Capítulo 5
—¡Despierta! ¡Rápido! —dice Jaden con cierto nerviosismo, inclinando ligeramente el colchón, provocando que mi cuerpo se precipite en dirección al frío suelo—. ¡Mack! ¡Espabila!
Abro un ojo y miro al chico que va de un lado a otro de la habitación, recogiendo cosas del suelo y colocándolos en sus respectivos sitios. Alzo una de mis manos y me la llevo a la cabeza en un intento de aliviar el golpe que me he dado en la cabeza.
—¿Quieres decirme qué pasa? A estas horas aún no soy persona.
—Mis padres han vuelto antes de lo previsto y una de sus normas es: no traer chicas a mi habitación. Así que tienes que irte. Ya.
—Oh, bueno, anoche no pareció importarte que durmiera aquí.
Me cruzo de brazos y le fulmino con la mirada.
—Anoche estabas como una cuba.
—Ah, bueno, déjame decirte que tú tampoco estabas muy lúcido. Podría, incluso, decir que te comportaste como un idiota. Sí, con todas y cada una de sus letras.
—Ese idiota te ha dejado dormir en su habitación.
—¿Debería darte las gracias por haberme dejado dormir en tu picadero? Oh, qué desagradecida por mi parte—farfullo, poniendo los ojos en blanco.
Se escucha la voz de una mujer llamando por su nombre al quarterback. Jaden se aferra a mi mano y me conduce hacia el ropero.
—Métete en el armario.
—No pienso meterme ahí dentro—protesto.
Jaden abre el armario, se aferra a mi antebrazo y ambos nos ocultamos en el interior del mueble. Cierra las puertas, privándonos de la claridad del día. Me pide que guarde silencio, colocando su dedo índice sobre sus labios. La puerta de la habitación se abre de par en par y una mujer de cabello castaño se adentra en la estancia, buscando con la mirada a su hijo.
—Michael, tu hijo no está en casa—anuncia la mujer, elevando el tono de voz—. Debe haber ido a entrenar con sus compañeros.
Jaden mantiene su boca sellada, con el fin de evitar que su respiración agitada le delate. Cambio el rumbo de mi mirar hacia el chico, quien tiene áreas de su rostro iluminadas por la luz que penetra a través de las pequeñas ranuras de las puertas del armario.
—¿Por qué tiene siempre la habitación tan desordenada? —se pregunta la mujer a sí misma.
Recoge algunas prendas que hay colocadas a los pies de la cama y las dobla para posteriormente depositarlas sobre la superficie de una cómoda. La madre de Jaden se acerca a la mesita de noche, abre uno de los cajones con el propósito de guardar pequeñas prendas cuando se detiene en seco, estupefacta. Extrae una revista pornográfica del cajón y la observa con la mandíbula desencajada.
—Mierda—susurra Jaden en tono bajo.
El chico se remueve nervioso en el armario, acariciándose la nuca y mordiéndose el labio inferior.
—Cariño, tenemos una charla pendiente con Jaden.
La mujer se marcha de la habitación, llevándose consigo la revista que ha encontrado y cierra la puerta tras abandonar la estancia.
Jaden me pisa con fuerza sin querer, provocando que suelte un gritito y me abalance hacia la puerta del armario. El chico, quien tenía la mano apoyada sobre la superficie de madera, pierde el equilibrio al igual que yo, de manera que ambos nos precipitamos al vacío. Nos damos una buena torta con el suelo, que nos deja paralizados por breves segundos.
—Tengo que salir de aquí. —Me incorporo de inmediato y comienzo a caminar hacia la puerta—. No puedo creer que haya dormido en esa cama.
—¿Piensas salir por esa puerta y presentarte a toda mi familia? ¿No crees que estamos yendo un poco rápido?
—Eres un imbécil. ¡Agh!. ¿En qué momento decidí aceptar venir aquí? —Busco con la mirada otra posible salida, pero no doy con ella—. ¿Por dónde salgo?
Jaden suelta una risita.
—Había pensado que podrías salir por la ventana.
—Oh, genial, una clase gratuita de puénting. ¿Qué demonios estás diciendo, Jaden? ¿De verdad tienes un cerebro oculto en esa cabeza?
El chico camina hacia mi posición, cargando con una sucesión de sábanas anudadas, y las dispone para poder bajar a través de ellas hasta el jardín. Jaden observa la distancia que nos separa el suelo y hace un gesto despreocupado, restándole importancia. Yo, en cambio, le miro como si hubiera perdido unos cuantos tornillos.
—Tienes que estar de coña. No pienso tirarme por una jodida ventana.
—Es como hacer escalada.
—No sé si lo has notado, pero no se me dan nada bien los deportes.
—Solo mantente agarrada a la sábana.
Gruño ante su comentario y procedo a salir por la ventana, apoyando mis pies en el marco de una ventana del piso inferior. A continuación, me aferro con ambas manos a la sábana blanca y comienzo a deslizarme por ella, temblando por el miedo, rezando un padre nuestro por el camino. Maldiciendo, además, a Jaden O'Neill.
A medida que voy bajando voy descubriendo nuevas áreas de las plantas inferiores, hasta dar con una ventana que muestra una estancia en la que se hallan de espaldas los padres de Jaden, ojeando las páginas de la revista pornográfica.
Pierdo totalmente la concentración, de manera que me desprendo de la sábana y caigo al vacío, impactando con fuerza contra el césped del jardín. Me llevo una mano a la cabeza y la acaricio, en un intento de hacer desaparecer el dolor que se apodera de dicha zona. Jaden, quien me observa desde la ventana, no puede evitar mostrarse preocupado por mi caída.
—Mack ¿estás bien?
Le muestro mi dedo corazón y le susurro: vete a la mierda.
Emprendo una carrera por el jardín con la esperanza de salir de la casa de Jaden lo más rápido posible. Y todo parece ir según lo previsto hasta que los aspersores se ponen en funcionamiento, empapándome de agua de pies a cabeza, enturbiando mi visión, impidiendo que consiga alcanzar mi destino con facilidad. Llevo un brazo a mis ojos y los cubro con él, en un intento de continuar corriendo para salir de esta propiedad privada, cuando resbalo con el agua del césped y caigo de espaldas al suelo, poniéndome de tierra hasta los ojos.
Me incorporo con precaución y echo a caminar nuevamente.
Cuando desemboco en la calle, me llevo una mano al costado y me tomo la libertad de inspirar y espirar una y otra vez, para comprobar que aún continúo con vida después de todo. Quién iba a decirme que iba a tener una mañana tan movidita.
Observo mi aspecto con una expresión asqueada y alzo una de mis manos para hacer desaparecer la tierra de mis mejillas.
Mi teléfono móvil comienza a sonar. Lo sostengo entre mis manos y observo la pantalla iluminada por una luz verde, anunciando una llamada entrante de parte de Tamara Parker.
—¡Tamara! Gracias a Dios ¿dónde te has metido?
—No tengo ni le menor idea. Lo único que sé es que acabo de despertarme en una casa que no conozco, compartiendo cama con tres mujeres más.
Alzo una de mis manos y cubro mi boca.
—¿Con tres mujeres?
—Y eso no es lo peor. Estoy en ropa interior. ¡Madre mía! ¡He hecho una orgia y ni siquiera he sido consciente de ello! ¡En una escala de gravedad del uno al diez, estoy en el número cien!
—Quizás no hayáis hecho nada.
—¡O tal vez hayamos tenido una noche loca! Madre mía, no sé cómo voy a vivir después de esto. He perdido la dignidad que me quedaba. Y lo peor es que podría estar al tanto de mi pequeño descontrol todo el maldito instituto. Tengo miedo de meterme en el blog. Podría haber subido cualquier cosa.
—No eres la única que ha tenido una noche movidita.
—¿Qué me dices? ¡Ya me estás contando!
—He pasado la noche en casa de Jaden. Sí. Mátame.
—¿De Jaden O'Neill? ¿El mejor quarterback de nuestro instituto?
—El mismo.
—¡Oh, Dios Mío! ¡¿Os habéis acostado?!
—¡No!
—Bueno, ya sabes lo que dicen. Del odio al amor solo hay un paso.
—Créeme, entre Jaden y yo hay un millón de pasos. O, incluso, más.
Tamara suelta una risita.
—Por favor, no dejes que beba más.
—Anoche nos pasamos un pueblo bebiendo. Y encima era nuestra primera fiesta y botellón.
—La cosa ya pintaba mal desde que nos presentamos en la fiesta vestidas como dos barbies. Dios, me puse una chaqueta dorada con hombreras, Mack. Voy a ser el hazmerreír de todo el instituto.
—Yo tampoco me quedé muy atrás con los tacones y el vestido típico de graduación.
—Somos unos desastres andantes. No tenemos remedio.
Reímos al unísono, burlándonos de nuestras decisiones tan poco acertadas.
—Por cierto, ¿qué pasó entre Jaden y Dave anoche?
—Se enfrentaron porque Dave creyó que Jaden me había golpeado.
—¿Por qué iba a pensar eso?
—Porque anoche le di su merecido al ligue de Jaden.
—Eres mi heroína, Mackenzie.
—¿Y sabes qué? No me arrepiento de haberle dejado la cara como un cuadro. Se lo tenía muy merecido.
—Va a necesitar un kilo de maquillaje para ocultar los rasguños de la pelea. Apuesto a que va a echarse tanto polvo que va a parecer Epi de Barrio sésamo.
—Esa ha sido buena.
—Gracias, gracias.
—Nos vemos ahora en el instituto. Tenemos que ir a entrenar con las animadoras.
—Un beso. Bye.
Finalizo la llamada, siendo consciente de como la pantalla se vuelve nuevamente oscura, reflejando mi desastroso aspecto. No va a ser fácil deshacerme de él. Parezco que me he revolcado en estiércol. Estoy comida de mierda hasta los ojos.
Camino por el pasillo del instituto ya aseada y vestida adecuadamente, con el pelo aún algo enmarañado y desprendiendo un olor extraño que difícilmente se oculta bajo un litro de colonia. Tamara aparece a lo lejos, con una de las asas de su mochila acomoda en uno de sus hombros, mirando de un lado a otro, inquieta por la opinión que pueden tener los estudiantes acerca del pequeño percance de anoche.
La pelirroja se apresura a salvar la distancia que nos separa, se aferra a mi antebrazo y me conduce por el corredor que lleva hacia el gimnasio.
—No vas a creerte lo que he subido en el blog.
—Sinceramente, espero cualquier cosa.
Tamara me tiende su smartphone, mostrándome una publicación en la que aparece ella entre dos chicos, quienes le besan en la mejilla. Desliza el dedo, enseñándome otra instantánea, en la que hace uso de presencia la pelirroja siendo abrazada por sus chicas que no logro reconocer.
—Eso no demuestra nada, Tamara.
—Espera a ver este video.
La pelirroja me muestra un video que tiene lugar en el bosque, donde se ve a la chica besándose con un chico, quien la envuelve con sus brazos animadamente. Aunque mi atención no la capta Tamara ni su misterioso ligue, sino una mano que aparece depositada sobre el tronco de un árbol, cuyos nudillos están agrietados y morados, como si hubieran intervenido en un conflicto hace apenas dos días.
—¡Tamara! ¿Has visto eso?
—Sí. Es la lengua de ese chico. No puedo creerme que haya sido un señor beso. Me entran arcadas de solo pensarlo.
—No me refiero a eso. Mira la mano que aparece en la parte de atrás de la foto.
Tamara acerca el smartphone a su rostro y con ayuda de sus dedos amplia la imagen, pudiendo observar con mayor nitidez la mano magullada que hay depositada sobre un árbol, la misma que nos confirma que el anónimo del blog asistió a la fiesta de anoche.
—Estuvo allí—confieso alegremente—. El anónimo estuvo en la fiesta del bosque y ni siquiera fuimos conscientes de ello.
Tamara se golpea la frente, frustrada.
—Hemos estado a esto—muestra un pequeño espacio libre que queda entre sus dedos índice y pulgar al aproximarlos— de desenmascarar al anónimo.
—Ahora será más difícil dar con él—lamenta Tamara cabizbaja—. Ayer en la fiesta se produjeron varios conflictos, así que más de uno acabó con el ojo morado. Hoy habrá más de una persona en el instituto con la mano hecha polvo.
—Tienes razón. Será difícil, por no decir imposible.
Entramos en el gimnasio y caminamos hacia unas mesas colocadas una junto a la otra, al lado de las que se encuentran las integrantes del equipo de animadoras, extendiendo sobre las superficies unos paneles blancos, sobre los que descansan varios lápices de colores. Salvamos la distancia que nos separa de nuestras compañeras y detenemos nuestro caminar a la vera de ellas. Observamos los paneles desnudos que descansan sobre las mesas, preguntándonos de qué se tratan.
—¿Qué estáis haciendo? —inquiere saber Tamara.
—Estamos organizando unas jornadas olímpicas—informa Stacey, escribiendo el título con letra parsimoniosa en la parte superior del panel, en color rosa.
—¿Y de qué van exactamente? —pregunto.
—Su propio nombre lo indica—se burla Jazmine, forzando una sonrisa—. Consiste en organizar una serie de pruebas deportivas, bien grupales o en parejas.
Hago un gesto de desaprobación con los labios.
—Las pruebas comenzarán mañana. Empezaremos con una carrera de sacos, continuaremos con dominadas con su correspondiente marcador, luego pesca de manzanas con la boca y por último un partido de fútbol americano—explica Li emocionada—. Será divertido.
—Sí, tiene pinta de ser muy guay—miento, mordiéndome con fuerza el labio inferior—. ¿Por dónde comenzamos?
—Podéis ir preparando el decorado—sugiere Jazmine—. Stacey se encargará de hacer los carteles, Li de repartir los folletos por el instituto y yo de darle publicidad a través de las redes sociales.
—¿Por qué nosotras tenemos que hacer el trabajo más duro? —cuestiona Tamara, enarcando una ceja.
—Porque sois las nuevas y debéis demostrar vuestra valía.
Tamara abre la boca para replicar, pero termina por cerrarla.
—Ir afuera y buscad una casetilla. Allí encontraréis el material necesario—da a conocer Stacey, dibujando un corazón en la esquina superior derecha del panel blanco con un rotulador rojo—. Aseguraros de que todo salga según lo previsto.
Asiento muy a mi pesar y abandono el gimnasio en compañía de Tamara, quien aún no puede creer que nos hayan encargado organizar en todo su conjunto las jornadas olímpicas. «Debéis demostrar vuestra valía», será desagradecida. Encima de que no hemos parado de aguantar sus absurdas exigencias desde que nos hemos inscrito en el equipo de animadoras.
Salimos y caminamos hacia una casetilla que hay junto al campo de rugby. Cesamos nuestra marcha al situarnos ante la entrada y con ayuda de una pequeña llave conseguimos adentrarnos en el interior de la casita. Todo está sumido en la penumbra y para colmo hay una buena capa de polvo cubriendo la estancia. Por no hablar del olor a humedad que se apodera del cuartito.
Busco con la mirada los materiales que vamos a necesitar para organizar las pruebas olímpicas y cuando doy con ellos le hago una seña a Tamara para que me ayuda a recogerlos.
Me hago con una cantidad considerable de sacos y abandono con dificultad la casetilla, seguida por la pelirroja, quien sostiene entre sus manos unos conos naranjas. Volvemos a incorporarnos al exterior y caminamos por el campo hasta desembocar en un área formada a base de tierra, desnuda en cuanto a flores se refiere.
Tamara se limita a adornar cada lado del sendero con los conos, mientras yo me encargo de repartir los sacos en el inicio del camino, separándolos los unos de los otros por un par de pasos. Una vez terminamos de hacerlo, volvemos a la casetilla a por una tina grisácea. Ambas la cogemos por un extremo: Tamara por la parte delantera y yo por la trasera. Salimos del cuartito como podemos y caminamos a trompicones hacia otra zona del patio, deteniéndonos en alguna ocasión para hacer una pausa, ya que la tina pesa bastante.
La pelirroja se seca el sudor de la frente, mientras yo agito mi camiseta en un intento de refrescarme. Luego volvemos a transportar la tina hasta su correspondiente sitio y una vez la dejamos en su destino, procedemos a llenarla con ayuda de una manguera. Tamara comienza a verter el agua helada en su interior, asegurándose de que no se derrama ni un poco de ella.
—Pareces una bombera.
—¡Oye!
Tamara me rocía con la maguera, poniéndome chorreando de pies a cabeza. Abro la boca, sorprendida por su atrevimiento y corro hacia ella con el fin de quitarle la manguera. Ambas forcejeamos, al mismo tiempo que reímos y caemos al suelo, liberando la manguera. Esta comienza a agitarse en todas direcciones, humedeciendo todo a su paso. Me incorporo y ayuda a mi mejor amiga. Luego nos situamos bajo la lluvia artificial y comenzamos a bailar alocadamente, sin importarnos nada, sintiéndonos libres, jóvenes eternamente.
—Vamos, tenemos que continuar organizando las pruebas.
—No me lo recuerdes—añado, poniendo los ojos en blanco—. Estoy organizando unas pruebas deportivas cuando ni siquiera se me dan bien los deportes. A este ritmo voy a ganarme el premio a la chica más idiota del año.
—Eres una cabra loca. Igualita a mí. Por eso eres mi mejor amiga.
Le doy un golpecito en el hombro y a continuación le abrazo.
—¡La última en llegar a la casetilla tiene que llevar los soportes de las dominadas!
—¡Prepárate para perder! —exclama Tamara.
Corremos en dirección a la casetilla, ignorando por completo el hecho de que las suelas de nuestros zapatos resbalen al entrar en contacto con la superficie húmeda del terreno, poniendo en riesgo nuestro equilibrio. Avanzamos rápidamente, agitando nuestros cabellos mojados, de los cuales se desprenden varias gotas de agua que van a parar a todo cuanto se halla en las proximidades.
—¡Gané! —grito, eufórica, marcándome un baile—. Te toca llevar los soportes. Yo me encargaré de las cortinas azules y de la iluminación.
—La próxima vez no tendrás tanta suerte.
Tamara se hace a duras penas con los soportes y abandona la casetilla. Yo también vuelvo al exterior, portando conmigo las cortinas azules y las luces de un amarillo intenso que vamos a utilizar para iluminar el panel que cree Stacey. Avanzo hasta otro lado del campo y comienzo a montar una estructura alrededor de los soportes de las dominadas, valiéndome de unas barras metálicas que rodean los objetos deportivos.
—¿Crees que las luces quedarán mejor en el techo o en los laterales? —pregunta Tamara.
—Creo que podríamos poner los focos en el techo, orientados hacia el panel.
—Bueno, pues esto ya está. Ahora vamos a probar las luces. —La pelirroja se hace con un panel y comienza a ajustar los tonos de las luces, a encenderlas y a apagarlas en sucesivas ocasiones, corrigiendo la dirección de la luz cuando es necesario—. Todo parece estar correcto.
—Aún quedan las manzanas, aunque estas las compraré mañana, y el marcador para las dominadas.
—Iré a buscarlo.
—No te preocupes, ya me encargo yo. Puedes irte a casa a descansar, si quieres.
Miro el reloj, son cerca de las tres de la tarde. Se ha ido la mañana volando. Y no me extraña, no hemos parado desde que hemos puesto el pie en el gimnasio. Espero que el trabajo del resto de las integrantes del equipo sea de buena calidad, casi tanto como el nuestro. No cabe duda de que nos hemos esforzado por hacer las cosas bien y esperamos que sea del agrado de los estudiantes. No hay nada más satisfactorio que ver como tu trabajo tiene el reconocimiento que mereces.
—No siento los pies—bromea, esbozando una sonrisa—. Y como no me quite esta ropa voy a coger una seria pulmonía.
—Está todo bien. No te preocupes. Pondré el marcador y luego me iré a casa.
—Eres un sol.
—Lo sé—confieso, encogiéndome de hombros y dedicándole una sonrisa divertida. Tamara se acerca a mí, deposita un beso en mi mejilla y luego se despide—. Hasta mañana y que no se te peguen las sábanas.
Observo como la pelirroja se pierde en el frente, agitando su cabello anaranjado y caminando con seguridad, pisando fuerte. Tamara es una gran chica. Tengo mucha suerte de tener a una persona tan increíble a mi lado. Merece que le sucedan las cosas más extraordinarias de este mundo.
Recojo mi pelo en un lado y comienzo a caminar hacia la casetilla con paso firme. Una vez en ella, me pongo rumbo hacia una pila de cajas que hay en una de las esquinas en el fondo de la casetilla y comienzo a apartarlas con el fin de dar con el marcador que busco. En ello estoy cuando siento que alguien entra en la casetilla.
—Te dije que te fueras Tamara. De verdad, no es necesario que me ayudes. Puedo sola.
—Espero que buscar cosas no se te de igual de bien que bajar por una ventana—dice una voz masculina a mis espaldas. Me doy media vuelta de inmediato y me enfrento a mi acompañante. Jaden está de pie junto a una sección de balones de rugby—. Parece que has visto a un fantasma.
—Es más o menos la cara que se le quedó a tu madre al ver tus revistas pornográficas.
Jaden ríe con ganas, se cruzas de brazos y deja caer el peso de su cuerpo sobre una pared cercana.
—¿Qué estás buscando?
—Los tornillos que has perdido—bromeo con malicia y esbozo una sonrisa—. Pero no los encuentro por ningún lado. Creo que ya venías así de fábrica.
—Estás disgustada porque te he pedido que te fueras de mi casa bajando por una ventana—acierta a decir, meneando la cabeza. Alzo la vista y me encuentro con sus penetrantes ojos—. ¿Me equivoco?
Ignoro su pregunta y le esquivo, buscando nuevamente el marcador
—Si hubiera sabido que ibas a ponerte así, te habría dejado seguir durmiendo en mi cama.
Río, incrédula.
—No sé ni cómo puedes llamar a eso cama.
—Pues tú bien que aceptaste dormir en ella anoche.
—Sí, y cometí el peor error de toda mi vida. Y, ahora, si me disculpas, tengo mejores cosas que hacer que hablar contigo.
Hago ademán de marcharme de la casetilla cuando se levanta una corriente de aire que cierra la puerta de forma inesperada. Me aferro al picaporte para salir, pero no obtengo el resultado que deseo, pues esta no se inmuta ante mis esfuerzos por abrirla. Llegado a este punto decido golpear con todas mis fuerzas la superficie una y otra vez.
—¿Por qué no se abre la puerta?
—¿Has dejado la llave puesta fuera?
Me muerdo con fuerza la lengua.
—El viento, al cerrar con fuerza la puerta, habrá provocado que se eche la llave.
—¿Y me quieres decir cómo salimos de aquí? Y no me digas que saliendo por una ventana, porque no hay ventanas aquí.
—Lo primero, relájate. Yo no soy el culpable de esta situación.
—¡Tú tienes la culpa de todo!
Camino de un lado a otro del cuartito, buscando algún material que usar a modo de palanca para abrir la puerta, pero al no dar con nada decido tomar asiento en el suelo, adherir mi espalda a la pared, echar hacia atrás la cabeza y suspirar.
—Ya que eres tan ingenioso para atraer a chicas ¿por qué no pruebas a atraer, no sé, una llave?
—Si quieres, llamo también al genio de Aladdin.
—Mira, no sé tú, pero yo quiero irme a casa con mi familia, darme una ducha caliente, ponerme el pijama y dormir. No estoy de humor para pasarme toda la noche encerrada en tu compañía.
—¿Por qué te lo tomas todo a la tremenda?
—¡¿Qué yo me lo tomo toda a la tremenda?! ¡Estamos encerradas en una casetilla! ¡No sabemos si alguien va a pasar por aquí para ayudarnos! ¡Empieza a hacer frío! ¡Y por si fuera poco tengo que organizar unas jornadas olímpicas para mañana!
Jaden flexiona una de sus piernas y coloca su brazo en horizontal sobre ella.
—No creo que hagas buenas migas con el deporte.
—Perdona, Carlin Isles, impresionante jugador de rugby—ironizo, cruzándome de brazos—. Puedo ser casi tan buena como tú haciendo deporte.
—¿Me darás una lección mañana?
—Te aconsejo que te lleves la libreta, porque vas a tomar muchas notas.
¿Pero qué demonios estoy diciendo? Ni siquiera sé cuál es el equipo contrario y ya estoy vacilando de mis dotes como deportista. No tengo ninguna posibilidad de salir victoriosa. Es más, creo que mañana habré caído tan bajo que estaré a la altura del subsuelo. No sé por qué he reaccionado así, cuando es una realidad que no se me dan bien los deportes. Supongo que Jaden saca mi lado más competitivo. Su insoportable forma de ser me pone histérica. No puedo creer que exista alguien con tan pocas luces, alguien cegado por su orgullo.
Hago un mohín y Jaden ríe.
—¿Qué es tan gracioso?
—Cuando te enfadas haces una cosa muy graciosa con los labios.
—A ver si te hace tanta gracia cuando te patee el trasero.
Menea la cabeza, divertido.
Las horas continúan transcurriendo, sin que nadie se percate de nuestro pequeño problemilla, y para colmo ni nuestros gritos ni nuestros teléfonos sirven de mucho, ya que la escuela se ha quedado a solas y dentro de la casetilla no hay cobertura. Genial. Cada vez le tengo más cariño a este instituto.
En cuanto a Jaden y a mí, bueno, ambos optamos por guardar silencio y limitarnos a llevar la cuenta del tiempo que llevamos encerrados. Concretamente, cinco horas, veinte minutos y diez segundos. Aunque, evitar mantener una conversación no impide que nuestras miradas se crucen en alguna ocasión.
Me abrazo a mí misma en un intento de entrar en calor y Jaden me observa.
—¿Tienes frío?
—Sí y no.
—¿Cómo que sí y no?
—Sí tengo frío, pero no pienso aceptar tu ayuda.
—Sinceramente, necesitarías más que mi ayuda. Estás llena de tierra, con la ropa mojada, con el pelo enmarañado y apestando a estiércol.
Fuerzo una sonrisa que me da el aspecto de ser una asesina en serie.
—Tus insinuaciones baratas no van a servir, Jaden. Así que déjalo estar.
—Has dejado bastante claro que no quieres que me acerque a ti. así que no voy a poder abrazarte, que es la forma más rápida de entrar en calor. Al menos, acepta esta manta.
Me tiende una manta de color marrón, la cual le arrebato a regañadientes. Cubro mi cuerpo con ella y acerco mi mentón a la sábana.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Espero que no tenga que ver con la forma de salir de aquí.
Meneo la cabeza y miro en otra dirección.
—¿Qué fue de Dave ayer?
—Dave creyó que yo te había golpeado y se abalanzó hacia mí. Intenté calmarle, pero él parecía estar fuera de sí.
—¿Le diste una explicación?
Asiente.
—Hablaré con él sobre ese malentendido.
—En parte, le entiendo. Me estaba comportando como un capullo contigo. Comprendo que se enfrentara conmigo por mi comportamiento.
—Ese es uno de tus problemas, Jaden. Crees que el mundo gira en torno a ti. Y eso no es así. No puedes simplemente entrar en las vidas de las personas y desordenarlas. No es justo.
—Supongo que soy algo así como un huracán.
Se ríe de su propio comentario y yo hago amago de una sonrisa.
En ese instante la puerta de la casetilla se abre y hace uso de presencia uno de los vigilantes del instituto, quien nos observa extrañado. Ambos nos ponemos en pie y nos apresuramos a salir de nuestra pequeña celda, dándole las gracias a nuestro salvador.
—Pensaba que iba a morir en ese polvoriento cuartillo.
—Solo han sido cinco horas—replica Jaden.
—¿Cinco horas? —pregunto algo extrañada—. Pues se ha sentido como el infierno.
Jaden sonríe ante mi comentario y toma la dirección de la derecha, mientras que yo tomo la de la izquierda, olvidándonos por completo de que el mundo es redondo, y que tarde o temprano, nuestros caminos se volverán a cruzar.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top