Perdido

Las malas noticias eran las primeras en llegar, Austroa había sido destruida. El palacio donde habitaba la familia real fue saqueado. Según la información que había llegado a manos de Adam que en aquel momento aún se encontraba en Claw; los dos príncipes y la princesa lograron huir acompañados de una sirvienta antes de que entraran a atacarlos y ahora se encontraban en un barco con destino a Wajayland.

Nadie sabía nada acerca del paradero de Christopher y todos temían lo peor. De Erika se corría el rumor que había sido asesinada, ya que una de las últimas órdenes de Castro había sido esa. Todo el tiempo la había utilizado para acabar con la vida de su hermano, era tan cruel que no le importo que estaba embarazada de su propio hijo.

El ejército de Castro ya debía de saber que su Rey había muerto y que ahora estaban en manos de otro gobernante.

El Rey Jorge III decidió quedarse en Claw con sus hombres, para recibir al ejército. Los demás tomaron la decisión de partir hacia Austroa para acudir al llamado de ayuda. Greace que no podía dejar de pensar en otra cosa que no fuera Chris, trató de calmarse e imaginó múltiples formas de las que este podía haberse librado de la muerte. Las lágrimas amenazaban con salir de sus ojos, pero ella las obliga a quedarse, si lloraba, estaría dando por hecho su muerte y a pesar de todo lo que había pasado entre ellos. Chris no merecía morir...

Su padre que la notó muy nerviosa, le sugierió que se marchase a Wajayland y recibiera a los pequeños príncipes. Greace aceptó, por alguna razón sintió alivio de no tener que ver en las condiciones que había quedado su anterior reino, y los niños la necesitaban más que nunca.

Después de tres días de viaje, decidieron separarse y tomar sus respectivos destinos. Ahora viajaba sola, con una escolta de menos de 20 caballeros y demorarían más de 10 días en llegar a su reino.

Diez días que serían los mismos que tardaría su padre, su cuñado y Adam en llegar a Austroa.

La falta de noticias la desesperaban, el miedo de no volverle a ver, la angustia que había en su corazón y la rabia de que sus vidas estuvieran tan divididas. Por primera vez desde que sucedieron las cosas, sintió pena por él, por dejarse engañar de muchas maneras y por perder lo poco que había logrado construir con ella.

Cuando se enfadó con Chris por romperle el corazón, deseaba no volverlo a ver nunca más y apartarlo de su vida. Sin embargo, no verle no significa que desapareciera de esta manera, porque él seguía siendo importante para ella.

Luego de varios días de viaje, logró llegar a Wajayland con los nervios a flor de piel, aún no habían encontrado a Christopher, pero los niños estaban sanos y salvos en el castillo.

–Greace, querida. –Su madre la recibió junto con los pequeños príncipes.

–¡Greace!– Antoine corrió hacia ella con lágrimas en los ojos y Fernando lo siguió para abrazarla.

–Hola...– La princesa no supo qué decirle a los gemelos, nadie estaba preparado para enfrentar este tipo de situaciones. Ashley se acercó a ellos y abrazó a Greace con fuerza.

–Papá... desapareció. – le dijo entre sollozos la niña.

–Lo sé, cariño.

–Él nos salvó, mamá nos quería llevar a Claw. –Greace no pudo evitar imaginarse el trágico final que hubieran tenido los niños si eso hubiera sucedido.

–Chicos, tienen que ser fuertes. –fueron las únicas palabras de consuelo que pudo regalarles.

Greace decidió irse a descansar, estos días habían sido mucho para todos.

Había pasado una semana desde que Greace había llegado a Wajayland, aquellos fueron días de absoluto silencio. Los niños no tenían deseos de jugar por más que Greace y La reina Lucia los animaban a que lo hicieran. Vivieron un luto sin siquiera darse cuenta, pero aquella mañana había llegado una carta de Austroa que les devolvió la alegría.

El Rey Conrad informaba que habían hallado a Christofer. Una familia a las afueras de Austroa lo había encontrado muy mal herido en el bosque y lo llevaron a su cabaña para cuidarlo. Lamentablemente las heridas eran graves y Chris demoraría meses en recuperarse del todo, por eso lo trasladarían a Wajayland, donde lo atenderían hasta que se recuperase por completo. El Rey Conrad desmentía las palabras de Castro, Chris había sido atacado por sus hombres y no por Erika.

–No sé qué le habrá dicho a tu padre para convencerlo de traerlo hasta aquí, pero Greace, si quieres escribo una carta para que eso no suceda ¿Te sientes bien sabiendo que se quedará por un tiempo? – Preguntó la Reina Lucia con preocupación.

–Está vivo, sus hijos están aquí, es lógico que le haya dicho a mi padre que quería estar cerca de ellos. Además, en este tipo de situaciones no le podemos negar la ayuda. –El corazón de Greace palpitaba rápidamente al pronunciar las primeras palabras –estaba vivo–

–Es cierto, pero no deja de enfadarme su comportamiento, no sé si podré siquiera dirigirle la palabra. Bastante estamos haciendo en recibirlo.–Refunfuñó la Reina.

–Madre, yo también estoy enfadada, pero eso no es lo importante ahora. Prométeme que serás amable.

–Lo haré por ti.

La espera de verlos llegar fue tanta que ni los niños, ni Greace pudieron pegar ojo la noche antes de que arribaran los reyes a Wajayland.

El recibimiento fue grato, pero ninguno pudo disimular la cara de espanto al ver al herido. Christopher tenía parches por todo el cuerpo, lucía muy pálido y estaba tumbado en una camilla de madera, cargada por cuatro guardias. Verlo de esta forma provocó en Greace todo lo contrario a un alivio, se veía tan débil y frágil. Tuvieron que subirlo a una de las habitaciones con mucho cuidado ya que dijo el doctor que sus heridas podían abrirse y provocarle un dolor insoportable.

Greace no se atrevió a entrar para hablarle, por más que quiso. Cada vez que se acercaba a su puerta tenía miedo de lo que se pudieran decir, y en su condición ella prefirió dejarlo descasar.

Esa misma noche los niños insistieron en visitarlo, luego de que les comunicaran que ya había despertado.

Llevaban más de dos horas encerrados en su habitación y Greace estaba perdiendo la paciencia, caminaba de un lado a otro por todo el pasillo. Le temblaban las piernas y el corazón le palpitaba con fuerza, quería saber cómo estaba.

La puerta se abrió y fue Ashley la primera en salir.

–Papá mejorará ¿verdad? –le preguntó la niña preocupada y Greace pudo ver el miedo reflejado en sus ojos.

–Esperemos que sí, cariño. ¿Pero se quejó de algo?– no pudo evitar alarmarse.

–No, pero se nota que le duele mucho. –Los otros dos niños salieron de la habitación y se acercaron a ellas.

–Greace, papá quiere hablar contigo. –Ella enrojeció al instante y pidió a los niños que fueran hasta su habitación, que en unos minutos estaría con ellos para leerles un cuento. Cuando los vio desaparecer por la puerta, caminó hasta su recámara y esperó un tiempo considerable para volver con los pequeños.

Y así fueron todas las noches en las que Chris estuvo en cama. Greace no lo visitó ni una sola vez, por más que él insistiera en que quería verla.

Sus padres no le cuestionaron su actitud, para ella era suficiente saber que estaba vivo, no veía la necesidad de hablar con él, porque sabía perfectamente lo que le esperaba.

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Tres meses pasaron para que Christopher comenzara a recuperar la movilidad de su cuerpo. Sus heridas aún no sanaban, pero no le dolían tanto como al principio. Se sentía perdido, ninguno de sus males se comparaba con el hecho de que a Greace no le importaba. Más que sus brazos o sus piernas, su corazón se destrozaba cada día que ella no aparecía ni para saludar.

Aquella tarde se sentía mucho mejor, tanto que se atrevió a caminar más allá de dónde había llegado antes.

Apoyándose en las paredes y tomando pequeñas bocanadas de aire cada minuto, decidió emprender su camino en busca de Greace. Por desgracia no se encontraba en su habitación, así que decidió seguir avanzando hasta el gran balcón.

Caminar hasta allí no fue buena idea, estaba sudando de cansancio y le costaba respirar. Se tumbó en el suelo con cuidado y observó las montañas heladas a lo lejos.

Extrañaba su voz, su sonrisa, su mal carácter y sus ocurrencias. Su vida juntos y sus reclamos. Lo extrañaba todo de ella. Aquella que ocupaba sus pensamientos le interrumpió y la preocupación que sintió en sus palabras le devolvieron la esperanza.

–¿Estás bien ? ¿Tuviste una caída?– Greace, se notaba nerviosa y por un momento creyó que Chris había sufrido otro accidente.

–Estoy bien –la voz de Chris era dulce y su mirada era de niño ilusionado.

–Oh, me marcho entonces. –La princesa dio media vuelta, pero antes de que desapareciera de su campo de visión Chris preguntó.

–¿Podemos hablar?

Greace había tratado de huir de ese momento por mucho tiempo, ya era hora de que se sentasen a conversar. Ella se acercó nuevamente y se acomodó en el suelo frente a él.

–Lo siento... por todo Greace, por ser tan tonto, por dejarte ir, por no valorarte, por no decidirme, lo siento por todo, espero que puedas perdonarme. –Christopher trató de besar su mano, pero Greace la apartó con suavidad. –Es lógico que no quieras verme, yo tampoco querría en tu lugar, pero Greace yo te amo.

Sus sinceras declaraciones no provocaron más que un simple revuelo en el corazón de la princesa. Mirándolo a los ojos y segura de lo que estaba apunto de hacer, Greace tomó aire y le confesó.

–He tenido mucho tiempo para pensar, y no quiero pasar por lo mismo otra vez...

—Eso no va volver a suceder, te lo prometo. –la interrumpió Chris y ella negó con la cabeza.

–Eso no lo sabes, y yo prefiero estar sola. –Chris no pudo evitar que sus palabras lastimaran su corazón.

La princesa se levantó con cuidado, pero él la agarró del brazo desesperado. Con lágrimas en los ojos, le rogó.

–Dame una oportunidad, te amaré por siempre...

–Lo siento... no quiero verte así, yo también te amaré, pero ya no soy feliz contigo.– Greace acarició con su mano el rostro de Chris y le secó sus lágrimas, se despidió de él con un beso en la frente y lo dejó solo, en el suelo del balcón.

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