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Emma
Marqué el ritmo de una melodía inexistente con mi cabeza, haciendo sonar la puerta principal de la casa. Una rústica casa de dos pisos, solamente ocupada por mi tutor y yo.
Miré mis dedos, rojos e inflamados. Aún podía escuchar el sonido de la vara del Señor Benson. A mis ojos, mi error no había sido de tal gravedad. Pero para el Señor Benson, hasta la más mínima cosa fuera de lugar, implicaba un castigo disciplinario.
El Señor Benson tenía castigos de diferentes categorías. La primera, constaba en encerrarme en el sótano por unas horas o aplastar mis dedos con fuerza con la puerta. La segunda, constaba de golpes con la vara en mis manos -o en lugares que al doler, dificultaran mi trabajo físico- , una zona que había aprendido a ocultar con mis vergonzosos guantes de goma amarillos.
La tercera constaba de puñetazos o patadas en zonas vitales. La cuarta, constaba de utensilios filosos y técnicas de tortura. La última y única desconocida para mí, era un misterio que esperaba nunca descubrir.
Mis ojos se fijaron en el camión de mudanzas, el cual había pasado desapercibido de mi vista. Extrañada, leí la publicidad estampada en el camión.
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Hermanos Weller:
"Pensando en tu comodidad"
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Mis ojos divagaron curiosos, escudriñando cada detalle del área. No había rastro de nuevos vecinos. Resignada, mi cabeza volvió a recostarse en la puerta, tal ola arrasando en la arena. Observé como el camión se iba con rapidez, sintiéndome decepcionada al no poder conocer nuevos rostros.
Sentí mi corazón saltarse un latido, mientras mis ojos perforaban la espalda de aquel tembloroso niño pelinegro. Un pelinegro que en algún futuro me haría descubrir sentimientos que nunca pensé conocer.
Llevaba ropa blanca, tan blanca como la nieve. Aquel niño desprendía un aire de elegancia y dinero. Como si lo hubieran sacado de la bodega del banco central.
Me fijé en la mujer que tenía a su lado. Aquella elegante y bien vestida mujer parecía entrar en sus treintas. Llevaba un traje de sirvienta bien confeccionado, tal vez hecho a pedido.
Repentinamente, la mujer jaló unas cadenas que mis ojos habían pasado desapercibidas. Cadenas. Cadenas que pasaban desde las muñecas del muchacho hasta los sofocados tobillos de aquella joya andante.
Sentí el pánico correr con la sangre en mis venas. Sentí mis manos aferrarse a la puerta; ansiosas e incontrolables manos.
Sin la mujer recibir respuesta alguna del cuerpo del muchacho, jaló otra vez con más brusquedad. Con una sonrisa tan dulce que aterraba. El movimiento brusco había hecho que el niño se tropezase con sus pies.
Contuve mi aliento por unos segundos, escasos segundos que sentí como años. Números. Unos extraños y negros números se escondían bajo la tela del cuello de su camisa.
La tinta negra y bien definida se extendía en el lado derecho de su cuello, exigiendo ser vista por mis aterrorizados -y a la vez preocupados- ojos.
81194
¿Qué era esa reacción tan inesperada de mi parte? ¿Por qué me alteraban tanto esos números? Créanme cuando les digo que intentaba levantar y destrozar esa piedra de emociones que se había posado en mi pecho. Apenas dejando que un poco de aire entrara a mis pulmones.
Mis desesperadas y ansiosas manos buscaron la manilla de madera a mis espaldas. La tomé como pude y rodé mi cuerpo con rapidez hasta estar completamente dentro de la casa.
Espere un tiempo, no sé cuánto, la verdad. Supongo que lo necesario para que ambos extraños pudieran entrar a su nueva casa. Mire la hora en el reloj. Faltaba exactamente un minuto para las nueve. Las nueve. El Señor Benson llegaría y me encontraría fuera de mi habitación. Fuera de lugar. Tal cual como cualquier objeto, debía volver a mi posición. Si me encontraba, seguramente me impondría un castigo de categoría uno, cosa que no quería.
Corrí lo más rápido que pude hacia la escalera, oyendo de soslayo como el motor del auto del Señor Benson se apagaba. Me deslice con rapidez entre la puerta medio abierta y deje salir el aire que tenía atrapado. Me senté frente a la pequeña mesa, donde mantenía los pocos libros que cabían en esta, recostando mi cansada cabeza en medio de las conocidas páginas que había leído una y otra vez.
Los nuevos rostros que ansiaba conocer no eran del todo lo que esperaba.
Eso pensé al verlos desde lejos, pero no creía en que la realidad me guardara una realidad aún más macabra.
L.F
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