7

Un día después...

Ray

Abrí mis ojos exaltado, moviendo mi cabeza como una brújula descompuesta, buscando desesperadamente una señal de peligro. Sentía mi pecho subir y bajar descomunalmente, haciéndome aún más consiente de mi estado. Estaba agitado, probablemente drogado.

Mi mejilla se estampo a la pared con brusquedad, brindándole a mis ojos la asquerosa e indeseada vista de mis muñequeras enganchadas a la pared. Como si fuera un trofeo. Como si fuera un objeto. Como si no tuviera valor alguno.

— ¡Ahgr...! — dispare mis muñecas hacia el frente. En vano, por supuesto. — ¡Diablos muévete!

Detuve mis rabietas, sintiendo como mi corazón se disparaba de golpe. No tenía mi ropa habitual. Solo disponía de una bata de baño.

— Maldita sea... — murmuré para mí mismo. Al instante, una ola de agradecimiento inundó mi corazón. Había escondido el comunicador antes de irme a dormir.

Luego de unos segundos, note como mis tobillos colgaban. Libres de cualquier cosa metálica. Libres que cualquier señal opresiva. Pero aún así, se podía notar el peso que estas habían provocado con el pasar de lo años.

Irritadas y reconocibles marcas rodeaban ambos tobillos, sin intención de desaparecer. Procuraban actuar como tristes e indeseados recordatorios de una vida vacía, opresiva e injusta. Interrumpiendo mis pensamientos, la voz de Mamá hizo eco en las paredes.

— Y ahora les presento a mi único orgullo... — utiliza una voz dulce y simpática, causando un horrible sabor amargo en mi boca. No fue difícil ignorar la falsedad en su voz. — El producto R81194.

Anuncio, como si fuera un ticket de lotería. Se oyeron murmullos y pasos inquietos. Personas. Abrí mi boca, listo para gritar al unísono que había sido secuestrado por una perra maniática amante de las drogas.

Pero no, parecía tentador el gritar la verdad que nadie parecía saber y, que sin embargo dudarían en creer. Tenía que pensar. 


Emma

Mis tobillos flaquearon, cediendo al creciente terror que amenazaba con ahogarme. No quería repetir los ya tan conocidos castigos. Mi piel vibraba ante el recuerdo, descociendo heridas que creí selladas.

— Emmy... — las paredes temblaron sin la necesidad de escuchar. —...maldita, desobediente Emmy. ­ ¿Puede tu amo y señor preguntar, qué demonios hacías afuera?

El pensar en responder abrumo mi consciencia. Mi maltratada garganta sollozó, haciendo que por lo menos mí saliva escapara.

— J-Jugar... — la débil mentira se escapó de mis labios. Él sabía lo cuidadosa que era con sus reglas, sabía que haría lo imposible por no romperlas. Pero con Ray metido en la historia, las malditas perdían valor. Su mirada perforo más allá de mis huesos, los cuales intentaban zafarse del brusco agarre que me sostenía.

— Tu existes por y para mí — sentenció la maldita mentira que sostenía mi vida — No haces ni dices nada sin mi permiso. Conoces las reglas...te sabes las reglas — reafirmó. — Las tienes corriendo por toda tu piel al derecho y al revés. — apretó el agarre en mi cuello, elevando mi cabeza hasta la altura de la suya.

Mis desesperados pies buscaron el alejado, distante suelo, mientras que mis antes quietas manos ahora se levantaban como olas contra la mano de mi atacante.

— Hoy aprendes, Emmy —sonrió con dulzura, deslizando su lengua por mi mejilla. Asquerosos escalofríos recorrieron mi espalda. — Veamos si aún recuerdas la cuarta categoría — río con entusiasmo, con locura. ¿Cómo olvidarla? Recordar sus filosos utensilios aún me daba pesadillas. — Ya puedo sentir tu cuerpo temblar de emoción.

Mis agonizantes gemidos y jadeos se filtraron por mis oídos, hundiéndome aún más en mi propia impotencia. Por lo menos Ray escaparía. Si, por lo menos el escaparía este incesante infierno.

L.F

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