Una mascarada. Una peluca rosa
Fanart de ezeroblack32
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Ya en su departamento, Luna "Lulú" Loud, la estrella juvenil del momento; se tomó unos segundos antes de quitarse el maquillaje. Contempló su reflejo, y el espejo le devolvió la mirada de una chica fashion hermosamente maquillada. Con aretes de corazón, y aspecto de loli inocente.
Luna se miró atentamente, y su rostro adoptó una expresión de tristeza y decepción. Apoyó las manos en el espejo. y se acercó para verse con detenimiento.
De pronto, no pudo más y cerró los ojos; decepcionada de sí misma.
Odiaba a esa muñeca rosa. La odiaba con todas sus fuerzas.
Pero no podía deshacerse de ella. No podía abandonar esa máscara; ese disfraz aberrante. ¡Maldición, se supone que tenía veinte años; y con ese condenado disfraz aparentaba cinco años menos!
Pero la necesitaba. Esa muñeca rosa se había convertido en su razón para perseverar. Después de todo, gracias a ella había conquistado el corazón del amor de su vida.
Se sentó frente al espejo, tomó el frasco de desmaquillante, y comenzó a pasarlo por su rostro. Los afeites y pinturas fueron desapareciendo, y los verdaderos colores de su piel quedaron al descubierto.
Estuvo a punto de quitarse la sombra púrpura. El color que amaba y la identificaba ante su familia y sus amigos. Pero decidió dejarla, y se quitó luego la peluca rosa junto con los pasadores que la sujetaban . Su cabellera castaña quedó libre, y Luna sacudió la cabeza para que ondeara libremente sobre sus hombros.
Sobre sus hombros.
La joven miró su cabello con un gesto de desagrado. Llevaba cuatro meses dejándolo crecer, pero apenas bajaba un poco más allá del lóbulo de sus orejas. Cualquiera que la hubiera conocido cinco años antes, todavía la identificaría por su rostro y su peinado. Ni pensar en que pudiera engañar a Lincoln con esa cantidad de cabello.
Sí había cambiado, por supuesto. Su cuerpo había cambiado mucho. En los últimos cinco años, sus curvas se acentuaron hermosamente; haciendo que su cuerpo delgado luciera sexy y agradable. Sus pechos tardaron bastante tiempo en brotar, pero al final lo hicieron lo suficiente para llenar casi una copa B. Su principal atractivo no era su tamaño, sino su firmeza y su preciosa redondez. Las voces que alguna vez la llamaron "tabla", por fin se habían acallado.
Sin duda, ya no podía quejarse de ninguna parte de su cuerpo. Y por suerte, nunca tuvo que pasar por tratamientos especiales para acentuar su belleza. Volvió a mirarse en el espejo, y por fin una tímida sonrisa afloró en sus labios. Su hermoso rostro era lo que menos había cambado en ese tiempo. Tenía algunas pecas aquí y allí, pero el maquillaje las disimulaba bien. Si lograba dormir esa noche, las ojeras también desaparecerían.
Estaba por levantarse, pero su mirada cayó de nuevo en la peluca rosa hecha con cabello natural teñido. Su mejor aliada, y su peor enemiga a la vez.
La tomó, y su semblante comenzó a cambiar. Sus labios se apretaron hasta convertirse en una línea dura. Sentía tanta rabia, que estuvo a punto de arrojar la peluca por la ventana. Pero afortunadamente logró calmarse. Le cepilló los cabellos, y se sentó en su cama para contemplarla.
Esa peluca simbolizaba todo lo que era. Todo lo que amaba y todo lo que odiaba. Le hacía recordar el día en que le vendió su alma al diablo para lograr su sueño de ser una famosa estrella. El día en que por fin logró conquistar a su amor prohibido... y el día en que se vio obligada a seguir con aquella estúpida mascarada que le pesaba más cada vez.
Lo mas irónico era que a Lincoln ya no le gustaba esa peluca. Todavía recordaba el día que se lo encontró por primera vez, con su disfraz y su peluca puesta. El rostro del chico era de antología. Se veía a la vez tan asustado y tan admirado, que Luna estuvo a punto de confesarle su verdadera personalidad. Pero Lincoln se sobrepuso a su miedo y, después de actuar como un tonto durante las primeras horas, volvió a ser el chico encantador y divertido de siempre.
Pero después de unas semanas y tras sufrir el acoso de público y los paparazzis, Lincoln le insistía en que no tenía necesidad de usar la peluca. Ahora que había conocido a la mujer tras la estrella, ya no tenía necesidad de aquella imagen mientras estaban juntos. Le encantaría verla tal cual era, sin disfraces ni afeites.
Por supuesto, eso la llenó de terror. Era imposible que Lincoln no la reconociera sin su disfraz. Así que ahora estaba encerrada en una situación imposible: sin su disfraz, su secreto quedaría al descubierto, y era seguro que Lincoln la repudiaría. Pero con el disfraz, la reconocían sus admiradores y enseguida comenzaban a acosarla. Nunca se confundían, a pesar de que la peluca rosa se había vuelto un accesorio muy popular entre las jovencitas.
Luna se levantó y colgó su peluca en el perchero. Después se acostó en su cama, y se cubrió con las sábanas de satín que tan caras le habían costado.
Las cosas estaban mal. Muy mal. Odiaba ser estrella Pop. Odiaba no cantar la música que tanto amaba. Odiaba a aquellos mocosos estúpidos que solo querían tocarla y, si era posible, apretujarla y darle un beso en los labios. Odiaba la banalidad, a sus representantes, a los empresarios codiciosos y lujuriosos que más de una vez intentaron extorsionarla para acostarse con ella. Aquel mundo no era su mundo; y en otras circunstancias, ya hubiera salido de él.
Pero estaba Lincoln. El hermoso chico de cabello blanco al que había adorado desde que nació. Su hermano de sangre; el chico más tierno, cariñoso, atento y encantador con el que se había encontrado en sus 20 años de vida. Su amor imposible al que había tratado de olvidar y superar desde hacía 4 años, cuando se salió de la casa de su familia en busca de una oportunidad en el mundo del Rock and Roll.
Ahora por fin lo tenía. Lincoln estaba a su lado. En esas diez semanas había probado sus labios, había sentido sus manos recorriendo su cuerpo, y disfrutado del calor de su compañía. Se había reído con sus ocurrencias, y disfrutado de esa manera tan delicada y diferente de tratarla; de hacerla sentir amada.
Pero... No dejaba de ser su hermana. Y él no lo sabía. Lincoln no tenía idea de que aquellos labios y aquel cuerpo que había conquistado y probado, era de una de sus propias hermanas mayores.
Lincoln no se lo decía, pero era evidente de que se estaba cansando de esa mascarada. De ese estúpido disfraz, con todo y su peluca rosa. Lincoln quería amarla libremente y andar de la mano con ella por las calles, sin tener que cuidarse de nadie. Se lo había dicho varias veces, y cada vez se veía más anhelante y desesperado.
¿Y cómo no iba a estarlo? Ella tenía que darle mil excusas para cortar las citas cuando la pasión crecía. Insistía en que tenía que esconderse, justo cuando estaban más animados y felices. ¡Ella también estaba harta!
Pero... No deseaba perder lo poco que tenía con su amado hermano. Lo que había deseado toda su vida, y lo había obtenido de la manera más inverosímil.
- Soy una maldita –pensó, y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas-. Soy una infeliz. Una tramposa y una mentirosa. ¡Linky! ¡Cómo me vas a odiar cuando te enteres de todo!
Se odiaba, sí. Pero no podía renunciar a él. Era demasiado egoísta; pero no podía resignarse a perder a la única persona que sostenía el frágil castillo de naipes en que se había convertido su vida.
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