XIII: ¡Qué ya se me pasará!

Tras permanecer largo rato, abrazados, Felipe se alejó un poco, pero mantuvo la cabeza gacha, como si buscase una forma fácil de contar o explicarme algo demasiado difícil. Mi amigo suspiró, pero aunque intentó darme la cara, su mirada no abandonó el suelo al hablar.

—Ella no es mi prometida...

—Te lo dije, no es mi asunto —le interrumpí enseguida—, tampoco me debes explicaciones, no soy quién para recla...

—Cierra el hocico y escucha —me interrumpió de vuelta y continuó—: ellos lo creen porque es la única chica que entra y sale de mi recámara a sus anchas, ¿me copias?

Afirmé con la cabeza a pesar de que no me veía, él comenzó a dar diminutos pasos de un lado a otro del umbral. Después de un momento siguió:

—Bien, ella es importante, pero no, no estamos comprometidos...

—¿Por qué no los corriges? —indagué por inercia y él se encogió de hombros al responder:

—No le di importancia al rumor...

—Ya, Feli, lo siento. Fui un idiota, te hice sentir mal...

—¡Qué cierres el hocico! —Volvió a interrumpir, fastidiado—. Flo, tu descargo me incomodó y tal vez tienes algo de razón, pero tampoco fue del todo tu culpa, mi actitud.

Un largo suspiro dejó escapar antes de fijar la mirada en mí. Sus ojos temblaron y eso me provocó una fea sensación en el pecho. Felipe suele ser divertido, gracioso o bromista; verlo así resultó doloroso a la par de inquietante.

Le costaba contarme sus penas; siempre ha sido así y ya me había confirmado en el aeropuerto que solo me mostraba el lado lindo de su vida. Sin embargo, ¡maldición! Necesitaba hacerle entender que mi hombro estaba disponible para él.

—Feli, ¿de verdad soy tu mejor amigo? —Felipe ladeó la cabeza sin comprender mi pregunta y yo proseguí—: Quiero decir, siempre te bombardeo con mis problemas y tú estás para mí; pero siento que no es tu caso, tal vez no confías en mí...

—Si cierras el hocico de una vez por todas, sería más sencillo.

No dije nada, él sonrió, nervioso y bajó la cabeza una vez más. Lo contemplé expectante, largo rato e incluso noté que empuñaba las manos con fuerza a ambos lados del cuerpo. Había mucha frustración en su gesto.

—Tuve líos en casa con Alfredo —dijo al fin—, lo típico de cada visita: mi padrastro enojado, envidioso, lo que sea... Mamá no lo dice, pero sé que le da la razón. Según ella, yo soy el problema, yo causo los enfrentamientos entre nosotros, solo por no callarme...

Felipe suspiró largo y fuerte, fue como si liberase un enorme pesar. A partir de ese punto, la voz le tembló, se quebró un poco también. Su actitud me produjo un doloroso latido.

—A-Alonso apareció y todo fue peor, nos peleamos... —Feli se llevó una mano a esa marca en su pómulo izquierdo que vi por la mañana, entonces entendí por qué lucía tan pronunciada: yo no la provoqué—. En fin, no fue una visita agradable, por eso regresé temprano...

Volví a abrazarlo, él a mí con mayor fuerza, mientras susurraba a su oído que todo iría bien y podía contar conmigo, me agradeció en el mismo estado, afirmando contra mi pecho. Después de un largo rato me soltó y se giró. Al notar la maleta abierta sobre mi cama, volvió a verme con ojos brillosos, enormes y repletos de incredulidad.

—¿Estás empacando?

No me dejó responder. Caminó veloz hasta estar frente a ella, pasó la vista entre cada una de las cosas que saqué del armario y preparaba para el viaje de regreso. Su respiración se aceleró.

—Osvaldo, no tienes que irte...

—Feli...

—Me gusta tenerte aquí, conmigo, bro —interrumpió y comenzó a devolver la ropa al armario mientras hablaba.

Reí. Decidí acercarme a él para ayudarlo.

—No tienes idea de lo increíble que se siente regresar y encontrarte. En lugar de esperar meses para verte, basta venir a tu alcoba y meterme a molestarte...

—Lo sé, Feli, también me gusta —repliqué mientras llevaba una camisa al closet.

—Sé que a veces puedo comportarme de maneras muy raras, pero te juro que la mejor parte de estos días ha sido saber que estás aquí...

Lo único que pude hacer fue asentir. Ese tonto no me permitió hablar. Feli se concentró tanto en su veloz parloteo que ignoró cada uno de mis intentos por interrumpirlo, ni siquiera notó que yo arreglaba al armario con él.

A punto de acabar, ambos sostuvimos el extremo contrario de la misma percha, última prenda que levantamos a la par. El silencio se sembró, quizás por cuánto tiempo. Los destellos caramelizados en sus ojos temblaron como sacudidos por una dosis de sorpresa y nervios.

Si bien era cierta su afirmación, porque sí, disfrutaba la compañía de mi mejor amigo; también, durante el viaje, empecé a descubrir otras facetas de él que me intrigaron o captaron mi atención, ni hablar en ese momento. Felipe era más que el molesto amigo elocuente, admirable, coqueto o seguro que solía visitarme en casa cada tantos meses y llevarme obsequios, jugarme bromas o volarme los sesos en el videojuego. Había algún tipo de vulnerabilidad en él que deseé conocer a fondo y calmar, su mirada parecía la de un niño perdido al cual quieres abrazar y tranquilizar.

Sin duda, ya no quería irme y no solo se trataba de mis planes con Deshojo, deseé acercarme mucho más a él. Liberé la percha. Ubiqué mi mano en su mejilla, pude sentir a Feli estremecerse, aunque intentó aparentar serenidad. Sonreí.

—No iré a ningún lado, pendejo, al menos, ya no —le dije en tono bajo, el alivio fue evidente en su semblante. Un suspiro se le salió al devolverme la sonrisa, como si por un momento hubiese olvidado respirar—. Te la pasas jodiéndome con que te extraño o te necesito, pero parece que te proyectas al hablar.

Feli permaneció en silencio, sin variar la expresión de su rostro, luego sacudió la cabeza y utilizó la percha para golpearme el brazo con fuerza, conforme me regañaba por dejarle creer que me iba. Chillé como nenita; él se disculpó entre risas burlonas mientras terminaba de meter mi suéter.

—Eres un tonto, Os...

Volvió a guardar silencio al cerrar el armario y girarse para descubrir que había ido tras él, una vez más estábamos demasiado cerca, ya sin percha de por medio. Nunca antes vi a Feli así de nervioso conmigo y yo solo quería entender el motivo o... tal vez, ¿provocarlo más?

—¿A-ahora in-intentas acostarme o qué?

Reí por sus palabras y ese escueto tartamudeo, él me empujó. Pasó de largo hasta la cómoda que se encontraba frente a la cama, incluso lo vi abrazarse a sí mismo, también frotarse sobre los codos y jalar con cierta discreción ese mechón de cabello junto a su oreja izquierda, todo eso de camino hasta allá. Escogí no decir palabra porque ya era bastante evidente su raro nerviosismo.

—Oye, no quiero que te vayas —habló de espaldas a mí—. Sé que regresarás al encierro y a los ataques de pánico, cada dos por tres, gracias a los comentarios de tus benditos padres o el tarado de Nardo.

Volví a reír por lo acelerado de su tono y negué en silencio. Él se giró para verme.

—Estás todo chiquito y muy pendejo, aquí puedo cuidarte.

—No hay duda de que pareces muy tonto hoy —repliqué, risueño, me costaba no reír por cada una de sus reacciones desde que entró a mi recámara—. Te dije que me quedo y sigues sin escuchar.

Caminé a su encuentro, él volvió a buscar ese mechón de cabello, con pésimo disimulo.

—Feli, pensé no mencionarlo, pero ¿estás nervioso?

—¡Pinche, pendejo! —respondió con fuerza y casi saltó hasta la puerta para abrirla— ¡Vengo aquí a disculparme, explicarte lo que ocurre, pero descubro que te largas! ¡Claro que me sienta mal! —Su tono se aceleró en cuanto di un par de pasos en su dirección—: Bueno, ya arreglamos esto, eh... Quiero decir, Iván dijo que te lleve al club, porque no logra hablar contigo. A la chingada, eso es todo, me largo.

Reí fuerte en cuanto cerró la puerta tras de sí, jamás de los jamases había visto a Felipe comportarse de tal forma, pero disfruté molestarlo a sobremanera, comprendí por qué ese desgraciado siempre lo hacía conmigo. Sin duda, debía repetirlo.

Pese a las risas, pasé ansioso toda la tarde desde que Feli salió de mi alcoba, hasta este momento, cuando la hora de visitar el club se aproxima. No suelo asistir a esos lugares, ni siquiera sé cómo comportarme, qué vestir o qué esperar.

Las peores posibilidades se amontonan en mi mente, entre ellas, separarnos y perderme en medio de un tumulto de gente, lo que me provocaría un ataque de pánico que nadie nota, hasta terminar en el suelo, pisoteado y asfixiado por cientos de pies. No exagero, se han visto casos. Suspiro con pesar frente al espejo.

—Debes calmarte, Florisvaldo, se supone que el motivo de este viaje es disfrutar y soltarte... —Ladeo la cabeza y sonrío con cierto gesto de obviedad al pensar en Iván o ese improvisado plan que tengo con Deshojo—. Supongo que vamos bien, creo.

Me alejo de la cómoda. Vuelvo a fijarme en el montón de ropa sobre la cama; sería más sencillo si supiese acerca de moda. Perdí la cuenta de cuántas veces me he cambiado y el caos de prendas es alarmante, eso que tampoco traje tanta. Un nuevo suspiro se me escapa.

—Solo falta que Feli decida aparecer, justo ahora...

Como mi suerte apesta, escucho que tocan a la puerta y decido sentarme, derrotado, para enterrar la cabeza entre mis brazos al más puro estilo de un avestruz avergonzada de los dibujos animados.

—¡Osvaldo, ¿abrirás o no?! —La voz de Felipe confirma mi terrible suerte. .

Me levanto tras un suspiro. A paso pesaroso voy hasta la puerta, listo para recibir su buena dosis de crítica por mi pésima elección. Felipe trae un jean ancho un poco desteñido y con muchos bolsillos, también una sudadera negra con estampa de Las tortugas ninja, bastante grande, apenas y se notan sus dedos en el borde de las mangas; aun así, tensa la mandíbula al verme. Su gesto es suficiente mala señal.

—Bro, creí que vestirías de nerd y no me equivoqué —dice con ironía. Un nuevo suspiro se me escapa.

—Cállate...

Estoy a punto de lanzarle la puerta en la cara y negarme a acompañarlo; pero le doy la espalda y regreso al interior para cambiarme por enésima vez. Feli viene tras de mí, está seguro de que podemos solucionarlo. Yo lo dudo.

—Tranquilo, Osvaldo —habla con convicción e incluso ubica su mano en mi hombro mientras me siento, derrotado—. Si Iván te ve así, será a mí a quien mate.

Sus palabras me hacen reír. Él también sonríe, complacido. Tras conseguir mi permiso, comienza a realizar cambios. Lo primero: libera cada broche de los tirantes antes de quitarlos. No sé si se debe a lo que pasó en la tarde, pero como mantengo la cabeza gacha, noto que las manos de Feli tiemblan un poco, o quizás solo pareció así durante un momento. Lanza el accesorio a un lado.

Ninguno dice una palabra, en realidad, yo no tengo ganas de hablar, me siento un completo desastre. Feli ubica las manos en el borde inferior de mi chaleco tejido, listo para quitarlo, pero vuelvo a notar que tiembla.

—¿Estás bien? —pregunto en bajo, sin levantar el rostro.

Felipe no responde, permanece igual otro rato. De repente, comienza a pellizcarme el abdomen y las costillas, lo que me provoca una estruendosa carcajada. Trato de detenerlo, pero en el intento, le doy un puntapié en la pantorrilla que le hace perder el equilibrio y termina encima de mí, sobre el montón de ropa, con su lindo rostro demasiado cerca del mío. El silencio retorna y ese extraño nerviosismo que noté en él más temprano, vuelve a hacerse evidente.

Siempre he sentido paz en su compañía, ese aroma a día lluvioso y brisa que brota de él, me devuelve a la calma sin siquiera proponérselo. No obstante, en este momento, algo más revolotea dentro de mí. Los destellos caramelizados y temblorosos en su mirada parecen esconder cientos de historias que deseo descubrir. Mi mano cobra vida propia y va a parar a su mejilla, su reacción es exacta a la de esta tarde.

—Feli...

—O-Osvaldo... —Él me interrumpe y se apresura a tomar mis gafas antes de incorporarse—. No necesitarás esto hoy.

Me siento en el borde, apenas él se levanta, con la vista algo nublada por su repentina decisión. Sin embargo, la misma mano viviente lo jala por la muñeca para traerlo de regreso frente a mí, no sé bien con qué motivo.

—Feli ven...

—¡Qué bonitos ojos tienes, compadre! —dice con ironía, enseguida se libera y me evade la mirada— Aunque ya te lo había dicho.

—¿Puedes parar de ser un pendejo y decirme qué te pasa?

—Eso te lo digo yo, no sé qué pretendes, pero se hace tarde. A ver, arriba las manos.

Sonrío y niego en silencio antes de seguir su indicación, de una vez agarra el borde inferior de mi chaleco y comienza a jalar para quitármelo.

—Feli, ¿lo saco?

—¿Qué? ¡No! Yo puedo.

—Cómo quieras...

Cuesta no reír con este disparate, pero en cuanto logra extraer la prenda, esta acaba en alguna parte de la habitación. Vuelvo a fijar los ojos en él, que se rasca el mentón, pensativo, ideando una manera de solucionar mi crimen contra la moda.

—Bro, la camisa negra no está mal, pero estás muy formal, intentemos algo...

Felipe desata mi corbatín de moño que tanto costó anudar y hacer que se viera decente; lo lanza al cesto de basura, muerto de risa. ¡Hizo eso adrede, el desgraciado! Le observo, molesto; luego va hacia el primer botón en el cuello e intenta soltarlo; de nuevo, sus manos tiemblan.

—Yo me encargo, Feli —le digo en tono bajo. Ubico las mías sobre las suyas que no se quedan quietas.

Lo veo tragar con dificultad, sin parpadear, antes de afirmar en silencio y marcar distancia en un salto hacia atrás. Después de sacudir la cabeza un breve momento, tira con disimulo de ese mechón y me indica que libere tres botones, lo cual realizo sin dejar de contemplarlo.

—Bi-bien... luces genial, Bro.



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El trayecto al club Ignis lo hicimos a bordo de un auto rentado con aroma a cuero nuevo, era genial. Pese a mi bajo alcance visual, debido al secuestro de gafas perpetrado por este tonto, disfruté el viaje porque la ciudad, de noche, es aún más impresionante. Las luces, el neón, los colores, las publicidades que parecen cobrar vida o los artistas callejeros que emulan todo tipo de personajes.

La ciudad de noche era impresionante, llena de luces y colores. Me recordó cuán diferente era de mi pueblo natal, San Antonio, donde la paz y tranquilidad reinaban. Supuse que Feli amaba la energía de ese sitio, entendí por qué no podría vivir en un lugar tranquilo.

Aunque me distraje con el ambiente y el bullicio, más de una vez fijé la vista en Felipe mientras conducía, en algún momento nuestros ojos se cruzaron y él volvió a desviar la atención al frente. Seguía sin comprender su nerviosismo, pero algo era seguro, le costaba sostenerme la mirada desde que regresó al hotel.

—Feli, has estado raro hoy... bueno, anoche por teléfono también...

—Ay, Osvaldo... —respondió tras una extraña tos, después suspiró—. ¡Qué ya se me pasará!, lo prometo, es el efecto pos-visita —rio bajo, yo también—. Te juro que las chicas lo resolverán.

Volví a reír y negué con la cabeza mientras me hablaba acerca del par de bellezas que ya esperaban por él en el club o lo estupenda que sería esa noche. A pesar de que anhelaba lo mismo, me sentí ansioso, más aún al llegar y encontrarnos con las chicas que acompañarían a Felipe, pero no a Iván.

Observé a Feli, extrañado, él no dio importancia y solo me pidió seguirlo mientras se ubicaba en medio de ellas, aferrado a sus cinturas. Estaba sorprendido por la ropa corta y entallada que utilizaban, a pesar del frío, yo mismo me arrepentí de hacerle caso a mi mejor amigo y dejar la chaqueta en el hotel.

El club lucía asombroso desde la fachada principal, todo el diseño asemejaba fuego e incluso la iluminación provista por los reflectores al exterior daba la sensación de llamaradas extendidas desde el piso hasta el cielo. Aun así, suspiré con pesar conforme caminaba atrás de ellos, abrazado a mí mismo para calentarme las manos. La cola de ingreso era enorme, pero fuimos de frente a la puerta custodiada por un par de tipos grandes con aspecto de matones.

—Bienvenido, señor Torres —expresó cortés uno de los sujetos y nos concedió la entrada.

Quedé perplejo, sin embargo, no dije nada. Contemplé a Felipe y sus chicas mientras hablaban y reían, quizás acostumbran tal privilegio.

Al interior del club, todo era aún más sorprendente. El fuego predominaba y aparecía en cada rincón: decoraciones, bebidas flameadas, incluso danzantes que se desplazaban alrededor, escupiendo llamaradas como dragones humanos. Te convertían en parte del espectáculo. Ya ni siquiera recordaba el frío otoñal de afuera. Comprendí por qué Felipe dijo que no necesitaría mi abrigo, también el atuendo casi veraniego de ellas.

Feli habló al oído de una de sus acompañantes, la más cercana a su estatura, y esta asintió con una sonrisa antes de soltarse e ir conmigo. Era una morena con larguísima cabellera de un color casi morado o quizás lucía así por efecto de la iluminación del club, aunque tenía un peinado único que no sé cómo describir, nunca lo había visto en una chica... o chico. Era hermosa, pese a ciertos ángulos en el rostro que le restaban suavidad a sus facciones. Su belleza me intimidó más que el montón de gente desde que entré. Tragué saliva con dificultad cuando se aferró a mi brazo.

—Me llamo Dahlia, ¿y tú, galán?

Su voz tenía un timbre especial, como si adrede buscase endulzarla. Volví a tragar en seco una vez más por su cercanía.

—Florisvaldo —apenas murmuré, nervioso, por eso continué con mirada gacha—. Tu nombre es lindo, como la flor nacional de México.

—¡Oh, sabes de flores! —respondió con amabilidad, afirmé con la cabeza, aunque algo dudoso— Bien, chico de las flores, ¿me repites tu nombre?

—Cla-claro es Flo-Florisvaldo...

—¡Apresúrense, comenzará el show! —gritó Feli e interrumpió nuestra plática.

Dahlia sonrió. Tomó mi mano para guiarme, con una actitud muy segura. A pesar de ser una desconocida, me hizo sentir cierta calma con su gesto. Yo ni siquiera noté que mi mejor amigo se había alejado, pero, ella me llevó a través de la multitud con una gracia atípica en los chicos, aunque tampoco resultase femenina con obviedad.

No comprendía de qué show hablaba Felipe si, de camino a ese lugar, jamás lo mencionó, pero allí estábamos, los cuatro ubicados a escasos metros del escenario.

Observé al frente, desde el techo hasta el suelo colgaban varias telas, no entendí el motivo, además, el escenario parecía una caverna oscura con formaciones rocosas.

—Feli, ¿dónde está Iván? —le dije al oído, aprovechando su posición junto a mí.

—Relájate, bro, y disfruta con Dahlia —contestó en el mismo tono.

Lo observé, molesto, él sonrió y regresó la atención a Katrina, la modelo francesa que lo acompañaba. Ni modo, suspiré fuerte e hice lo mismo con Dahlia. No me desagradaba, ella hablaba sin pena alguna, aunque tampoco entendí mucho de lo que dijo. Se suponía que veríamos a Iván allí. Me costaba no pensar en él, creí que quizás cometí alguna tontería para espantarlo. Eso me hizo sentir peor.

—Chico, tu nombre es bastante singular —dijo Dahlia, sonriente, quizás me notó distraído.

—Si con ello quieres decir horrible, te doy la razón.

—¡Cómo crees! —respondió entre risas y palmeó mi hombro— Es raro, pero eso lo hace, no lo sé... ¿Llamativo?

—¡Uuuy, sí! —dije en tono irónico— Muy llamativo que te cambien el nombre todo el tiempo, ¡hasta Feli lo hace!

Dahlia rio con fuerza.

—¡Fel no cuenta! Le encanta molestar. Lo raro es que cuando nos conocimos, nunca habría imaginado que era así. —Ladeé la cabeza sin comprender, ella volvió a reír por mi gesto—. ¡Claro! Fel era la persona más tímida que te puedas imaginar, ¡eh! Debíamos sacarle las palabras a cucharadas.

«¿Hablamos del mismo Felipe?», me pregunté, confundido; supongo que en mi rostro se reflejó. Ella volvió a reír.

Desde que conocí a Felipe en la universidad no se callaba y era un pesado, entrometido. Me costó creer que se trataba de la misma persona.

—¿Hablan de cambios? —dijo Felipe y giré la cabeza para verlo, él sonreía—. Dhalia sí que ha cambiado —añadió con un raro tono, una risita dejó escapar ella, aunque yo no comprendí.

—¡Fel! —replicó la chica junto a mí— ¿Y tú no?

Estuve a punto de intervenir, porque no entendía nada, además me pareció absurdo todo eso acerca de Feli, sin embargo, la mezcla de ritmos que sonaba desde que llegamos, fue reemplazada por otra un poco tribal que aportaba un aire de intriga y misterio al ambiente. Fijé la vista al frente, noté pequeñas sombras que se desplazaban con cierta gracia entre las telas.

La iluminación del escenario se encendió, así pude ver que todo parecía el interior de un volcán. Abrí la boca, asombrado, el suelo asemejaba lava ardiendo.

Las pequeñas sombras que vi al principio resultaron ser enanos y, en este momento, realizan una danza aérea impresionante. Volteo hacia Feli, sorprendido por el inesperado espectáculo. Él sonríe ay con un gesto en su rostro me pide devolver la vista al frente. Lo hago en el instante que una poderosa voz de góspel sacude mis sentidos. Busco el origen en el escenario, sin éxito, allí permanecen los pequeños danzantes volando por aquí y allá.

—¿Listo para las Penny's? —susurra a mi oído Dhalia, con esa resonancia grave en la voz, pero no comprendo de qué habla.

Tras sus palabras, la pantalla al fondo que había complementado el ambiente volcánico cambia por una marquesina de fuego donde se lee Penny's Queens y los aplausos del público se desatan. Sonrío. Me sumo a la ovación. La dueña de esa poderosa voz resulta ser una drag queen con enorme afro de color rosado. Su imponente presencia es recibida entre gritos, silbidos y demás muestras de cariño. «¡Vaya qué es popular!».

Otra voz más dulce complementa el poder de la primera y de entre las rocas emerge una drag rubia más joven y baja. Mientras que el atuendo de la anterior era fuerte, igual a un incendio, el suyo asemeja a una flama bebé. Yo no tengo idea alguna de qué tema cantan o qué tan conocidas son, aunque parece que mucho, pero el show se ve de maravilla.

Un par de pequeños danzantes descienden por sus telas hasta llegar a la rubia, esta, con una risita tierna se agacha para plantar primero un beso en la mejilla de uno, al instante cae flechado por el amor; sin embargo, al intentar lo mismo con el otro, este voltea el rostro para robarle un beso en los labios y luego huye por el escenario. Todos reímos mucho.

Una tercera drag más alta aparece, su maquillaje y atuendo lucen muy exagerados, casi tanto como su peinado en forma de enormes cuernos. Parece una diabla extravagante, es ella quien llama al enano atrevido y lo nalguea con una especie de látigo. Volvemos a reír, es un show muy divertido y solo quisiera que Deshojo o Iván lo disfrutaran conmigo. Decido tomar algunas fotografías y videos para enviarles.

La música sigue, también los bailes y cuando creo que ya nada podrá sorprenderme, otro par de drags se suman en escena con pasos de tango. Tras esa elegante introducción, una se dirige hacia la primera para cantar a dueto, mientras que la segunda se lleva toda mi atención con una simple, pero enorme sonrisa que reconozco a la perfección, a pesar del exagerado maquillaje. Su vestuario parece quemarse, dejando a la vista ese abdomen plano con un tatuaje floreado alrededor del ombligo que me obliga a pensar en Deshojo, aunque soy consciente de que se trata de Iván. 





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Hola, mis dulces corazones multicolor 💛 💚 💙 💜 💖 un placer volver a leernos, espero que hayan disfrutado el capítulo.

¿Ustedes qué piensan de la actitud de Felipe?

¿Será cierto que Iván es Deshojo?

Les cuento un poquito acerca de las Penny's Queens, este grupo de Drag Queens pertenece a mi comedia de superheroes "La luz de géminis", Iván tuvo sus inicios como personaje en aquella obra inconclusa y decidí traerlo para acá. 🤣

La drag con afro rosa y voz de gospel se llama Alma, fuera de escena, sobre el escenario es Alma Marcela; la drag rubia y joven es Kinderella, Karly. La drag vestida de diabla es Dante o Penelopela. Sin embargo, fíjense si allá mi pobre Iván no era relleno (bueno, tampoco es que esté muy avanzado ese libro) que ni siquiera tiene nombre artístico asignado todavía, ¿se les ocurre alguno? 🤣

Nos leemos luego, los loviu so mucho. ❤️❤️

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