I

Cambiante


Una cosa. Era lo más extraordinario y lo más oculto que tenía, que permanecía como un segundo corazón palpitante dentro de mi pecho. La misma, que resultaba tan peligrosa y letal como la hoja de una daga o la mente de un genio.

Yo, por mi parte, no entendí que tan malo o bueno era tenerla hasta la edad de quince años, cuando me enfrenté a mis primeros problemas que llevarla conllevaba. Así que, en pocas palabras, era una maldición muy útil. Al menos, para el oficio que llevaba. Escritor.

No supe darle mejor utilidad a mi cambio que no fuera ayudarme a escribir, a crear los mejores y más humanos personajes con los que mis lectores se sintieron identificados hasta la medula. Yo, una vez más, me sentía maldecido y bendecido al mismo tiempo. Me sentía tan atraído por la avaricia de querer saberlo todo que pronto me encontré con el sentimiento de repulsión hacia la raza humana y lo que sus estúpidas mentes podían contener, todo esto siendo no más que un mecanismo de defensa para no caer en la locura.

Y luego, me di cuenta de que existían una infinidad como yo.

Por eso, permanecí con un perfil bajo hasta que mis libros se alzaron a la fama y con ello, me llevaron a mí. Todo, como siempre, impulsando una cosa a sacar otra.

—¿Lucian?

Parpadeé, luchando por salir de mis pensamientos. Finalmente me encontré con la cara de mi amiga, que acaba de llegar a ese sencillo y tranquilo sendero a las afueras de mi edificio. La estaba esperando en esa fría y por decir poco, lúgubre mañana. Sin duda, los días de invierno y reciente año nuevo, eran los mejores para salir a caminar sin molestias.

Probablemente lo anotaría en mi cuaderno mental.

—Hola —respondí al darme cuenta de que ella llevaba parada varios segundos esperándome. También me levante—. ¿Cómo estás? ¿Cómo esta Allan?

—Ah —Ella suspiró—, lleno de trabajo como siempre. Yo estoy bien, ¿Y tú?

—Estoy bloqueado —puntualice, poniendo mi pesar en mi voz—. No he podido escribir nada. Creo que viajare.

—Allan también lo hará —dijo ella de repente, como si acabara de recordarlo, cosa que muy probablemente era así, conociendo lo despistada que era—. Dijo que si quieres ir.

—¿A dónde va?

—Aelab.

—¿Aelab? —repetí con genuino interés, como un niño pronunciando el nombre de su nuevo juguete—. ¿Y eso donde queda?

Victoria se encogió de hombros, a la par que su largo cabello negro se movía con el viento. Era de esperarse que ella no supiera la locación, o que, en dado caso, el descuidado de mi hermano no le hubiera dicho, porque por supuesto, así es como es Allan. De todos modos, mi curiosidad no era tanta como para intentar extirparle más jugo a la cabecita de Victoria; más tarde, me concentraría en investigar y ver si me convenia salir.

En ese momento no lo note, pero Victoria tenía pinta de que acababa de pelearse con Allan; cosa muy poco común entre ellos dos, ambos de carácter dócil y afable. Estuve planteándome si debía preguntar o no, pero decidí no hacerlo, no necesito meterme en sus problemas de pareja y, además, que pereza. Victoria no es lo suficientemente amiga mía como para involucrarme en su vida.

Prolongamos tanto nuestro andar que pronto terminamos el sendero del parque. No podía decir que se trataba de mi parque favorito, pues de lejos, era demasiado concurrido para mi gusto, quizás esa mañana no, por el frío y porque se trataba de un domingo muy triste donde uno prefería estar encerrado en la comodidad de su cama con una taza de chocolate bien caliente, justo como yo.

Pero por desgracia estaba allí, compartiendo un armonioso silencio con la novia de Allan.

—¿Cómo estas con tu sueño? Me dijiste que no podías dormir.

—Ah —suspiré—. Estoy tomando pastillas —me limite a responder.

Prefiero escuchar antes que hablar, pero definitivamente prefiero que me pregunten acerca de mí antes que tener que enterarme de toda la vida de una persona cuando ni siquiera le he pedido su opinión.

—¡Vamos por algo de tomar! —Victoria brincó y me señaló un cartelón donde se anunciaba un nuevo tipo de bebida de algún lugar para desayunar. Como yo no lo había hecho, accedí.

Terminamos yendo por su camioneta y montándonos en ella, mientras Victoria me platicaba sobre la operación de su perro y que probablemente adoptaría más pajaritos. Todavía me pregunto como hace Allan para tenerle tanta paciencia a esta mujer que habla hasta por los codos. Una vez que encuentra tema de conversación, no hay quien la calle.

Yo, por mi parte, me limite a escucharla y darle leves exclamaciones que la hacían sentir segura para seguir con su relato, mientras mi mente viajaba a los lugares más inhóspitos de mi imaginación para sacar algo de inspiración, pero nada, todo vacío y usado. Su conversación, por otro lado, de mucho no me servía.

—Oh, por cierto —me dijo—, imprimí unas fotos. Quiero que las veas.

Asentí, curioso —por primera vez—, de lo que pudiera mostrarme. A lo mejor de esto, sacaba algo que pudiera interesarme.

En un semáforo, ella se estiró al asiento de atrás y me dio un sobre bolsa amarillo. Yo lo iba a abrir, pero me detuvo alegando que las quería ver junto conmigo, porque ella tampoco sabía como habían salido. Cerré el sobre y esperé a que bajáramos.

Cuando lo hicimos, lo primero que hice fue buscar un lugar y refugiarme en el calor que el establecimiento nos ofrecía. Victoria me guio hasta la barra, donde una mujer ocupaba el asiento de en medio, dejándonos a nosotros dos posibilidades para tomar asiento. Victoria me arrastró al asiento contiguo al de la pared. Intente no ser grosero y darle la espalda a la mujer, pero fue imposible a la hora de hablar con Victoria.

Ella pidió su orden tan rápido que tuvo que volverla a repetir, luego el barista paso a mí, que pedí algo caliente.

—Pásamelo.

Le tendí el sobre, que agarró con fuerza, como si temería que se lo fuera a robar y al mismo tiempo, lo abrió con cuidadosa calma. Contemple las fotos arrojadas a la barra, la primera que mi ojo capto fue la de una piel tostada por el sol, rodeando unas pequeñas y enchinadas pestañas; a si mismo, enmarcando un ojo con un iris tan rojo como la sangre. No un rojo oscuro, no, se trataba de algo tan vivido y brillante que cualquiera lo catalogaría de pupilentes.

Solo que, no lo eran.

Se trataba de mi ojo y también, de la única muestra física que alguien obtendría como argumento a la hora de llamarme Cambiante.

Tome la fotografía y la examine con cuidado, fijándome en cada uno de los surcos y tonos de mi piel, siendo —no por presumir— tan bella como veía. A veces no podía creerme las maravillas que la cámara de Victoria puede hacer sobre las cosas. ¡Es que de solo mirarlo cualquiera quedaría enamorado!

—¿Te gusta? —preguntó ella, alzando la vista para mirarme. La emoción de sus ojos y los nervios de su voz la hacían lucir aun más enérgica de lo que ya era.

—Sí, quedo preciosa —Se la extendí para que la viera, ella le echo una mirada rápida y luego paso a las siguientes y haci hasta que estuvo satisfecha visualmente.

Yo no estaba tan seguro de que la foto me agradara, y no porque Victoria fuera mala fotógrafa, sino porque se trataba de mi ojo y también de la marca permanente que me clasificaba como uno más de la calaña. Yo no estaba seguro de querer esa fotografía, ni de querer recordarla. Y sin embargó, le dije que estaba preciosa para hacerla feliz. Victoria es de las que se pone feliz con facilidad, incluso con el detalle más mínimo. Ella podría apreciarlo hasta la muerte, supongo que esa era una de las cosas en las que Allan se había fijado. Aunque debo admitir que Victoria fue quien tuvo la iniciativa.

—Déjatelas —terminó por decir luego de verlas por segunda vez—. Tengo una copia igual en casa, solo que no las había abierto y estaba emocionada.

Dudé en aceptar, no quería llevarme su trabajo a casa ni mucho menos tomar posesión de él, pero lo cierto, es que casi todas las fotos eran de mí. Partes de mi cuerpo, mi ojo, la línea de mi clavicular, mi espalda. Por supuesto que, no estaba muy de acuerdo con que ella y mi hermano tuvieran las partes de mi cuerpo pegadas en la entrada de su casa.

De las pocas veces que visité su hogar, en todas me encontré con la pared de la escalera topada de fotos que Victoria había tomado, sorprendiéndome con cada una de ellas por lo perfectas y bellas que eran todas. Increíbles ángulos y una cercanía tan pura que dejaba hipnotizado a cualquiera. No eran mi tipo de fotografía, por lo menos no a las que me detendría a observar si me llamaran la atención, más bien serían las que pasaría de largo de no ser porque se tratan de las fotos de mi cuñada.

—Esta bien —me limité a responder y dejé el sobre a un lado.

Nuestra conversación se alargó apenas sin darme cuenta, sinceramente, necesitaba todo eso. Ambos teníamos semanas ajetreadas, y necesitábamos tiempo para relajarnos y vernos, aun siendo la novia y futura prometida de Allan, yo conocí primero a Victoria y no deja de ser mi amiga.

Nos devolvimos en su auto, me dejo afuera de mi edificio, yo le agradecí otra vez por las fotos y ella siguió diciéndome que no era nada. Subí a mi piso, aquel departamento con balcón tan sencillo y tan reconfortante al mismo tiempo. Las cortinas negras que bailaban al compás del viento. Ese día no se sentía como algo diferente, y algo dentro de mi se alegro de que la rutina no se viera afectada por una salida casual de amigos.

Me senté frente a mi computadora, agarré las fotos y las examiné con cuidado y con mucha más tranquilidad que en el café. Es mejor hacer las cosas solo, siempre he pensado lo mismo. De nuevo, me detuve más tiempo en la de mi ojo. Suspiré con pesar, no me molesta la marca, pero me gustaría que no existiera, al menos me ahorraría mucho dinero.

Agarré la mayor inspiración que me salió y la plasmé en mi laptop mientras echaba algunas miradas a mi escaleta y emborronaba algunas partes para agregar otras. Algunas escenas pasaron por mi mente y me dieron ganas de agregarlas, pero me abstuve, mi meta se trataba de un libro no demasiado largo.

Pasé las hojas de mi libreta, recordándome a mi mismo la trama y los personajes, así como el final —para el cual aun me faltaba—. Miré las fotos, tentado a tomarlas de nuevo y distraerme, cosa que hice, sucumbiendo a la pereza. En ese momento, me di cuenta de que otro papel parecía estar debajo de ellas.

Lo jalé antes de pensar y lo leí con rapidez, más para matar el tiempo que por otra cosa. No se trataba si no de un documento en algún idioma extranjero, donde se detallaba —a mi parecer—, el perfil de alguien. Por la foto, se trataba de un individuo de largo cabello blanco, de una piel tan pálida que sus venas se podían apreciar si uno miraba por mucho tiempo un lugar fijo, y por supuesto, los ojos tan rojos, que aparte la mirada apenas los tuve enfrente.

La impresión fue tal, que volteé la hoja. La foto no solo parecía estar sonriéndome, también burlándose de mí. Con sus facciones alzadas y finas como las de un gato, la sonrisa prominente y de grandes colmillos me dejaba cegado y sintiéndome como un tonto.

Pero lo más importante de todo.

¿De quien demonios era esa hoja?

Mia, claramente no. Yo ni siquiera hablo más de dos idiomas.

Es probable que a Victoria se le haya venido entre las fotos o algo por el estilo, incluso puede ser un documento de Allan, algo que sea de vital importancia y yo lo tenía en mi bendito escritorio. Para ahorrarme problemas, cogí el teléfono y le marqué a Victoria, esperanzado en que se tratara de un papel suyo.

—Vic —dije—. ¿No es tuyo un papel con la foto de un muchacho de cabello blanco?

—Eh... no —respondió al toque, sonando tan desconcertada como se podía estar. Me pase una mano por el largo cabello.

Como esto sea de alguien más me voy a meter en problemas, y a mí no me gustan los problemas.

—¿Ni de Allan?

—Nop.

Me lleve una mano a la cara con enfado, tratando de ubicar a quien podía pertenecer esa hoja, pero sinceramente, lo mejor que se me podía ocurrir era que me estaba muriendo por bañarme y dormir en vez de buscar la solución a ese problema. Colgué sin darle mayor explicación a Victoria.

Tarde tan solo lo que se tarda la tina en llenar, para poder meterme en el baño, suspirando de alivio ante lo caliente del agua. Incluso así, mi cabeza quedo un poco arriba del agua, no es que midiera mucho. Lo cierto es que mi altura me proporciono ventaja desde chico, sobre todo a la hora de meterme en peleas.

Nadie jamás pensó que yo, con mi actitud seria y distante, fuera el primero en meterse en peleas a la hora del receso; puedo tener la cara de santo y no serlo. La primera razón por la que me metí en peleas, fue por Allan, él era tan dejado que a mí no me quedaba de otra que lanzar el primer puñetazo al que le pusiera un dedo encima. Toda mi vida escolar estuvo plagada de problemas.

La segunda —y ultima— razón por la que me metía en peleas, fue por mi carácter.

Todo conllevo a que me la pasara más horas en detención que en clases, tanto que muy dudosamente hubiera terminado la escuela de no ser porque estoy seguro, de que no me aguantaban otro año más.

Por supuesto, luego de eso, debería de dejar las peleas, porque en la universidad me esperaba un futuro tan intenso y nuevo, que pronto debía olvidar las peleas y todos esos asuntos, porque allá nadie me iba a prestar la atención que me prestarían en otros lados. Solo que, yo no entre a la universidad.

Llevándose mi sueño junto con una neblina tormentosa, la alarma me llevo lejos de mi preciada ensoñación. Pero decidí que ese lunes no había nada más importante que un sueño de reparación, y que mi libro, así como mi ropa sucia podía esperar. Me llevó dos horas despertar con la llamada de Victoria, solté varias exclamaciones antes de contestar de mala gana.

—¡Buenos días! —gritó y casi la pude ver saltando frente a mis ojos con su sonrisa y su positivismo por encima de todas las cosas—. Que gusto llamarte.

—Victoria... nos vimos ayer —suspiré al tiempo que me levantaba de la cama e iba al baño para lavarme la cara y enfrentar el jodido lunes.

—No es lo mismo vernos que hablar por teléfono —defendió ella y la escuché caminar de un lado a otro—. ¿Cómo estás?

—¿Cómo crees que estoy?

—¿Bien?

—Naturalmente —respondí, dejándola en alta voz y preparado para escucharla hablar, aunque ya sabía lo que tenía para decirme.

—¿Vas a venir a cenar? —dijo y yo ya lo sabía—. También puedes traer la hoja para que la vea Allan.

—Está bien —accedí y ella se alegró como lo hacía cada lunes por la mañana cuando aceptaba ir a su casa. Luego me contó lo feliz que estaba de que su perro se mejorara y que pronto iba a cruzarlo, por si quería dejarme alguno, a sabiendas de que no permiten animales en el edificio en donde vivo y que, no me gustan los animales.

Al menos no los perros.

Me arreglé lo más decentemente que mi pereza me permitió, así como peiné mi cabello. Me di unas cuantas miradas al espejo, para cuidar que mi aspecto estuviera en su lugar. El cabello me caía lacio sobre mi abrigo chocolate, y mis ojos rojos brillaban como la luna roja, mis hebras color chocolate se perdían con mi abrigo y mi tez relucía casi de porcelana ante el atuendo tan oscuro que portaba. Unas buenas ojeras opacaban mi —de por si—, apagado rostro. Me llevé una mano al cabello y me hice una sencilla coleta.

Luego, busqué mis lunas en mi mochila y me las puse, tapándome así la única marca que me llamaba Cambiante. Encontré mi mirada verdosa en el espejo, y sonreí. Me gustaba mil veces más que los tonos rojos de mis ojos, prefiero el verde antes que otra cosa.

Las lunas fueron diseñadas por Cambiantes para Cambiantes, eran similares a los pupilentes, con la ligera variación de que podías vivir prácticamente con ellos y ocultar para siempre el rojo de un Cambiante. Y, sin embargo, a mí todavía me cuenta aprender a llevarlos todos los días y no sentirme como un rarito en la sociedad. Sé que no soy el único rarito, pero de todas las amistades que tengo, yo soy el único Cambiante.

Tomé mi auto y fui hasta la casa de Allan.

Victoria me recibió con su característica alegría y su tez morena tan brillante y hermosa como siempre. Sus grandes ojos cafés relucían contra su vestido rosa palo y su cabello negro se veía hermoso atado en dos moños, de pronto, su aspecto me puso de buen humor y traté de sonreír. Aquí, por lo menos, no temó a ser juzgado.

Deje mi abrigo en la percha y acompañe a Victoria hasta la mesa, cruzando el pasillo de entrada. Salude a Allan que estaba en la sala, él me recibió con su actitud serena —tranquila, seca por decir mucho—. Él estaba en la sala, antes de la mesa, con sus ojos verdes fijos en la televisión y su cabello chocolate echado hacía atrás.

Allan a diferencia de mí, tenía los ojos verdes rasgados, con sus facciones filosas que le dejaban un aspecto atrevido. En cambio, yo, nací con ojos grandes. Allan me dio un apretón y me invitó a pasar. La cena estaba servida y entre los tres, dimos las noticias más recientes.

Hasta que surgió el tema principal de la mesa y el que había olvidado con ganas. Saque la hoja para que Victoria le echara un vistazo, Allan estiró el cuello para mirarlo y frunció el ceño, le arrebató la hoja a Victoria, la miró y luego se encogió de hombros.

—Se parece a las fichas de los criminales, pero no es el mismo formato —Allan cerró sus pequeños ojos verdes y suspiró—. ¿Dónde la encontraste?

—En las fotos que yo le di —explicó ella—, ¿Por?

—Bueno, a lo mejor se le quedo a alguien. Llévala al café y alguien la va a reclamar.

Asentí, dispuesto a darme por vencido con la pareja, no es como si me pudieran ayudar demasiado y mejor no gastar mi energía con ellos. A lo que me dispuse, —en un mucho mejor caso— fue preguntarle a Allan a donde viajaría y ver si me convenía tomarme la molestia viajar a un lugar desconocido, más me valía buscar el lugar antes de aceptar.

—¿A dónde vas a viajar?

—Aelab.

—¿Y eso donde queda? —pregunté a lo que Allan se encogió de hombros, restándole importancia.

—Aún no lo sé, pero es un caso importante. Me voy dentro de dos semanas, y quería saber si venias.

Me puse a buscar el lugar antes de responder y me encontré con un pueblecillo muy curioso, montañas rodeando el lugar y grandes lugares de turismo, también fotos de inmensos arboles con unas hojas rojas muy extrañas, pero agradables a la vista. Me pareció un lugar muy pacifico, si exceptuaba el turismo montañoso, por lo que fue una sorpresa entender que Allan tenía un caso de asesinato en el lugar. Como lugar, parecía muy interesante, allí podía hospedarme en algún hotel y observar los alrededores sin tener que sumarme a la masa de turistas acelerados queriendo ver las montañas.

Y sin embargo...

—No sé. Déjame pensarlo.

Allan asintió sin extrañarse, conociendo desde hace mucho mi indecisión por salir de la ciudad y relacionarme con gente. Desde pequeños, Allan ha sido el más sociable de los dos, y al que más le gusta conocer gente y también es de lógica sencilla, si tiene que hacer algo, lo va a hacer. Así que no le molesta hacer amigos ni compartir casa con Victoria. Pero Victoria es su novia y aunque fuera su roomie o algo así, estoy seguro de que no le molestaría.

Prefiero la soledad antes que tener una pareja, pero puedo entender el porque Allan y Victoria son pareja. Allan siempre se ha puesto limites, él nunca hizo cosas por ocio, nunca se atrevió a más y su vista siempre estuvo centrada en el ahora y no en el después. Jamás se arriesgaba a nada porque le quitaba lo sencillo a la vida, y Victoria, oh Victoria, toda su vida paso centrada en la aventura, en las experiencias nuevas y vivir la vida al límite, disfrutando cada emoción lo más que podía.

Conocí a Victoria en el servicio donde trabajaba, ella era hermosa y llenita en ese entonces —aun—, vino con su alegría a iluminar un pedazo de mi vida y a cambiar mi punto de vista con su carisma y su felicidad. Me incitó a tantas cosas de las que yo jamás me atrevería, por eso se convirtió en una de mis amigas más íntimas.

—¿Quieres quedarte a dormir? —preguntó ella, ofreciéndome así la única habitación disponible de su casa de un piso.

No es que la casa fuera pequeña, además, por mi parte no podía decir mucho por el piso en el que me alojaba. Su casa constaba entonces de tres habitaciones, una para ellos, otra para las fotografías de Victoria y la tercera en desuso.

Me negué, argumentando que no llevaba mis pastillas para dormir ni ropa apropiada. Ellos entendieron al instante que no quería pasar más tiempo en compañía y que prefería pasar mis noches en la soledad que mi reconfortante apartamento me proporcionaba, con su alfombra café y las cortinas negras.

Me despedí de las únicas dos personas que tolero más que mi propio genio y partí a mi casa con unas ganas intensas de prepararme un té y disfrutar de la noche. 





Hola a todes. Que feliz me hace publicar esto, me llena de nervios, pero realmente quiero escribir y llegar a ser escritora. ¿Significa esto que abandonare los fanfics o dejare de actualizar? No, en lo más mínimo. Ustedes son muy importantes para mí y jamás les abandonare. 

mariansatan.



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