¡Mata al Conejo Blanco!
¡Mata al Conejo Blanco!
La noche traía consigo mil y un sonidos aterradores. Mi cuerpo temblaba de frío y de espanto. Todo en aquel lugar me parecía tan obscuro y tenebroso. El aire húmedo y denso se adhería a mi piel como una capa pegajosa y fría. El respirar se hacía difícil y pesado. Olía a fango y a moho, a yerba y a musgo. El inhalar y exhalar aquel aire hediondo se hacía mas trabajoso que el caminar en la espesura de aquella jungla.
Me sentía agotada, extenuada de caminar en medio del bosque que parecía interminable. Sentía tanta hambre que el ruido que hacía mi estómago se podía escuchar tan fuerte que se mezclaba con los extraños sonidos del lugar. Todo estaba cubierto de matorrales y plantas de colores desconocidas para mi. No habían árboles frutales o alguna otra cosa que pudiera comer. Tampoco corría algún riachuelo donde orillarme para saciar la implacable sed que sentía.
Estaba sola, triste, desesperada, enojada y frustrada con mi situación. - ¡Oh, Dios, como detesto este maldito lugar! ¡Maldigo una y mil veces el día en que salí corriendo como una tarada detrás de el Conejo Blanco! Si me hubiera conformado con seguir mis lecciones no hubiera caído en aquella madriguera abismal debajo del gran roble que me trajo hasta aquí. ¡Estúpido conejo! ¡Estúpida madriguera! ¡Estúpida jungla de porquería... y estúpida yo que estoy perdida!- Las lágrimas bajaban por mis mejillas.
Me senté en una roca en medio de un claro del bosque y que tenía forma de pastel... Un postre que no me podría comer y que me hizo sentir más hambre de la que tenía. - ¡Uff! ¡Todo en este lugar están bizarro! Me pasé toda la mañana cantando con las flores del jardín... ¡Tontas margaritas! Y que confundirme con una mala yerba.- Yo continué mi amargo soliloquio dándole un masaje a mis cansados pies.
Y allí estaba mi estómago rugiendo una vez más. No había comido nada desde la Fiesta del Té en casa del Sombrerero Loco. Tanta cantidad de té y galletas azucaradas habían sido suficiente para sostenerme por dos días. Pero ya mi cuerpo sentía los efectos del hambre y la fatiga.
-¡Oh, espera!- en ese momento recordé que la oruga caprichosa me había dado unos trozos del hongo donde se posaba esta mañana. Los había guardado en mi bolsillo. Al menos tendría algo que mitigara mi hambre.
Así qué tomé uno de los pedazos y comí. Saboreé cada bocado. Sabía a mantequilla, jalea, a licor... a vainilla y chocolate en la medida que se disolvía en mi boca. Comí y comí hasta que me terminé el pedazo más grande como del tamaño de una hogaza de pan.
Mientras me relamía y me chupaba los dedos del gusto me comencé a sentir algo mareada. Todo a mi alrededor comenzó a girar. Los colores y tonalidades se entremezclaban. La luna llena parecía acercarse y se reía... Sus carcajadas maléficas retumbaban en mi cabeza. La piedra en la que me sentaba se sacudió violentamente tirándome al suelo. Aterrada vi como la tierra parecía abrirse bajo mis pies.
Ma arrastré hacia atrás aterrada. Como pude me puse de pie y todo mi cuerpo se tambaleaba. Me sentía muy mareada.
Parada aun en medio de aquel claro veía como los árboles comenzaron a aullar y extendían sus ramas esqueléticas para atraparme. Salí corriendo de allí con la horrorosa sensación de estar siendo perseguida. Miles de ojos me observaban desde la penumbra. El miedo y el desespero se apoderaban de mi cuerpo. Gritos, chillidos y aullidos que se oían en todas direcciones me ensordecían.
Corrí y corrí cubriendo mis oídos haciéndome ver como una desquiciada. Me sentía aterrada y angustiada... Desesperada por no poder hallar una salida de aquel horrendo bosque.
Finalmente pude localizar una abertura en medio de dos enormes troncos de árboles. Al introducirme cientos de murciélagos multicolores salían aleteando despavoridos sobre mi cabeza. Las ramas inferiores rasgaban mi piel según yo intentaba escurrirme por el estrecho agujero. El dolor era terrible y a penas cabía por la rendija, pero tenía que salir de allí a como diera lugar.
Salí por fin al otro lado. Aún me sentía mareada. Una vez al otro lado traté de enfocarme en el nuevo espacio donde me encontraba. De aquel extraño lugar aún no sabía sí un sitio era mejor... o peor que el anterior.
Me encontraba en un pequeño claro. En medio había una pequeña y pintoresca cabaña. Sus paredes amarillas y su tejado azul la hacían lucir como lo más bonito que me había encontrado hasta el momento. Los árboles a su alrededor danzaban y las flores del jardín silbaban hermosas melodías.
Sacudí mi vestido y traté de caminar hacia la cabaña. Caminar erguida y con paso firme era dificultoso. Tropezaba con mis propios pies. -¡Maldito hongo y maldita oruga que me ha drogado!- Peleaba con migo misma.
-¡Míralo! ¡Allí está el conejo blanco! Una voz me hablaba desde los arbustos detrás de mi.
- ¡Qué! ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Quién anda allí? Me giré de inmediato y rebusque entre los arbustos... No había nadie... Nada. Sólo obscuridad.
-Ya te dije. ¡El conejo blanco!- me contestó la voz una vez más. Volví a mirar pero no se veía nada.
-No, tu. ¿Quién eres tu?- mis ojos trataban de enfocar en la obscuridad de los arbustos y más me sentía mareada.
De repente se empezó a mostrar a sí mismo gradualmente. Primero su enorme y maléfica sonrisa. Luego sus rayas en espiral púrpura y sus graciosas orejas puntiagudas. Su rabo largo y peludo fue lo último en aparecer. Y allí, ¡puff! Apareció el gato risón de Cheshire.
-Oh, eres tu otra vez.- dije algo mortificada. La última vez que me había topado con este felino maquiavélico me había intentado coger de tonta... Y creo que lo logró.
Ignorando al gato de Cheshire me volteé y me puse a espiar al conejo blanco tras unos arbustos. No quería que el Conejo Blanco huyera de nuevo. Me había costado trabajo hallarlo y me urgía saber para donde iba con tanta prisa.
Y allí estaba el sinvergüenza, regando las flores de su jardín y cantando como sí nada... Y detrás de mí el estúpido gato de Cheshire seguía balbuceando sandeces. -¡Gato molesto y majadero!- murmuraba yo. -¡Shhhhhh!- Lo mire enojada. -¡Te podrás callar un segundo!
-¿Qué? A mi no me hables así jovencita. No es mi coa que estés en este lugar hambrienta, cansada y perdida... En todo caso es SU culpa.- refutaba indignado el gato a la vez que señalaba al Conejo Blanco que saltaba como Mary Poppins en su jardín.
El gato por primera vez tenía razón. Resignada le contesté, - Sí, lo sé.- Suspiré y volví a mirar al conejo.
El gato continuó con su argumento. -Míralo. El está tan feliz en su cómoda y acogedora casita con mucha comida y una cama caliente para dormir bajo un buen techo. ¿Y tu Alicia, dónde estas? Ni siquiera lo sabes... Estas estancada en este horrendo lugar. ¡Y todo es culpa del Conejo Blanco! El fue quien te trajo hasta aquí en primer lugar.-
El gato tenía la razón. Todo lo que me decía era la verdad. Sentí una rabia enorme. El conejo tan contento y yo tan desdichada. -¡Cómo odio a ese conejo!- hablé entre dientes.
-Y entonces, ¿no piensas hacer nada?- aquella pregunta fue como una estocada en el costado.
-¿Hacer algo como qué?- Miré directamente a la cara del gato risueño. Su sonrisa burlona brillaba en medio de la negrura de la noche. Aquel par de ojos grandes y redondos giraban como dos demoniacos espirales... Y yo me comenzaba a sentir mareada una vez más.
-¡Mátalo!¡Mata al Conejo Blanco!- me ordenaba el vil felino.
-Mata al Conejo Blanco...- yo repetía hipnotizada. Yo estaba sumergida en un trance. Los ojos del gato no paraban de girar... Y girar.
-¡Mata a ese conejo estúpido y acaba de una vez con esta maldición! ¡No vez que todo es su culpa! ¡Toma, ten esto y hazlo!- una saga dorada colgaba de la cola del Gato de Cheshire. Sin pensarlo, extendían mi mano y la agarré.
Sostuve la saga en mis manos y la contemplé. Estaba hermosamente forjada y tallada hecha de oro con rubíes y diamantes en forma de corazones incrustados.
-¡Anda y mátalo! ¡Es ahora o nunca!- y era como un coro de gatos de Cheshire ordenando a la vez. -¡Mata al Conejo Blanco!- volvían a repetir.
-¡Mataré al Conejo Blanco!- yo murmuraba y repetía. Mi mandíbula tensa con la ira y la adrenalina pulsaba en mis venas.
Caminé en medio de la oscuridad y llegué al claro con el puñal en mano. La voz del maléfico felino se oía cada vez más lejos, -Mata al Conejo Blanco... Mata al Conejo Blanco...-
Yo repetía la frase como en un murmullo apagado en mi mente. -Mata al Conejo Blanco... Mata al Conejo...-
Todo a mi alrededor se volvió difuso y se tiñó de rojo mientras más me acercaba a la cabaña. Golpeé la puerta tres veces. Pum! Pum! Pum! El Conejo Blanco abrió la puerta y su sonrisa de bienvenida se desvaneció, siendo reemplazada con una genuina expresión de terror. La lámina dorada del puñal se reflejaba en las pupilas dilatadas del conejo mientras la daga se elevaba en el aire y bajaba para enterrarse con fuerza una y otra vez en la piel y carne del animal...
Y la obscuridad me envolvió por completo...
Un grito muy agudo me despertó. Yo estaba recostada del tronco de un árbol. Despertaba. Mis ojos de abrían lentamente. Mi intituléis estaba de pie frente a mí mirándome con la más terrible expresión de terror en sus ojos.
Caí sentada del susto. El olor ferroso de la sangre inundo de manera nauseabunda mi nariz. Mi mirada pasó incrédula y aterrada por mis manos y mi vestido. Mi cuerpo entero estaba bañado en sangre. Un puñal dorado descansaba en mi regazo. Estaba lleno de sangre al igual que mi hermoso vestido blanco y azul. Y justo al lado mío estaba el cuerpo decapitado de un conejo blanco. La cabeza yacía tirada a mis pies.
Devolví mi mirada al rostro aterrorizado de mi nana que me decía, -¿qué has hecho, Alicia?-
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