Capítulo 38
Tomo asiento alrededor de la hoguera y suspendo un fino palillo de madera donde hay atrapada una sucesión de nubes que se asan a fuego lento. Las llamas anaranjadas son todo cuanto veo hasta que mis ojos tropiezan con los de Jaden en un tiempo y espacios enlentecidos y bendecido con una pizca de magia difícil de olvidar. Sonríe y siento como todo mi mundo se tambalea. ¿Es posible que algo tan sencillo como una sonrisa pueda hacer eso?
Jaden mueve los labios a la par que me mira, pero estoy tan ocupado imaginando que me dice te quiero una y otra vez que no le presto demasiada atención. Resulta casi imposible resistirse a su físico escultural sacado de película de Hollywood. Esta noche voy a pecar, sí. Soñaré mil formas de perderme en su boca y encontrar refugio en su cuerpo. Vamos, que hoy me lo tiro, en sueños. Aunque no estaría nada mal hacerlo también en la vida real.
—Se te están quemando y no creo que te gusten las nubes chamuscadas.
—¿Qué? — doy un salto al ver la punta del palo ardiendo y las nubes envueltas en una llama, con un color negro que da muy mala espina. Apago el pequeño incendio y soplo antes de llevarme una nube a la boca con repulsión—. Están muy...
Trago saliva y mantengo la boca llena, mirando desesperadamente de un lado a otro, esperando dar con una vía de escape. Serena me mira como si tuviera cara de sapo y, en cierto modo, creo que es así. Anda que tengo que estar bonita ahora mismo. Debo verme como un jodido pez globo. Arthur estudia mis facciones en silencio, esperando descubrir qué pasa por mi cabeza.
Muestro mi dedo índice y cojo una bolsa de plástico cercana y comienzo a vomitar como si no hubiera un mañana. Luego me quito el mal sabor de boca con un poco de agua. Qué mal rato he pasado. Nunca más pienso comer nubes y mucho menos carbonizadas.
—Asquerosas. ¿A quién demonios se le ocurrió crear las nubes? Ni siquiera tienen un nombre creíble y no son para nada comestibles. Es lo peor que he probado en mi vida.
—¿Y qué ha sido lo mejor?
Su sonrisa pícara me hace sonrojar.
—Está claro que tú no— se echa a reír ante el hecho de que haya pensado que su cuerpo haya sido objeto de deseo alimenticio. Muerdo mi lengua al caer en la cuenta del comentario que acabo de hacer—. Quiero decir, no eres comida y no te puedo comer y tampoco lo haría si pudiera. Elegiría mil veces antes comerme un bote de Nutella que a ti.
—Prueba otra vez cuando esté embadurnado en Nutella— susurra al pasar por mi lado. Intento recuperarme del impacto físico y emocional que ha tenido en mí su aliento en mi cuello—. ¿Por qué no contamos historias de miedo antes de ir a dormir?
—Yo comienzo— propone Arthur, acercándose a mí y tomándome de la mano. Le dedico una media sonrisa y hago todo lo posible por no mirar de más a la chica rubia que abraza al quarterback como si se le fuera la vida en ello, susurrándole cosas al oído—. En una aldea del norte hubo una vez un poblado indígena que se encontró con un hombre blanco que venía de tierras lejanas y pretendía adueñarse de las tierras. Los líderes decidieron decapitarle una noche de luna llena. Dicen que todas las noches de luna llena se puede ver la sombra del hombre sin cabeza sobre su caballo, recorriendo el poblado, aterrorizando a adultos y niños.
Me acerco un poco más a mi chico y envuelvo mis rodillas con mis manos en un intento de protegerme de cualquier peligro inminente.
—Solo es una historia.
—Dicen que se cometió un brutal asesinato en una casa del centro de la ciudad, tan cruel que todo quedó repleto de sangre y los cuerpos difícilmente fueron identificados— empiezo a decir con voz temblorosa y ojos brillantes—. Todos aquellos que iban a vivir a aquella casa sufrían fenómenos paranormales que no podían explicar. Sombras en la oscuridad de una habitación, llantos de bebés en las noches, mensajes en los espejos empañados. Uno de los propietarios llegó a jurar que una vez le despertaron por la mañana para ir a trabajar y todo parecía ir bien hasta que recordó que vivía solo.
Serena se cubre la boca con la mano.
—No sé si podré dormir esta noche.
—Jaden te ayudará a conciliar el sueño. Es un chico duro, no hay rival para él. Sé que te protegerá, no dejará que te suceda nada.
Jaden intercambia una mirada con su hermano y luego deposita sus ojos en mi persona. Finjo no darme cuenta de que me está mirando, aunque ame esa sensación, y juego a entretenerme con los botones de la camisa de mi acompañante.
—Deberíamos ir a dormir. Mañana será un gran día.
—¿Un gran día? — inquiero saber con cierto interés—. ¿Qué pasa mañana?
—Es una sorpresa, ¿verdad, cielo?
Baja la cabeza y asiente. Ambos se ponen en pie y se marchan hacia su tienda de campaña para obtener un poco de intimidad antes de ir a dormir. Permanezco en mi sitio, pensando en lo que ha dicho Serena, dándole una y otra vuelta a fin de encontrarle el sentido. Desisto cuando caigo en la cuenta de que lo importante ahora es disfrutar del momento con Arthur.
—Ven, tengo algo para ti.
—¿Un regalo?
—Lo vi cuando pasé por el centro y pensé que te gustaría. Quería tener un detalle contigo. No es mucho, pero espero que te guste.
Entramos en la tienda de campaña y nos acomodamos en su interior. Arthur coge de su chaqueta una pequeña caja de color azul adornada con un lazo dorado en el que está grabado mi nombre. Con ayuda de mis dedos la destapo y descubro una pulsera dorada con un corazón donde se puede leer te quiero. Acaricio el pequeño adorno y esbozo una sonrisa que no pasa desapercibida por Arthur.
—¿Te gusta?
—Es muy bonito, pero no sé si puedo aceptarlo. Estoy segura de que te ha costado un ojo de la cara o, quien sabe, tal vez un riñón.
—Me haría muy feliz que te lo quedaras. Tómalo como una muestra de mi amor hacia ti, como un pequeño detalle para hacerte sonreír.
—Pero yo no tengo nada para ti.
—Tú ya me lo has dado todo al entrar en mi vida, Mackenzie. Me has convertido en alguien mejor y me has enseñado a valorar lo realmente importante, a amar los pequeños detalles y ver la vida desde una perspectiva alegre y cómica. Cada día a tu lado es una aventura, nunca sé que me voy a encontrar y eso me encanta.
Coloca la pulsera alrededor de mi muñeca mientras observo sus facciones, intentando descifrar por qué no puedo querer con todo mi corazón a un chico tan increíble. Quizás mi corazón ya esté ocupado por un amor imposible del que temo desprenderme porque aún me importa. Joder. Si supiera cuanto desearía poder controlar mis emociones y sentimientos para entregárselos a él.
—Te quiero, Mackenzie, y te voy a querer siempre. No importa qué pueda pasar, cuánta distancia nos pueda separar o cuánto tiempo estemos sin vernos, yo siempre te voy a querer. Has entrado en mi vida y has dejado en mí una huella imborrable. Siempre te llevaré conmigo.
—Siempre vas a poder contar conmigo porque siempre vivirás en mí.
Nos fundimos en un cálido y reconfortante abrazo que me hace olvidarme de todo por unos breves instantes que se me antojan una eternidad. Arthur se echa hacia atrás, cayendo sobre las mantas y me acurruca entre sus brazos mientras juega con mi cabello.
—La pulsera había sido mi segunda opción.
—¿Y cuál fue la primera?
—Vas a reírte cuando te la enseñe— extiende su mano hacia el bolsillo de su pantalón y se hace con un pequeño objeto que lleva a la altura de mis ojos para que pueda verlo. Es un cochecito de juguete que me hace recordar a mis compañeros de clase del colegio jugando con ellos en los recreos—. Júzgalo tú misma.
—¿Jugar a las carreras de coches es uno de tus pasatiempos?
—Solo cuando me aburro mortalmente— suelto una carcajada y él se une a mí—. Quería que recordaras la forma en la que nos conocimos, inesperada y cómica.
Juega con el coche entre mis dedos.
—Nunca podré olvidar ese día. Si hubiera sido tú, habría llamado al psiquiátrico más cercano y me hubiera encerrado allí. Estás saliendo con una pirada. Deberías tener miedo.
—He perdido la cabeza por ti y no me importa en absoluto. Creo que es una clara señal para empezar a preocuparme.
—Deberías estar muy preocupado.
—Déjame ser loco contigo un poco más.
Besa mi frente con ternura y comienza a tararear una canción en mi oído para que me quede dormida, aunque él es el primero en caer. Yo no puedo pegar ojo. En su lugar decido mirar el techo de la tienda de campaña y pensar en todo lo sucedido en el día y, si cabe, descifrar cómo me siento realmente. Sé que Arthur es el chico más maravilloso que he conocido jamás y que me quiere de verdad, pero aun así no soy capaz de quererle como merece. Aunque no quiera admitirlo, la realidad es que mi corazón sigue latiendo por Jaden O'Neill. No importa cuánto me esfuerce por dejar de quererle, siempre resurge en mí la magia de aquel amor. Y odio encontrarme en esta situación. Quiero a dos personas con todo mi corazón y tengo la sensación de que elegir a uno, inevitablemente, me llevará a perder a la otra. Quizás por esa razón esté retrasando esto lo máximo posible, porque la realidad es que no quiero perder a ninguno de los dos.
Me deshago de los brazos que me envuelven con cuidado y salgo de la tienda de campaña con la esperanza de entrar en casa y despejarme tomando algo. Camino por el césped con sigilo, haciendo un gran esfuerzo por no mirar atrás para comprobar si Serena continúa compartiendo espacio con el chico que no sale de mis pensamientos. Entro en la vivienda, pero no voy a la cocina, sino al servicio para hacer pis.
Tomo asiento en la taza del váter y miro hacia la puerta mientras estoy en pleno proceso. Una vez termino, busco por todos lados el papel higiénico, pero no doy con él hasta pasados unos interminables segundos. Está en una especie de bolsa varios centímetros por encima de mi cabeza. Intento ponerme en pie para darle un golpecito, aunque no lo consigo.
—Vamos— zarandeo la mano para alejar a unos mosquitos que buscan picar mi piel y con ayuda de una fregona le doy al papel con demasiada fuerza, provocando que todos ellos salten al vacío y vayan a parar a mi cabeza—. Mierda— recojo todos los rollos y los voy apilando a un lado del lavabo. Tiro de la cisterna y me incorporo. Estoy a punto de salir del cuarto de baño cuando el váter empieza a atragantarse con el papel y el agua a subir peligrosamente—. ¡No! ¡trágatelo! Por favor, por favor. No me hagas esto ahora. ¡Que te tragues el puto papel!
Coloco la fregona entre mis piernas y corro a cerrar el váter y poner unas toallas a su alrededor, desesperada, cuando alguien abre la puerta del baño y me encuentra ante ese panorama. Jaden baja su mirada hacia mis bragas rosas de conejo con un pompón en el trasero y se queda a cuadros. Doy media vuelta y casi le saco un ojo con el palo de la fregona.
—¡No me mires!
—Niña, ¿qué estás haciendo en el baño?
—¿Y a ti qué te importa?
—Acabo de pillarte subida en una fregona en bragas, con un montón de rollos de papel higiénico tirados en el suelo y taponando el váter con unas toallas.
Por fin el papel es tragado por las tuberías y el agua vuelve a la normalidad. Suspiro, aliviada, y seco el sudor de mi frente con la mano antes de proceder a salir decentemente. Jaden está en la cocina, preparándose un vaso de leche con miel. Al verme esboza una sonrisa divertida y me mira de pies a cabeza, reparando en mi frente roja por el impacto.
—Pareces acalorada.
—Eso es porque me pones enferma.
—¿Tú tampoco puedes dormir?
—Pesadillas— miento. Me gustaría decirle que no puedo dormir porque le tengo presente en mi cabeza a cada segundo y estar lejos de él solo hace aumentar mis ganas de revivirle—. ¿Y tú?
—Pensamientos. Maldita sea. La verdad es que no paro de pensar en ti. No sé qué estás haciendo conmigo, pero no quiero que dejes de hacerlo— se acerca peligrosamente a mí y me acorrala junto a la encimera con ayuda de sus fuertes brazos. Aproxima su cara a la mía y me mira con avidez, dando saltos desde mis ojos a mis labios—. Y ahora no puedo dejar de pensar en esas bragas de conejo tan sexys.
—Eres idiota.
—No soy cualquier idiota. Soy tuyo.
Le aparto con ayuda de mis manos y hago ademán de irme de la cocina cuando siento como si mi cuerpo dejara de obedecer las órdenes de mi cerebro y tomara las riendas mi corazón. Mis piernas caminan en la dirección opuesta y mi pecho se llena de aire a medida que el ritmo de mi marcha se acelera. Corro hacia el chico sin saber muy bien qué estoy haciendo y termino por coger su cara entre mis manos y fundir mis labios con los suyos como si no hubiera un mañana. Jaden juega a adentrar su lengua en mi cavidad a fin de volver a aquellos lugares que solía conocer mientras sus manos viajan a mis brazos y trazan caricias que me hacen sentir irrevocablemente feliz y querida.
—¿Por qué te he besado?
—Has dejado hablar a tu corazón.
—Se suponía que no debería decir eso.
—Se suponía que nuestra historia había acabado para ambos y no ha hecho más que empezar— alza una de sus manos y acaricia mi mejilla para devolver la calma a mi corazón—. No sé qué sientes o qué piensas, pero quiero que sepas que todavía te quiero.
—Yo... lo siento.
Salgo corriendo de la cocina bajo su mirada expectante y recorro el jardín hasta alcanzar el muelle totalmente despejado que se adentra en las aguas solitarias y sumidas en la penumbra. Jaden viene detrás de mí como si fuera un lazarillo dejándose guiar por su perro. La luz de la luna de proyecta en mi cara y resalta mi semblante y las lágrimas que se mecen en mis ojos.
—¿Por qué huyes de mí cuando te digo te quiero?
—Me asusta pensar que aún pueda seguir enamorada de ti como el primer día. Y aún después de saber que es así sigo teniendo tanto miedo.
—¿A qué temes?
—A perderte de nuevo. He pasado un infierno sin ti y no sé si estaré preparada para enfrentarme una vez más a él. Porque si algo sé con certeza es que no quiero perderte nunca.
Jaden se acerca a mí y desliza su dedo índice por mi barbilla. Alzo la cabeza y le miro directamente a los ojos, mostrándome vulnerable ante él. No me juzga en absoluto. En su lugar me abraza con todas sus fuerzas, espantando mis miedos y atrayendo una poderosa y agradable sensación de alegría que no tarda en poner a bailar a mi corazón.
—Dime que me quieres y me quedaré para siempre.
—Jamás admitiría algo así.
—Yo tampoco admitiría que estoy loco por ti desde que te besé en aquel cuartillo. Me encerrarían si confesara cuantas veces he soñado contigo y he pensado en ti.
—Admites que me has echado de menos.
—Solo un poquito.
Toma asiento en el borde del muelle y me indica que hago lo propio. Suspende sus piernas en el vacío y sus pies se sumergen en el agua helada sobre la que se mira la luna. Ambos mantenemos nuestros hombros cerca el uno del otro y nuestros dedos meñiques casi pueden rozarse debido a la proximidad. Nos separa una escasa distancia y aun así siento que estamos demasiado lejos. Por cada centímetro que salvo mi corazón se acelera más y más hasta el punto de hacerme temer por su huida.
—¿A qué se refería Serena con que mañana sería un gran día?
—No quiero hablar de eso— dice tajante. Por más que deseo seguir insistiendo con tal de sonsacarle información, decido abortar la misión y darle una merecida tregua—. Solo quiero olvidarme de todo y disfrutar de este momento contigo.
—¿Y qué pasará mañana?
—Mañana quizás no quieras verme.
—Yo siempre voy a querer verte, Jaden. Aun habiéndote visto el día anterior. ¿Por qué dices eso? ¿qué haría que no quisiera saber nada de ti?
Coloca su mano sobre la mía y le presiona con dulzura. Bajo la mirada a nuestros dedos y mi pecho se llena de felicidad al presenciar un gesto tan bonito y a la misma vez significativo. Es inmenso, casi tanto como el mar.
—Quiero que se te grabe algo a fuego en esa cabecita— pide con voz suplicante, perdiéndose en mis ojos más tiempo del debido, deseoso de no dar con una salida jamás—. Te quiero y te voy a querer con cada uno de mis latidos. No lo olvides.
—No te vayas.
Besa mi frente y me pasa el brazo por encima de los hombros, acercándome a su persona. Deposito la cabeza cerca de su cuello y sonrío al sentirme tan bien envuelta con sus brazos. En el horizonte el sol lucha por abrirse paso entre la maleza para bendecirnos con su luz amarilla. Sus luminosos rayos nos dan los buenos días con una caricia cálida e ilumina todo a nuestro alrededor, dotándolo de vida.
—¿Sabes una cosa, Mack? — niego con la cabeza y alzo la vista para poder mirarle. Humedece su labio inferior y esboza una media sonrisa antes de proseguir hablando—. Eres mi persona favorita en el mundo.
—Pues tú eres la persona más detestable que conozco.
—¿Sí?
—Sí. Eres asquerosamente odioso.
Hace ademán de aprisionarme para hacerme cosquillas cuando me pongo en pie de inmediato y empiezo a moverme de un extremo a otro del muelle, huyendo de sus garras, riéndome con nerviosismo. Jaden se las vale para desaparecer de mi campo de visión por unos segundos, los necesarios para que baje la guardia y no sea capaz de reaccionar a tiempo. Cuando quiero darme cuenta, el quarterback me está sujetando por la cintura y ambos estamos cayendo en picado al agua.
—¡Voy a matarte! ¡estás loco de remate!
—Mátame a besos, si quieres.
—¡A pellizcos!
Hundo su cabeza bajo el agua varias veces mientras él aguanta una carcajada. Luego decide tomar las riendas de la situación y sumergirse en las profundidades conmigo, haciéndome girar en sucesivas ocasiones, como si hacer piruetas olímpicas fuera lo mío. Cuando salgo a la superficie estoy tan mareada que no sé si he estado dándome un baño o acabo de llegar de un botellón.
—Me encantas.
—Y tú me pones enfermas.
—Nunca dijimos que fuésemos la pareja perfecta. Somos totalmente diferentes, polos opuestos. Quizás, solo quizás, desde el comienzo estábamos destinados a enamorarnos.
Salimos del agua riéndonos a carcajadas y dándonos golpecitos como si fuéramos dos críos que juegan a retarse continuamente. Serena está de pie con un plato de tostada entre sus manos a pocos centímetros de una mesa, incrédula ante la escena que está presenciando. Arthur está sentado en una de las sillas, mirándonos con expresión apagada. Quizás no estemos haciendo las cosas bien, quizás esta atracción que nos atrapa en un círculo sin retorno nos está haciendo perder la cabeza. Pero ¿cómo algo que me hace sentir tan increíblemente bien puede ser malo?
—¿Un baño por la mañana? Qué valor— ironiza la modelo poniendo cara de pocos amigos. No le agrada nada tenerme allí. Si por ella fuera, ya estaría con mis maletas en la puerta de casa—. Parece que estáis muy felices esta mañana. Yo también quiero compartir mi alegría con los demás.
—Serena, ¿podemos hacerlo en otro momento?
—¿Por qué esperar? Cuanto antes lo sepan, mejor será para todos. Así que, ¿por qué no te sientas y das la noticia conmigo?
—¿Qué noticia? — pregunto.
Tomo asiento en una de las sillas e intercambio una mirada con Arthur que tiene el dolor reflejado en sus pupilas oscuras. Quiero abrazarle y pedirle perdón por todo lo que ha sucedido desde que Jaden ha vuelto a irrumpir en mi vida, pero las palabras no me salen, se quedan atrapadas en mi garganta. Tal vez sea una cobarde que le tiene pavor a la idea de confesar que está enamorada de otra persona. La realidad es que mi intención nunca ha sido hacer daño y con mis dudas lo estoy haciendo. Ojalá descifrar qué quiero fuera tan fácil como elegir sabor de helado.
—Serena... bueno yo...
—¡Jaden y yo nos vamos a casar!
La noticia me sienta como una patada en el estómago. Ella da palmaditas de alegría y se come a besos a su prometido mientras yo quedo a la intemperie, pasmada, sin saber cómo reaccionar. Jaden me mira con el arrepentimiento brillando con intensidad en sus ojos, como si pretendiera disculparse. Tiro sin querer un vaso de agua sobre la mesa y me pongo inmediatamente de pie.
—¿Cómo que os vais a casar?
—Si me casara con Serena podría residir en Nueva York de forma permanente y eso me abriría horizontes en mi carrera deportiva.
—Espero que seáis muy felices.
Camino con paso furioso hacia el aparcamiento de la entrada, dispuesta a volver a casa y olvidarme de toda esta bella mentira en la que he vivido estos dos días, ignorando los llamamientos de Jaden que intenta desesperadamente alcanzarme. Llego hasta el auto, abro la puerta con rabia contenida y estoy a punto de subirme a él cuando se aferra a mi antebrazo y me hace girar.
—Lo siento, ¿vale? Yo no quería que esto saliera así.
—Vete a la mierda, Jaden. Sabías perfectamente que ibas a casarte con ella y me lo has estado ocultando todo este tiempo.
—A tu lado soy la versión de mí mismo que quiero ser. Si no te lo he contado ha sido porque albergaba la posibilidad de que lo nuestro funcionara. Te quiero a ti, Mackenzie. Dime que me quieres y lo dejaré todo.
—Eso no funciona así. No puedes tomar algo y soltarlo según te apetezca. Así puedes hacer mucho daño, ¿sabes?
—Yo nunca he querido hacerte daño. Créeme, por favor.
—¡Pues se te da muy mal!
Sus ojos se cristalizan al oírme decir eso y me mira con la barbilla temblándole ante el miedo que siente a tener que despedirse de mí de nuevo. Aprieto la mandíbula con fuerza para evitar que las lágrimas escapen de mis ojos. No quiero que conozca la magnitud de mi tristeza y decepción. Ahora mismo solo quiero parecer una mujer segura y fuerte que puede salir adelante aún con mil heridas.
—Ódiame y retírame la palabra, si quieres, pero no olvides lo que te dije en el muelle. Si hay algo de verdad en todo esto, créeme, es eso.
Le doy una fuerte bofetada y él ladea la cabeza.
—Ni se te ocurra decirme que me quieres. Aléjate de mí— subo al coche y espero a que Arthur se reúna conmigo para darle vida al motor y disponerme a incorporarme a la carretera que se abre paso por delante de nosotros. Jaden se acerca a la ventanilla y coloca sus manos en la puerta, pretendiendo acceder hasta mí—. Adiós, Jaden.
Aprieto el acelerador y me pierdo en el horizonte con las lágrimas corriendo por mis mejillas y la visión enturbiada a causa de ellas.
—Lo siento.
—Está bien— concluyo.
Mi corazón ha comenzado a latir de nuevo y ha muerto en el mismo día, con márgenes de tiempo extremadamente estrechos. Una misma persona ha sido capaz de revivirme y de quitarme la vida. Quizás la culpa sea mía por creer que las historias de amor tienen un final feliz reservado. Pobre ingenua. Tal vez con Jaden nunca llegue a tener un cuento de hadas. A fin de cuentas, esta es la vida real, no existen los príncipes azules ni los castillos encantados. Solo somos dos seres imperfectos buscando a alguien que nos haga sonreír el corazón y en nuestra búsqueda del amor verdadero nos hemos perdido. ¿Seremos capaces de encontrar el camino de vuelta o nos quedará perdernos en otros amores con tal de olvidar aquel que nos marcó y no pudo ser?
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