II

Quiero decir, ¿Por qué yo?


Como escritor muchas veces me pregunte que pasaba por la cabeza de gente desconocida, y también lo hice porque una persona curiosa y silenciosa como yo jamás se quedaba callada en su mente, más de una vez me imagine historias en mi cabeza para matar el tiempo, y pronto —quizá ocho o nueve años— descubrí que beneficio y que consecuencia podían traerme ser un Cambiante.

Nací con los ojos rojos, no como mi hermano, no como mis papás, rojos y todos pensaron que podría ser una bendición del señor, algunos más una desgracia. ¿Cómo podría cumplir yo todas sus expectativas? Imposible, esperaron demasiado de mí y de Allan. Jamás dijimos que seriamos unos prodigios y mucho menos que yo, como Cambiante, utilizaría mi Cambio para hacerles la vida más fácil. En su lugar, creo que los decepcione.

Nadie pensó que me tocaría un Cambio tan fuerte, nadie creyó que la primera vez que me caería de los patines, no lloraría y solo observaría mi sangre correr por mis rodillas. Todos pensaron que podría tener un problema, pero solo se trataba del Cambio, aquella cosa que me hacía especial. Porque para todo hay un Cambio.

Si tengo algo que el resto del mundo no, tengo que dejar ir algo que todo el mundo tiene.

Así es como funciona una de las reglas de los Cambiantes. La otra, es que nacemos con los ojos rojos.

De niño, me mintieron más de una vez y más de una vez dije la verdad sin creer que eso causaría problemas. La primera vez que mi Cambio se presentó, fue a los ocho años, cuando mi padre dijo que iría al doctor y que por eso no podía llevarme. En ese entonces, algo repiqueteo contra mi cabeza, como un pájaro queriendo salir de su jaula desesperadamente y yo lo dejé salir; pude ver con una lucidez digna de un dios los pensamientos de mi papá, todos ellos apareciendo frente a mis ojos, entrelazados, imágenes sólidas y otras evaporándose como burbujas.

No estaba listo para tanta información, ni de asomo y mi cuerpo reaccionó desmayándose.

Lo primero que supe al despertar es que toda la familia estaba reunida para celebrar que mi Cambio era un milagro del señor, que yo era un prodigio por tener algo así conmigo. Pero yo estaba demasiado chico para entender lo que los adultos pretendían hacer conmigo y aunque no me costo entenderlo, fue mejor alejarme de ellos.

El primer problema que note, fue que todo mundo parecía temerme en cuanto se enteraban de mi Cambio, como si todos tuvieran mentiras atoradas en la tráquea y su mente estuviera tan podrida que no pudieran describirla sin vomitar mariposas muertas. Uno a uno fue alejándose de mí, hasta que me quede solo y la única compañía que no me temía era mi perro y los libros.

Incluso mis padres temían de mí, siempre estaban repitiendo que mi Cambio solo debía ser usado en caso de emergencia, que por ningún motivo se me ocurriera activarlo en presencia del resto de mi familia, que no lo hiciera con mis amigos, que nadie debía enterarse del poder que llevaba. Nadie. Nunca. En ningún momento. Todo era tan opresivo, tan demasiado, tanto que me reprimí la mayor parte de mi vida, me hicieron ver mi Cambio como algo malo que podía afectar a la sociedad.

Allan, fue el único con la capacidad y el raciocinio de decirme que, si quería ser escritor, lo mejor sería ponerme a leer mentes ajenas, que escogiera mis favoritas y las plasmara en el papel. Por fin, alguna utilidad para mi Cambio.

Quizá esa fue la única utilidad que le encontré durante años, y tal vez por ello me convertí en el recipiente de miles de cabezas en cuestión de días, tantas que terminé por tener un colapso mental y caer en cama por meses hasta que me recupere por completo, sintiendo que mi mente tal vez no podía procesar la vida de muchas personas al mismo tiempo, volví a aislarme, trate de encontrar un equilibrio y solo leer las mentes más prodigiosas, aquellas que pudieran aportarme más.

Aun no olvido el rostro de Allan en el hospital, lamentándose por haberme dado esa libertad en lugar de seguir las rígidas reglas de mis padres de no utilizar mi Cambio para absolutamente nada a menos que me encontrara en un riesgo brutal. Por eso, Allan también se puso del lado de mis padres, y entre los tres me presionaron tanto, aplastaron cada una de mis esperanzas, que a mí solo me quedó de consuelo los libros y el silencio perpetuo de mi mente.

Afortunadamente eso no me duró mucho, pues mi obstinada mente se negó a ponerle candado a mi Cambio, y en cambio le dio rienda suelta siempre y cuando respetara ciertos limites para no alertar a mis padres ni a Allan, dentro de esos límites estaba el no revelar las mentiras que mis padres se dijeran unos a otros, así que yo me quedaba con sus asquerosas blasfemias y sus infidelidades en mi boca, cosa que probablemente me trajera problemas por lo que me dedique a escribir un diario acerca de todas las cosas que mi cabeza llegaba a saber.

Un diario que conservo hasta la actualidad.

Lo recogí del suelo, luego de que se me cayera junto con el resto de mis libretas y mis agendas. Lo hojeé con cuidado y lo volví a dejar en su lugar con un suspiro, tenía más de un mes que no escribía en él. Me alejé de mi escritorio y contemplé la ventana.

De noche, un cielo iluminado por las luces blancas de la ciudad. Cardenal siempre fue una ciudad muy poblada, o al menos así es como tengo entendido desde los libros de historia que me inculcaron desde chico. Me causo cierto conflicto desde niño, tener que vivir en una ciudad tan movida como esta, había días donde prefería esconderme debajo de mis sabanas para no escuchar nada y perderme de los acontecimientos del día.

Desde que mi familia supo de mi Cambio, no había día donde no me hostigaran hasta el cansancio con preguntas, tratando de entender el mecanismo como si de un juguete se tratase. Su avaricia de conocimiento me inclinó a la misma. Desde que Allan dijo que tal vez y solo tal vez pudiera usar mi Cambio para mis escritos, mi alma se lleno del poder para poder entender como funcionaba la mente del resto, quería saber tanto, creyendo que en cualquier momento me descubrían, estaba sin duda, perdiendo el tiempo y abarrotando mi cabeza con conocimiento inútil.

Me costo mucho comprenderlo, y fue entonces, después de saber tanta porquería humana que deje el conocimiento de lado y en su lugar gano una aversión por la mente humana y la sociedad en general. Ya no quería saber nada, de nadie, porque me daba asco y pavor tener que encontrarme con tanta mierda humana. Temí que pudiera perderme a mi mismo.

Por eso, mi lectura de mentes se volvió cada vez más selectiva.

Sería como escoger tres luces de entre tantas iguales, pero ¿Cómo? Todavía no lo descifro, no es como si pudiera escoger tres luces al azar y estas fueran las mejores del montón. Por eso es difícil y mejor me lo reservo.

Bostecé, llevándome la mano al largo cabello, me lo até en una coleta alta y me abrigué para salir a caminar.

Allan y yo tenemos cierto parecido. Ambos tenemos el mismo color de cabello y unas cejas similares, pero el cabello de mi hermano es corto y el mío largo, además, mis rasgos son redondos y los de Allan afilados y finos, dándole un aspecto atrevido. Por mi parte, parecería que siempre tengo sueño y estoy cansado de la vida, cosa que es así durante algunos días.

Tomé mi celular y el elevador para perderme entre la poca oscuridad que una ciudad como esta tenía para ofrecerme. Llevaba mis audífonos y la música sonando como acompañante nocturno, quizá así encontrara algo de inspiración para plasmarla en mi manuscrito.

Mientras más me alejaba de las calles concurridas y me metía entre callejones de dudosa seguridad, más era mi temor de encontrarme con mi falta de imaginación, ¿Qué necesitaba entonces? ¿Un cambio de ambiente muy drástico? Me tiré de los cabellos con frustración y con ello vino un momento de revelación, mi vocecita interior gritando que tomara un taxi y me fuera hasta la punta de ciudad a ver que encontraba; y como no, la desesperación me hizo hacerle caso, por lo que, apenas vi el primer taxi lo pare y le indique la dirección más lejana que encontré entre mi cabeza.

Bajé con una sonrisa que denotaba esperanza, dispuesto a encontrar algo para entretenerme. Al final, la dirección más lejana que encontré fue la de un bar restaurante donde trabaje cuando tenía dieciocho, quizá aun estuviera el barman que trabajaba conmigo, fuere como fuere, no iba a desperdiciar el estar allí. Fui directo por una copa.

Muy a pesar de ser un restaurante, se le conocía más por ser un bar donde gente problemática se reunía para hacer sus bisnes, entonces, como restaurante no tenía mucha fama y menos por el lugar donde se encontraba.

Entre las calles, se abría un callejón sin salida, pavimentado con un cubo de basura como su único adorno. Más allá, hasta el fondo, se abría un letrero colgante y brilloso declarando el nombre del bar en grande y dándole la bienvenida a los forasteros, la puerta siempre se encontraba abierta al público —excepto los días de lluvia— dando luz al cerrado y monótono callejón, solo de esa manera uno se podía enterar que allí había algo.

Normalmente a los transeúntes apresurados no les interesa en lo más mínimo lo que pueda suceder en un callejón, pero eso no significaba que no tuviéramos clientela, al contrario, a veces nos faltaban sillas.

Me apresure por el frío que estaba calando esa noche, en año nuevo no debe haber mucha gente, pero para quien vive su vida al día, año nuevo no significa nada y los días posteriores son solo un andar de la rutina. Apreté mi abrigo contra el pecho y me cubrí más con el gorro, intentando que la ventisca no se llevara mi gorra o enredara mi cabello, la puerta de cristal sonó a mi llegar.

El barmar levantó la cabeza de las copas que limpiaba con tranquilidad y sonrió al verme, bajó las copas y me llamó con la mano. No volteé a mi alrededor porque no quería borrar la antigua memoria del bar con una nueva, tal vez cuando me fuera le diera una ojeada. Por supuesto, Astrio seguía vistiendo con ropa ceñida de acuerdo al uniforme y llevaba su cabello agarrado en una media cola. Siempre me ha gustado su cabello, lacio y del color de las cenizas, antes lo llevaba por debajo del hombro, ahora lo lleva arriba del hombro.

Astrio alargó su sonrisa y sin tener que preguntármelo me sirvió mi bebida favorita, no alcohol porque soy intolerante y a la primera copa me pongo mal. Deslizó la bebida rosa por la barra con sus musculosos y tatuados brazos. Antes de que nos conociéramos, Astrio ya era así, musculoso ¿Y como no? Con todo el alboroto que viví en los cortos dos años de trabajo, estaba claro que alguien tenía que parar todas esas peleas. Y si no era yo, era él. Ahora que solo esta él, supongo que se las ve más difíciles o tal vez no, con esos tremendos brazos. Quien sabe.

—¿Cómo has estado? —Él se recargó en la barra y la madera crujió—. Se te extraña.

Yo intenté dar mi mejor muestra de una sonrisa y mientras bebía lo miré a los ojos. A veces, me daban ganas de intentar leer su mente, pero debo admitir que probablemente no me traiga nada bueno y mejor me abstengo.

—Sabes que Allan no me deja salir —respondí, aunque fuera una verdad y una mentira a medias.

Es cierto que por una parte Allan no me deja salir, pero Allan no es mi papá y no puede controlarme, solo me advierte y es mi decisión si hago caso o no. Desde que el pintor apareció en Cardenal abriendo con broche de oro luego de haber asesinado a uno de los ejecutivos más importantes de aquí —así como un corrupto y estafador—. Prácticamente lo dejo colgando de una silla con una soga atada desde el techo del Palacio Nacional, la cabeza le colgaba de un finito hilo de piel mientras en sus manos sostenía un bote de pintura y en el otro un pincel. Debajo de él, se presentaba la verdadera razón por la que le llaman el pintor y es que, dibuja con la sangre de sus víctimas.

Mi hermano aun se pregunta como es que le sobra tanto tiempo para hacer esas cosas, además de hacerlas pinturas le quedan divinas. Mucho no se sabe de como lo hace, lo único que se tiene en claro es que usa alguna especie de artefacto para dejar a sus victimas secas de sangre. Por lo que se ve en las autopsias, todo se trata de finísimas agujas incrustadas en todo el cuerpo. Su grosor no es ni siquiera de un milímetro.

Es cierto que están en situaciones muy raras, pero yo le he argumentado a Allan que no me va a pasar nada porque el pintor solo asesina a gente importante que cometió algún crimen. ¿En que le voy a interesar yo, un escritor de veinticuatro años? En nada, mi mayor preocupación deber ser que me asalten o algo por el estilo.

Astrio me saca platica en seguida, de los dos, él es el más hablador. Yo respondo sus preguntas con seriedad, incluso si se trata de un amigo, a veces es difícil moldearme y mucho más, abrirme a la gente. Entonces, cortando el hilo de mis pensamientos se escucha un estruendo. Mi amigo de cabello ceniza se endereza y parece estar preparado para saltar la barra y detener lo que sea que se presenta detrás de mí. Giro con cautela, lo primero que capta mi atención es el individuo de cabello blanco que parece estar a punto de lanzarse contra otro hombre, hay gente apilada a su alrededor.

El otro hombre parece decidido a meter el primer puñetazo y así lo hace. El de cabello blanco se agacha y aprovecha para estirar la pierna y barrer al otro. El hombre gordo cae y se retuerce para levantarse, entonces el otro se inclina y entierra sus uñas en el cuello mientras que con la otra mano toma la cabeza y la azota contra el suelo. Sangre sale expulsada lo que provoca mi sorpresa y la del resto del público, pensé que al ser un piso de madera no podía sacar tanta sangre además de que, el golpe ni siquiera fue tan fuerte, a menos que...

Entonces, el de cabello blanco se levanta y se echa el cabello para atrás revelando el rostro femenino y unos salvajes ojos verde selva. Me irgo en mi lugar casi de inmediato sintiéndome atraído por su presencia rebelde, es la mujer del café, no puede ser una coincidencia que nos encontremos dos veces en dos lugares distintos en una de las ciudades más grandes del país. Estoy a punto de hablarle cuando Astrio salta la barra y le sonríe a la mujer.

—No te cansas de dar espectáculos —oigo que susurra a la par que toma al hombre gordo por lo hombros y lo arrastra a la parte trasera de la barra para llevarlo al fondo y mojarle la cara para que se despierte. Astrio le cobrara y le pedirá que se retire, es lo que siempre hacemos.

Si es que no esta muerto, no puede estar muerto, creo.

—Oye tú- —me calló al ver que estoy hablando solo con es espacio vacío que su presencia dejo. Suelto un resoplido, miró la mesa en donde creo que estaban, ahora solo hay cartas por la mesa y gente reunida alrededor de ella. Parece que estaban apostando o algo y terminaron en una pelea.

Pero por lo que dijo Astrio esto puede ser normal... y debería estar asustado de que así sea. Quiero decir, cuando empecé a trabajar aquí no era un lugar taaaan caótico, la sangre no es algo que se vea todos los días. Y tomando en cuenta la actitud de la mujer y como casi parecía preparada para golpear, parece una rutina o algo, que extraño.

Cuando quiero reaccionar y seguir la conversación que deje pendiente con Astrio, el veinte me cae como agua fría, es probable que el papel sea de ella, porque era la única persona que estaba con nosotros en la barra. Apenas lo razono, azotó el dinero contra la mesa y salgo como alma que lleva el diablo. Miro al frente a ver si esta y como no, corro más. Llego a la salida del callejón, volteo tan rápido que mi cuello se tuerce y entonces la veo en la esquina, o lo que parece ser ella. Una sombra medio salida de la esquina de un edifico, la larga gabardina le cuelga hasta las rodillas, se abre a la mitad y sus dos partes largas ondean con el aire. Sé que es ella por el cabello, cuando se lo ata logro ver el resplandor platinado que emite.

Corro y le grito, pero ella ni siquiera voltea la mirada, al contrario, se despega de la pared y emprende camino a la otra banqueta. Nunca tuve una buena condición física y nadie esperaba nada de mí por mi delgadez pero, hay una cosa del que no todo el mundo esta consciente. Los Cambiantes no nacemos solo con el Cambio y los ojos rojos, todos y cuando digo todos, es porque son todos, todos los Cambiantes nacemos con habilidades físicas más desarrolladas que las del resto, podemos correr más rápido, golpear más fuerte, oír mejor, ver mejor, es difícil perforar nuestra piel y dejarnos moretones. Estamos un escalón más evolucionados que el resto del ser humanos y conformamos el veinte por ciento de la población así que es raro encontrar varios Cambiantes reunidos.

Me dirijo a toda velocidad a al menos interceptar su gabardina cuando siento una presión en mis piernas, no en mi cabeza, en mis piernas, algo me derriba con una intensidad superior, mis rodillas flaquean y mis tobillos gritan de dolor. Antes de que pueda dirigir la mirada a quien me golpeo y defenderme, una mano enorme toma mi cola de caballo y azota mi cabeza contra el pavimento. Siento las pequeñas piedritas y basuras del suelo estrellarse contra mi cara y hundirse en mi cara, es probable que quede un moretón.

Aquella persona se sienta sobre mi espalda y aspiró un olor a tabaco antes de que me golpeen la cabeza y todo se vuelva negro. Demonios. 



Holaaaa, solo para avisar que no he estado bien estos días así que tomare un descanso o algo así. Tomen agua y cuídense. Les amo y son la razón de mi felicidad.

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