Sus notas

Al día siguiente Greace se despertó temprano, miró a su alrededor y Chris ya no estaba. Había recogido las sábanas del suelo, porque no encontró ni rastro de ellas, solo había una nota en el otro extremo de su cama.

Recuerda que tenemos que fingir ser un matrimonio feliz, si preguntan, ayer fue la mejor noche de tu vida

                           Chris.

Greace rio por el contenido de la nota, al igual que ella su esposo tenía un buen sentido del humor, aunque a veces pareciera frío. Por un momento pasó por su cabeza que quizá no había sido tan malo casarse con él, podría ser peor. Eliminando esos pensamiento de su cabeza se apresuró a arreglarse. Debía estar toda la familia esperándola en el comedor para desayunar. Tomó un baño para aliviar el estrés causado por el día anterior, vistió un vestido verde con llamativos bordados adornando su silueta y abandonó su habitación sin despegar la mirada del suelo, era tan duro pensar que no estaba segura de que podría hacer con su vida, ahora que sería imposible para ella cumplir sus sueños.

Antes de entrar al comedor se quedó un instante en la puerta, respiró profundamente y meditó unos segundos. Tendría que mentir para que todos creyeran que esta situación estaba bien, que casarse era normal y que el amor llegaba de la noche a la mañana. Engañarse a si misma para salvar a su pueblo de la miseria.

Casi por impulso logró entrar a desayunar, la mesa estaba repleta de comida y alrededor de esta sus padres a la cabeza, en compañía de su hermana y Albert II, justo al frete de ellos al otro borde del comedor se encontraban los pequeños que desde ayer se habían convertido en sus hijastros, y muy cerca de ellos su padre. Christopher al verla se apartó para que se sentara a su lado, frente a su hermana.

–Buenos días –saludó amablemente.

–Buenos días –contestaron a coro los demás con cortesía.

Anika estaba ansiosa por saber si por fin su hermana había cambiado de opinión a cerca de este matrimonio y sin darse cuenta lo indiscreta que podía llegar a ser preguntó. –Pues... ¿qué tal la noche de bodas?

A Greace se le incendiaron sus mejillas, y no pudo aguantar una risita tonta que se escapó de su boca, cuando estás nervioso es más difícil mentir, y eso lo sabemos todos. Tardó en contestar buscando dentro de ella una voz segura y pareció encontrarla cuando dijo.

–Fue la mejor noche de mi vida –miró a su esposo a su lado y este se sonrojó con el comentario y trató de retener las ganas de reír. Después de todo él fue el de la idea.

–No me lo puedo creer, Greace, ¡estás feliz! Llevabas varios días de huelga y mira ahora, me alegro mucho por ti – exclamó su padre emocionado, lo que causó que Greace sintiera pena de si misma. Quería pensar que sus padres eran lo suficientemente ingenuos para creerse ese comentario, pero en lo más profundo de su alma sabía que podrían fingir creérselo solo para sentirse bien consigo mismo.

–Supongo que después de la lluvia siempre sale el sol –comentó Chris justificando la reacción de su ahora esposa antes de conocerle.

–Entonces ¿hoy parten a Austroa? –preguntó el rey Conrad.

–Sí, nuestro barco sale en una hora –respondió Chris.

Durante el desayuno nadie más dijo una palabra, Greace estaba muy sumergida en sus pensamientos para hablar y los demás no estaban de humor para hacerlo. Al poco rato se retiraron del comedor y comenzaron los preparativos para su partida.

Anika y Albert se marcharían al día siguiente a Crasovia. Los reyes de Wajayland se quedaran solos hasta dentro de seis meses, cuando todos se reunirán para el cumpleaños de Greace.

A las 10 de la mañana se despidieron del reino y partieron hacia el puerto, por un viaje de una semana en barco hasta llegar a Austroa, el nuevo hogar de la princesa.

Greace aún no podía creer lo sucedido en esos últimos días; dejó atrás recuerdos de su infancia, sus padres, su pueblo, su gente, sus libros y sus sueños, sobre todo eso. Wajayland era más que su hogar, era parte importante de si misma y extrañará cada pedazo de tierra que la conformaba.

Por más que trató de convencer a Chris para que durmieran en habitaciones separadas este no accedió. Debían mantener una imagen como matrimonio y no perdería las comodidades de su habitación por los caprichos de una chiquilla, así la llamaba en sus pensamientos. Tenía que ajustarse a su nueva vida.

Greace se sentía fuera de lugar, excluida y de vez en cuando podía ver que su presencia molestaba en el barco. Salió a cubierta porque necesitaba encontrar una distracción, el perfume de agua salada inundó sus sentidos, y se permitió contemplar el horizonte por horas. Le relajaba escuchar el sonido de las olas, y cada cierto tiempo se inclinaba sobre la barandilla para presenciar más de cerca los peces que pasaban alrededor de la embarcación.

La primera noche en el barco fue todo un espanto, el frío era insoportable y Chris se rehusó a dormir en el suelo. No habían hablado en toda la tarde, Greace seguía sintiéndose insegura con su presencia y no estaba preparada para que durmieran juntos.

–Greace, prometo que no voy a tocarte, no es mi intención hacerte sentir incómoda, pero sé que no te quieres quedar viuda tan pronto, podría enfermarme y morir –dijo Chris en tono gracioso.

–Está bien, yo dormiré en el suelo para no sentirme culpable de tu muerte –contestó ella tratando de esbozar una sonrisa.

–Pero entonces el que se quedará viudo voy a ser yo, y me sentiré culpable por tu muerte. Mira, podemos dividir la cama con almohadas, así estarás más tranquila – propuso Chis, intentando encontrar alguna solución lógica.

–Vale – murmuró Greace no muy convencida. –Buenas noches –se despidió de su acompañante, pero no recibió respuesta.

Chris colocó el muro de almohadas en el centro de la cama y se deshizo de su camisa en un instante. No tardó mucho tiempo en dejarse vencer por el sueño y quedar profundamente dormido.

Para Greace fue imposible quedarse dormida, no dejaba de pensar en la posibilidad de que Chris se despertase y tratase de tocarla. No había confianza, no se conocían y tampoco hacían nada por conocerse, pero tenían que compartir habitación y para Greace fue invasivo, no se sentía a salvo en su propia cama, esa, no era forma de vivir para ella. Casi al amanecer logró conciliar el sueño y dejar a un lado sus preocupaciones.

Chris despertó temprano en la mañana y miró a su lado, más allá de las almohadas vio a Greace dormida, babeando como un bebé sobre las sábanas. Se detuvo a observarla con detenimiento por segunda vez. El día de su boda solo se había permitido mirarla a detalle antes del beso que sellara su casamiento, y le había parecido muy hermosa. Sin embargo esta mañana estaba incluso más bella. Su cabello castaño caía por su rostro, pero no impedía que precisara sus finas facciones, y aunque no podía ver sus ojos, sabía que eran de un color café muy oscuro, casi negros. Recordó la tristeza de su mirada, más de una vez la había visto secarse las lágrimas cuando creía que nadie la observaba y había escuchado algún que otro sollozo que se le escapaba antes de dormir. Greace había preferido comer sola en su habitación y él no puso objeción, pero esperaba que al llegar a Austroa no fuera así. Era linda sin dudas, pero no pretendía amarla. Su corazón le pertenecía y siempre le pertenecerá a Erika, la madre de sus hijos y antigua reina de Austroa. La mujer con la que se suponía pasaría el resto de su vida. Se sintió como un tonto al pensar de que ella era feliz con él, aún recuerda el día en que huyó con su amante El Rey Castro De Claw.

Christopher estaba decidido a destruir su reino y exigirle a Erika una explicación sobre su repentino abandono ¿por qué no le dijo que era infeliz si se tenían tanta confianza? Necesita verla, estaba loco por ella y no creé amar a nadie más.

Se levantó de la cama al poco rato para tomar un buen baño, y al terminar se dirigió a desayunar con sus hijos, pero no sin antes dejarle una nota a Greace...

Justo cuando el reloj marcó las tres de la tarde Greace despertó, miró a su alrededor y dadas las horas por supuesto que él no estaba allí, solo había una nota.

Sé que estás cansada, por eso no te he despertado. Puedes hacer lo que te plazca, si tienes hambre pide lo que quieras, ellos no te negaran nada, en la noche hablamos. CHRIS.

Greace decidió dejar la nota a un lado y se encaminó para tomar un baño relajante. El hambre la invadió y no pudo resistirse, ordenó a las sirvientas que le llevaran la cena a la habitación y comió en soledad, mientras leía uno de los libros que había logrado traer de su anterior reino. Luego de cubrir todas las necesidades de su cuerpo, Greace tomó la decisión de subir a cubierta para apreciar como el día anterior el horizonte y el hermoso cielo, pero su sorpresa llegó cuando vio a los tres niños jugando.

Greace los observó por unos minutos y por su cabeza le recorrió la idea de acercarse, después de meditarlo un poco se animó a hacerlo y preguntó.

–Hola, ¿puedo jugar con vosotros? –los niños intercambiaron miradas y juntos asintieron con la cabeza.

–¿A qué estaís jugando? –preguntó ella amable.

–A las adivinanzas y le toca a Fernando –respondió Ashley muy emocionada.

Greace juegó con los niños toda la tarde, ese cambio hizo que los empezara a ver de otra manera, no podía negar que se había divertido muchísimo con sus ocurrencias y logró olvidar sus penas por lo menos por unas horas.

Ya era tarde y Greace necesitaba un baño urgente, había sudado mucho corriendo tras los gemelos jugando a los escondidos, y Chris no tardaría en llegar a la habitación, por lo que prefería ducharse sabiendo que estaba totalmente sola en la recamara.

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