Vivir, solo vivir.
¡Hola, vengo llegando tarde, pero lista con una propuesta de perspectiva al futuro de un mundo ya conocido de SNK!
Antes de leer, unas aclaraciones:
📍 Personaje principal: Armin Arlet.
📍 Shipp: mención al AruAnnie (Armin x Annie).
📍 ⚠️ Contiene SPOILERS del manga y su respectivo final.
📍⚠️ADVERTENCIAS: mención de temas como destrucción, fin del mundo, muerte, desórdenes mentales, entre otros.
📍 ⚠️ Esta historia es una mera visualización desde la perspectiva de uno de mis personajes favoritos/shipp de SNK sobre el final del SNK. Se toman elementos canónicos, más tiene agregados personales.
📍Palabras: 2,715
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¿Qué se hacía después de "supuestamente ganar"?
La respuesta era tan incierta que llevaba días, meses incluso, pensando en ella.
Acabando tan repentinamente el conflicto bélico de la discriminante guerra, sentía que era él solo contra el mundo.
Entre ovaciones y quejas, odio y aplusos. Sinceramente, no era tan diferente de lo que ya había vivido.
¿Acaso Eren llegó a sentirse de la misma forma, pero sin la palabra de paz en su cabeza?
En cuanto la gigante fumarola hecho el vapor al viento fuerte, él se tomó el atrevimiento de calar el cigarillo quemándose entre sus manos y darle un sorbo inexperto para arrojar el humo de la misma forma.
La cuestión era que no podía compararse su inexperiencia, contra el buen funcionamiento de la chimenea de la gigante embaración andando en propa sobre el gigantesco lago de aguas saladas.
Solía viajar mucho sobre el mar, sin rumbo alguno en realidad, pero le agradaba estar en medio de las aguas para poder reflexionar sus intenciones en el mundo.
—¿Nuevamente fumando? —cuestionó la voz intrusa a la proa del gigante barco —¿no decías que era un pésimo hábito al navegar? —indicó con ironía, su voz era un manojo entre la burla y el disgusto.
Sus dedos aceptaron las palabras al instante en que dejó caer el rollo mal doblado del cigarillo en su interior. Cayendo sobre las aguas del mar, este se desintegró enseguida, se preguntó si aquello ocurriría dentro de sus pulmones y era el desencadenante de las enfermedades de tos seca y falta de aire en la posteridad.
—Incluso sin navegar, lo es —agregó en respuesta, con un suspiro de por medio.
Los islotes de verdes praderas comenzaron a ser más vistosas a la lejanía, incluso sin usar aquél extraño objeto que le proporcionaba un aumento a su vista para ver de lejos. El gigante motor de la embarcación bajó el ritmo de aceleración y se dejó llevar por la corriente contra la nueva tierra firme.
Llevó su mano derecha a su frente, secando las gotas pegajosas de sudor instalándose en su piel a causa del ardiente sol. Posiblemente se trataba de una nueva estación del año, o era simplemente porque olvidó su sombrero de paja dentro de los camarotes.
—Solo sabemos esta información de esas islas...
Sus ojos desviaron su vista de las gigantescas tierras verdes, a los papeles acercados por parte de su compañera de travesía. Con el formato antiguo de pergaminos, desenrolló los viejos papeles y realizó un repaso visual a la letra entintada idéntica a la ya conocida por el. Además —y por si fuera poco—, existían los dibujos que tanto repudiaba ver en los periódicos amarillistas del anterior distrito.
—Será difícil generar un diálogo... —evidenció con pesadez, los dibujos repulsivos a los antiguos titanes y los colosales eran muestra de ello.
En pocas palabras, no eran más que otros humanos distintos con diferentes culturas, pero que compartían el mismo sentimiento repulsivo de los Marleyanos, el odio exagerado e injustificado a Eldia y su pobre gente castigada.
Incluso en la nueva paz impuesta por el deterioro de todas esas deidades extintas, el odio persistía por sobre muchas cosas; la terrible y evidente destrucción de tierras quemadas en fuego ardiente, era la prueba de las gigantes pisadas de una colosal catacumbe apocalíptica del fin del mundo.
¿Cómo se inicia el diálogo con el enemigo?
¿Cómo se evita ser asesinado con toda la intención amable de escuchar?
¿Cómo es que alguien como él podría convencer a la gente asediada a la inevitable destrucción?
No tenía la respuesta para ninguna de las preguntas. Y eso ya era problemático.
La claridad de un asentamiento humano —por sobre las pisadas destructoras en la tierra —fue haciéndose más visible conforme la gigante embarcación se acercaba a las tierras.
El nerviosismo se apoderó de su cuerpo, iniciando con el zapateo en el suelo descoordinado, luego el tamborileo de sus dedos en los barandales metálicos de la proa, así como el morder de su labio inferior.
—Podemos dar la vuelta, estamos a tiempo —comentó la mujer, preocupada de tener que intervenir, como casi siempre lo hacía, en un nuevo ataque ansioso por parte del chico.
Este negó en respuesta, con el baile descoordinado de sus dedos y pies, y después con el revolteo de sus cabellos rubios de un lado a otro. La mujer suspiró y permaneció a su lado, sin resentir ni quejarse del martilleo incesante en su hombro por parte del chico.
Ella, mejor que nadie, sabía de antemano la terquedad del chico por hacer llegar su voz a cualquier lado que arribaba, más debía admitir que la suerte estuvo de su lado todo el tiempo para no ser apuntados con armas, echados con piedras, ni asesinados por las noches en los asaltos a su embarcación.
Annie decidió y aceptó seguir su camino, sin importarle los desafíos a enfrentar y la larga distancia a recorrer. También quería maravillarse de toda esa alucinante vida exterior que le reprimieron descubrir, sentir la libertad del viento en su rostro con los nuevos paisajes y la vida marina saltando a su lado.
Pero lo que Annie más ansiaba, era caminar lado a lado con el único hombre que no la juzgó y la aceptó tal como era. Ese chico inteligente y débil, pero de gran espíritu guerrero e imponente postura verbal, que logra convencer a cualquiera; era el tipo de hombre por el que alguien como ella podía admirar, seguir y amar si se lo permitía.
—Annie... —su voz era el llamado que la hacía emocionarse, excepto cuando era seria y nerviosa, como ahora —da la orden de la media vuelta, por favor...
La rubia se sorprendió ante el pedido solicitado, y antes de acatarlo por seguridad, se permitió divisar el «porqué» del repentino cambio de planes. Entre trincheras precipitadamente armadas, y el rabioso actuar de los sobrevivientes del lugar, las armas relucían con sus afiladas puntas en lanzas apuntándoles y las catapultas de rocas gigantes listas.
Lo entendió rápidamente. Esas personas no tenían la intención de permitir más invitados, y destrozarían a cualquiera que se acercase, incluso con buenas intenciones, como ellos.
La mujer lanzó el grito, y casi enseguida, la fumarola volvió a lanzar el humo del encedido del motor mientras la proa viraba en la dirección contraria, dándole la espalda a una isla represora de aceptar cambios ante la tragedia.
—Armin.
La actitud ansiosa del chico se desplomó tan pronto cayó de rodillas, deslizándose sobre el brandal hasta perder toda energía y ganas de existencia misma. Annie lo acompañó a su lado —sin presionarlo a expresar sus pesares —y solo deslizó su mano para tomar la suya, tratando de entrelazar sus manos.
Arlet fue quien afianzó ese agarre, al deslizar sus dedos contra los de ella y obligarlos a encajarse en la leve diferencia del tamaño de sus manos; ambos sintieron cierta tranquilidad al hacerlo, incluso estando en silencio.
Nadie le dijo que se volvería fácil convertirse en el predicador del mundo que busca la paz después de la guerra.
Armin Arlert se nombró como el salvador del mundo solo porque Eren Jaeguer se lo había pedido. Y también —y si de alguna forma —podía borrar el odio con sus invaluables discursos, lo haría aún más.
Lo que le parecía aún más sorprendente, era la increíble habilidad represora de los sobrevivientes por regresar a los orígenes humanos. Asentamientos y armas, actos de cazador y búsqueda de agua en el mar; creyó que podía ver a Eldia en el vivo resplandor de las ciudades alguna vez avanzadas.
El retroceso de su magnífica tecnología quedó atrás. Años de construcción simplemente se esfumaron con el paso de las gigantes y humeantes pisadas de los colosos ardiendo en su andar.
Había libertad, según ellos, la cuestión es que nadie figuró el precio de ello.
El chico llevó su mano libre a uno de los bolsillos de su chaqueta percudida marrón. Ahí, sacó un papel mal doblado que colocó —ya abierto —sobre sus piernas y simplemente hizo el ademán de rayar, por séptima vez, la hoja como si fuese un fracaso.
—No te desesperes —manifestó la mujer con suavidad, apretando el agarre de manos —, solo es cuestión de tiempo.
—Tiempo es lo que menos hay... —confesó con ironía, aunque su miedo lo representó en el apretón de sus manos —... Eren lo sabía, por eso actuó de inmediato, el...
Prefirió guardar silencio. No era la persona más digna para defenderlo de sus acciones, mucho menos el más digno para enfrentarlo por ser tan humano. Esa era la realidad.
Era más que frustrante querer asegurarse de que la guerra ya no era la opción. Las ruinas del mundo eran la señal divina que los famosos «demonios» le dieron al mundo al ser castigados por tanto misoginísimo y discriminación injusta.
El famoso «retumbar» fue la sentencia que Eldia profesó muchos años atrás como una amenaza, misma que se volvió la peor pesadilla de los pocos sobrevivientes, pues nadie creería que alguien como Eren arrasaría con el mundo.
¿Sus acciones fueron las correctas?
Armin se lo cuestionaba mucho, hasta que se veía a sí mismo siendo el enemigo de otras tierras, siendo el asesino con arma que dispara a los humanos, y el que quema a los vivos de almas inocentes.
¿Sus acciones habían sido las correctas?
Simplemente no había respuesta para ninguno de los dos.
La silenciosa travesía del barco retomó su tranquilidad tan pronto volvieron a verse varados en el inmenso mar salado. Con el único acompañamiento del llamado de las gaviotas de cazar, ambos se recostaron entre sí, disfrutando de la tarde.
—¿Seguirán los jaegueristas?
Annie fue la primera en romper el silencio. A pesar de la desorientación del panorama idéntico en todas partes, intuía que su destino sería el mismo del que habían partido. La incertidumbre a la clase de recibimiento la ponían nerviosa.
—Están Historia y Mikasa.
La respuesta del chico no fue del todo gratificante, aunque si aliviadora hasta cierto punto. La reina abogó por ellos para evitarles las apedreadas verbales y físicas de un pueblo dictador a un solo tipo de gobierno y pensamiento represor.
Los periódicos difundían mensajes falsos y otros increíblemente exagerados de alianzas que jamás existieron, actos que jamás se llevaron acabo y el final de los hechos jamás ocurrido.
"Saben que mataron a Eren, pero se niegan a ver más allá."
Armin recordó las palabras de Hitch cuando los refugió en las instalaciones antiguas de la extinta Policía Militar. Para ser precisos, Annie recordó las paredes y fogatas como su encierro de años, generándole cierta melancolía.
La chica les contó cómo el nuevo gobierno desmanteló el resto de tropas militares, uniéndolas en una sola con el objetivo de alzar la esperanza y existencia del pueblo Eldiano. Si, tanto en egocentrismo como en poder, los «jaegueristas» buscaron, incluso, destituir a la propia reina de sus tierras.
El único impedimento para dicho objetivo, era el bebé que cargaba en brazos, tan pronto la encontraron en las escondidas montañas de una colina.
Si los propios compatriotas de su raza estaban tan dispuestos a enaltecer al "salvador" y a su raza; entonces, Armin se cuestionó porqué intentaba tan desesperadamente buscar a más personas que le creyeran y retiraran las palabras «guerra y odio» de su mente.
—Annie...
Su voz emitió el susurro que pareció ser alzado por el viento y caer con certeza sobre la mujer, quien despabiló de sus pensamientos para mirarlo con ese deje de prestarle atención.
—Si no me hubieras conocido, ni hubieras entablado alguna clase de relación con nosotros... —insinuó con cansancio, el brillo usual de sus ojos se opacó en cuanto cruzaron miradas —... ¿nos odiarías ahora mismo?
La chica resistió la mirada lo más que pudo, antes de perder y desviarla con dirección a las olas gigantes que se formaban con el movimiento del barco. Annie sabía que la respuesta debía ser clara, concisa y asertiva para darle gusto al muchacho.
Lo cierto, es que Annie sabía que, si bien, la pregunta hablaba de un «conjunto de personas», lo cierto era que Armin estaba siendo egoísta. Pues, detrás de sus palabras, existía el «yo» por todas partes.
El chico siempre fue de los que se preocupó por los demás antes de sí mismo. Quiso creer que la guerra lo volvió egoísta, pero sabía que solo lo había traumatizado más, al punto que su mente gritaba que ansiaba colapsar, perderse para siempre.
—Si —respondió tajante, antes de regresarle la mirada —. Probablemente, si te odiaría, mucho.
Armin denotó sorpresa a la respuesta con el abrir de sus pupilas, y solo cinco segundos después, parpadeó y osciló la sonrisa cínica en sus labios curveados, mientras se reía con el seco «ha,ha», completamente destrozado.
—Ya veo —bajo el rostro, aún con la sonrisa plasmada en sus labios —. Tienes toda la razón.
El diálogo, en sí, carecía de sentido al juntarlo con el desquiciado actuar de risas tontas a una situación seria. Annie sabía cuan roto había quedado Armin con el traspaso del espeluznante poder del colosal en su inocente alma, pero aquello, había rebasado los límites.
Arlert era el chico que podía extenderle la mano, como todo un caballero, y comer juntos la cena como si fuera de gala; pero luego, estaban las noches en las que el chico parecía hablar con personas inexistentes en dirección a la nada y que lloraba con risas como un loco.
A pesar de todo, Annie decidió quedarse a su lado cuando el resto de sus amigos le dió la espalda al proyecto de «búsqueda de paz».
—¿Estás cansado? —inquirió con intuición. Acomodándose de tal forma que pudiese esconder en su regazo al chico.
Armin dejó salir su adrenalina histérica pacifista con el lanzar del papel rayado al viento, mirándolo partir como una mariposa en libertad de flor en flor.
—Mucho —confesó, aceptando el gesto de acercarse a su lugar de descanso —. ¿Puedo dormir un rato? —preguntó con inocencia, emitiendo el cansado suspiro.
Ella lo ayudó a acomodarse, al arrinconar su cabeza en el círculo de sus piernas, deslizar sus dedos en la corta melena rubia que aún seguía siendo suave y brillante, y también, en atreverse a mirarlo con tanta atención.
—Lo que tu vida te permita... —murmuró con hostilidad, acariciando el flequillo rubio que le caía a su perturbado rostro.
—¿Seguirás aquí?
Annie sonrió. Dibujo con las yemas de sus dedos la palabra «sí» en sus mejillas, mientras emitían como cómplices las miradas de desgaste emocional evidente y el hastío de luchar sin ganar.
—Siempre —afirmó solemne, con una sonrisa destructiva de complicidad —. Incluso ante el nuevo fin del mundo.
Armin sonrió, creyó que eso era suficiente para despedirse de su realidad hostigante, aunque fuera, solo un momento. Apagó el megáfono de las voces gritándole y ofendiéndole de muchas formas, todo mientras se deslizaba al sueño profundo de no querer despertar.
¿Era posible que la destrucción siguiera en los pensamientos de las personas?
La respuesta era si. Eren lo sabía, Armin sé negó a creerlo por un tiempo, pero ya estaba cansado de luchar sin rememorar en algo positivo.
Tal vez, una vez que regresaran a la isla, aceptaría la oferta que Hitch les comentó sobre refugiarse en lo más recóndito de las colinas, cercanas al mar. Bastante lejos del nuevo distrito y las extintas murallas de Eldia.
Podrían vivir con austeridad en aposentos donde las olas del mar los arrullaran, serían visitados por amaneceres y atardeceres alentadores, y morirían pacíficamente en la silenciosa cabaña, juntos.
Eso le parecía bien. Ya no tenía sentido seguir luchando y esforzándose sin más.
Eren Jaeguer les deseaba una vida, larga y extensa, de vivencias. Una protección indefinida a la guerra y a la experiencia de muerte próxima en años jóvenes.
Si aquel era el deseo de su mejor amigo, casi hermano de vida, ¿entonces porque refutaba tanto en luchar a su nombre ante la destrucción de su anhelo unilateral?
Armin se precipitó tanto en querer ser el «salvador del mundo», que olvidó que era humano, había ganado, y estaba dentro de la lista de Eren desde el inicio.
Desistió en imaginar los terribles escenarios destructivos del mundo con el paso de los colosos, prefirió imaginarse dormir en una hamaca atada a las palmeras, con Annie a su lado y mirando el mar hasta quedarse dormido.
Eso era mucho mejor, y estaba bien. Lo merecía, porque Eren se lo permitió.
¿Qué se hace después?
La respuesta es nada. Vivir, solo vivir.
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Desde hace mucho tiempo tenía unas ganas de escribir el post-guerra de alguno de mis personajes, y Armin fue el que mejor encajaba para esta propuesta.
Fuera del shipp, quise hacer un enfoque general de cómo está el mundo después del retumbar, así como lo que pudo vivir Armin al cargar con todo ese peso que vimos al final 😩💔.
Después de todo, no creo que ningún personaje haya sido feliz inmediatamente después de la guerra 😩💔.
Espero que haya sido de su agrado. ¡Muchas gracias por leer!
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