Capítulo 34
El tiempo dejó de correr cuando encontré a mi mejor amiga siendo víctima de la desesperación, de la soledad y del miedo a haberse perdido a sí misma. No sé cuándo sucedió ni cómo pero el caso es que terminó convirtiéndose en la fiel esclava de la droga. No estuve a su lado para evitar dejarle caer, pero prometo no dejarla sola en esto, juro ayudarle a salir, darle razones para seguir adelante. Entre mis planes jamás estará mirar hacia otro lado, permitir que sus días estén contados.
Cuando la tuve entre mis brazos, debatiéndose entre la vida y la muerte, no importaba mis sentimientos contradictorios, las dudas que asaltan mi mente acerca de si estoy tomando la decisión correcta, no importaba la próxima boda de mi madre, ni siquiera los prejuicios que recaían sobre mí por haber protagonizado un momento tan bochornoso en pleno directo. Nada importaba en ese instante. Verla totalmente abatida, rota, me enseñó qué importaba realmente. Mi amiga se estaba muriendo y yo no podía hacer otra cosa más que llorar y pedir que se quedara conmigo. Esa impotencia, ese terror, que sentí unas horas antes no se lo deseo ni a mi peor enemigo.
Corro a las apuradas por el pasillo del hospital, esquivando a los celadores que portan carritos y a los familiares de pacientes internos. Las luces blancas iluminan mi semblante demacrado por la presencia de gruesas lágrimas que se quedan a vivir en mi piel por una eternidad. Abro una puerta doble que se presenta ante mí y vuelvo a apretar el ritmo hasta alcanzar la puerta de la habitación correspondiente, junto a la que descansan los padres de Tamara, rotos de dolor por lo sucedido. La señora Parker se pone en pie al verme llegar y se abalanza a mis brazos.
—¿Cómo está ella? — me atrevo a preguntar, con la voz quebrada por el llanto. Trago saliva a fin de bajar el nudo de nervios que se ha instalado en mi garganta—. ¿Ha sobrevivido?
—Le han suturado las heridas de las muñecas, eliminado todo rastro de estupefacientes e hidratado— comienza a decir, secándose las lágrimas—. En el quirófano entró en parado cardiorrespiratoria, pero lograron recuperarla. Hace una hora que le han traído a la habitación. Continúa sedada. El médico dice que es probable que se encuentre confundida y que presente alteración en su comportamiento ante la restricción de la droga.
—¿Habéis pensado en ingresarla en un centro de desintoxicación?
—Creemos que lo que necesita ahora es compañía. En su estado psicológico, quizás internarla no sea la solución más adecuada, todo podría ir a peor.
—Yo le ayudaré. Pasaré una temporada en casa, podré llevarla conmigo. Haré todo cuanto esté en mi mano para ayudarle.
Asiente una sola vez y acaricia mi mejilla.
—Gracias, Mackenzie. Eres una gran amiga.
—¿Puedo pasar a verla?
—Tu compañía le hará bien. Te necesita más que nunca.
Despido a la señora Parker con una media sonrisa y le hago una seña a Dave y Jasmine para que me permitan estar unos minutos a solas con ella antes de entrar a hacer compañía. Acceden sin poner trabas y deciden esperar en las sillas, combatiendo con sus demonios internos. Entro en la habitación y cierro detrás de mí. Avanzo con sigilo hacia la cama donde se encuentra la pelirroja con los ojos cerrados, con un gotero con suero a su lado y un electrocardiograma mostrando sus pulsaciones por minuto. La estancia está sumida en la penumbra, pues las cortinas grisáceas están corridas y la única luz existente es la yacente en el cabecero.
Me sitúo en un sillón reclinable y tomo su mano, dándole levemente la vuelta, apreciando la venda que cubre la herida de su muñeca. Acaricio la gasa con el corazón roto latiéndome con fuerza y siento como todo mi mundo se cae a pedazos al verle en ese estado. El solo hecho de pensar que Tamara podría no estar hoy aquí me quiebra por dentro. Instintivamente, el dolor que vive en mi interior decide salir por medio de las lágrimas.
—Siento no haber estado a tu lado— confieso, con la cara enturbiada por las lágrimas. Sostengo su mano y deposito un beso sobre sus nudillos, pretendiendo disculparme—. No te dejaré sola nunca más. Voy a ser tan pegajosa que vas a llegar a cansarte de mí— bromeo, esbozado una media sonrisa—. Sé que no tengo derecho a pedirte nada después de todo. Lucha, Tamara, sal adelante, no dejes que esto pueda contigo. Eres más fuerte que toda esa mierda. Confío en ti, sé que puedes conseguirlo. Yo estaré a tu lado dándote impulso, no te dejaré caer. Hazlo, no por mí, hazlo por ti.
—Mira que eres dramática— al escuchar su débil voz, alzo la vista y le miro con la emoción reflejada en mis pupilas, sin saber que decir. Tamara simplemente me dedica una sonrisa que dice más que mil palabras y es suficiente para calmar mis miedos—. Estás aquí.
—Nunca me he ido. Siempre has estado presente, aún sin poder verte ni hablarte— esboza una sonrisa triste y desvía su atención a sus muñecas heridas. Yo también lo hago—. ¿Por qué lo hiciste?
—No soy fuerte. Nunca lo he sido. La situación me sobrepasó, no encontré el valor para hacerle frente, simplemente dejé que acabara conmigo. Yo no era capaz recomponerme de nuevo, de aprender a vivir siendo un muñeco roto. Tú eras mi otra mitad, eras la hermana que nunca tuve. Algo en mí se apagó cuando nos distanciamos. No sé explicarlo. Fue como si la felicidad se esfumara.
—No ha habido un solo día en el que no te recordara. Eres especial para mí. Eres mi loca favorita, mi pelirroja— alzo una de mis manos y recojo parte de su cabello tras su oreja—. Cuando sentí que te perdía, el tiempo se detuvo, mi percepción de la vida cambió. No tengo palabras para descubrir el terror que sentí en mis propias carnes. Prométeme que nunca más vas a volver a hacer algo así.
—Fue un acto estúpido y egoísta. Ahora lo sé. Nunca fue la solución. Lo siento muchísimo. Soy como el cristal, bajo mucha presión, se fragmenta en decenas de pedazos— se encoge de hombros y juega con mi mano antes de disponerse a seguir hablando—. ¿Promesa de meñiques?
Uno mi dedo meñique con el de ella.
—Nadie encuentra su camino sin haberse perdido antes— espeto, acercándome a la pelirroja para envolverla en mis brazos con dulzura—. Te he echado de menos.
—Yo también. ¿Sabes? He estado escribiendo emails que nunca llegué a enviarte, hablándote acerca de las pequeñas anécdotas de mi día a día. A veces me miraba por la ventana e imaginaba que estabas hablándome desde la lejanía, a través del silencio.
—Hay tantas cosas que han pasado que no sé por dónde comenzar.
—¿Quizás por el cubo que llevabas en la cabeza durante la entrevista?
Suelto una carcajada y ella se une a mí. Se hace a un lado, dejándome hueco en la cama para acurrucarme a su vera y no tardo en hacer realidad su deseo. Apoya su cabeza en mi hombro y se entretiene mirando nuestras manos entrelazadas, afianzando nuestra amistad para siempre.
—Ni me lo recuerdes. Hice el mayor ridículo de mi vida. Y ya es decir. Tengo un gran historial de cagadas a mis espaldas.
—¿Cómo que tienes? Tenemos, perdona. Cada vez que la cagas, voy detrás. Somos dos desastres sin remedio. Hace poco metí la pata hasta el fondo. Mi profesor de dibujo es muy maniático con su pelo, siempre está peinándoselo y eso que tiene cuatro pelos mal contados. El caso es que, en clase, un día de calor, puso el ventilador y su pelo salió volando. O sea, era un peluquín.
—Qué fuerte. ¿Y qué hiciste?
—Lo cogí como pude porque el perro del conserje decidió jugar con él y se lo puse de nuevo en la cabeza. Fue un momento muy vergonzoso. Tendrías que haber visto la cara del profesor. Aún no sé cómo no me ha suspendido— se lleva la mano a la barriga para calmar el dolor que le produce la risa—. Hablando de tíos rarillos. ¿Viste a Walter en la fiesta de reencuentro? Joder, vaya cambio. La pubertad le ha dado fuerte, cuando ya no había esperanzas. Aunque en el fondo seguirá siendo ese chico sudoroso, baboso y pesado hasta la saciedad.
—Creo que le sigues gustando.
Se cubre la cara con la mano.
—Madre mía, ¿es que este calvario no va a acabar nunca?
—Estás muy solicitada. Tienes a los chicos loquitos por tus huesos, haciendo cola por ti.
—Sí, todos están locos por mí, pero yo ya estoy mal de la azotea y no necesito rodearme de más locos. Voy a acabar mal de la cabeza de verdad. Y a ti, ¿hay alguien que te saque de tus casillas? ¿algún apuesto pretendiente?
—He conocido a alguien increíble, que me quiere, me hace feliz y quiere un futuro a mi lado.
—Siempre hay un pero. ¿Cuál es el problema?
Inspiro una bocanada de aire y le miro.
—El problema no es él. Soy yo. No sé si le quiero de la misma formar que él lo hace. Quiero que sea así, pero es como si algo aquí dentro se negara.
—No puedes forzar a tu corazón a sentir algo que no le nace. ¿Tiene algo que ver el regreso de Jaden? Ambos compartís una historia.
—Jaden es el problema. No sale de mi mente, irrumpe en mi vida y la cambia por completo, trae sentimientos que me atrapan. Intento convencerme una y otra vez de que le odio por ser así de impredecible, pero a quién quiero engañar. No importa cuantas veces me mienta a mí misma, yo sé la verdad. Le quiero aun cuando no quiero hacerlo y amo cada parte de él. Adoro su sonrisa, cuando me saca de mis casillas, se burla de mis gestos al enfadarme, cuando me llama "niña" aun sabiendo que lo odio, adoro que sepa qué decir cuanto estoy mal y que se quede a mi lado para evitar que caiga. Ese es mi problema. Jaden es mi dilema.
El corazón me late con fuerza al hablar de él. Siento que en cualquier momento se me va a escapar del pecho y va a salir corriendo.
—Tu problema es que estás enamorada de Jaden hasta las trancas.
La puerta se abre de par en par y un chico castaño acompañado de Jasmine entran en la habitación sumida en la penumbra con sigilo, intentando evitar interrumpir nuestra conversación. Dave viene hacia nosotras y esboza una sonrisa al vernos tan felices y unidas. Deja un ramo de flores en un jarrón de cristal y luego va hacia la pelirroja para sostenerle la mano. Jasmine no sabe cómo reaccionar. No mantiene una relación fluida con Tamara, ni siquiera siente que deba estar allí después de todo.
—¿Qué tal estás?
—Tengo mucha guerra por dar, Dave. Vais a acabar hasta las narices de mí. Yo advierto. Quien advierte no es traidor.
—Danos toda la guerra del mundo, pero no te vayas. Siempre será mejor que perderte. Bienvenida a nuestras vidas, pequeño torbellino.
Tamara envuelve el cuello de Dave y deposita un beso en su mejilla, agradeciendo su presencia en los momentos difíciles y, al mismo tiempo, disculpándose por las alteraciones en su comportamiento. El chico entierra su cara en el cabello pelirrojo de Parker e inspira el aroma que desprende. Cuando ambos se separan, atisbo un rubor en las mejillas de Tamara y una sonrisa enorme en los labios de Dave.
—Jasmine...— titubea Tamara.
—Jasmine, ven, acércate. Has estado a mi lado durante todo este tiempo, me has enseñado que de los errores se aprende y que no debemos juzgar a alguien sin conocerle. Tamara, ella fue quien me acompañó buscarte, quien te salvó la vida.
—No me atribuiría tantos méritos.
La pelirroja mira a la animadora con una media sonrisa y, sin decir nada más, le envuelve con sus brazos y le da las gracias por salvarle la vida, por darle una segunda oportunidad para vivir, en silencio.
—Antes eras una zorra y ahora lo eres un poco, pero la diferencia es que eres mi amiga— bromea la pelirroja, sacándole una sonrisa a la chica—. Bienvenida a esta pandilla de locos.
El doctor entra en la habitación y se acerca a la pelirroja para comprobar cómo se encuentra. Además, recoge información acerca de sus constantes vitales.
—Te daremos mañana por la mañana el alta si continúa la mejoría. Hasta entonces, conviene que descanses un poco.
—La palabra del médico es sagrada— dice Dave, mostrando sus manos en señal de defensa—. Volvemos mañana. Sigue dando guerra tal y como lo estás haciendo.
—Descansa y cuídate.
—Y no tengas sueños húmedos con Walter— bromeo, guiñándole un ojo. Doy media vuelta y me golpeo con el soporte en el que descansa el gotero, haciéndolo tambalear peligrosamente. El médico me mira con cara de pocos amigos—. Qué peligro. Está todo en orden, tranquilos. Será mejor que me vaya antes de que destroce el hospital.
—¿Va usted colocada?
—No. Soy así de patosa, pero gracias por preocuparse— golpeo con el codo el jarrón de flores que se precipita al vacío, haciéndose añicos, liberando el agua de su interior—. Oh, madre mía. Espero que no fuese muy caro. Debería irme, sí, será lo mejor.
El médico pulsa un botón para pedirle al personal de limpieza que venga a la habitación a limpiar el estropicio que he causado.
—Está como una regadera, pero es mi mejor amiga— concluye Tamara.
Cierro la puerta detrás de mí y suspiro, aliviada, al encontrarme fuera del campo de visión de ese misterioso e intimidante doctor.
—Mañana la llevaré a casa— informo, aprovechando que Jasmine y Dave están a mi lado—. Necesitaré ayuda. No va a ser nada fácil mantenerle alejada de los estupefacientes. Podréis venir a casa y echarme una mano, si queréis. Todo ayuda será bienvenida.
—Nos necesita más que nunca. Cuenta conmigo.
—No tienes que pedirlo. Allí estaré— asegura Jasmine con una sonrisa. Ladea la cabeza hacia el final del pasillo y se sorprende al ver a alguien en la lejanía, una cara conocida. Instintivamente me mira y guiña un ojo—. He llamado a Arthur. Pensé que todo te resultaría más llevadero si estuviera a tu lado. Nosotros nos vamos ya. Mañana nos vemos.
Despido a mis dos amigos con un abrazo y salgo al encuentro de Arthur. Una vez me tiene a centímetros se toma la libertad de rodear con sus brazos mi cintura y levantarme. Da una vuelta conmigo en brazos y finaliza el encuentro con un beso casto en los labios que me transporta a otro mundo. Cuando vuelvo a abrir los ojos me cuesta creer que mi día acabe de mejorar notablemente.
—Jasmine me lo contó todo. ¿Cómo está Tamara?
—Recuperándose. Aún está un poco débil. Necesitará ayuda para dejar de lado las drogas. Yo me aseguraré personalmente de que así sea.
—Me alegra oír eso. Es tu mejor amiga, debió ser un golpe duro para ti. ¿Qué tal estás? He venido en cuanto me he enterado.
—Creí que la perdía. Ha sido el peor día de mi vida. Hoy he tenido que enfrentarme a mi peor miedo y me he dado cuenta de que, a veces, ellos ganan.
Arthur besa mi frente y me toma de la mano.
—Siento que hayas tenido que vivir un momento tan doloroso. Ojalá pudiese aliviar tu dolor, curar todas tus heridas y recomponerte con mis pedazos rotos.
—Tenerte aquí lo compensa todo.
—He pensado que podríamos ir a tomar un café.
—Sí, por favor, estoy para el arrastre. Lo último que me apetece es aterrorizar a los niños con mi cara de muerto viviente.
Caminamos hacia la planta baja del hospital, donde se encuentra la cafetería en la que toman tentempiés los familiares de los pacientes ingresados. Vamos hacia una mesa vacía y nos adueñamos de ella. Arthur va hacia la barra a por unos cafés mientras yo me entretengo observando el teléfono móvil, donde hay un mensaje de Jaden preguntando por el estado de la pelirroja. Al parecer, el ingreso de Tamara no es precisamente un secreto, ha corrido como la pólvora entre los jóvenes. Le contesto comentándole su pronóstico y cómo le he visto.
—Aquí tienes un café para entrar en calor y un pastel para coger fuerzas. Tienes que alimentar ese estómago— dice, acariciándome dicha zona, sacándome una sonrisa—. Espero que te gusten las magdalenas de chocolate.
—Son mis favoritas. Todo lo que sea pastel va directo a mi estómago. Tengo una adicción problemática hacia los dulces.
—Yo también. Eres tan dulce que temo volverme adicto.
—Serás pelota— le doy un golpecito en el hombro y él sonríe—. Pues que sepas que se te van a picar los dientes y el ratoncito Pérez no te va a traer nada.
—El ratoncito Pérez ya me ha traído el mejor regalo.
Sé que está refiriéndose a mí. Y eso me gusta. Me gusta poder ver la felicidad reflejada en sus ojos, una inmensa sonrisa asomando en sus labios y sus nervios viviendo en sus manos.
—Tengo algo para ti. No me pongo tan nervioso desde la noche de reyes cuando era un crío— saca una pequeña cajita gris y la deposita sobre la mesa—. Puedes decirme que estoy loco por querer construir un futuro a tu lado y acusarme de haber perdido la cabeza por ti, porque es así.
Abro la caja con nerviosismo y me encuentro con una almohadilla negra sobre la que descansa una llave con un pequeño llavero en forma de corazón donde puede leerse Ho. Alzo la vista, confusa ante el mensaje y él se da cuenta y decide darme las respuestas que preciso. Coloca su llave junto a la mía, con la inscripción Me, formando la palabra home, traducida como hogar.
—¿Qué...?
—Mackenzie Evans, ¿me concederías el privilegio de vivir conmigo?
—¡No! ¡Claro que no! — Arthur se queda a cuadros cuando le suelto esa respuesta y no sabe dónde meterse tras la negativa. Tengo razones obvias que van a sacarle una sonrisa—. Es una idea horrible. No sé si estoy preparada para que me veas despeinada, con unas ojeras de oso panda, dormir roncando y con la baba caída. ¡Pero si cuando me despierto parezco la niña del exorcista!
—Para mí eres preciosa, aún recién levantada. Donde tú ves imperfecciones, yo veo belleza. Aun viéndote dormir con la baba caída y el pelo enmarañado me seguirías pareciendo hermosa. Yo también tengo mis cosas. Soy un terremoto cuando duermo, soy muy perezoso para levantarme y hablo en sueños.
—Ajá, ahora podré saber cuándo ves porno.
Arruga la nariz y menea la cabeza.
—No hay nadie perfecto y eso es lo que nos convierte en seres extraordinarios. Me haría especial ilusión compartir mi tiempo y espacio contigo.
—¿Me darás un beso de buenas noches?
—Y cuidaré tus sueños. ¿Eso es un sí?
—Eso es un super sí.
Salvo la distancia que nos separa por encima de la mesa y acojo su rostro entre mis manos para terminar por plantarme un apasionado beso que le deja sin aliento. Esboza una sonrisa y se pierde en mis ojos por unos instantes que se me antojan eternos. Jugamos con nuestros dedos, a acariciarnos, a profesarnos nuestro amor en silencio.
—Bienvenida a nuestro hogar— aparta sus manos de mis ojos y se ubica a mi lado, esperando ser partícipe de mi reacción. Una estancia de paredes de un tono ocre junto con muebles marrones y lozas de mármol me dan la bienvenida. Sonrío al reparar en el sofá beige junto a una mesa y la televisión. En una pequeña mesa yace el teléfono fijo y un marco con una foto de ambos—. ¿Te gusta lo que ves?
—Es increíble. Me encanta.
—Ven, te enseñaré la cocina.
Toma mi mano y me conduce hacia una estancia de paredes blancas adornadas con muebles verdes y de un naranja claro que combinan con cuadro de paisajes de ensueño. Una cafetera gris y negra descansa en un extremo de la encimera, junto a la vitrocerámica. Una mesa de madera yace junto a una pared, acompañada de cuatro sillas, con un frutero sobre ella.
—¿Vamos a tener que meternos entre fogones? ¿de verdad no podemos pedir todos los días al Burger King o al Telepizza?
—Si nos toca la lotería, no te diré que no— bromea, sacándome la lengua—. Me convertiré en un chef entre estas cuatro paredes y te prepararé unos platos deliciosos.
—¿Incluido el pastel?
—Con pastel incluido.
—Creo que esto de vivir juntos me está empezando a gustar.
Me hace una seña para que le siga hacia el dormitorio. Camino por un pasillo de paredes color albero hasta desembocar en una estancia ubicada frente a un servicio y entro en su interior. Las paredes están revestidas de un color verde, los muebles son caoba y la cama es de matrimonio y posee una colcha blanca con florituras verde, naranja, amarilla y marrón. Un cuadro rectangular yace encima del cabecero, donde se refleja un bodegón.
—¿Qué te parece?
—Es bonito vivir esta aventura contigo.
Doy media vuelta y camino hacia él con decisión. Rodeo su cuello con mis brazos, subo sobre sus zapatos para estar a su altura y beso sus labios románticamente. Arthur responde a mi beso con ansias por permanecer así para siempre, reviviendo ese instante una y otra vez. Los besos van a más y ambos comenzamos a sentir como la respiración nos falta, provocando un intenso sudor que se manifiesta en nuestras frentes, y nuestros corazones laten con fuerza. Ambos nos miramos con los ojos encendidos, redescubriéndonos.
—No hay prisas. Podemos esperar, si quieres. Por ti esperaría todo el tiempo del mundo.
—Te quiero.
Bajo mis manos a su camisa y comienzo a desabotonarla para después deslizarla por su espalda hasta dejarla caer al vacío. Continuamos besándonos hasta caer sobre la cama, enfrentados el uno con el otro, entrelazando miradas, jugando a descubrir con nuestras manos, dibujando figuras en la piel con el sudor de nuestros dedos, besándonos, compenetrando nuestros movimientos. Nos desvestimos el uno al otro y rodamos por la cama, turnándonos para reinar sobre el otro. Una vez estamos desnudos, indefensos frente al otro, nos mimamos con unas cálidas caricias y unos besos indebidos que nos transportan al paraíso por unos minutos. Arthur funde su cuerpo con el mío, entrelazando nuestras manos, sosteniéndome la mirada, pendiente de mis emociones. Más besos, más caricias, más sudor, más ganas de devorarnos, de querernos.
Subo sobre él y enredo mis manos en su cabello, tirando de él con cuidado de no hacerle daño, elevando su mentón lo suficiente para perderme en sus labios carnosos y húmedos. Arthur va depositando una sucesión de besos a lo largo de mi barbilla, cuello y clavícula, pasando por mis hombros, haciéndome enloquecer. Ambos gemimos al sentir el placer del otro y terminamos por explosionar, dando origen a una sensación de satisfacción embriagadora. Caemos sobre el colchón, bañados en sudor, y nos besamos. Decido colocarme de lado y ser arropada por los brazos de Arthur que me hacen sentir protegida, a salvo de cualquier mal, y sobre todo amada.
Debería estar feliz, viviendo intensamente este momento, saboreando hasta la última gota de felicidad que quede en él, pero en cambio siento un sentimiento de culpabilidad en mi interior, un malestar que nace en mi pecho y unos nervios apoderándose de mi estómago. Cuando acabas de hacer el amor, piensas en esa persona, en lo mucho que le quieres y disfrutas de su compañía. Yo, en cambio, tengo corriendo por mi mente a Jaden O'Neill.
Quizás Tamara tenga razón. Tal vez no tenga superado mi pasado con Jaden como creía.
—Hogar dulce hogar— anuncio al llegar a la que fue la casa en la que me crie. Tamara hace una mueca de desaprobación con los labios y me mira con el miedo en sus ojos—. Ya hemos hablado de esto. Es por tu bienestar. Solo quiero que recuperes tu vida, que venzas a esa chica extraña que se llena de miedos e inseguridades.
—No sé si voy a poder. Siento que no tengo fuerzas suficientes para dejar de lado la mierda que casi me mata— admite, cabizbaja, ocultando sus muñecas vendadas con las mangas de su sudadera rosa—. Estoy experimentando un bajón emocional y lo único que quiero es volver a sentirme bien.
—Te sentirás bien cuando todo esto acabe.
—Necesito sentirme bien ahora, no dentro de unas semanas. Joder, siento que todo se me viene encima. Salgo a la calle y tengo la sensación de que todo el mundo me señala y dice "es una yonqui". Eso me crea mucha ansiedad y me molesta porque yo no tengo ningún problema con la droga. Puedo dejarla cuando quiera.
—Necesitas ayuda. Ahora no comprendes la gravedad de la situación. Entiendo que no quieras aceptar que tienes un problema con la droga, pero el primer paso hacia la recuperación es la aceptación de la enfermedad.
Tamara resopla y camina hacia la casa con paso decidido. Está molesta con esta situación y lo comprendo. Se siente como una niña pequeña a la que hay que vigilar constantemente. Aún no es consciente de la gravedad de jugar con las drogas. Entre juego y juego, alguien muere por una sobredosis. Las drogas no son un juego, son armas mortales.
—Tamara, ¡cuánto tiempo sin verte por aquí! — saluda Bill, dándole un beso a la chica en la mejilla—. Juraría que has crecido un par de centímetros.
—Yo también me alegro de verte, Bill.
Luke mira desde la cima de la escalera a la pelirroja y va hacia ella para saludarle como es debido. Mientras, mi padre me achucha entre sus brazos con tanta fuerza que temo que me vaya a destrozar una o dos costillas. Le he echado de menos, mucho.
—Tienes una cara de mil demonios.
—Yo también me alegro de verte, papá.
—Hace tiempo que quiero hacerte una pregunta y no sé cómo hacerla. No sé si este es el momento idóneo o debería esperar. A la mierda. ¿Se puede saber por qué has salido en televisión con un cubo en la cabeza? ¿era carnaval por aquella zona? ¿te caíste y se te quedó incrustada la cabeza en el cubo? ¿Te salió un grano de esos chungos en la cara?
—Quería ser el centro de atención.
—Qué forma más rara de ser reconocida. Te desmayas en pleno directo, luego sales con un cubo en la cabeza y te caes rodando. A este paso vas a batir un récord Guinness. A veces me pregunto si aquel golpe que te diste de niña al caer de la cuna te afectó en alguna región de la cabeza...
Se queda pensativo unos segundos.
—Ni siquiera era buena escalando la cuna. De ahí viene mi aversión hacia los deportes. Misterio descubierto.
—Oye, ¿crees que podría hacer una exclusiva de tu pequeño incidente?
Me coge de la mano y me conduce hacia la cocina, aprovechando que Luke está enseñándole a la pelirroja a jugar a un videojuego de coches de carreras. Bill se aferra a la encimera y titubea unos segundos antes de volver a hablar. Al no encontrar las palabras adecuadas decide tenderme una hoja de papel donde hay algo escrito.
—¿Qué te parece?
Le echo un rápido vistazo y sonrío.
—Me parece que hay que comprar fresas y manzanas. Me has dado la lista de la compra, papá— se da en la frente con la mano y guarda la hoja doblada en su bolsillo. Luego me tiende otra con aspecto formal y escrita a ordenador. A medida que voy leyendo siento como mi estado de ánimo decae y un sentimiento ansioso-depresivo nace en mí—. ¿Qué significa esto, papá?
—El banco va a quitarnos la casa de aquí a una semana.
—Pero ¿por qué?
—Me han despedido de mi trabajo. Llevo tres semanas desempleado— entreabro los labios para lanzar otra pregunta, pero él decide seguir hablando—. Hubo una reunión importante para cerrar un trato con una empresa líder japonesa. Mi falta de conocimiento en cuanto a idioma y un gesto que no le gustó al japonés fueron suficientes para que mi jefe me echara y colocara a un chico joven en mi lugar, a alguien con más títulos y conocimientos.
—¿Qué gesto hiciste?
—Qué sé yo. Lo único que sé es que el japonés entendió que quería tener relaciones sexuales con él en vez de verlo como una señal de aprobación ante el acuerdo. Llevo tres semanas pasándome los días en la calle, visitando establecimientos para pedir trabajo, dejando anuncios en las farolas, enviando currículum a través de internet. Nada. Nadie quiere contratar a alguien de mi edad. Las empresas buscan a gente joven con iniciativa, títulos, eficiencia.
Trago saliva para bajar el nudo de mi garganta y luego voy hacia mi padre para estrecharle entre mis brazos y propiciarle sendas caricias en la espalda.
—Buscaremos una solución. ¿Luke lo sabe?
—No. Eres la primera que lo sabe. Si no consigo trabajo pronto, todo se derrumbará. No podré permitirme costearte tus estudios, perderé la casa, no tendré dinero para comprar comida.
—¿Has probado a pedirle un préstamo al banco?
—Sí y me lo han denegado por miedo a no poder pagarlo, ya sabes, por eso de estar desempleado.
—¿Por qué no le pides algo de dinero a mamá?
Se aclara la garganta y niega con la cabeza.
—Tu madre tiene que hacer frente a muchos gastos con el tema de la boda. Van a necesitar ese dinero ahora que van a comenzar una nueva vida. No puedo pedirles dinero.
—Pues me pondré a trabajar.
—Solo tienes el título del instituto, terminarías trabajando en algún bar o algo por el estilo, cobrando una miseria. Además, puede que para cuando te contrate sea demasiado tarde.
—Saldremos de esta. No sé cómo, pero lo haremos.
Asiente una vez y me sonríe.
—¿Qué tal estás?
—Hecha un caos. Ni yo misma me entiendo.
—¿Tiene que ver con un chico?
Arrugo la frente y muestro una sonrisa triste. Poco a poco me voy alejando de la posición de mi padre hasta alcanzar la salida de la cocina.
—Eso es un sí— dice.
Voy hacia mi dormitorio, donde encuentro a Tamara sentada en la cama, mirando a través de la ventana, sosteniendo entre sus manos una fotografía de ambas. Reviso rápidamente la estancia con tal de encontrar algún objeto punzante con el que poder herirse y termino poniendo lejos de su alcance sacapuntas, cuchillas, materiales de cristal, entre otras cosas.
—¿Tienes miedo de que vuelva a intentar quitarme la vida?
—Solo intento prevenir.
—Me siento como una niña de cinco años. Yo no estoy enferma. Estoy de puta madre. Además, soy mayorcita para saber dónde me estoy metiendo, sé tomar mis propias decisiones.
—No, no sabes dónde te estás metiendo. Y siento que te sientas como una niña de cinco años y que te veas atosigada pero no voy a dejar de implicarme en esto.
Deja caer el marco de foto al suelo y viene hacia mí.
—Quiero irme a casa.
—No vas a irte de aquí hasta que te recuperes.
—¡Tú no eres mi madre! ¡déjame en paz!
Tamara comienza a enfurecerse como consecuencia de la ausencia de droga en su organismo y me empuja hacia un lado, provocando que me golpee con una cómoda y me haga daño en la espalda. Ella empieza a moverse por la habitación, buscando algo, quizás cocaína, destrozando todo a su paso, tirando una silla al suelo junto a papeles.
—¿Dónde la has escondido? Dime dónde la has puesto.
—No vas a ver ni un gramo de esa mierda.
—¡No me mientas! No estoy de humor para bromas, Mackenzie. Oye, he tenido unos días de mierda y lo único que necesito es olvidarme de todo eso, despejar mi mente. Tú no lo entiendes. He estado destrozada y lo único que conseguía levantarme el ánimo era pasarme el día colocada. Tú no sabes lo que es sentirte sola, traicionada por tu mejor amiga, decepcionada por un chico. Me acusas por meterme coca en el cuerpo, pero tú no eres mejor persona que yo— escupe entre dientes, hiriéndome. Intento mantener la compostura—. Solo quiero tener la fiesta en paz, así que no me lo pongas difícil. Dame lo que quiero y todos felices y contentos.
—Estás comportándote igual que una adicta a la cocaína. ¿No te das cuenta? Me has gritado, me has empujado y ahora estás presionándome para conseguir esa mierda, aunque tengas que hacer daño emocional intencionadamente. Esa mierda te está matando y tú no haces otra cosa que recurrir a ella. Acabas de salir del hospital. Ayer estuve a punto de hacerte una visita al cementerio para llevarte un ramo de flores.
—¡Es mi vida! ¡tú no tienes ningún derecho a decidir por mí!
—No voy a dejar que sigas arruinándote la vida. Y sí, claro que se trata de mí. Eres mi mejor amiga, eres como una hermana para mí, y no voy a permitir que esa mierda te acabe matando.
Tamara viene hacia mí y se enzarza conmigo en una pequeña lucha en la que nos damos algún que otro tirón de pelo, manotazos, empujones y nos arañamos. En ello estamos cuando entran en la habitación Dave acompañado de Jasmine que, al presenciar la escena, no tardan en acercarse a nosotras para distanciarnos. El chico sostiene a la pelirroja que lanza patadas al aire e intenta liberarse de Dave valiéndose de toda su fuerza.
—¡Suéltame! ¡que me sueltes!
—Lo haré cuanto te calmes.
—Me calmaré cuando desaparezcáis, pesados.
Dave deja a la chica junto a la cama y le impide salir de la habitación, interponiéndose, ofreciendo su torso para recibir las decenas de golpes furiosas que lanza la pelirroja ante el miedo de tener que enfrentarse a todas las emociones que la invaden, incluida la ansiedad hacia la droga de la que es adicta.
—¡Déjame salir!
—Estamos haciéndolo por tu bien.
—Apártate, Dave. Ya he tenido suficiente con lo cargante que has sido todo este tiempo atrás. Te has convertido en mi pesadilla. ¡Que me dejes vivir! ¿te enteras?
—Grítame, golpéame, insúltame, pero aquí seguiré, no pienso ir a ningún lado.
Tamara le pega un puñetazo y se abalanza sobre él para intentar apartarle de la puerta, pero él no cede a pesar de tener un corte en el labio impregnado de sangre. La pelirroja patalea como una niña pequeña e intenta dar con la forma de escapar, poniéndose en nuestra contra, gritando con todas sus fuerzas, maldiciendo nuestra persistencia. La impotencia que siente la lleva a poner a llorar a la par que golpea una y otra vez la pared. Termina deslizándose por ella hasta acabar sentada en el suelo, con las piernas flexionadas y próxima a su pecho y los brazos rodeando sus extremidades inferiores. Está temblando de pies a cabeza y llorando como si se le fuera la vida en ello. Una parte de ella comienza a darse cuenta de que realmente tiene un problema.
Camino hacia ella, tomo asiento a su vera y le envuelvo con mis brazos, acercándola a mi persona a pesar de tener que lidiar con sus esfuerzos por liberarse. Acaba cediendo. Deposita su cabeza en mi hombro y entrelaza sus manos con las mías.
—Ayúdame, por favor.
Esas palabras sé que quedarán grabadas en el alma para siempre. Mi mejor amiga, mi confidente y compañera de aventuras, pidiéndome con voz suplicante entre lágrimas y sollozos que le ayude a superar su adicción.
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