélida noche sin portar un abrigo, pero no supe que ruta tomó; giré dramáticamente, o mejor dicho, como un loco hacia un lado y otro, sin éxito.

—¡Maldición, Feli! —grité, frustrado, a mitad de la calle donde más de un taxista hizo sonar su claxon.

Cabizbajo, regresé a la habitación para buscar mi equipaje y largarme. Agarré el celular y le llamé tantas veces que perdí la cuenta, pero al final, comenzó a mandarme directo al buzón. Maldije una vez más. Sin otra cosa que hacer, abandoné el hotel, abordé mi Uber y tras pagar el doble por un cambio de fecha en el aeropuerto, subí a este avión donde no he hecho más que pensar en Felipe, Deshojo y Felicia que resultan ser la misma persona y me siento estúpido por no notarlo antes.

«¿La chica que me gusta no existe o fue acaso mi mejor amigo la ilusión?», no hay duda de que soy el tonto más tonto del mundo. De cualquier forma, he perdido a alguien importante en mi vida. Me siento traicionado y solo. Ya ni siquiera sé si su amistad fue real.

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Llegué a casa cerca de las dos de la madrugada, emocionalmente agotado. La oscuridad de la noche reflejaba mi estado de ánimo. Me arrastré hasta la puerta principal y la abrí con un suspiro. El silencio reinante indicó que mis padres dormían.

Caminé hasta mi habitación, sin encender las luces ni hacer ruido. Me dejé caer en la cama, sin fuerzas para cambiarme de ropa. Mi mente seguía perdida, repasaba los eventos del día. La revelación de Deshojo o Felipe, Felicia... como fuese, la sensación de traición e impotencia no me daba paz.

En medio del caos que gobierna mi mente, agarré el celular y marqué el número de Feli por enésima vez, pero nada ha cambiado, entra directamente al buzón de voz. Lo intento de nuevo con el mismo resultado. Me siento frustrado y solo.

La noche pasó tan lenta, que mi mente no pudo descansar. Me levanté varias veces para beber agua o caminar por la habitación. La oscuridad parecía cerrarse sobre mí. Al final, el cansancio me venció, pero mi sueño fue intranquilo y lleno de imágenes confusas.

Por eso al abrir los ojos, siento que la mañana ha llegado demasiado pronto. Mamá toca y llama con dulzura a la puerta de mi habitación.

—Floris, ¿estás ahí? ¿Llegaste anoche?

Mi corazón se salta un latido. Creo sigo con los nervios en punta. No estoy listo para hablar con nadie.

—Sí, mamá. Estoy aquí —respondo con voz ronca.

—¿Estás bien? Te escuché llegar tarde y me pareció que deambulabas. —Suena preocupada.

—Sí, estoy bien. Solo quiero dormir.

Mi madre no insiste, pero puedo sentir su inquietud. Sabe que algo ocurre.

—Bueno, hijito. Descansa —dice al final y escucho un par de pasos alejarse, aunque pronto retorna—. Ya quiero oír todo acerca de tu viaje y ese chico, Iván, que menci...

Dejo de escucharla, entierro mi cabeza bajo la almohada. Siento rabia, dolor, frustración... todo un revoltijo de emociones porque no soy más que un perdedor, un estúpido enamorado de una chica que no existe, un pelele que solo fue usado por alguien aparentemente amable y un idiota que fue engañado por un falso amigo que tampoco existió.

La luz del día consigue filtrarse por un pliegue y veo la habitación con mayor claridad, siento el corazón al galope, mi vista se centra en esa estúpida colección de las Tortugas Ninja, símbolo de esa falsa amistad, y la rabia me mueve.

Me levanto, furioso, comienzo lanzar al suelo cada cosa, mientras recuerdo sus risas y bromas, cada vez que venía aquí con una nueva figura o accesorio. Leonardo Samurai acaba en el suelo, sus partes se desprenden en todas las direcciones. Las voces de Cordelia y mi familia se hacen eco en mi cabeza: «¡Ay!, ¿otro muñequito, bebu?», «Ya estás grande para juguetitos, hijo», «¿Por qué no se lo das a Floren y tú te buscas una chica?», «¡Forever alone! Eres todo un looser».

—¡Aaaaaaaaaaah! —grito entre lágrimas en cuanto lanzo el Shogun que Cordelia estuvo a punto de quemar. «Debí dejarla».

—¡Florisvaldo! —Mi madre grita mientras golpea la puerta, pero sigo en lo mismo, perdido entre la rabia y los recuerdos—. ¡Hijo, no rompas los juguetes, mejor regálaselos a Floren!

—¡Cállateeeeeeeee! ¡Déjame en paz!

—¡Florisvaldo, no grites a tu madre! —La voz de papá suena molesta tras la puerta, pero no me interesa, sigo en lo mío—. ¡Abre esa puerta ahora mismo!

—¡¿O si no qué?! ¿Te levantará de tu silla de ruedas a darme mi merecido?

Agarro la mini van de Abril y la lanzo contra la puerta en medio de un grito.

—¡Solo déjenme en paz! —Vuelvo a gritar hasta quedarme sin fuerzas.

Mi voz se rompe en cuanto diviso la estúpida figura de cerámica con el nombre de Polqui en la base. «Es la mascota del pueblo», me dijo aquel día, sonriente... «No conseguí algo de Las tortugas ninja, pero te traje otro animal». La tonta cabra reposa en mi mano durante largo rato, no hago más que observarla y pensar en cada foto que Feli me mostró o las anécdotas acerca de Santa fe que contó. Las impresionantes vistas desde lo alto de las montañas, tan similares a aquellas que vi en el perfil de Deshojo durante su viaje de escalada.

Me dejo caer al suelo, entre los restos de mi frustración.

—¿Cómo no lo notaste antes, Florisvaldo? —me digo en un hilo de voz.

«Yo nunca te mentí», la voz desesperada de Felicia se hace eco en mi cabeza... «Tú me encontraste», «ese perfil es secreto»... Y el recuerdo de otra conversación que alguna vez tuve con Deshojo retorna: «¿Por qué tuviste que encontrarme?». No entendí sus palabras en ese entonces, pero ahora todo cobra sentido.

«Eres demasiado importante para mí», balbuceó Feli aquella vez contra mi pecho, eso fue luego de los encuentros repentinos con Felicia...

—Por eso sus nervios...

Aprieto fuerte la tonta cabra y me levanto del caos para buscar mi celular. Vuelvo a llamarle, pero sigue apagado. Entonces, decido comunicarme con Iván.

—¿Cómo no se me ocurrió antes? —murmuro mientras suena por mucho tiempo, hasta que al fin, la llamada se conecta— Iván, dime que sabes algo de Feli...

—¿Tienes idea de lo difícil que fue para ella exponerse contigo? —La voz de Iván suena firme y mucho más dura de lo que alguna vez le escuché—. Y solo se atrevió a hacerlo por no plantarte, porque sabía que sufrirías si tú te quedabas, esperando en ese bar...

—Iván, he intentado hablar con Feli toda la noche.

—¿En serio? —responde con ironía— Permíteme dudarlo, guapo. ¡Ni siquiera esperaste hasta la mañana! Te largaste durante la noche, lo supe cuando fui a buscarte para intentar mediar. ¡Es que hombre no es gente!

Sus palabras caen sobre mí como agua helada en pleno invierno y soy incapaz de decir o hacer otra cosa que no sea temblar.

—¿Y así dices ser su mejor amigo? Le dije a Fel que las cosas se solucionarían contigo, claro, eso fue antes de saber que eras un maldito cobarde y egoísta que solo piensa en sí mismo.

La llamada finaliza y yo vuelvo a hundirme en la miseria. Me sentí traicionado y engañado sí, pero me encerré tanto en mí que no pensé en su propia vulnerabilidad. «El único falso amigo he sido yo», pienso, mientras abrazo a Polqui, sintiéndome la peor de las basuras.

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Los días pasan y solo abandono mi recámara para ir a la cocina por alguna basura que me permita seguir con vida para hacer más doloroso mi descenso a la locura. No cruzo palabras con nadie y cada vez que mi padre intenta hacer algún comentario de mierda, sigo mi camino sin darle un ápice de atención.

Llevo la misma ropa desaliñada y ya apestosa con la cual llegué, pero no me importa. Tampoco es como si fuese a salir del caos inmundo que he generado en mi alcoba. Trabajo por cumplir con los clientes, no por pasión al código como antes, siento que el mundo se volvió gris y ya nada tiene sentido.

Polqui es mi única compañía, suelo hablarle acerca de lo estúpido que soy y ella con sus ojos desorbitados y gesto extraño me da la razón. ¡Qué bonita relación forjamos!

—Florecita, ¿me dejas entrar?

La voz de Hortensia se oye a través de la puerta, suena dulce y preocupada. Sin embargo, continuó sin el menor de los ánimos.

—Florecita, por favor, habla conmigo, ¡no puedes seguir así!

Me pongo los auriculares y reproduzco esa playlist depresiva del Spotify para evadirme del mundo y continuar mi miseria. Recuerdo la forma en que Feli solía llevarme a la calma, sus bromas, también el nerviosismo reflejado en su mirada... A ratos quisiera borrar cada memoria de mi cabeza, pero han sido años compartidos...

—¿Qué cara...?

No sé cómo o cuándo ocurrió, pero alguien ha ingresado a mi recámara, me arranca los auriculares, no entiendo nada...

—¡Suéltenme! ¿Qué es esto? ¡Bastaaaa! —grito mientras Martín y su novio, Ed, me sacan la ropa dentro de la ducha.

Todo ha pasado en fracción de segundo, tan rápido que ni siquiera noté en qué momento me metieron aquí.

—¡¿Qué hacen?! ¡Esto es un abuso!

Escucho la estruendosa carcajada de Hortensia desde mi alcoba mientras mi primo y su pareja me bañan a la fuerza en medio de mis gritos de auxilio. Parezco la propia fiera salvaje, temerosa del agua. Una vez aseado y envuelto en toallas, me cargan hasta la recámara para vestirme con ropa limpia y abrigada. Así puedo notar que mi hermana se ha dedicado a asear este lugar.

¡Oh! Pero su intervención no culmina allí. Luego de alistarme, me sacan en hombros, no solo de mi habitación, sino de la casa. Siento demasiada pena, aunque trato de ignorarlo, noto las miradas de todos en la calle... ¡Esto es humillante! Este par solo me libera en cuanto ingresamos al Starbucks. Camino con la cabeza gacha hacia la mesa que me guían y mantengo mi actitud decaída, incluso con ellos sentados frente a mí.

—Florisvaldo, perdón por esto, pero sabes cómo soy por las malas —dice mi primo Martín con voz risueña.

—Tonto.

—A ver, ¿qué es lo que ocurre? Horty dijo que la pasabas de lujo en tu viaje, pero tía dice que estás como loco desde que regresaste.

—Nada —replico con mala cara, Martín me golpea la nuca y mi cabeza casi termina estrellada contra la mesa.

Exagero, pero él es mucho más grande, robusto y fuerte que yo, así que, no fue un manotón suave.

—¿Es cierto que estás en drogas? —indaga mi primo y lo observo, confundido—. No lo digo yo, sino tío. Tu aspecto de indigente, el deplorable estado de tu recámara, eso de que casi no comes, hasta te veo más delgado que la última vez...

—¡Basta, basta! —digo con fastidio—. Por supuesto que no.

Suspiro, pesaroso, sin mirarlo, por mucho tiempo sigo en lo mismo, entonces, una mesera nos trae tres expresos y una pequeña cesta con varios sobres de azúcar. «Inyéctamelo en las venas», las palabras de Deshojo retornan, lo mismo que la obsesión de Feli por ese frapuccino de caramelo, superdulce, que suele pedir hasta en invierno... «¿Estará tomando una bomba de azúcar, ahora?», me pregunto. Siento la humedad en mis ojos y sin ser muy consciente, empiezo a gimotear con cabeza gacha. «Hay que endulzar la vida», recuerdo su frase y esa actitud que compartía con Iván, su linda sonrisa...

—Lo arruiné —apenas balbuceo sin levantar el rostro.

—Floris, pero cuéntame. Quizás hay una solución —insiste Martín con una pesada mano morena sobre mi hombro.

Niego con la cabeza gacha.

—A veces vemos todo monocromático, la tristeza nos impide observar el panorama completo y necesitamos que alguien más nos acompañe y muestre el camino —interviene Ed en tono amable y levanto un poco la vista.

Él es un buen sujeto, robusto y enorme como mi primo. Parece una pareja de osos, como si un panda elegante y un grizzly leñador hubiesen decidido darse amor.

—Si te incomoda mi presencia, dilo ahora y los dejaré solos.

Niego con la cabeza en silencio.

—Después de lo de hace rato, creo que ya no hay nada oculto —contesto en voz baja.

Ambos ríen, pero es el novio de mi primo quien se disculpa y lleva un puño a su boca como un intento por calmar la risa. Suspiro. Después de largo rato, entre profundas respiraciones, comienzo a contarles lo que ocurre. Ambos escuchan con atención, ninguno me interrumpe. Les hablo de Deshojo y todo lo que esta persona virtual me hizo sentir; también de Felipe y su amistad que llegué a poner en duda, tras conocer ese secreto suyo.

—Sé que lo arruiné —añado con la vista en la taza de café, ya frío, que reposa entre mis manos—, pero no puedo dejar de preguntarme, ¿por qué? ¿Por qué ocultarme algo así? ¿No confiaba en mí lo suficiente? ¿Creyó que le rechazaría? Ya no sé ni qué pensar.

Un largo silencio se siembra en nuestra mesa hasta ser interrumpido por el profundo y sonoro suspiro de mi primo.

—Floris, tú eres bi y, de cierto modo, ha sido sencillo para ti...

—¿Disculpa? —Lo interrumpo, sorprendido, ¿cómo puede decir algo así?

—Déjame terminar. No eres el único unicornio arcoíris de la familia —añade en tono de obviedad mientras realiza un ademán con su mano—. Yo fui el primero en contarlo abiertamente y, de cierto modo, eso abrió el camino de la aceptación para ti y, más reciente, para Azuzu. Sin embargo, tenía entendido que Feli era hijo único y sé por amigos que identificarse como trans no es nada sencillo.

—En eso tiene razón, tu primo —añade Ed—. Soy abogado y trabajo en conjunto con la policía, medicina legal, fiscalía, etcétera. Los casos de discriminación y violencia contra la comunidad trans van en ascenso y te hablo de los que se reportan, muchos pasan desapercibidos porque las víctimas temen contar su experiencia o peor aún, se encuentran con bloqueos a la hora de denunciar y son revictimizadas por el sistema que debería protegerles y servirles.

Suspira con mucho pesar. Siento que todo se revuelve dentro de mí... «Nos conocimos en un grupo de apoyo para víctimas de la LGTBI-fobia», las palabras de Iván se hacen eco en mi cabeza, «tranquilo, galán, no la he pasado tan mal como ella»... Pienso en Feli y ese tatuaje en su vientre... «¿Acaso perdió un hijo debido a todo esto?», me pregunto y cubro mi boca con una mano, consternado.

—Tipos como tú, Martín o yo pasamos desapercibidos en este mundo que todo lo juzga; pero el odio injusto e inmerecido que reciben las personas trans no tiene punto de comparación —dice Ed.

Lo observo con atención porque probablemente tenga razón.

—Según un informe del Trans Murder Monitoring, el 98 % de las personas trans asesinadas en todo el mundo por motivos de transfobia eran mujeres trans y casi el 60 % de las víctimas tenían entre quince y treinta años.

Siento que mi corazón se salta un latido. Contemplo a Ed, nervioso.

—Estadísticas recientes dicen que el 70 % de los jóvenes trans han experimentado bullying en la escuela —agrega y arrugo el entrecejo debido a cada alto porcentaje que menciona, él continúa con una expresión grave—. Peor aún, más del 40 % de los adultos trans han intentado suicidarse debido a la discriminación y el acoso.

—Espera, ¿tanto? —pregunto, impactado. Siento la ansiedad crecer como algo que me escuece la nuca. «Feli».

—Sí. Y estas son cifras que se repiten a nivel mundial, año tras año. La situación es crítica —confirma Ed y suspira con mucho pesar—. Pero si nos vamos a la localidad, en nuestro país, el 75 % de los crímenes de odio contra personas trans quedan impunes.

Me siento consternado. No tenía idea de que la situación fuese tan grave. Con mayor razón deseo hallar a Feli antes de que sea demasiado tarde.

—Creo que ahora entiendo su miedo —respondo en voz baja, con una mezcla de tristeza y rabia contra el mundo, pero también contra mí mismo.

—Sí. La transfobia es una realidad cruel y peligrosa —dice Ed—. Pero no podemos rendirnos. Hay que seguir luchando por la aceptación y la igualdad.

Ed sonríe con amabilidad e intento replicar su gesto.

—Y tú tienes una oportunidad de oro, justo ahora, para demostrar tu apoyo —añade Ed.

Martín observa a su novio, lleno de orgullo, y le obsequia un guiño como agradecimiento por su intervención antes de volver a mirarme.

—Primo, la verdad, me sorprende saber esto de Feli, yo jamás lo habría imaginado. Aprendió tan bien a camuflarse que pasó desapercibido de mi radar arcoíris y eso dice demasiado acerca de su profundo miedo.

—¿Ahora qué hago? —indago. Paso la vista entre ambos, ellos aprietan sus labios hasta formar una delgada línea.

—¿Has intentado hablarle? —pregunta Ed y afirmo reiteradas veces con la cabeza.

—Su teléfono siempre está apagado, ya ni siquiera se conecta al juego y creo que abandonó ese perfil donde solía expresarse... todo por culpa mía, por no saber reaccionar, por huir en lugar de buscarle...

Mi primo vuelve a palmearme la nuca, esta vez con más fuerza, pero funciona para callarme.

—Nada vas a resolver culpándote ni mucho menos, sepultándote en ese hoyo de basura y mugre del cual te sacamos. ¡Debes actuar!

—¡Pero no sé qué hacer!

—Ni yo, pero tú le conoces bien; así, que basta de culpas y mejor piensa.

Ambos afirman en silencio y veo en sus rostros un gesto de determinación que me inyecta fuerza. Sé que tienen razón y, aunque ahora mismo no tenga idea, algo se me ocurrirá para encontrarle.








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Hola, mis dulces corazones multicolor, 💛 💚 💙 💜 💖 espero que hayan disfrutado la actualización de hoy y bueno, que les esté gustando la historia hasta ahora, ya que pos, no es un BL como se decía al principio.

Cuando inicié esta historia lo hice justo con la intención de abordar esta información acerca de la transfobia. Para nadie es secreto que con mis escritos busco la inclusión y mostrar a las personas, no estereotipos, para promover la aceptación e igualdad. Esta no es la única obra donde abordo transexualidad, pero sí la primera que he terminado y de verdad espero les guste y cree, al menos, un poquito de conciencia.

Los datos estadísticos que muestro en este capítulo son verídicos y de verdad, alarmantes. Es injusto cuánto puede sufrir una persona solo por ser ella misma, mi mayor deseo es que eso cambie pronto. 😔


Nos leemos la siguiente semana, bueno, si es que siguen abordó de este viaje. Los loviu so mucho.

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