Capítulo 8


Tamara baja hasta el puente de su nariz las gafas de sol que lleva puestas y observa detenidamente todos y cada uno de los pasos que dan las tres capitanas del equipo de animadoras, quienes están cogidas de los brazos y entran en una tienda de ropa animadamente, quizás fantaseando con el atuendo que van a ponerse esta noche.

En cuanto las chicas se pierden tras la puerta giratoria, la pelirroja se vale de sus muletas para salvar la distancia que le separa del establecimiento, haciendo alguna que otra pausa tras los coches para ocultarse ante la posibilidad de ser descubierta en plena faena.

Parecemos agentes secretos en una misión peligrosa.

—No hay peligro a la vista.

—¿Por qué tenemos que escondernos? —añado, resoplando, en cuclillas junto a un coche—. Todo el mundo nos está mirando.

La chica de mi izquierda echa un vistazo a su alrededor, aunque su atención repara en un señor regordete, con poco pelo y de tez morena, que nos mira confuso al mismo tiempo que se come un delicioso perrito caliente.

—¿Qué está usted mirando? —le recrimina la chica—. Váyase a comerse el perrito caliente a otro sitio.

—Será mejor que entremos.

—¿Y si nos encontramos con ellas de frente? Nunca sé qué hacer en esas situaciones. Es como si mi cerebro colapsara.

—Le saludamos como personas normales que somos— la pelirroja enarca una ceja, incrédula, manifestándose totalmente en contra de esa afirmación—. Que nos encontremos en la misma tienda no tiene porqué significar algo.

—Está bien. Vamos a entrar antes de que el señor del perrito caliente llame a seguridad o, peor aún, al psiquiátrico más cercano.

Ayudo a la pelirroja a incorporarse y caminamos hacia la entrada de la tienda de ropa a buen ritmo, intentando, en la medida de lo posible, aparentar normalidad, aunque nuestro aspecto físico no sea un punto a favor precisamente. Nos adentramos en el establecimiento y somos bendecidas por una brisa cálida procedente de la calefacción. Por unos instantes nos permitimos fantasear con la idea de probarnos todas y cada una de las prendas que portan los maniquís.

—¿Has visto ese top? ¿Y esos vaqueros de talle alto? —Tamara echa a andar hacia un estante y sumerge sus manos entre las prendas con la esperanza de dar con un atuendo ideal para esta noche—. Aunque, pensándolo bien, no creo que pueda ponerme un pantalón ajustado con la pierna escayolada.

—Prueba con un vestido sencillo.

Tamara se hace con un vestido vaquero oscuro de tirantes junto con una chaqueta de color gris que hace juego con las Vans que ha elegido. Yo, en cambio, me paseo entre los pasillos de ropa, pasando con ayuda de mi mano izquierda las prendas que no consiguen despertar mi atención, sin mostrar mucho interés por dar con algo que ponerme esta noche.

Nunca me ha gustado mucho arreglarme y tampoco ir de compras. Tamara cree que soy algo así como un bicho raro. Sea como sea siempre me quedará esa famosa cita dispuesta a sacarme de cualquier apuro: para gustos los colores.

Cuando termino de recorrer el pasillo de ropa por el que camino me encuentro con Tamara, quien aparece de la nada, con sus hombros adornados con varias prendas, esbozando una de sus mejores sonrisas acompañadas de la aparición de un brillo inusual en sus ojos. Eso solo puede significar una cosa: ha encontrado un modelito que me vendría como anillo al dedo y espera a que me lo pruebe para comprobar que sus sospechas son ciertas.

—Tengo algo para ti. —Enarco ambas cejas y abro la boca para replicar, pero ella me recrimina con la mirada, pidiéndome que guarde silencio—. No pienso aceptar un «no» por respuesta. Anda, pruébatelo y luego me dices si te lo quedas o lo dejas.

—Está bien. Sorpréndeme.

Sonríe, satisfecha.

—¿Qué te parece este vestido? —La prenda en cuestión es roja, de tirantes, y no alcanza a cubrir las rodillas. Es más, tiene unos puntitos blancos a modo de adorno por todo el cuerpo del vestido—. Tengo en casa una diadema que te puede ir muy bien con este conjunto.

—¿No es demasiado arreglado?

—Necesitas urgentemente una asesora de moda.

A pesar de mis negativas terminamos en el probador, admirando nuestras siluetas frente al espejo, sacando puntos a favor y en contra de cada prenda. Durante los quince minutos que hemos estado en el probador me he convertido en algo así como la estilista de la pelirroja. He halagado aquellos modelitos que le favorecían y rechazado por completo otros cuantos. La mayoría se han incluido en este último. Finalmente, la chica de cabello anaranjado opta por el vestido vaquero que eligió de primeras yo me decido a llevarme el modelito que Tamara seleccionó expresamente para mí.

Salimos del probador y cuando nos disponemos a ir hacia la caja reparamos en tres chicas que ríen animadamente junto a unos estantes de complementos. Tamara se oculta tras una pila de cajas rosas y me lleva con ella hacia su nuevo escondite. Intercambiamos una rápida mirada y a continuación nos asomamos discretamente por los huecos que hay entre cada caja, apreciando el comportamiento de las chicas más populares del instituto.

—Parece que hemos acertado—dice Tamara, señalando con la barbilla las prendas que sostiene Jazmine en uno de sus antebrazos—. Esta vez no vamos a correr el riesgo de hacer el ridículo.

—Aún estoy a tiempo de soltar el vestido.

La pelirroja me da un codazo y ello provoca que pierda momentáneamente el equilibrio. Por suerte, consigo aferrarme a las cajas antes de desplomarme, evitando la caída. Fulmino con la mirada a Tamara, pero ella no parece sentirse cohibida y mucho menos arrepentida. Volvemos a unir nuestras cabezas y a mirar a través de los pequeños huecos existentes entre las cajas.

—Estoy segura de que con este vestido voy a conseguir que Jaden no aparte sus ojos de mí—confiesa Jazmine con aire de superioridad, ganándose las miradas envidiosas de sus amigas, quienes ríen ante la idea de poder compartir su día a día junto al quarterback—. Pienso, incluso, estrenar mi labial nuevo esta noche.

Stacey se lleva una mano a la boca para reprimir un gritito de felicidad y Li mira con aprobación a la chica de cabello moreno.

—Creo que las protagonistas de esta noche van a ser la rarita y la pelo zanahoria—bromea Stacey, riendo ante la idea de vernos llegar con el cuerpo hecho polvo—. ¿Os imagináis el atuendo que llevarán esta noche? Juro que como las vea venir vestidas como la última vez, estaré riéndome hasta el último día de curso.

—Será zorra—se queja Tamara.

La pelirroja, al estar enfurecida, me hiere en el pie con sus muletas, provocando que reaccione soltando un gritito de dolor y me aferre a ella. Tamara pierde el equilibrio y se precipita cogida de mi mano hacia la pila de cajas rosadas que tenemos a nuestras espaldas. Lo siguiente que sé es que estamos tirados boca arriba en el suelo, rodeada de cajas y de personas mirándonos con inquietud.

Por suerte, el trío ha desaparecido antes de poder ser consciente del desastre que hemos ocasionado. Aun así, Tamara se pone en pie y libera la rabia que lleva dentro gritando a los cuatro vientos cosas inapropiadas.

—¡Mi pelo no es del color de la zanahoria! ¡Y mi ropa no tiene nada de malo, es más, podría usar la tuya y me quedaría muchísimo mejor, porque tengo mejor trasero y mejores tetas que tú!

—Van a tener que acompañarme a la salida—dice un segurata con tono autoritario.

—Ya nos íbamos, ¿verdad, Tamara? —aseguro, dándole un codazo a la chica de mi vera, quien mira al chico que tenemos delante ceñuda.

—Sí. Ya nos íbamos.

Abandonamos la tienda bajo las miradas intimidantes de los clientes y la expresión seria del segurata, rezando porque las cámaras de seguridad no hayan grabado ese incidente y los vídeos salgan a la luz. Pero sobre todo nos marchamos con mal sabor de boca, no solo por el hecho de haberle dado un motivo más a quienes nos rodean para pensar que estamos un poco idas, sino también por haber descubierto que no somos bienvenidas en el equipo de animadoras.

Han transcurrido un par de horas desde nuestro pequeño percance en la tienda de ropa, tiempo que hemos empleado para arreglarnos un poco antes de ir al instituto. Tamara se encuentra frente al espejo de su habitación, maquillándose, en exceso, el hematoma de un violáceo oscuro que rodea su ojo con la esperanza de enmascararlo. Todo intento es en vano. Continúa sobresaliendo un poco, a pesar de haber empleado distintas tonalidades, usando más de una capa de maquillaje.

Yo estoy acostada boca arriba en la cama de la pelirroja, con el móvil entre las manos, leyendo las últimas publicaciones en el blog de algunos estudiantes del instituto.

—¿Listo para la noche de travesuras? ¿En serio, Walter?

—La mayor travesura que va a ser es ponerse un paño húmedo en sus partes para hacer desaparecer el dolor—replica Tamara, girándose hacia mí—. ¿Se me nota mucho?

—Apenas se nota—añado, dedicándole una sonrisa—. No sé por qué quieres ocultarlo. Es algo así como una marca de guerra. Has sobrevivido a unos juegos deportivos exhaustivos, deberías estar exhibiéndola con orgullo.

—Ya voy a sobresalir demasiado con la pierna. No quiero tener otro motivo por el que convertirme en el centro de atención.

Me encojo de hombros y decido ir hacia ella.

—¿Nos hacemos una foto?

—Eso ni se pregunta. —La chica se coloca bien el pelo y esboza su mejor sonrisa—. Estoy lista.

—Di «patata»

—Patata.

Hago la fotografía y se la enseño para obtener su visto bueno antes de colgarla en el blog junto a una cita procedente de la saga de Harry Potter: juro solemnemente que mis intenciones no son buenas. Al poco de colgarla recibo varios me gusta de compañeros de clase, un comentario de Dave en el que deja entrever un emoticono guiñando un ojo y un mensaje de anónimo.

Leo sorprendida la respuesta del desconocido. Había dado por hecho que no volvería a saber nada de aquel extraño que me comentaba en las publicaciones, pero me equivocaba.

—Anónimo ha vuelto a aparecer.

—¡No!

—¡Sí! —le contradigo emocionada, sin saber muy bien porqué. Tamara se acuesta a mi vera y me arrebata el teléfono de las manos—. ¿Cuál va a ser tu mayor travesura esta noche? Esa ha sido su respuesta.

—¿Qué vas a responderle?

—No lo sé. Esperaba que tú me echases un cable.

Tamara sonríe. Se hace con el control de la situación y teclea varias veces, escribiéndole una respuesta al anónimo que, unos segundos más tarde, publica sin ningún pudor. Me acerco a ella y miro la pantalla del teléfono, donde se muestra la contestación a la pregunta formulada por el desconocido.

—Ven esta noche y lo sabrás ¿de verdad? ¿No se te ha ocurrido nada mejor? —Salto de la y camino de un lado a otro de la habitación a buen ritmo—. Yo no le conozco de nada. ¿Y si es un viejo verde? O peor aún, un asesino en serie.

—Así sales de dudas de una vez.

—Va a decir que no.

Mi teléfono vuelve a vibrar y la pelirroja lo coge. Abre el mensaje y lo lee con una sonrisita en los labios que cada vez se va ensanchando un poco más.

—¿Qué?

—Ha dicho que va a ir esta noche.

—¿Y qué? También fue a la fiesta organizada por Jaden y no apareció. Hoy va a estar el instituto a oscuras y plagado de estudiantes bromistas.

—Sea quien sea este desconocido, quiere saber más de ti. Llámame paranoica, pero creo que le gustas y mucho.

—¡Ni siquiera sé quién es!

—Pero él si sabe quién eres tú y apuesto a que va a intentar acercarse poco a poco a ti. Por el momento se vale del blog para mantener el contacto contigo porque no se verá con el valor necesario para conocerte en persona.

—Estás haciendo que me coma la cabeza. Y esta noche es lo que menos necesito. Tengo que estar espabilada.

Se manifiesta el claxon de un coche que pone fin a nuestra comprometida conversación, haciéndonos volver a la realidad de golpe. A continuación, ayudo a la pelirroja a ir hacia la salida de casa al mismo tiempo que hacemos una parada en el recibidor para hacernos con una bolsa con rollos de papel higiénico, rotuladores imborrables, dos bolsas de canicas y pegamento.

Una vez tenemos el material necesario para llevar a cabo las trastadas que ingenia nuestra mente, salimos y nos reunimos con el chico que espera en la parte trasera del coche, con el maletero abierto.

—¿En qué habéis pensado?

—En varias cosas—dice orgullosa la pelirroja, esbozando una sonrisa—. Vamos a llenar el despacho del director de papel higiénico, luego soltaremos en los pasillos canicas, pintaremos con imborrable la pizarra y pegaremos la silla del profesor al suelo.

—En el fondo sois malas—admite, meneando la cabeza—. Me gusta que salgáis de vuestra zona de confort. Antes me costó creer que ibais a participar en las bromas. ¿Qué os ha hecho cambiar de opinión?

—Siempre hay que probar cosas nuevas—contesto, encogiéndome de hombros—. Será divertido. Nos dará un buen subidón de adrenalina.

—¿Ahora sois yonquis de la adrenalina?

—¡Y a ti que te importa! —exclama Tamara, dándole un codazo.

Entra en el coche con dificultad y cierra la puerta detrás de sí.

Dave intercambia una mirada de complicidad conmigo antes de cerrar el maletero y hacerme una seña para que suba al vehículo.

—Te hemos dicho nuestra idea genial y tú aún no has soltado prenda—le recuerdo, dándole un golpecito juguetón en el hombro. Ríe y me mira—. No nos dejes en ascuas.

—Había pensado en liberar a las ranas del laboratorio.

—Sabes que vas a cargártela si te descubren ¿verdad?

—Es un riesgo que pienso correr. Y, por cierto, vosotras nos os quedáis muy atrás con vuestro malvado plan. Si os pilla el director, os pondrá de patitas en la calle.

—O aún peor—anuncia Tamara—. Podrían castigarnos limpiando todo el desastre. Apuesto que devolver a las ranas a su sitio no va a ser tarea fácil.

—Nadie tiene por qué saber que hemos sido nosotros si vamos con cuidado.

Miro al chico, sorprendida por sus palabras. Él me devuelve la mirada y esboza una sonrisa traviesa que me demuestra que esta noche vamos a sacar la peor de nuestras versiones. Los ojos de Dave no vuelven a cruzarse conmigo hasta que llegamos al aparcamiento sombrío y solitario del instituto. Observo con inquietud las sombras que se desplazan con precaución por los alrededores, buscando la forma de entrar en el instituto, bien a partir de una puerta o una ventana.

—¿Cómo vamos a entrar? —inquiere saber Tamara, bajando del coche y caminando hacia la parte trasera del vehículo para hacerse con la bolsa con el material.

—Dejé un soporte de madera bajo una de las puertas.

—¿Estás seguro de que no has invadido una propiedad antes? —le presiono con la mirada, fascinada ante el hecho de que Dave haya tenido en cuenta tantos detalles.

—Si lo hubiera hecho, lo sabríais. —Dave avanza hacia la entrada situada en un lateral del instituto, ocultándose tras los muros y asegurándose de que seguimos todos sus pasos al pie de la letra—. El pasillo está despejado. Tenemos vía libre.

—Nosotras iremos al despacho del director—informo con el corazón latiéndome con fuerza—. Nos vemos luego. Ah, y suerte, vas a tener que hacer un gran trabajo para liberar a todas esas ranas.

—Id con cuidado. Algunos estudiantes ya han dejado sus trampas puestas a punto.

Despedimos a Dave tras alcanzar una intersección. Él se marcha por un pasillo solitario y sombrío, mientras la pelirroja y yo nos dejamos guiar por la sucesión de papelitos de colores que hay esparcidos por el suelo como motivo de la explosión de unos confetis, así como por las huellas de pintura roja que anuncian que alguien se ha tomado la molestia de simular un posible asesinato.

Continuamos avanzando, pendiente ante cualquier detalle, dispuestas a evitar ser el blanco de las bromas. Ya tenemos suficiente con les secuelas que nos han dejado los juegos deportivos.

—Aquí está nuestra aula. —Tamara abre la puerta con ayuda de sus muletas y se adentra en el interior, analizando la estancia.

Todo es color de rosa hasta que en el frente se alza una siniestra figura. La pelirroja suelta un grito desgarrador y se dispone a encender la linterna del móvil para descubrir qué es, en realidad, esa misteriosa sombra.

—Qué susto. Maldito muñeco de anatomía.

—¿Tienes los rotuladores?

—Sí. Aquí están.

Deja la bolsa sobre una mesa y me tienden unos bolígrafos cilíndricos de color negro. Le agradezco con una sonrisa su ofrenda y me dirijo hacia la pizarra para terminar por trazar líneas horizontales y verticales al azar. Tamara, mientras, se dedica a pegar la silla del profesor al suelo con ímpetu, así como los lapiceros del escritorio.

—Puedo imaginarme la cara de la profesora de literatura al intentar arrimarse a la mesa—suelta Tamara con una carcajada—. A ver si la broma le quita esa cara de amargada.

—Creo que va a hacer todo lo contrario.

—Vamos al despacho del director.

Salimos al pasillo tras comprobar que no hay nadie al acecho y caminamos lo más rápido que ponemos por el corredor. Alcanzamos el despacho del director antes de lo previsto y nos dudamos en refugiarnos dentro de él. Tamara se limita a decorar los muebles, las paredes y el suelo con tiras y tiras de papel higiénico hasta dejar el despacho prácticamente blanco, con aspecto de haber sufrido una fuerte nevada hace relativamente poco.

Estoy ingeniándomelas para introducir en uno de los cajones de la mesa un muñeco saltarín con aspecto de payaso diabólico cuando la pelirroja desaparece de mi vista por un par de minutos, argumentando que va a ir a colocar unos cojines de pedorretas.

Salgo al pasillo con entusiasmo, cerrando la puerta detrás de mí cuando, orgullosa de mi valentía cuando descubro a la pelirroja intentando avanzar lo más rápido posible hacia mi posición. Le miro ceñuda, sin comprender por qué tiene la expresión propia de haber visto a un fantasma. Me hace señas, pero estoy tan absorta admirando como sus muletas se deslizan sobre el suelo, topándose con decenas que canicas que deduzco ha vertido Tamara con anterioridad, que no soy consciente de lo que intenta decirme.

—¡Viene alguien! —exclama a unos metros de mí, pidiéndome que salga corriendo—. ¡Escóndete, ahora!

Tamara entra en el despacho del director mientras yo opto por huir hacia la habitación en la que se guardan valiosos informes sobre los alumnos. La puerta está abierta, inesperadamente, de forma que no dudo ni un segundo en abrirla de par en par cuando observo como la sombra de una persona se va haciendo cada vez más grande en el suelo, anunciando su proximidad a mi posición.

Hago ademán de adentrarme en el cuartillo cuando un cubo de pintura colocado encima de la puerta se vuelca, vertiendo todo su contenido sobre mi persona.

Abro tanto la boca que temo que vaya a desencajárseme y observo mi aspecto. El vestido solo lo he usado una vez y ya está para tirarlo directamente a la basura. Adiós a mis ahorros de un mes.

Sacudo la pintura que cubre mis brazos y entro en el cuartillo sombrío para enconderme. Apenas he cerrado la puerta detrás de mí y he caminado hacia el centro de la habitación refunfuñando cuando la puerta vuelve a abrirse en un abrir y cerrar de ojos, anunciando la entrada de alguien más.

El chico, quien tiene el pelo alborotado y unas gotas de pintura surcando su mejilla, se gira hacia mí y se sorprende al encontrarme allí, a oscuras, manchada de pies a cabeza de pintura.

—¿Qué estás haciendo aquí, niña?

—No, qué estás haciendo tú aquí. Este es mi escondite. Lo vi yo primero. Mueve tu trasero y vete a buscar otro sitio en el que esconderte.

—Qué buena idea. De paso saludo al vigilante de tu parte.

Suelto un bufido y evito mirarle.

—¿Te has bañado en pintura antes de venir?

—¿Y tú eres así de idiota de fábrica o fue producto de un golpe con el balón de rugby?

Ríe ampliamente.

—¿Has decidido cambiarte al bando de los rebeldes?

—¿Y tú al de las animadoras? —añado, haciendo alusión al color de las gotas de pintura que salpican su mejilla, el mismo que predomina en el atuendo de animadora.

Jaden se acerca a la puerta y pega su oreja a ella para oír los pasos del vigilante que pasea por el pasillo, entusiasmado ante la idea de pillar infraganti a los estudiantes bromistas. Retrocede un par de pasos y viene hacia mí con decisión, mostrando su preocupación en una fina arruga que aparece en su entrecejo.

—Viene hacia aquí.

—¡¿Qué?!—digo en un gritito que me precipito a ahogar con la mano—. ¿Y qué vamos a hacer?

—Tenemos que pensar en algo rápido o vamos a tener un problema.

—¡Esto es por tu culpa!

—¿Por mi culpa? —pregunta, incrédulo—. Yo no he sido quien se ha puesto histérica ante la idea de compartir este cuartucho conmigo.

—¡Agh! ¡Me sacas de mis casillas! ¡Siempre consigues sacar lo peor de mí!

Jaden se acerca a mí y se aferra a mi antebrazo, conduciéndome hacia el centro de la pequeña estancia. Sin ningún pudor lleva su mano a mi nuca y une sus labios con los míos, besándome apasionadamente, coincidiendo con la entrada del vigilante en el cuartillo, descubriéndonos en plena faena.

La escena que está presenciando debe parecerle sacada de una novela de ciencia ficción. Jaden besándome de forma pasional, con el pelo revuelto y las mejillas coloreadas, y yo cubierta de pies a cabeza de pintura.

Me aparto del quarterback dándole un leve empujón y miro al hombre que sostiene una linterna y nos escruta desconcertado. Siento como las mejillas me arden y se ponen de un vivo color rojo. Jaden se aclara la garganta y se muerde el labio inferior, sin saber muy bien cómo reaccionar después de la incómoda escena que acabamos de vivir.

—Dejad la intimidad para casa—sugiere el hombre y observa con detenimiento el suelo salpicado de pintura que hay a nuestros pies—. Venid conmigo, pequeños granujas. ¿Creías que ibais a saliros con la vuestra después de pintar la fachada del instituto y entrar en una habitación restringida?

—¡Yo no he pintado nada! —me quejo.

—Sí, claro. Explícale al director mañana por la mañana que no pintaste la fachada del instituto cuando estabas cubierta de pintura de pies a cabeza.

Abro la boca para replicar, pero no doy con ninguna explicación que consiga salvarme el pellejo, así que decido hacer un mohín y cruzarme de brazos como una niña de cuatro años. Jaden me mira de soslayo y esboza una sonrisa divertida.

¿Qué le hace tanta gracia? Acaban de pillarnos y dudo que vayamos a irnos de rositas en esta ocasión. Si por mí fuera, ya le habría saltado al cuello, porque ganas no me faltan. Sin embargo, ya estoy metida en un buen lío como para meterme en otro.

Tison, el vigilante, abandona el cuartillo, incorporándose al pasillo, donde nos espera pacientemente para conducirnos hacia la salida del instituto y tomar parte de lo que ha ocurrido. Le lanzo una mirada envenenada a Jaden, quien se muerde el labio inferior y deja ver su desconformidad con respecto al lío en el que nos acabamos de meter.

—Tendrías que haberte quedado en casa, niña.

—Y tú no tendrías que haberme besado—replico, molesta por su gesto anterior—. No soy una fábrica de conceder deseos, ¿sabes?

—Tú y yo somos muy diferentes. —Río sin ganas. Hace bastante que descubrí que somos totalmente distintos, incapaces de congeniar ni en un millón de años—. ¿Y sabes qué pasa con los polos opuestos?

Hago caso omiso a sus miramientos, negándome a escucharle, pero él parece no querer darse por vencido.

—Que corren el riesgo de atraerse.

—Lo único que va a atraerme a ti son las ganas de darte una buena bofetada.

Le doy la espalda y comienzo a caminar hacia el frente para reunirme con el vigilante, dejando atrás a Jaden riéndose.

—Travesura realizada—concluye.

Aprieto el paso para poner distancia entre ambos y sigo al vigilante hacia la salida del instituto, con la mente intranquila y las manos sudorosas. No quiero ni pensar en la reprimenda que va a darme mi padre cuando se entere de lo sucedido, ni en el castigo que va a imponerme el director en cuanto se entere. Lo único que espero es que pase lo que pase ese beso sin importancia quede entre nosotros, convirtiéndose en ese secreto que nos mantiene unidos.

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