XIX: ¡Qué no me llamo Felipe! (II)

Me levanto para ir al baño, pero termino perdida, contemplando las luces de la ciudad, a través de la ventana de la sala. Esas edificaciones, con formas geométricas innovadoras, repletas de LED y colores, me obligan a pensar en la ansiedad y los nervios que sentí hace tantos años, cuando dejé atrás el caserío campestre de mi abuela.

En Oaxaca, el sol se ponía sobre las montañas y el río susurraba en la distancia. San Sebastián me envolvió con sus luces y colores incesantes, me deslumbró con edificios que alcanzaban el cielo y con gente que nunca duerme. La ciudad latía con una energía frenética, como si el tiempo mismo se acelerase.

Temblé al interior del autobús que nos transportaba. El pequeño Alonso apretó mi mano, quizás para reconfortarme o tal vez apabullado, como yo, lo que haya sido me hizo sonreír. A pesar de que la vida que conocía se puso de cabeza, y que Alfredo solía compararnos, el chiquillo me agradaba. Con los meses llegó a ser un hermano real y amigo; en aquel tiempo, jamás habría imaginado la terrible forma en que nuestra relación se vendría abajo.

Aquella metrópoli vanguardista, pronto comenzó a rezagarse, tras el autobús, mientras Mamá y Alfredo nos llevaban a nuestro nuevo hogar, ubicado en un barrio tranquilo. Pero yo no me sentía en paz. Extrañaba a la abuela, su sonrisa, su abrazo. Ser consciente de que nunca volvería a verla y que jamás podría disculparme por decepcionarla, me produjo una enorme tristeza que ni siquiera podía expresar en lágrimas, por temor a una reprimenda de mi padrastro.

Llegamos durante el verano, Alfredo decidió ocupar mis vacaciones convirtiéndome en un hombre de verdad, enseñándome su oficio como jardinero. Era duro, pero me gustaban las flores, a veces me quedaba con alguna y, a escondidas, la colocaba en mi cabello, como Renata solía hacer. También la extrañaba mucho a ella.

Yo intenté complacerlo, para evadir sus correctivos, no siempre me golpeaba; sin embargo, cuando lo hacía, podía ser muy duro. Aun así, mi mente vagaba entre lo correcto para ellos y aquello que sentí que lo era.

Desde que inicié el colegio, las chicas comenzaron a fijarse en mí. Me decían que era lindo o que tenía unos ojos bonitos. Me halagaban y aunque no sabía cómo reaccionar, de alguna manera, era más segura su compañía que la de los chicos. Conforme crecí, también lo hizo mi interés por ellas, me gustaba cómo se veían, cómo se comportaban o vestían y de repente, después de varios años, aquella sensación extraña que experimenté cuando Renata me maquilló retornó con mayor fuerza a los dieciséis, un día en que acompañé a mi novia a una tienda de ropa elegante.

Lisa cumpliría dieciséis dentro de algunos meses y fantaseaba con su fiesta glamorosa, quería probar, cuál de aquellos vestidos pomposos le iba mejor. Mientras ella estaba en el probador, con ayuda de la asistente de tienda, yo caminaba entre los corredores repletos de colores brillantes y me topé frente a frente con un espejo de cuerpo entero, entre aquel y yo se hallaba un hermoso vestido color jade, la imagen de mí misma, usando esa prenda, mientras bailaba un vals antiguo atravesó mi mente. Una sonrisa se me escapó.

—¿Feli? —La voz de Lisa me sacó de la ensoñación y giré para verla—. ¿Qué haces con ese vestido?

—Nada, nena, creo que te iría lindo —respondí un poco nerviosa—. Serías como la princesa Tiana.

Lisa frunció el ceño y contempló el vestido, un rato con recelo, después sonrió y respondió emocionada.

—¡Ay, sí, quiero ser Tiana!

Suspiré, aliviada, en cuanto ellas se fueron de vuelta a los probadores, pero mi corazón latía con desespero. «¿Qué me pasa?», me pregunté frente al espejo. Había crecido como un chico completamente normal. Me gustaban las chicas, incluso formaba parte del equipo de fútbol del colegio, los fines de semana y en vacaciones trabajaba la jardinería con Alfredo porque, yo quería comprarme un auto y llevar a Lisa de paseo. Él y yo aprendimos a llevarnos bien, hasta se sentía orgulloso de mí y de repente ocurría eso. Sentí miedo.

Cuando llegué a casa no había nadie, recordé que mamá y Alfredo estarían en la práctica de baloncesto de Alonso, entonces, me metí a mi alcoba. Por largo rato me vi al espejo sin reconocerme, era como si el reflejo fuese de alguien más. Con miedo, saqué de un bolsillo del pantalón un lápiz labial que robé del bolso de mi novia mientras se cambiaba.

Contemplé el tono coral de aquella pieza de maquillaje que reposaba en mi mano y alterné la vista entre eso y el reflejo por mucho tiempo; tragué saliva con los nervios, haciéndome titilar, como si una ráfaga helada me azotara. Cerré los ojos un instante al posar esa suave cremosidad sobre mi labio inferior. Volví a abrirlos y empecé a deslizarlo. Aunque temí, el espejo comenzó a mostrar mi verdadero yo.

Una sonrisa nerviosa apareció al volver a percibir la agradable sensación de ser yo misma otra vez. En ese momento de soledad, me permití soñar. Imaginé mi cabello muy largo y con bonitos accesorios de colores, usar vestidos y faldas como la ropa que utilizaban Lisa y otras chicas de la escuela. Deseé ser libre de vivir y expresarme, igual que ellas.

—¡¿Eres joto?! —El grito furioso de Alfredo me regresó a la realidad, ni siquiera había notado su llegada, pero sentí mucho miedo.

Solté el labial y di un salto atrás, asustada. Alfredo terminó de entrar y tiró de mi cabello muy fuerte.

Habían pasado años desde la última vez que recibí un golpe suyo, pero en ese momento, pareció desquitarse. Sin embargo, yo ya no era un niño pequeño, conseguí empujarlo al suelo y alejarme.

—¡Basta, ni siquiera eres mi padre! —grité, temblando. Alfredo se levantó y se dispuso a atacarme de nuevo, pero mamá me jaló tras ella.

—¡A Dios, gracias que no eres sangre mía, pinche puto de mierda!

—¡Alfredo, basta! —le dijo mamá en cuanto intentó volver a tirar de mi cabello—. Yo hablaré con mi hijo. Por favor.

—¡Hablar nada, mujer, unos buenos putazos pa' que deje la jotera es lo que necesita este!

Mamá solo se movió para darle espacio a Alfredo de pasar hacia la salida, decidió mantenerse como mi escudo. En ese momento, noté que Alonso estaba de pie, mirándome con asombro.

Alfredo jaló de forma brusca a mi hermanastro para llevarlo consigo.

—Ándale, chamaco, no sea que se te pegue la jotera —le dijo con desdén. Pude sentir el asco en su tono y bajé la cabeza, temí ver ese mismo desprecio en el semblante de mi mamá.

Alonso y yo solíamos ser muy unidos, pero desde ese momento, mi maldito padrastro se encargó de alejarnos cada día más. El portazo que dio al salir me hizo saltar, tenía los nervios en punta, a la expectativa de lo que diría. Mamá tomó mi mano y me guio hacia la cama. Una vez allí, me abrazó tan fuerte que correspondí enseguida y sentí todo dentro de mí comenzar a calmarse.

Cerré los ojos. Nuestra relación había cambiado mucho desde que yo era un niñito que hacía cosas de niña, como ella decía. Quizás en ese momento comprendió las palabras de mi abuela, cuando le decía que yo solo necesitaba de su amor y aceptación. Pasamos largo rato abrazados en silencio, mi llanto mudo y gimoteos fueron los únicos sonidos hasta poder hablarle en un susurro.

—Perdón, ma, lamento decepcionarte.

—Shh, shh, yo lo lamento. Eres mi hijo y uno muy bueno, Felipe.

Una amarga sonrisa se me escapó sobre su hombro y me aferré aún más a ella.

—Cariño, yo creí que te hacía un bien, que necesitabas un papá para guiarte... —Suspiró con pesar—. Feli, debí escuchar a tu abuela. Ya no tengo ningún problema con que seas homosexual...

—No, ma, no soy joto. Te juro que no —repliqué enseguida porque era la verdad.

Los chicos no me atraían, las chicas sí, me encantaban. De hecho, amé a Lisa, por eso fue muy doloroso perderla también, en cuanto supo acerca de mi maldición. Sin embargo, a la vez, quería ser como ellas... no sabía explicarle esa extraña sensación a mamá.

Me separé para abrazarme a mí misma con la cabeza gacha. Por aquel entonces ni podía definirme, solo era consciente de que algo dentro difería del montón, pero desconocía qué y temí horrores su rechazo.

Pensé que se enojaría, de hecho, tuve total seguridad de ello; después de todo, pudo pensar que pasé años fingiendo ser un chico normal, como cualquiera. Me costó no temblar en ese momento.

Mamá volvió a buscar mis manos. Levanté la vista y vi en sus ojos lágrimas incipientes, también confusión. Su mirada brillaba, amorosa como en los últimos años, pero el desconcierto era evidente. Comprendí su reacción en ese momento, ni siquiera yo alcanzaba a entender lo que pasaba conmigo. El único consuelo fue ese alivio que experimenté ante la paz de su reacción.

No obstante, pese a ofrecer su apoyo incondicional e incluso secó mis lágrimas y me limpió el rostro con toallitas húmedas antes de aplicarme por sí misma un labial; con el paso de los días, en ese intento de ser yo, dentro de mi propia casa, solo obtuve burlas por parte de Alfredo y ella no hizo nada por frenarlas.

Me dolió y mucho, pero comprendía. Fue difícil aceptar o lidiar con el hecho de que, su único hijo, saliera demasiado distinto a lo que esperaba.

Mamá no me dejaba salir a la calle, luciendo como mi yo real, temía por mí, yo también tuve mucho miedo. Sin embargo, tras un año del comienzo de ese drama, la emoción me ganó y fui a la tienda de electrónica y videojuegos más cercana a casa. Noté mi error cuando estaba por llegar.

—¡Mamacita, ¿cuánto la hora? —escuché decir a un imbécil, algún otro idiota le contestó.

—Cuidao, esa nenita viene con sorpresita.

—¿Ah, sí?

—Cañón largo y calibrado para no pelar un blanco.

Las risas no faltaron. Yo odié por completo cada palabra salida de sus bocas, pero más aún, a la vida y a mí por tener ese maldito cuerpo de chico. Deseé dar media vuelta y regresar a toda velocidad. La idea de recuperar a Alonso me mantuvo en pie. Aceleré el paso e ignoré las habladurías, miradas de todo tipo o murmuraciones mientras compraba ese juego de Conker para él.

Alonso y yo, fuimos como hermanos, incluso le ayudaba con sus tareas, él me asistía algunas veces en mi trabajo de jardinero o echaba porras mientras realizaba mis deberes; así siempre teníamos algún rato libre para jugar y compartir juntos. La neta era que lo extrañaba mucho.

—Al —llamé a mi hermanastro de doce años en cuanto ingresé a su alcoba, con la sorpresa atrás de mi espalda.

Días antes de que todo aquello iniciara, habíamos probado un juego en la Xbox de un amigo que al principio creímos muy infantil por la portada: tenía una ardilla con traje militar; pero al empezar a jugar, no dejamos de reír. Después de que Alfredo comenzó a lavarle el cerebro a Alonso, ahorré como demente para comprarle su propia copia y tener la oportunidad de pasarlo juntos en casa, creí que así podría reparar nuestra relación. Mi plan se vino abajo; en cuanto le mostré el juego: apagó la consola y se levantó.

—¿De veras saliste a comprar así?

Usó su mano para señalarme de arriba abajo, consternado, me sentí confundida. Tampoco era como si llevase una falda o vestido, en ese momento, aún no me atrevía.

—¡Qué pena!, ¿no piensas en mí? ¡¿Qué hay de tu mamá?!

—¿Qué estás diciendo?

—¡Mírate! —gritó, asqueado. La expresión de desagrado en su cara me quebró el corazón.

—Alonso, sigo siendo yo y te quie...

—¡Nooo! —Volvió a gritar de vuelta—. ¡No es así! Y por tu culpa, debo soportar burlas. ¡Muchas gracias, Felipa!

—¡Alonso!

—¡Ni siquiera puedo traer amigos a casa porque tu mamá te deja hacerte la niña aquí!

—Alonso, no te vayas —apenas murmuré, pero él siguió adelante.

—Ya no tengo hermano.

En cuanto azotó la puerta al salir, la sensación de soledad me abatió con mucha fuerza, llegué a arrepentirme de contarle a mi mamá la verdad e intentar ser yo. Esa misma tarde, corté mi cabello, deseché el poco maquillaje que había comprado, también la ropa y aunque odié el reflejo que me mostraba el espejo, decidí aferrarme a la seguridad que aquel disfraz representaba. Creí que así, todo volvería a la normalidad. En cambio, para Alonso, realmente dejé de existir; Alfredo siguió con su actitud de mierda, incluso cuando trabajábamos juntos.

—Felipita, trae esos costales de tierra, pero ¡cuidado y se te rompe una uña, cielo! —me dijo en tono burlón un día, mientras hablaba y reía con su otro compañero.

Me hirvió la sangre, mucho más porque me trataba como un esclavo, ni siquiera le daba oportunidad a mis propuestas de diseño. Hacía más de un año atrás desde que me prometió hacerlo, él conocía a la perfección mis capacidades, pero fue como si hubiese perdido todo valor por intentar encontrarme a mí misma. Cargué un par de costales y se los aventé de golpe a un lado, casi le reventé un pie y hasta se asustó por ello.

—Perdón, Alfredo, estaban pesados —dije con sarcasmo, revisándome las uñas.

El odio brilló en sus ojos, su compañero tragó saliva, nervioso. Les di la espalda y fui a buscar los demás. Alfredo dejó las ofensas el resto de esa faena, pero bastó llegar a casa para continuar los pleitos, burlas y habladurías. Mamá seguía sin mostrar su apoyo, Alonso me ignoraba hasta en la mesa.

—Ma, no puedo más —le dije a solas, la última noche que pasé en casa, me había observado, sorprendida, desde que ingresé a su recámara con un par de mochilas.

—Feli, hijo...

—Ese es uno de los problemas —interrumpí enseguida—, ma, yo no quiero seguir fingiendo que soy alguien más.

—No te pedí eso...

—Lo sé, fue decisión mía...

—Feli, quieres ir a la universidad, pos, ¿cómo harás, mijo, si dejas tu hogar?

—¿Hogar? —respondí con ojos muy abiertos— Mamá, este dejó de ser mi hogar cuando decidí buscarme. Dijiste que me apoyarías, pero no hiciste nada por calmar las aguas y yo... Ya no quiero esto...

Lágrimas llenaron sus ojos, me dolió lastimarla, aunque yo también había sufrido mucho. Mi hogar y templo se convirtió, en un campo de guerra. Cuando finalicé la prepa, no asistí a la ceremonia ni mucho menos gasté en banalidades de celebración, eso vendría luego, después de recuperar la paz que había perdido y no deseaba sacrificar ni un segundo más.

—Escucha, he ahorrado y sé trabajar... Al menos puedo agradecerle a ese desgraciado...

—Feli, no empieces.

—Está bien, a Alfredo, pero ¿por qué a él no le dices que me respete también, eh?

Mamá reposó mi cabeza en su hombro, se disculpó muchas veces y platicamos largo rato, en ausencia de mi maldito padrastro. No se sintió del todo convencida con mi idea, pero su respuesta fue clara al besar mi frente.

—Bueno, eres mayor edad, supongo que ya cumplí contigo.

Intentó sonar risueña y despreocupada, pero no lo logró. Yo también me deshice en llanto.

—Cuídate, por favor, hazlo.

—Claro que sí, ma, te prometo que estaré bien.

—El camino que has escogido conlleva mucho dolor, soledad y sacrificios... —Volvió a besarme, esa vez envolvió mis mejillas con fuerza entre sus manos, como si tratase de retenerme—. Sabes que siempre puedes regresar.

Afirmé en silencio. Luego de despedirnos, tomé el par de bolsos con mis cosas que reposaban a mis pies y salí de la casa. Llevaba en un bolsillo de mi chamarra el boleto de autobús con destino a Santa Mónica, lugar que escogí para volver a empezar. 




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Y así acaba la doble actu que les traje, mis dulces corazones multicolor 💛 💚 💙 💜 💖 espero que la hayan disfrutado.
¿Qué les va pareciendo hasta ahora?

Nos leemos lueguito, los loviu so mucho 💖

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