Capítulo 9 ✔
Maratón 2/2
Termino de comer el último trozo de albóndiga que queda en mi plato. Apoyo el codo en la mesa de la cocina y espero a que Lysander y Landon acaben también.
Os preguntaréis: ¿qué hacen aquí? Como mi madre no va a salir de la habitación y Ángel está modo ogro, el par de hermanos Ambrose se han quedado a comer en mi casa. Han llamado un par de minutos más tarde a mi timbre con esta «súper idea», palabras suyas, no mías.
Como sus padres siguen de viaje y Liam les da libertad, no había ninguna objeción que les impidiera venir. Intenté que dejaran a Ela también pero no se pudo. Maldito Mark.
—Esto está... —Landon no encuentra las palabras.
—¿Horrible?
—¡Ángel, mi comida no está horrible! —protesto y mato a mi hermano con la mirada.
—No está horrible, está peor que eso —se ríe Lysander. Todo un romántico el muchacho —. A la próxima cocino yo, ¿vale?
Los tres vacían su plato medio lleno en la basura mientras yo resoplo con frustración. Intenté con todas mis fuerzas que la comida estuviese comestible y no lo he logrado. ¡Pero tampoco estaba tan mala!
Lysander se acerca a mí y pone una de sus manos en mi mejilla, luego, la aprieta cual abuela. Suelto un quejido y lo aparto.
—Ya te saldrán mejor, la clave está en que no te rindas nunca —hace una pausa y contiene la risa—. Aunque envenenes a toda tu familia y amigos.
Suelto una carcajada, él siempre consigue animarme. Aún no sé cómo lo hace.
—Mejor cocina tú, yo prefiero pintar y hacer otras cosas. Mis cosas.
Sonrío, pero la sonrisa se esfuma cuando recuerdo que debo ir al cementerio. Lo hago cada año desde que papá murió, pero todavía no me acostumbro. Se siente igual de triste que la primera vez.
—Vamos, Laura. Es hora de irnos.
Asiento en respuesta y me despido de Landon y Lysander.
—¡Te espero en mi casa para ver las películas!— grita antes de salir. Claro, casi lo olvido.
Me pongo una chaqueta encima para no pasar frío, guardo en el bolsillo un paquete de pañuelos porque sé que los necesitaré y salgo de mi casa seguida de Ángel.
Recorremos la mayor parte del camino en silencio, perdidos en nuestros pensamientos, hasta que decido hablar.
—¿Por qué te castigó el entrenador? Sé sincero, Ángel.
—Porque estoy faltando a los entrenamientos y me he peleado con Hayes varias veces.
—¿Con David? Es algo pesado, pero... —me sorprendí tratando de defenderlo.
—Pero nada, Laura. —me corta con sequedad. ¿Pero qué...? No entiendo nada.
Lo miro bastante sorprendida, él nunca me habla mal, nunca. Dejo de hacerle preguntas, ya hablaré con David y me enteraré de todo de igual forma.
Analizo de nuevo su respuesta cuando veo que no planea seguir con la conversación anterior. Falta a los entrenamientos y también a clase regularmente. Sospechoso. Se trama algo raro y yo lo voy a averiguar. Aunque me cueste.
Entramos al cementerio. La puerta de hierro es enorme y negra. Tiene dibujos que son como una especie de flores y los muros de alrededor son parecidos al color beige. Todo tiene ese aspecto lúgubre que te hace querer salir corriendo y no volver.
Buscamos la tumba en donde se encuentra mi padre y, antes de llegar, ya me cae la primera lágrima. No voy a ser lo suficientemente fuerte para esto.
Me paro frente a la puerta de cristal que separa las tumbas del resto de calles del cementerio y apoyo mi mano sobre ellas.
—Laura... lo siento mucho —lo miro, confusa—. Te he hablado mal, yo no hago eso.
Lo abrazo fuerte y nos quedamos así un rato. Luego, cuando estamos más calmados, entramos, cambiamos las flores y limpiamos un poco. Lo hacemos todo en silencio porque no tenemos ánimos suficientes para mover la boca. Si al menos mamá hubiera un esfuerzo por ayudarnos...
La noche va cayendo a medida que limpiamos, ya no hay luz solar y eso me indica que es hora de irmos.
Otro sollozo se escapa de mí, mis ojos están tan aguados que apenas puedo leer la lápida: 2 de junio de 1970-15 de septiembre de 2018.
Ya han pasado dos años y mamá todavía no nos puede acompañar al cementerio. Su muerte nos ha dejado a todos una herida tan grande que siento que me cuesta respirar. Toco el tatuaje que descansa en mi cadera y suspiro secándome las lágrimas con un pañuelo.
Espero que algún día el dolor cese.
Ángel toca mi hombro indicándome que debemos irnos. Las primeras veces que veníamos nunca me quería ir, luego entendí que por más tiempo que esté ahí, esa persona no va a volver. Lo único que me reconforta es saber que yo nunca lo voy a olvidar y que siempre vivirá en mi corazón. Aunque eso no parezca suficiente.
Mi padre murió con cuarenta y ocho años de cáncer de pulmón. No sabemos los motivos por los que enfermó, pues él no fumaba, pero supongo que sería por cualquier otra cosa. O quizás sólo fue la vida misma.
Odié en silencio al caprichoso destino por arrebatarme a una de las personas que más quería. Que más quiero.
En el camino a casa sólo se oyen mis sollozos, son imparables. A diferencia de Ángel. La única vez que él ha llorado fue en el entierro, él prefiere sacar sus sentimientos de otras maneras, por ejemplo, jugando al fútbol. Correr saca su rabia y su tristeza por eso no me sorprendió que nada más llegar cogiera un balón y se fuera.
Subo a mi habitación para ir a la de Lysander. Esta vez voy a usar la escalera que une nuestros cuartos porque no tengo ganas de llamar al timbre.
—Cielo... —mi madre me llama cuando estoy a punto de entrar.
Me giro para verla mejor. Sus ojos y su nariz están rojos, probablemente de llorar todo el día y su expresión está totalmente decaída. Voy hasta ella y la abrazo fuerte.
—Hemos ido a verlo, Ángel y yo lo hemos limpiado todo y le hemos cambiado las flores.
Ella asiente y se va a su habitación de nuevo. Me relajo porque sé que mañana estará mejor y que Ángel le llevará comida en cuanto vuelva de jugar.
Abro mi ventana, salgo de mi habitación y paso por la escalera. Ya sé que es raro tenerla ahí en medio conectando dos casas, pero no fue idea mía, fue del señor Ambrose y a mi padre le encantó.
No necesito tocar a la ventana para que me abra porque me ha visto venir y ya la ha abierto.
Su sonrisa decae cuando ve mis ojos hinchados y rojos de llorar. Me ayuda a bajar de su ventana y me abraza.
—Cereza, si no te apetece...
—No —lo interrumpo—, sí me apetece, sólo quiero distraerme un rato.
Él agarra mi mano y me arrastra suavemente hasta una sala, no es la sala de estar, pero al menos tiene un sofá grande. Nos sentamos en él y buscamos una película en Netflix.
—¿Qué tal Bajo la misma estrella? —sugiero. Su cara me dice que no.
—¿Y Venom?
—¿La forma del agua?
—Los juegos del hambre.
Niego con la cabeza. Va a ser muy difícil ponernos de acuerdo.
—¿Por qué no quieres ver los juegos del hambre? Son geniales. —me mira con acusación.
—¡He visto esa película mil veces! Tenemos que ver Un puente hacia Terabithia.
—¡Yo también he visto esa película mil veces! Además, no creo que quieras llorar más.
—Touché. Pues veremos Titanic.
—Esa también te hará llorar a mares.
—¿Por qué? ¿Has llorado tú?
—¡Pues no!
—Entonces, ponla. Sin miedo.
Me mira con mala cara, yo sonrío maliciosa. Veremos Titanic, lo convenceré cueste lo que cueste.
✔✔✔
No lo he podido convencer.
La película acaba de terminar, al final puso Aves de Presa. Hice una buena pataleta, pero sé que la puso porque hace tiempo le comenté que quería verla.
Secretamente os confieso que me he quedado durmiendo un par de veces.
Ahora mismo estoy tumbada en el sofá con mi cabeza apoyada en su regazo. Él acaricia distraídamente mi cabello mientras ambos miramos las letras del final.
Ninguno de los dos nos movemos aún sabiendo que se ha acabado. El agotamiento y el peso de tantas emociones en un día cae sobre mí haciendo que mis ojos se sientan pesados. Suelto un bostezo.
—Laura...
—Mhm. —murmuro medio dormida.
—Nada, no importa. —no añade nada más.
Pocos minutos más tarde, caigo en un sueño profundo.
✔✔✔
Buenasss. Espero que os haya gustado la mini sorpresa... ¡Maratón de QELG!
Hasta prontooo. 💙
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