Capítulo 6
Entro en el supermercado, recogiendo una cesta roja que hay junto a la entrada, y procedo a perderme en una de las secciones, concretamente la dedicada a la fruta y verdura. Necesito comprar manzanas para uno de los retos de los deportes olímpicos. Quizás con dos decenas de manzana sea suficiente, teniendo en cuenta que algunas podrían desecharse, otras sufrir daños o estar en mal estado. Vamos, que hoy el supermercado va a hacerse de oro conmigo.
Detengo mi caminar y alzo la vista lentamente, observando fascinada una pila de manzanas colocadas de forma que asemejan a una pirámide. Sí, la misma forma cónica que se lleva a cabo a la hora de anunciar los bombones Ferrero Rocher.
Salvo la distancia que me separa de mi destino, me hago con un guante y una bolsa de plástico y hago ademán de tomar una manzana de uno de los extremos. Voy guardando algunas de ellas en el interior de la bolsa, y cuando ésta se llena, le hago un nudo y la confío en la cesta roja que llevo conmigo.
Vuelvo a estirar el brazo para hacerme con otra manzana cuando un cliente pasa demasiado cerca de mi posición, dándome un leve golpecito que provoca que le propicie un codazo a la pirámide de manzanas y esta pierda su estructura, de forma que las manzanas llueven sobre mí, posibilitando mi caída.
Me cubro la cabeza con ambos brazos, acostada boca arriba en el suelo, pidiendo que la tierra me trague y me esculpa a kilómetros de este dichoso supermercado. No va a ser nada fácil irme de rositas.
Aparto las manzanas y me pongo en pie como puedo, mirando a los clientes que me observan con cierto desconcierto. Mis mejillas no tardan en encenderse como consecuencia de la vergüenza que siento en estos precisos instantes.
—¿Se encuentra bien? —pregunta una encargada.
Sonrío, cohibida.
—Ajá—articulo, llevándome la mano a la frente—. Solo ha sido un pequeño golpe sin importancia. Sobreviviré.
—Me sabe mal dejarle marchar sin más—prosigue la mujer, ayudándome a ponerme en pie—. Le regalaré algunas manzanas.
Eso está mucho mejor. Así no tendré que gastarme un pastizal en fruta. Quién me iba a decir que de los desastres pueden surgir cosas maravillosas.
Me marcho del supermercado con una bolsa repleta de manzanas en un estado óptimo, de un tono rojo intenso, con la piel reluciente y fresca. Dave, mi mejor amigo, está esperándome en el interior del coche, en un lado de la carretera, con la mirada perdida en el horizonte. Hasta este momento no caigo en la cuenta de que tengo pendiente una conversación con él. No he tiempo que perder. Debo solucionar las cosas con Dave cuanto antes
Tomo asiento a su vera, coloco la bolsa a mis pies y cierro la puerta detrás de mí. A continuación, procedo a ponerme el cinturón de seguridad, siguiendo con la mirada todos los gestos del chico, en un intento de dar con algún acto que me dé una pista acerca de su estado anímico. Lo máximo que llego a deducir es que está deprimido, lo sé por su expresión seria y melancólica.
—Dave—comienzo a decir, ladeando mi cuerpo en su dirección—. Te debo una explicación acerca de lo sucedido en la fiesta.
Aferra con fuerza las manos al volante.
—Lo primero que debes saber es que Jaden, sorprendentemente, no fue un idiota—explico, observando las facciones de mi amigo, quien aprieta los labios—. Bebí demasiado aquella noche y me descontrolé. Comencé a hacer cosas de las que me arrepiento, cosas por las que habré perdido ya la poca dignidad que me quedaba.
Eso le saca una sonrisa.
—Jaden quiso convencerme de que lo mejor era que fuera a casa. Y yo lo vi como un acto egoísta, cuando en realidad era racional.
—Eso no explica el corte de tu mejilla.
—Esa es una historia aún más deprimente—admito, pasándome la mano por el pelo—. Quise integrarme en el grupo de las chicas populares y me obligué a mí misma a tratar de acercar a Jaden a las animadoras. La cosa no salió como esperaba y, bueno, terminé peleándome con una zorra.
—¿Tan grave fue lo que hizo para que llegarais a las manos?
—Me llamó friki.
—Se lo tenía bien merecido. —Me dedica una media sonrisa y procede a darme un cálido abrazo—. Siento mucho haberme comportado como un capullo.
—No pasa nada—confieso, encogiéndome de hombros—. Yo también habría reaccionado así conociendo la fama de Jaden.
Dave deposita un beso en mi frente.
—¿Estás preparada para los deportes olímpicos?
—Se me acaba de caer una pirámide de manzanas en la cabeza—afirmo, palpándome un pequeño abultamiento que está apareciendo en mi frente—. Tengo todas las de perder.
—Deberían hacer una película sobre ello. Ya sabes, en vez de lluvia de albóndigas, lluvia de manzanas. Podría ser muy taquillera.
Le propicio un codazo y sonrío.
—La parte buena es que me han regalado una buena parte de las manzanas.
—Probaré esa técnica la próxima vez que vaya a comprar al supermercado. ¿Te imaginas? Podría ahorrarme un pastizal.
—No hace falta que vayas tan lejos. Estoy segura de que, si le sonríes a la encargada, caerá rendida a tus pies. Y no te regalará solo unas manzanas sino toda la maldita frutería.
—Venga ya—dice riendo, meneando la cabeza, divertido—. Conozco esa cara y sé que lo dices porque me quieres demasiado.
—¡No es verdad! —exclamo, sonriendo—. Sabes que me gusta ir con la verdad por delante. Y en este caso, la verdad es que eres un pibón.
—¿Me estás tirando los trastos?
—Sí—digo con firmeza, mirándole incrédula.
Le da vida al motor y se incorpora a la carretera, mordiéndose el labio inferior para reprimir una amplia sonrisa.
—Aún me sorprende que no te haya escogido una agencia de modelos.
—Y a mí me sorprendo que aún no te hayan dado un récord Guinness por ser el mayor desastre andante sobre la faz de la tierra.
—Me lo estoy currando, ¿sabes? Pero la cosa está muy igualada entre todos los participantes—bromeo, bajando un poco la ventanilla—. Aunque este año pienso ganármelo.
—Estás bien pirada.
—No sabes hasta qué punto.
Aparca de forma brusca en un hueco libre del aparcamiento reservado para los coches de los estudiantes y se baja de él tras ponerse unas gafas de sol. Le miro sorprendida por su look, hago un gesto desinteresado con los labios, y simplemente continúo caminando en dirección a la zona destinadas a los juegos olímpicos que van a tener lugar a lo largo del día de hoy.
—¿Vas a participar en ellos?
—¿Yo? ¿Participar en unos juegos deportivos? ¿En serio? —repongo, haciendo énfasis en esa última palabra—. No pienso hacer el ridículo, gracias.
—Oh, vamos, tiene que haber algo que se te dé bien.
—Sí, comer, dormir y ver series.
Dave ríe y me revuelve el pelo con la mano. Sabe que odio que haga eso e igualmente continúa haciendo con tal de ver mi cara de fastidio, esa que tanta gracia le hace.
—Nos vemos luego. Procura no haber matado a nadie con un balón de rugby para entonces. —Imita con sus manos dos pistolas y me señala. Le devuelvo el gesto.
Tamara está junto a la tina de agua, con un brazo en jarra y el otro a la altura de su pecho, sosteniendo en una de sus manos su teléfono móvil, del que se vale para mirar la hora que marca el reloj. Voy hasta ella con una carrerilla, a pesar de odiar correr.
Hay varias cosas que odio como que alguien cercano a mí coma con la boca abierta, que me mientan cuando ya sé toda la verdad, el repelente sonido de los mosquitos, levantarme temprano, el dolor premenstrual, que me lleven la contraria, entre otras cosas. Pero ninguna de ellas se compara con el eterno odio que siento hacia los deportes en general.
—¿Dónde te habías metido?
—Estaba hablando con Dave. Pero ya estoy aquí. Hecha una rosa.
Tamara enarca una ceja, incrédula, al presenciar mi pelo revuelto y las ojeras que nacen bajo mis ojos como consecuencia de mi cansancio físico.
—Pues si tú estás hecha una rosa, yo soy Jennifer Aniston.
Espero que solo esté exagerando y que realmente no esté tan mal como dice. Aunque, la verdad, tampoco me importa mucho mi aspecto. Vamos a celebrar unos juegos olímpicos, no un concurso de belleza. Lo importante es que esté presente para organizar los juegos, no hecha un pincel. Dudo que, aun estando de punta en blanco, ganara un concurso de belleza. Creo que hay más probabilidades de que me toque una fortuna. Mi vida no va a cambiar de la noche a la mañana. Eso solo pasa en la película Princesa por sorpresa.
Deposito todas las manzanas en el interior de la tina y las muevo con ayuda de las manos, alejándolas las unas de las otras, para dificultar la tarea de pescarlas con la boca.
—Tamara, ¿puedes llenar un poco más la tina? —La chica obedece y se hace con una manguera para rellenar un poco la tina—. Vale. Creo que está bien. Ya puedes parar.
Tamara continúa echando agua en el interior de la tina, hasta el punto de peligrar el contenido, haciendo caso omiso a mis peticiones, de forma que me tomo la libertad de alzar la vista y comprobar qué le pasa. Tamara está embobada mirando a los chicos del equipo de rugby.
—Tierra llamando a Tamara ¿estás ahí? ¡Tamara!
—¿Qué decías? —pregunta, cambiando el rumbo de la manguera en mi dirección.
El chorro de agua impacta directamente contra mi persona. Llevo ambas manos a la cara, con tal de evitar la violencia con la que me rocía la manguera, abriendo la boca hasta extremos insospechados.
—Lo siento.
Deja la manguera y me mira con ojos suplicantes. Miro mi aspecto y suelto un bufido, algo cabreada por el pequeño incidente que acaba de tener lugar.
Alzo la vista y miro a lo lejos, percatándome de que Jaden está mirándome desde la lejanía, riéndose ante lo sucedido. Le dedico una mirada envenenada y procedo a escurrirme la camiseta y cubrir la zona de mis pechos con mi brazo para evitar que se me note el sujetador. Lo último que quiero es que todo el instituto sepa qué marca y talla de sujetador uso.
—Estabas como babeando, ¿no?
—Son las hormonas. Están revolucionadas en la adolescencia. Yo no puedo evitar que mis ojos se vayan hacia chicos con cuerpos esculturales. ¿Vas a negarme que no te atrae el físico de Jaden?
Cambio el rumbo de mi mirar hacia el chico en cuestión, quien está sonriendo, haciendo surgir unos hoyuelos cerca de sus comisuras, quitándose una sudadera azul marino que lleva puesta para dejar al descubierto una camiseta de tirantes blanca que hacen juego con sus vaqueros. El sudor provoca que la tela de la prenda superior se adhiera a su cuerpo tonificado, marcando sus músculos trabajados.
Jaden se da media vuelta para ir a una fuente cercana para beber agua cuando reparo en su trasero perfectamente modelado, musculoso.
Me sorprendo mordiéndome el labio inferior, aunque en cuanto soy consciente de ello dejo de hacerlo, sustituyendo mi expresión pasional por una de repulsión. Es cierto que Jaden es atractivo, pero eso no le quita lo de capullo integral. Y lo último que quiero es admitir que el chico que se la pasa metiéndose conmigo sea irresistible hasta para la más inexperta de todas en cuanto a sexo se refiere.
—Pues a mí me parece uno más del montón. Y, por cierto, es un cerdo.
—Esto es deprimente. A este paso vamos a llegar virgen a los cuarenta. —Le miro y río—. Bueno, no sé si aún sigo siéndolo. Aunque no es un buen presagio despertar en una cama rodeada de mujeres.
—¿Por qué no les preguntas directamente a ellas y sales de dudas?
—Oh, sí, claro. Iré y les diré: hola, ¿por casualidad hicimos una orgía el otro día? —Pone los ojos en blanco y suelta un suspiro—. Me mirarían como un bicho raro.
Respondo encogiéndome de hombros y caminando hacia el lugar en el que se hallan los sacos. Tamara me sigue pisándome los talones, saludando a todo aquel que se cruza por el camino con su mejor sonrisa, pisando fuerte, con aire de superioridad, orgullosa de ser una de las precursoras de los juegos olímpicos que van a tener lugar.
—Buenas a todos y a todas—saludo, intentando parecer guay. En definitiva, estar en la misma onda para dejar de ser una pardilla—. ¡Bienvenidos a los juegos olímpicos!
La multitud estalla en aplausos y vítores.
—Van a tener lugar una serie de juegos que irán sucediéndose según el orden establecido—informa Tamara, cogiendo las riendas—. El primer juego es carrera de sacos por parejas, el segundo dominadas con un marcador, el tercero pesca de manzanas con la boca y el cuarto un partido de rugby. El ganador tendrá derecho a faldar y contará con la posibilidad de ganar una beca para formar parte de un reconocido equipo de fútbol americano.
—Los puntos que consigáis con cada juego se irán sumando. Aquel que consiga reunir más puntos será el ganador.
—¿Y tú piensas participar en ellos? —pregunta Jaden con una sonrisita—. ¿O los juegos son solo una fachada?
—Claro que lo hará—dice Stacey con voz cantarina—. Ambas participarán en los juegos. Han trabajado muy duro en este evento y merecen disfrutar de él.
Me muerdo la lengua para no despotricar contra ella.
—Sí, claro. Será divertido—contesto con aires de grandeza—. Soy bastante buena trabajando bajo presión y creo que ganar estas olimpiadas va a estar chupado.
—¿Qué estás diciendo, Mack? —susurra por lo bajo Tamara—. Vamos a parecer dos tontas muy tontas participando en estos juegos.
—¿Estáis segura de que queréis participar? Podríais lastimaros un tobillo e, incluso, sudar—contraataca Jaden, intentando por todos los medios darle más morbo al asunto.
—Por favor—añado en tono ofendido, quitándome la chaqueta de chándal que llevo puesta y dejándola caer sin ningún pudor al césped—. Espero que sepas defenderte fuera del campo de fútbol, Jaden, y que tu ego no se vea afectado.
—Muy bien. Que gane el mejor.
—¿Tú eres una loca suicida? —me pregunta Tamara con los ojos amenazando con salirse de sus cuencas y con ambas cejas enarcadas—. ¿Sabes que acabas de declararle la guerra al tío que cuenta con las mejores condiciones físicas de todo el instituto?
—No era consciente de lo que decía. Me ha salido, sin más. —Me echo las manos a la cabeza y hago una mueca de desaprobación con los labios—. Madre mía, acabo de echarme la cruz.
—Vamos a intentar hacerlo lo mejor posible para, al menos, perder con elegancia. Ya me entiendes, pisando fuerte.
Caminamos hacia los sacos y, con cuidado, nos metemos las dos en uno de ellos. Ambas nos valemos la una de la otra para no perder el equilibrio, aunque en alguna ocasión nos vemos tentadas a caer. Jazmine se hace con una bocina de color roja y espera a que todos los participantes estén preparados para hacerla sonar, dando comienzo al primer juego.
Tamara salta sin previo aviso y debido a ello le imito poco después, pisando la tela del saco, de manera que ambas caemos al suelo y nos golpeamos la cabeza la una con la otra. Aunque, caer ha resultado más fácil que levantarse.
En serio, ¿no podríamos haber puesto sacos más grandes? Me siento como una sardina enlatada.
—¡Vamos, que nos quedamos atrás!
—¡Lo estoy intentando! —añado, jadeando—. Siento como si el cerebro me estuviera botando una y otra vez.
—¡Yo he olvidado ponerme el sujetador deportivo! ¿Qué hay peor que eso?
Unimos nuestros puños, poniendo a prueba a la gravedad una vez más y, por suerte, salimos victoriosas, aunque la gloria no nos dura ni un mísero minuto. No nos da tiempo a saborearla. Ambas damos el último salto para llegar a la línea de meta y, en vez de salir de la prueba con aires de grandeza, acabamos con la boca pegada al suelo y los brazos raspados, prácticamente comiendo tierra.
—Qué asco—se queja Tamara, pasando el dorso de la mano por la boca—. Vaya pintas tenemos. En vez de parecer que hemos estado haciendo una carrera de sacos, da la impresión de que hemos hecho la croqueta y luego bañado en estiércol.
—No vamos a salir ilesas de estos juegos.
Nos ponemos en pie con ayuda de nuestras manos y caminamos hacia el grupo de estudiantes que se aglomera en torno al marcador y dos barras de dominadas. Tamara se abre paso entre los jóvenes con ayuda de sus manos, dejando ver una expresión de repulsión cuando el tufo a sudor llega a ella. Aun así, consigue llegar hasta la parte delantera y subirse al pequeño escenario donde va a tener lugar la siguiente prueba.
Subo junto a ella tras observar a Walter Peterson hurgarse tranquilamente la nariz para, más tarde, deslizar su dedo sobre la camiseta del chico que tiene delante, como quien no quiere la cosa. Aún estoy en shock por lo que acabo de ver cuando Tamara me da un codazo tras anunciar en qué consiste la prueba, haciéndome volver a la realidad de golpe.
—¡Que comience la prueba! —digo alegremente—. ¿Qué pareja quiere ser la primera?
Walter se sube a una de las barras, dejando al descubierto la zona de las axilas de su camiseta gris impregnada de un voluminoso sudor que desprende un desagradable olor. Félix Gauyer es su contrincante, un chico de complexión delgada, con gafas cuadradas y pinta de friki. Ambos se preparan para realizar la actividad física mientras Tamara y yo nos desplazamos hacia el pulsador rojo que anuncia el inicio de la prueba.
—Me compadezco de aquel que use la barra de Walter.
—Si. Agh. —Se lleva un dedo a la boca para simular sentir repulsión—. Va a dejar la barra sudada y con un fuerte tufo.
—Y no solo eso—susurro. Entrelazo mi brazo con el suyo y me acerco a su oído—. He pillado antes a Walter hurgándose en la nariz.
—Debería tener prohibido participar.
Pulso el botón rojo que hay depositado sobre un pilar hecho a base de cartón, de forma que resbalo, cayendo patosamente al suelo, destrozando esa parte del decorado. Tamara se pone ante mí, esbozando una amplia sonrisa para enconder mi desastrosa caída. Me pongo en pie tras llevarme un buen golpe en la cabeza con una caja. Presiona la palma de mi mano sobre el área dolorida y me aquejo.
—Vaya golpe me he dado.
—No te preocupes. Creo que no se han dado cuenta.
Miro a la multitud y descubro que los estudiantes están más interesados en mi caída que en la competición de dominadas entre Walter y Félix. Incluso Jaden se une a ellos. Tiene la cabeza agachada y una impresionante sonrisa asomando en sus labios, provocando que unos hoyuelos nazcan junto a las comisuras de su boca.
—Walter gana la competición—anuncia Tamara, limpiando la barra con un pañuelo—. Démosle un fuerte aplauso.
Los estudiantes aplauden y vitorean alegremente.
—¿Cuál es el premio? —pregunta, acercándose a mi amiga—. ¿Un besito?
Tamara le da un empujón y le guía hacia los escalones que descienden hacia el lugar en el que se aglomera la multitud.
—¿Te puedes creer que quería un beso?
—Agh.
Arrugo la nariz.
—Sí. Agh— Coincide. Imita mi gesto anterior y se encoge de hombros—. Le he mandado a freír espárragos. Vete a saber si se come los mocos.
—Yo no me arriesgaría a comprobarlo.
Jaden sube al escenario y sonríe al encontrar algo gracioso en mi frente. Rápidamente me llevo la mano a dicha zona y descubro un prominente bulto que acapara toda la atención.
—¿Qué te hace tanta gracia?
—El monstruoso bulto que tienes en la frente. —Ríe y decide a morderse el labio inferior—. Parece que está diciendo algo así como: mátame, por favor.
—¿Pero a ti qué te pasa en la cabeza? —añade Tamara enarcando las cejas—. Solo es un chichón con muy mala pinta.
—¡Tamara! —me quejo, fulminándole con la mirada.
—Y violáceo—continúa Walter, quien acaba de aparecer a nuestro lado sin motivo aparente.
—¿Por qué estamos hablando de mi chichón? —Pongo los ojos en blanco y guío a Walter nuevamente hacia los escalones—. ¿Y tú qué estás haciendo aquí?
—¿Me das un besito?
Observo con inquietud los hilos verdes de moco que asoman en sus fosas nasales, así como sus Brackets repletos de trocitos de comida y la colonia de granos que pueblan su cara. La guinda que adorna el pastel es la cantidad de gotitas de saliva que me salpican cada vez que habla. Voy a tener que usar un paraguas cada vez que hable con él o ponerme a dos metros de distancia.
Me acerco a él, con los ojos cerrados y expresión asqueada para darle un beso en la mejilla, cuando estornuda, manchándome la camiseta de saliva y mocos verdes.
—Agh.
—¿Podemos volver a repetirlo?
—Baja antes de que te dé una patada en el trasero.
Walter baja cabizbajo y resignado para unirse a la multitud de estudiantes. Le doy la espalda al público y me planto con dos zancadas junto a una silla. Recojo un clínex de la caja y comienzo a limpiar mi desastrosa y asquerosa camiseta.
—¿Quién se atreve a competir conmigo? —alardea Jaden. La multitud guarda silencio. Nadie se atreve a subir a enfrentarse al mejor quarterback del instituto—. ¿Nadie?
Sin saber muy bien porqué mi mente piensa una cosa y mi boca dice otra completamente distinta. Ni siquiera sé por qué he dicho lo contrario a lo que pienso. Mi cerebro es una perfecta máquina que trabaja todos los días del año, salvo cuando Jaden se encuentra cerca de mí. Cuando le tengo al lado pierdo la cabeza, literalmente. Se me va la pinza. No sé si mi cerebro se vuelve idiota cuando más le apetece o es cosa de la edad. No sé cuál de las dos opciones es peor. Por mi bien, espero que no sea la última. No soy tan mayor, ¿no?
—Yo.
—Voy a contar hasta tres para que te lo pienses mejor.
—¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de que pueda dejarte por los suelos?
—Espero algo más realista como una luxación de hombro.
Me quito la camiseta manchada que llevo puesta, dejando al descubierto mi sujetador, y me subo a la barra con agilidad, hecho que logra sorprenderme incluso a mí. Jaden ríe ante mi atrevimiento y asiente un par de veces. Se sube a la barra de dominadas, dedicándome una mirada desafiante acompañada de una sonrisa de autosuficiencia.
—¡Empieza la cuenta atrás! —anuncia Tamara.
Empiezo a hacer dominadas de forma torpe, quedándome casi a la mitad, mientras que Jaden consigue realizar unas cuantas de ellas en poco tiempo y a la perfección. Parece que no le supone ningún esfuerzo mientras que a mí me cuesta la propia vida. Él parece tarzán desenvolviéndose en las lianas, mientras yo soy una mezcla entre mono y araña.
Su marcador alcanza la cifra de quince dominadas en apenas un par de minutos, mientras el mío marca ocho. Empiezo a ingeniármelas para subir el puntaje, sacando fuerza de donde no me quedan, obligando a mis músculos a dar más de sí, luchando contra el sudor que baña mi frente y el ardor que vive en mis mejillas.
Miro a Jaden y compruebo que está haciendo algunas dominadas valiéndose de una sola mano, avivando al público, quien estalla en aplausos y halagos hacia el quarterback. Él tiene alguna gotita de sudor en la frente y algo húmedo el cuello de la camiseta, mientras yo estoy demacrada por el exceso de deporte. Tendría que haberme adentrado en el mundo deportivo paulatinamente en vez de la noche a la mañana, comenzando con el nivel de un deportista de élite.
Consigo igualar la cifra de Jaden momentáneamente, lo que le lleva a esforzarse más para tener mejor marca en la prueba. Yo hago lo propio. Parece que las dominadas han dejado de ser una prueba en los juegos deportivos para ser un ajuste de cuentas entre dos personas que se odian mutuamente.
El tiempo finaliza y Jaden baja de la barra de un salto. Yo también lo hago, sí, pero hacia atrás, llevándome un buen golpe en el trasero. Estoy tan agotada que apenas puedo caminar. Tengo agujetas en todo el cuerpo. A este paso voy a tener que ir arrastrándome como un gusano.
El quarterback observa el marcador, descubriendo que ha salido victorioso por un par de puntos de diferencia, ventaja suficiente para hacerle sentir satisfecho por su marca. Tamara viene a mí, se arrodilla a mi vera y me da de beber de una botella de agua.
—Por un momento pensé que iba a darte una pájara.
—Aún estoy a tiempo—bromeo, bebiéndome la botella casi entera—. ¿Cómo he estado?
—Has estado bien. Aunque los chicos han estado más pendientes de tus senos. Me ha parecido ver a Walter haciéndote una foto con el móvil. A saber qué va a hacer con ella cuando esté solo. —Se queda pensativa unos instantes—. Qué imagen más rara se me ha venido a la cabeza.
—Genial. Mis tetas van a ser noticia en todo el periódico escolar—ironizo, pasándome una mano por el inicio de mi cabello para eliminar el rastro de sudor—. Ayúdame a levantarme. No creo que pueda hacerlo sola.
—Vamos a tener que apuntarnos a un gimnasio.
—¿Es que no te basta con estos juegos?
—No me refiero a ir a un gimnasio a hacer deporte sino a ver a chicos sin camiseta, exhibiendo sus músculos trabajados.
—Ja. No pienso gastarme un dineral en la cuota del gimnasio solo para ver a tíos buenos. Por algo existe internet.
Tamara hace una mueca con los labios y me guía hacia la tina con agua y manzanas. Ambas nos abrimos paso entre la multitud, explicamos en qué consiste la prueba y pedimos a dos voluntarios. En esta ocasión participamos ambas, de forma que nos enfrentamos a la tina, nos inclinamos ligeramente hacia adelante, depositando las manos en nuestra espalda y aproximando la boca al agua.
Una bocina se manifiesta, dando comienzo a la prueba. Dave, quien está enfrente mía, coge una manzana con la boca, pero se le escapa con el agua y tiene que volver a empezar. León, un quarterback, se hace con una manzana y la lanza a sus pies.
Tamara pasea la fruta por toda la tina, con la esperanza de dar con la oportunidad idónea para hincarle el diente. Yo solo consigo que las manzanas huyan de mí y que cada intento por coger una de ellas sea un auténtico fracaso. Siempre acabo con la cara sumergida en el agua y los pelos pegados a mi rostro.
La pelirroja se proclama ganadora de esta prueba, algo que resulta inesperado para todos, incluso para ella misma. Su emoción es tan contagiosa que pronto nos vemos vitoreando y aplaudiendo su hazaña embriagados de alegría.
Tamara salta a los brazos de Dave, quien sonríe ampliamente al verla tan feliz y bromea acerca de su situación al inicio de la prueba de pesca de manzanas. Ella le saca la lengua y viene hacia mí para terminar por abalanzarse sobre mí, rodeándome la cintura con sus piernas. Giro una sola vez con ella, celebrando la victoria, y luego la devuelvo a tierra firme.
—Ahora solo queda el partido—apunta Dave mordiéndose el labio inferior—. ¿Cómo vamos a organizarnos?
—Tamara y yo estaremos en el mismo equipo—digo sin titubear y miro a la multitud—. ¿Quién quiere estar en nuestro equipo?
Los estudiantes se dividen, algunos van junto a Dave y otros al equipo de Tamara y mío. Todo el mundo parece tener bastante claro el bando en el que quiere jugar, de forma que no surgen complicaciones ni dudas en ningún momento de la elección. Cuando terminamos de formar los equipos le echo un vistazo a nuestros contrincantes, descubriendo que la mayoría son fuertes y habilidosos y forman parte del equipo del instituto. En cuanto a mi equipo, bueno, creo que podemos ingeniárnosla.
Miro a Walter, quien se está hurgando la nariz. Félix está haciendo cuentas matemáticas en el aire, con los cristales de las gafas sucias. Finn Gordon está rascándose el trasero al mismo tiempo que mira con la boca abierta una mosca que revolotea por los alrededores. Incluso va a jugar con nosotros Billy, un chico que nació ciego, haciendo uso de un bastón para guiarse.
Tamara, quien parece estar al tanto de que tenemos todas las de perder, me mira con los dientes apretados y simula rebanarse el cuello con su dedo índice. Si algo es seguro es que vamos a caer antes de que termine el primer tiempo.
—El capitán del equipo que dé un paso al frente y se sitúe junto a su contrincante—pide uno de los quarterbacks.
Tamara me empuja hacia el frente. Camino hacia Jaden, quien está ligeramente inclinado hacia adelante, vestido con ropa de juego, espero reencontrarse conmigo para empezar a jugar. Antes de llegar hasta él ladeo la cabeza hacia un lado y miro hacia atrás, pillando a Tamara mostrándome ambos dedos pulgares para darme ánimos. Trago saliva para hacer desaparecer el nudo de nervios de mi garganta y continúo avanzando hasta situarme frente al capitán del equipo contrario.
—Toma. —Un árbitro me tiende la vestimenta necesaria—. Ponte la equipación.
Me pongo la enorme camiseta de color negra con hombreras, así como un casco del mismo tono en la cabeza y unas rodilleras.
Inclino ligeramente mi cuerpo hacia adelante y contemplo los ojos de mi enemigo, quien esboza una sonrisita ante mi atrevida idea de jugar al fútbol americano siendo una negada para los deportes. El árbitro lanza el balón hacia el aire y toca el silbato, dando inicio al partido. Doy un salto y logro tocar el balón, enviándolo directo hacia un jugador, a quien le golpeo en el estómago. Se queja momentáneamente y se hace con el balón, lanzándoselo a un miembro de su equipo.
—¡Defended el campo! —le pido a mi equipo mientras corro persiguiendo el balón— ¡Y coged el balón si podéis!
No sé qué narices ha interpretado Walter, pero lo veo corriendo hacia el terreno enemigo para impedir que los miembros de nuestro propio equipo avancen hacia el sentido contrario.
—¡En el otro lado, Walter! —grita Félix.
—¡Me estoy haciendo un lío! —responde con cierto nerviosismo—. ¡Vais a tener que decírmelo más claro!
—¡Mueve el maldito trasero, Walter! —replica Tamara, haciéndole señas con la mano. El chico hace ademán de moverse cuando el balón impacta en su entrepierna—. Auch, eso ha tenido que doler.
Walter cae de bruces al suelo con la cara descompuesta y se deja vencer por la gravedad, desplomándose sobre el césped, llevándose ambas manos hacia sus partes íntimas, aullando de dolor. Aquellos estudiantes que han decidido no participar en los juegos lo recogen como pueden, y digo como pueden porque a Walter no le faltan precisamente kilos, y lo llevan a enfermería.
—Dios mío—escupo y hago ademán de golpear mi frente, pero solo consigo palpar el casco—. Esto es un completo desastre.
—¡Que no caiga el ánimo, equipo! —intenta animarnos Félix, haciéndose con el balón y abriéndose paso entre los jugadores del equipo contrario, siendo franqueado por sus aliados—. ¡Esto ya está ganado!
Félix resbala con el terreno y, antes de caer al suelo envía el balón nuevamente hacia nuestro campo. Tamara parece ver la oportunidad de actuar, de forma que aprieta el paso y consigue situarse en la posición exacta en la que va a caer el balón. Todos estamos eufóricos porque va a hacerse con él, pero toda felicidad se esfuma en cuanto somos partícipes de como la pelirroja le da una patada al balón, mandándolo al equipo contrario.
—¡Estamos jugando al rugby, no al fútbol! —se queja un miembro del otro equipo.
—¡Iba a darme en la cabeza, capullo! ¡Tenía que alejarlo de mí!
Jaden consigue marcar varios puntos, mientras que nosotros ni siquiera hemos conseguido mover ficha. Somos algo así como la panda del moco. Nuestros jugadores parecen quedarse petrificados cuando el quarterback invade nuestro campo para marcarnos, mientras que aquellos que logran reaccionar lo hacen, bien demasiado tarde o metiendo la pata hasta el fondo. De forma que cuando vuelve a presentarse la oportunidad de conseguir cierta ventaja tomo la iniciativa.
Me hago con el balón y avanzo rápidamente hacia el campo contrario, esquivado a todos los enemigos, incluso saltando sobre uno que está tirado sobre el césped intentando reponerse de una caída. Consigo lanzarme hacia la línea antes de que me alcancen, sumando algunos puntos. Vuelvo a mi campo e intento evitar a toda costa que Jaden atraviese nuestro terreno y marque otra tanda de puntos. Me interpongo en el camino del quarterback y le impido seguir avanzando, moviéndome en la misma dirección en la que él lo hace.
Apuesto a que todos deben vernos como a un gigante siendo molestado por un gnomo. Jaden me saca cerca de dos cabezas. Soy algo así como un maldito oompalompa.
El chico esboza una sonrisa socarrona y aprovecha uno de mis despistes para alcanzar la línea y volver a marcar. Tamara consigue hacerse con el balón y corre en dirección al campo contrario, siendo perseguida por varios enemigos. Llega un punto en el que se encuentra sin escapatoria y decide correr en sentido horizontal, mirando de un lado a otro. Los jugadores se le echan encima, dejándola caer, justo cuando ella lanza el balón hacia una dirección cualquiera. Salgo en búsqueda de él y una vez salto para acogerlo entre mis manos recibo el impacto de dos jugadores en pleno aire, de forma que caigo al suelo y soy aplastada por algunos.
Permanezco inmóvil en el suelo, sintiendo un cosquilleo en mi brazo derecho y en el cuello, además de un fuerte dolor de cabeza y de espalda como consecuencia de la caída. Jaden alza una de sus manos y pide que se finalice el partido, luego se acerca hacia mí y con cuidado palpa uno de mis brazos inmóviles, dejando ver una expresión de preocupación.
—Será mejor que la llevemos a la enfermería.
—Tamara también está herida—anuncia Dave, sosteniendo entre sus brazos a una chica pelirroja—. Se acabó el partido, chicos.
Maldigo internamente mi participación en los juegos deportivos, sabiendo que soy una negada para los deportes desde que era una mocosa. Me colocan sobre una camilla junto a la pelirroja, quien salva la distancia que nos separa para acoger una de mis manos. Tiene un hematoma en la zona del ojo y un corte sangrante en la frente, además de una pierna colocada en una posición bastante dolorosa.
—Prométeme que no vamos a participar nunca más en unos juegos deportivos—pide en tono de súplica, haciendo pucheros.
—Ni aun estando en juego una fortuna vuelvo a participar—añado con firmeza, aquejándome del dolor que se apodera de mi cuello—. Jamás de los jamases.
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