Capítulo 14
Camino hacia la parte trasera del coche portando mi maleta con los nervios a flor de piel. Bill coge mi equipaje y lo guarda en el maletero, colocándolo de forma estratégica, y luego se gira hacia mí para regalarme una de sus mejores sonrisas. Luke, ha mejorado desde aquella noche, aunque continúa sufriendo en silencio la separación de nuestros padres. Intenta hacer frente al dolor y mirar al miedo a los ojos con todo el valor que logra reunir. Ha dejado de relacionarse con esa pandilla y le ha dicho adiós al mundo de las drogas, y eso me alegra. No va a ser fácil enfrentar la realidad, pero valdrá la pena.
—Solo van a ser unos días— confieso, tomando asiento junto a mi padre—. Después volveré a revolucionar vuestras vidas.
—Se me van a hacer eternos sin ti.
—Volveré antes de que comencéis a echarme en falta.
—Pídele de mi parte a la pelirroja que te grabe mientras esquías— bromea Luke—. Será divertido ver como ruedas montaña abajo.
—Tú sí que vas a rodar de la bofetada que te voy a dar.
—Chicos, que haya paz— interviene Bill, colocando su mano a modo de barrera entre ambos, para evitar que lleguemos a las manos—. Disfrutemos del magnífico día que hace.
Miro a través de la ventana. El cielo está nublado parcialmente y el viento sopla con fuerza. A veces pienso que mi padre tiene algún tipo de trastorno, pero luego me autoanalizo y se me pasa La única que ha perdido unos cuantos tornillos soy yo. Mi atención recae en el cristal frontal, donde acaba de caer la caca de un pájaro.
—Vaya día de mierda— comenta Luke.
—Nunca mejor dicho— coincido, chocando mi puño con el suyo, haciendo las paces—. Espero que no se desate una tormenta eléctrica mientras esté en el avión.
—Con lo desafortunada que eres, seguro que ocurre.
—Tu optimismo me da la vida. Es por eso por lo que te quiero tanto. Nótese la ironía.
—Y vuestras peleas me provocan fuertes dolores de cabeza— asegura Bill, subiendo el volumen de la radio para ocultar el de nuestras voces—. Soy propenso a sufrir depresión por vuestra culpa.
Guardamos silencio el resto del trayecto, aunque no podemos evitar reírnos en alguna que otra ocasión ante la idea de ver a nuestro padre acudiendo a un psicólogo. Estamos todos un poco tocados, deberíamos ir a terapia familiar para deshacernos de nuestros dramas.
Bill abandona el coche frente al aeropuerto y me ayuda a transportar el equipaje hasta la entrada. Luke tiene las manos en los bolsillos de su chaqueta negra, mirando de soslayo a los estudiantes que pasean por los alrededores.
—¿Me prometes que te cuidarás?
—No te aseguro que no vaya a romperme la crisma esquiando. Intentaré sobrevivir estos días, te lo prometo.
—Mack, papá se refiere a que te cuides en el ámbito sexual.
Mis mejillas se tiñen de rojo y arden con fiereza. Intercambio una mirada tímida con mi padre, quien asiente una sola vez y se encoge de hombros.
—¿Espera qué? ¿creéis que voy a convertirme en una diosa del sexo en el viaje?
—Tienes que admitir que las hormonas están desatadas y si a eso le sumas que vais a contar con cierta libertad...— fulmino a mi hermano, pidiéndome que deje de hablar de una vez.
—He tomado ciertas precauciones para asegurarme de que tendrás una vida sexual segura— Bill muestra un maletín de color negro—. Aquí tienes un kit con todo lo que necesitas.
—Oh, no— abro el maletín y veo una serie de libros relacionados con el Kama Sutra, paquetes y paquetes de preservativos, lubricantes, geles comestibles—. ¿Qué es esto? Parece el maletín de Christina Grey. Guardad esto antes de que alguien lo vea. Madre mía, qué vergüenza.
—Yo lo veo muy práctico— confiesa Luke.
Le doy una colleja y él se lleva la mano a la nuca, molesto.
—Si lo ves tan práctico, métetelo por donde te quepa.
—Acepta los preservativos, aunque sea— mi padre me hace entrega de un paquete—. No creo que pueda devolverlos.
—Y a mí que me cuentas. No sé quién te ha mandado a comprarlos. Ponlo en venta en Wallapop o en alguna tienda erótica.
—Estoy más agobiado que Doraemon en la aduana— dice mi padre, desabrochándose el cuello de la camisa y tomando una bocanada de aire—. La dependienta de la tienda va a pensar que intento tirarle los tejos o algo por el estilo.
Esbozo una sonrisa y le doy un fuerte abrazo.
—No hagáis travesuras mientras no estoy en casa.
—Tú tampoco hagas nada de lo que arrepientas— susurra Luke, acercándose para darme un abrazo—. Y si necesitas un asesor sexual, llámame.
—No creo que lo haga— tomo el mango de la maleta y entro en el aeropuerto tras dedicarle una última mirada a mi padre y hermano. Camino arrastrando el equipaje hasta la puerta de embarque, donde localizo a Dave y Tamara. El primero de ellos me mira de forma diferente a como solía hacerlo, mientras que mi mejor amiga se muestra tan entusiasta como de costumbre—. Hey.
—¡Nos vamos de viaje! — grita Tamara eufórica—. ¿Creéis que este viaje podrá cambiarlo todo? Algo me dice que nuestras vidas van a dar un giro de ciento ochenta grados.
—De ciento ochenta grados va a ser la voltereta que voy a dar cuando me caiga esquiando.
—Yo creo que va a ser un viaje inolvidable— admite Dave—. Por cierto, ¿te encuentras bien? Pareces sofocada.
—Eso es porque lo estoy. Mi padre quería encasquetarme un maletín sacado de cincuentas sombras de Grey— bufo y cierro los ojos momentáneamente—. Solo es un viaje a la montaña, no un parque de atracciones erótico.
—¿Eso existe? — pregunta Tamara—. Dejemos el tema mejor. Se me ha formado una imagen muy rara en la cabeza.
—Sí, mejor.
—Tu padre es mi ídolo— bromea Dave, ganándose un codazo—. Tienes que admitir que ha sido un puntazo.
Le hago entrega a la azafata de mi billete y pasaporte y espero pacientemente a que me dé el visto bueno y me conceda el paso hacia el interior del avión. El profesor de historia nos indica que vayamos tomando asiento en nuestros respectivos sitios para despejar los pasillos. Walter parece ser el único que está teniendo problemas para poder subir al avión, ya que lleva tantos objetos metálicos y no permitidos que no recibe el visto bueno.
—¡Eh, Walter! — le dice un estudiante—. ¿Piensas quedarte ahí todo el día?
—Wells, toma asiento— pide el profesor, contando a los estudiantes que yacen en el avión—. Iré a solucionar el problema con Walter. Ahora vuelvo.
—Antes le han pillado con una pley station bajo la camiseta— informa Tamara con una sonrisita—. Como que va a tener mucho tiempo para jugar a los videojuegos.
—Por intentarlo que no quede.
Tomo asiento en la zona central y la pelirroja se sitúa a mi derecha. Tamara coge su smartphone y lo prepara para realizar un selfi, incluyéndome en él. Envuelvo su cuello con mi brazo y deposito un beso en su mejilla, mientras ella sonríe ampliamente. La instantánea es colgada en el blog, bajo el pie de foto "¡preparadas para el viaje!"
—Ya estamos todo— informa el profesor, guiando a Walter hacia su asiento. La multitud aplaude al estudiante, celebrando que ha terminado de soltar toda la chatarra que llevaba consigo—. Tenemos algunas horas por delante. Podéis dormir, escuchar música, chatear, lo que queráis.
—Pues yo pienso echar una cabezadita— Tamara acomoda su cabeza en el asiento y cierra los ojos—. Ahora tú eres mis ojos. Si ves que babeo o ronco, avísame.
—Eso está hecho.
Dave mira a través de la ventana mientras escucha música con los auriculares, Félix juega a Fortnite en el teléfono móvil, Billy se dedica a comer un sándwich de jamó york y queso que comparte con su perro guía, Tessa canta animadamente una canción para avivar el ambiente, mientras Finn Gordon intentar ingeniárselas para sellar las rendijas de aire frío que tiene encima de la cabeza. Todo parece estar en orden, en perfecta sintonía, no hay ruidos molestos, ni situaciones incómodas, ni pesados de turno. O quizás sí que haya de este último aspecto.
—Si quieres, puedes soñar conmigo— dice una voz a mis espaldas. Ladeo la cabeza hacia atrás y me percato de que Jaden está situado justo detrás de mí, apoyando sus brazos en mi asiento— me aseguraré personalmente de que nadie te vea babear.
—Buen intento, O'Neill.
—¿Sabes? Llevo tiempo dándole vueltas a una cosa— empieza a decir—. No sé por qué me rehúyes desde aquel beso en la feria benéfica.
He estado intentando mantener las distancias por miedo a aquello que pudiera surgir entre ambos. Me ha tocado vivir muy de cerca cómo dos personas que se quieren se hacen daño, se rompen mutuamente el corazón, y no quiero que eso me suceda a mí. Así que he decidido no darle importancia a aquel beso, y sí, para ello he intentado fingir que nada ha sucedido entre nosotros.
—Fue un beso sin importancia. Estaba borracha. No pensaba con racionalidad.
—Pues a mí no me pareció eso. Es más, parecías bastante decidida, segura del paso que ibas a dar. Puedes fingir que nada ha sucedido, puedes seguir mintiéndote a ti misma, si quieres, pero yo no lo haré, no puedo, porque para mí sí que significó algo.
—Para mí no fue especial.
—Mientes.
Maldita sea. ¿Tan transparente soy?
Presa de los nervios, presiono una palanca y, sin previo aviso, el asiento se echa hacia atrás hasta quedar prácticamente recostado sobre las piernas del chico que tengo justo detrás. Me golpeo con fuerza en la cabeza, aunque, por suerte, no me hago daño. Abro los ojos de par en par y lo primero que veo es la sonrisa tremendamente irresistible de Jaden. Intento ponerme en pie, pero al tener el cinturón puesto, me es un imposible.
—¿Puedes ayudarme?
Asiente y me ayuda a incorporarme. Suspiro, aliviada, y me paso una mano por la frente bañada en sudor por la gran tensión a la que me he visto sometida. Jaden, situado a mis espaldas, rodea con sus brazos el cabecero de mi asiento y se inclina ligeramente hacia adelante para susurrarme algo al oído.
—Sabes tan bien como yo que no es verdad— puedo sentir como mi piel se erice y mi pulso se desata en apenas segundos. Incluso puedo sentir mariposas en mi estómago, aunque, más bien, parecen bichos asesinos—. Somos dos polos opuestos que, inevitablemente, se atraen entre sí.
—Lo único que va a atraerte va a ser mi puño.
—Eres un encanto, ¿te lo han dicho antes?
—Nunca con veneno en la lengua— bromeo, dándole un codazo para que se eche hacia atrás—. Y ahora intenta mantener los ojos en su órbita.
—Y tú intenta no babear cada vez que mires tu fondo de pantalla.
Pongo los ojos en blanco y me propongo dormir con los auriculares puestos. Concilio el sueño pasado unos quince minutos, pues siento un poco de vergüenza al dormir junto a mis compañeros. Tengo miedo de protagonizar algún video ridículo en las redes sociales. Es imaginarme con la baba caída y la boca abierta de par en par, roncando, para ponerme enferma.
El grito desgarrador de Ronnie anunciando que hemos llegado a nuestro destino me despierta, llevándome a dar un bote sobre el asiento que provoca que me choque con el compartimento de las maletas situado sobre mi cabeza.
—Auch— me quejo, llevándome una mano a la coronilla.
La multitud me arrastra hasta la salida del avión. Voy hasta el lugar donde descansa mi equipaje y me hago con él para luego incorporarme a una fila formada por los estudiantes, guiada por el profesor. Tamara, quien tiene la señal de la mano en la cara, me dedica una de sus mejores sonrisas y me da un golpecito el hombro, animándome a descubrir el lugar en el que nos vamos a alojar.
Unas cabañas repartidas a los pies de la montaña nos dan la bienvenida con el bonito juego de luces navideñas de todos los colores que adornan los tejados. Todas ellas están en torno a un complejo más grande donde se ofrecen una serie de servicios extra a los clientes y pueden celebrarse fiestas por alguna ocasión especial como noche buena, noche vieja, Halloween. Cada cabaña posee un cartelito junto a las escaleras que conducen a la entrada, con un numerito.
—Atención, chicos— dice el profesor, alzando la voz—. En relación con los grupos que habéis hecho para compartir cabaña, hemos decidido asignaros un número para que seáis conscientes de cuál es vuestra cabaña. Os daré la llave correspondiente con el número especificado— comienza a repartir llaves a cada grupo de estudiantes. Mis compañeras de habitación son Tamara, Tessa y Gía. Nuestra cabaña es el número cuatro—. En este complejo podéis encontrar una serie de servicios extras, entre los que destacan las saunas, una sala recreativa, una cafetería y piscinas con aguas termales.
—¿Quién se apunta a un baño? — espeta Ronnie con una sonrisa traviesa—. Caldeemos un poco el ambiente.
—Aquí lo único que va a caldearse es su mano de copiar si sigue haciendo ese tipo de comentarios— le advierte el profesor—. Id a investigar las instalaciones y disfrutad.
—Pues yo he olvidado el bañador— lamenta Walter—. ¿A alguien le importa que me bañe desnudo?
Tamara hace un gesto repulsivo y hace ademán de irse aferrándose de mi brazo. Vamos a nuestra cabaña acompañadas de Tessa y Gía. Nada más entrar en ella nos recibe un ambiente cálido que se agradece. Unos sofás cubiertos por mantas marrones y blancas de terciopelo yacen enfrentados a una chimenea encendida, cuyas llamas cautivan a su alrededor con su calidez y su luz anaranjada. Justo en el lado opuesta está una cocina básica.
—Voy a echarle un vistazo a las habitaciones— anuncia Tamara, subiendo una escalera de caracol a buen ritmo—. Ya podían haber puesto una rampa. Va a costarnos la propia vida subir hasta aquí el equipaje.
—Creo que con esta chimenea no pienso salir de aquí— bromea Gía—. Podríamos celebrar reuniones nocturnas aquí.
—¡Y comer chuches! — añade Tessa—. Sería una reunión secreta, porque a partir de las doce no puede salir nadie de sus cabañas.
—Podemos jugar a verdad o atrevimiento— sugiero, pensando en los secretos ocultos que podría descubrir de mis compañeros de clase. Es, sin duda, un juego ideal para conocer a otra persona.
—¡Ah! — grita Tamara con todas sus fuerzas. Intercambio una mirada con mis compañeras antes de proceder a subir a la planta superior. Encontramos a la pelirroja petrificada bajo el marco de la puerta del servicio, con expresión fascinada—. ¡Tenemos una ducha con columnas de hidromasaje!
—Vais a tener que sacarme a la fuerza de la ducha porque no pienso salir voluntariamente— Gía mira expectante la ducha—. ¡Me pido primera para probarla!
—¡Eh! ¡yo la vi antes!
Las dos terminan quitándose la ropa a las apuradas y metiéndose a empujones en la ducha, quedando únicamente en ropa interior. Activan el mecanismo necesario y los chorros se encargan de hacer el resto. El vapor cálido no tarda en embriagar la estancia y sumir en una relajación total a ambas chicas, quienes terminan pegadas a los chorros, con expresión de satisfacción.
—Me temo que vamos a salir de la ducha como garbanzos cada vez que la usemos— confieso, soltando una risita—. Intentad que nadie vea vuestras caras de orgasmo.
—¿Puedes creerte que me está llegando la inspiración para escribir una continuación de cincuenta sombras liberadas?
Río ante el comentario de la pelirroja.
Salgo del servicio y voy a la planta baja, donde localizo a Tessa junto al frigorífico, descubriendo qué alimentos se ocultan en su interior. Camino hasta mi equipaje y lo recuesto boca arriba en el suelo para terminar por abrirlo de par en par. La sonrisa que vive en mis labios por la escena presenciada en el servicio se borra de inmediato. ¿La razón? Dos paquetes repletos de preservativos.
—No me lo puedo creer— digo entre dientes.
—¿Qué pasa?
—Esto es lo que pasa.
Le enseño los preservativos y ella contrae el rostro.
—Vaya, sí que apuntas alto.
—¿Qué? ¡no! Mi padre se ha empeñado en garantizarme una vida sexual segura— tiro los paquetes de preservativo al sofá y cierro nuevamente la maleta—. Piensa que este lugar es algo así como un picadero. No te haces una idea de la encerrona que me ha hecho esta mañana. ¿Te puedes creer que me quería dar un maletín erótico?
—Al parecer, te ha encasquetado los preservativos. Oye, a lo mejor puedes vendérselo a alguien. Estoy segura de que más de uno va a perder la virginidad en este viaje.
—Lo que me faltaba, ser una vendedora ambulante de preservativos.
Tessa coge una botella de vodka y me la enseña como si fuese un trofeo.
—Tenemos un aliado para entrar en calor— agita la botella emocionada—. ¡Chicas, tenemos vodka!
—¡Vodka, más cuatro chicas alocadas, fiesta asegurada! — canturrea Tamara, quien se asoma en la cima de la escalera con una toalla blanca rodeando su cuerpo.
—¡Fiesta! — le sigue Gía, marcándose un movimiento de caderas—. Esta es nuestra noche, chicas. Vamos a romper la pana.
—Esperemos que esto no acabe en una orgia adolescente— digo en tono de súplica—. Vamos a la cafetería a comprar algo para esta noche.
Cojo un gorro de lana de color azul marino y celeste, y me lo pongo en la cabeza, intentando mantener los pelos en su sitio. Me abrigo con una chaqueta negra y salgo acompañada por mis compañeras de cabaña. Emprendemos una carrera hacia la estructura central para evitar ser presas de las bajas temperaturas por mucho tiempo. Entramos en la cafetería a las apuradas, siendo recibidas por una oleada cálida con olor agradable.
—Mañana hay clase de esquí— informa Gía, mirando un cartel sujeto en un tablón de corcho—. Va a ser duro salir de la cama a las ocho, con el frío que hace fuera.
—Da una fuerte nevada mañana— anuncio, señalando con la barbilla los informativos acerca del tiempo en una televisión cercana—. La parte buena es que podremos quedarnos en la cabaña, tomando chocolate caliente por tubo y charlando hasta las tantas.
—¡Y dándonos unos buenos masajes en esa ducha!
—¡Estás dándome envidia! La próxima vez que vea esa ducha voy a tirarme de cabeza a ella. Pienso cogerla con ganas.
Tamara vuelve con Tessa con varias bolsas repletas de chuches y paquetes de patatas fritas que ocultan bajo sus chaquetas para que nadie sospeche que tenemos una fiestecilla esta noche. Aunque, para ser sincera, si yo fuera una persona externa y viera las bolsas de chuche, lo primero que pensaría es que esas personas son adictas al azúcar o están a punto de sufrir diabetes.
—Le he dicho a Ronnie que venga esta noche— dice Tessa—. He pensado en decírselo a Billy, tiene pocos amigos, y le vendrá bien pasar un buen rato.
—Buena idea— coincide Gía—. Yo se lo diré a Damien, un chico del equipo de fútbol es un buen amigo mío.
—Da la casualidad de que tengo a alguien en mente— murmuro con una sonrisita de satisfacción—. Voy a invitar a Jaden O'Neill.
Algo en mí quiere conocer cuáles son las intenciones que tiene el quarterback con respecto a mí, necesito conocer sus sentimientos para decidir si arriesgar mi corazón o retirarme del juego del amor.
—¿Jaden O'Neill? — musita Tamara, atónita—. Tú sí que sabes cómo organizar una fiesta por todo lo alto. Vamos a ser la envidia de esas animadoras de pacotilla.
—¿Alguien sabe dónde está?
—Según le he oído decir a Michael, en las saunas— contesta Gía, enarcando ambas cejas—. A por todas, tigre.
—Deseadme suerte.
Les hago un gesto con la mano y me marcho hacia unas escaleras que rodean una enorme pecera cilíndrica donde nadan peces de todos los colores, descendiendo hacia la planta inferior, donde se hallan las saunas y las piscinas termales, un área reservada exclusivamente para el descanso, la desconexión. Encuentro a algunos estudiantes en las piscinas termales tomando un baño relajante, mientras otros aprovechan el ambiente para enrollarse con alguien. Dejo atrás a una pareja de homosexuales besándose apasionadamente en una esquina y entro en la primera sauna que veo.
Cierro detrás de mí con un portazo y camino hacia el chico de espalda tonificada que yace enfrentado a unos asientes de madera, con una toalla blanca alrededor de su cintura. Salvo la distancia que nos separa y le llamo con el dedo índice. Jaden se da media vuelta y al encontrarse con mis ojos no puede evitar esbozar una amplia sonrisa.
—Esta noche, ven a mi cabaña.
—¿Estás pidiéndome una cita? — dice divertido. Su sonrisa me saca de quicio, pero también provoca en mí el efecto contrario. Cuanto más le veo sonreír, más me gusta.
—A las doce, en la número cuatro.
—Estaré allí.
Asiento una sola vez y doy media vuelta. Jaden me acompaña hasta la salida de la sauna, pero cuando disponemos a abandonar la pequeña habitación descubrimos que está sellada desde fuera. Golpeo una y otra vez a puerta, pero ésta no cede, lo que me lleva a la desesperación. Jaden intenta abrirla, pero no lo consigue a pesar del empeño que pone.
—Está cerrada.
—Madre mía— llevo mis manos a mi cabeza y camino de un lado a otro, al borde del ataque de ansiedad, hablando en voz alta, soltando lo primero que me pasa por la cabeza—. Vamos a morir de un golpe de calor aquí. Voy a morir en una sauna.
—Aquí nadie va a morir. Alguien vendrá y nos abrirá.
Tomo asiento en uno de los bancos de madera y me desprendo de la chaqueta que llevo puesta y del gorro de lana.
—Has intentado mantener las distancias conmigo y míranos ahora, estamos encerrados entre cuatro paredes.
—¿Yo soy la culpable de que estemos aquí?
—Tú has sido la que has entrado y cerrado detrás de ti.
—¡Eres imposible! — gruño, quitándome los zapatos y calcetines—. ¡Te aseguro que estar encerrada aquí contigo no es precisamente lo que quiero!
—Tranquilízate, ¿vale? Con esa actitud solo conseguirás sentir asfixia por el vapor.
—¡Que me tranquilice! — bufo y me pongo en pie algo enfadada—. ¡Tú no vas a decirme qué hacer!
Jaden pone los ojos en blanco y viene hasta mí. Toma asiento en los bancos de madera y se limita a mirarme de soslayo y soltar algún suspiro. Termino por acomodarme en los asientos tras pasear de un lado a otro de la sauna varias veces. Siento una ligera asfixia y una sensación sofocante que hace que mi temperatura corporal vaya en aumento.
—Me estoy mareando.
—Ven— aferra sus manos a mis antebrazos y me guían hasta él. Le miro con ojos interrogantes, preguntándome que va a hacer a continuación—. Todo va a salir bien. Confía en mí.
—Ahora mismo debo tener un aspecto horrible.
—No, que va— sonríe y baja su mirada a nuestras manos—. Cuando te enfadas haces una cosa muy graciosa con los labios.
—¿Intentas persuadirme para que no te patee el trasero?
Suelta una risita y me observa abanicarme con mi propia mano y tirar un poco de mi camiseta para refrescar mi torso.
—Deberías quitarte la camiseta.
—Buen intento, O'Neill, pero no pienso hacerte un striptease privado.
—Así solo conseguirás que deshidratarse más rápido.
—Bien, pero te advierto que como te pille mirándome, pienso arrancarte los ojos— amenazo, poniendo distancia entre ambos—. ¿Puedes girarte?
Jaden hace el saludo militar y se da media vuelta. Coloca sus manos a la altura de su cintura y mira la pared que tiene enfrente, mordiéndose el labio inferior para reprimir una sonrisa. Aprovecho que no está mirando para deshacerme de la camiseta que llevo puesta y de los pantalones, hasta quedar únicamente en ropa interior.
—¿Por qué tienes miedo de que pueda verte?
¿Cómo le dices a alguien que tienes miedo de enamorarte y que te rompan el corazón? ¿miedo a mostrarte vulnerable, a desnudarte emocionalmente ante esa persona especial?
—Porque si lo haces, no querré que dejes de hacerlo.
El calor es tan asfixiante que siento como todo me da vueltas y mi equilibrio me juega una mala pasada. Voy hacia la puerta de la sauna y golpeo con mis manos el cristal para llamar la atención de dos estudiantes que pasan por los alrededores. Jaden acude a mí y se limita a rodear mi cintura con una de sus manos para garantizar mi estabilidad.
Dave, que pasea por las piscinas termales se percata de nuestro pequeño problemilla y decide ofrecernos su ayuda, a pesar de mostrarse descontento con la situación. Mi mejor amigo escanea mi cuerpo de pies a cabeza, dolido, impotente ante la idea de no poder hacer nada por evitar que alguien como yo salga con un chico como Jaden.
—Te veré luego— dice Jaden con una sonrisa y se marcha tras darle las gracias con un asentimiento al nuevo integrante de la conversación.
—Dave— susurro con el corazón latiéndome con fuerza—. No es lo que crees.
—No tienes que darme explicaciones, Mack. Es tu vida. Solo espero que no te equivoques— hace ademán de marcharse cuando se detiene en seco y medita lo que va a decir a continuación—. ¿Por qué? ¿Por qué has tenido que elegirle a él sabiendo que va a hacerte daño?
—Cada uno se mata a su manera.
Paso por su lado, dándole un golpecito, y voy hacia una esquina solitaria para volver a ponerme la ropa que llevaba antaño. Abandono las instalaciones y me pongo rumbo hacia la cabaña, donde apuesto deben esperarme mis compañeras de habitación. Camino sobre la gruesa capa de nieve dejando grabadas mis huellas, sintiendo como los bajos de mis pantalones se humedecen y hacen tiritar de frío.
—¿Y bien? — me asalta Tamara en cuanto he puesto un pie en la cabaña—. ¿Qué te ha dicho? ¿va a venir a nuestra reunión secreta?
—Vendrá.
—¡Vamos a tener al mismísimo Jaden O'Neill en nuestra casa! — exclama Gía, haciéndose con el mando de la tele y simulando que es un micrófono—. Tenemos que pensar cómo vamos a hacerlo para que nadie sospeche de nuestra reunión secreta.
—El profesor pasará por las cabañas para revisar que todo está en orden. Cuando se marcha apagaremos las luces, pero dejaremos encendida la chimenea para caldear el ambiente. Así creerá que hemos ido a dormir y nadie sospechará de nuestra reunión— comenta Tessa—. Luego, abrimos la botella de vodka y a disfrutar de la noche.
—En ese caso, más vale que me deshaga de las cajas de preservativos o de lo contrario el profesor pensará que somos unas degeneradas— propongo, recogiendo las cajas y buscando un lugar dónde esconderlas—. ¿Alguna idea de dónde puedo guardarlas?
—Bajo los cojines del sofá— sugiere la pelirroja, encogiéndose de hombros—. Nadie va a mirar ahí. Es un buen escondite.
Asiento una sola vez y voy hacia el sofá. Levanto los cojines y guardo los preservativos, situándolo en zonas donde pasen desapercibidos.
—Problema solucionado.
—Voy a darme una ducha— anuncia Gía.
—No. Yo voy a darme una ducha— le contradice Tamara. La primera emprende una carrera hacia las escaleras y la pelirroja le sigue de cerca—. ¡Oye! ¡eso es hacer trampa!
—Vaya derroche de agua— Tessa ríe y prepara unos cuencos con patatas fritas—. Esta noche vamos a ponernos las botas.
—Mañana vamos a tener que bajar la montaña rodando— bromeo, dándole un golpecito con el hombro, y me entretengo llevándome a la boca una golosina.
Tessa tira la bolsa de patatas fritas a la papelera y deja el cuenco sobre la mesa situado junto al sofá burdeos, enfrentado a la chimenea.
—¿Cómo lo has conseguido? — enarco una ceja, confusa—. Ya sabes, que Jaden acceda a venir a nuestra cabaña esta noche.
—Ha sido más fácil de lo que esperaba— respondo, encogiéndome de hombros—. Supongo que se siente culpable por haberme hecho daño en el brazo y ahora quiere compensármelo.
—O quizás le gustes de verdad.
Alzo la vista y le miro ceñuda.
—No lo sé.
—Fíjate en cómo te mira esta noche. Los ojos son la ventana del alma. Pueden revelarte los sentimientos que un corazón calla. Las miradas nunca mienten.
Después de dos horas estamos sentadas en el sofá, ya duchadas y con el pijama puesto, viendo Orgullo y Prejuicio en televisión, fantaseando con la idea de vivir una historia de amor tan romántica, cuando unos nudillos golpean la puerta de la cabaña precedido por la voz masculina del profesor. Gía se pone en pie y va hacia la entrada seguida por las demás.
—Buenas noches, chicas— saluda animadamente—. ¿Está todo en orden?
—Todo perfecto— contesta Tessa.
—No tardéis mucho en iros a la cama, mañana tenéis que madrugar. Buenas noches, chicas. No os olvidéis de poner la alarma.
—Buenas noches— decimos al unísono.
Cerramos la puerta y suspiramos aliviadas. Apagamos las luces de la cabaña y vamos hacia la chimenea para tomar asiento en el suelo.
—Empezamos con verdad o atrevimiento— propone Gía—. ¿Quién quiere ser la primera?
Tamara levanta su mano, emocionada.
—¿Verdad o atrevimiento?
—Atrevimiento.
—Te reto a llamar a Walter por teléfono en plan cachondo— pide Tessa, dando palmaditas—. Tienes que poner el móvil en altavoz para que podamos escuchar la conversación.
—Qué turbio— añado.
—Va a ser un poco rarito— admite Tamara—. Me corrijo. Muy rarito.
—¡Venga! — le anima Gía.
La pelirroja marca el número de Walter y espera a que su voz suene al otro lado de la línea para proceder a llevar a cabo la mentira en modo anónimo.
—¿Quién es?
—Soy tu admiradora secreta— río ante la entrada triunfal de Tamara y Gía me pide que guarde silencio, llevándose el dedo índice a los labios—. Verás, estaba sola en mi cabaña, viendo tu perfil en el blog y no he podido evitar ponerme caliente. Eres muy sexy.
—Soy un bombón de licor, nena.
—Tienes una voz tan varonil y unos ojos tan bonitos que, con tan solo verte, todo dentro de mí comienza a arder descontroladamente.
—Vamos a tener que poner remedio a ese incendio. ¿Por qué no vienes a mi cabaña y buscamos una solución en mi dormitorio?
Tamara hace una mueca de repulsión y traga saliva.
—Mejor hablemos por aquí, da más morbo.
—¿Por qué no me envías una foto para que pueda ponerme alegre? Ya sabes...
Gía le indica a la pelirroja que flexione las rodillas y las cubra con su camiseta. Luego se hace una foto que parece hacer referencia a unos pechos y se la envía a Walter.
—Menuda obra de arte.
—Quiero convertirme en tu mejor lienzo.
—Yo seré Da Vinci por ti.
Tamara finaliza la llamada, dejando a Walter con la palabra en la boca, y suelta un suspiro.
—Han sido los peores minutos de mi vida.
—¡Reto completado! — exclama Gía—. Apuesto a que Walter está a mil ahora.
Alguien llama disimuladamente a la puerta. Me pongo en pie y voy a abrir a nuestros visitantes nocturnos. Ronnie me despeina al pasar por mi lado y va directo hacia el sofá para terminar por saltar sobre él para acomodarse. Billy se choca con la puerta, pues el perro ha salido corriendo hacia el cuenco de patatas fritas.
—Qué despistado— le guío hacia el interior de la cabaña y él me sonríe a cambio—. Toby, ¿dónde te has metido?
—Creo que a Toby le gustan las patatas fritas— confiesa Tessa, acariciando al perro con una mano y guiando al chico hacia su mascota.
—He traído ginebra— Damien eleva ambas manos, mostrando dos botellas de alcohol—. Que empiece la fiesta.
Damien toma asiento junto a Gía y se hace con un puñado de patatas fritas que se lleva rápidamente a la boca para devorarlas.
—Hola— cambio el rumbo de mi mirar hacia la puerta, donde localizo a un chico de cabello color azabache, esbozando una sonrisa divertida—. Tengo una cita con una chica en la cabaña número cuatro.
Meneo la cabeza.
—Entra antes de que alguien te vea— le tomo por el antebrazo y le adentro en la cabaña.
—Lo prohibido siempre es tentador.
—¿A qué estabais jugando? — se interesa Damien.
—A verdad o atrevimiento— responde Tamara—. Me ha tocado hacerle una llamada morbosa a Walter. Ha sido horrible.
—El chico es todo un Romeo— bromea Gía—. Es muy atrevido y ese toque picante suma puntos.
Tomo asiento junto a la chimenea, cerrando el círculo formando por mis acompañantes, y me propongo participar en el juego al que estábamos jugando antaño. Esta vez es el turno de Damien, quien decide hacer uso de la opción de atrevimiento, recibiendo como reto subir a las redes sociales un vídeo bailando de forma seductora.
—Animemos un poco la cosa— Ronnie coge la botella de ginebra y le da un largo sorbo—. Mi turno. Elijo atrevimiento.
—Bien— dice Tessa—. Te reto a correr en bolas por los alrededores.
—Hace un frío de narices ahí fuera.
—¿Lo tomas o lo dejas?
—Muy bien. Pienso recorrer todo el perímetro desnudo e, incluso, nadar sobre la nieve, si queréis.
Ronnie sale y se desprende de la ropa, dándonos la espalda. Salta hacia la capa gruesa de nieve y simula estar nadando en una piscina. Se pone en pie, tiritando de frío, expulsado vapor de agua por la boca, y corre descalzo por los alrededores, marcándose un baile con las caderas, agitando los brazos por encima de su cabeza. E, incluso, grita en alguna ocasión. Cuando vuelve a la cabaña, Gía le tiende un albornoz para que entre en calor.
—Yo elijo verdad— interviene Billy, con la mirada perdida.
—¿Cuándo fue la última vez que te cogiste un pedo de los buenos? — pregunta Ronnie, temblando a causa del frío.
—El fin de semana pasado. Fui a una fiesta y pedí una limonada de beber, pero debí confundirme de vaso porque cogí un pedo de campeonato.
—¿Verdad o atrevimiento, Jaden? — inquiere saber Tamara—. Vamos a ir calentando motores. Venga va, chicos, vamos a darle vidilla a esta reunión.
—Verdad.
—¿Cuándo fue la última vez que besaste a alguien?
Jaden intercambia una mirada cómplice conmigo, recordando nuestro beso en la feria benéfica, y yo no puedo evitar morderme la lengua y rezar para que no cuente nada. Bajo la cabeza, avergonzada, recordando los detalles de aquel beso inolvidable.
—¿Patatas fritas? — alzo el cuenco, intentando desviar el tema de conversación, presa de mis propios miedos, temerosa de que la verdad salga a la luz.
—No hace mucho.
—¿Y significó algo para ti?
—¡Te estás colando, pelirroja! — replica Ronnie, sonriendo.
—Lo cambió todo— repone, mirándome fijamente, haciéndome sonrojar—. Y sé que para ella también fue importante, aunque se niegue a admitirlo.
—De los mayores desastres pueden surgir cosas maravillosas— cita Billy con voz melosa—. Ya lo dijo Charles Chaplin, "hasta los planetas chocan y del caos nacen las estrellas"
Alguien vuelve a llamar a la puerta. Gía se pone en pie y se acerca a la puerta para mirar disimuladamente por la mirilla antes de abrir. Se gira hacia nosotros y anuncia, sin articular palabra, únicamente moviendo sus labios, que el profesor está al otro lado. Hace un gesto con las manos, pidiéndonos que nos escondamos para no llamar la atención. Tessa ayuda a Billy a ponerse en pie y lo conduce hacia la habitación para enconderse con él y el perro bajo la cama. Ronnie opta por ocultarse en el ropero y Damien tras una puerta.
Tomo la mano de Jaden y le conduzco escaleras arriba, hacia el servicio, y busco desesperadamente algún lugar donde ocultarnos. Finalmente decido entrar con él en la ducha y cubrirla la boca con la mano para evitar ser descubiertos por algún sonido fuera de lugar. Puedo escuchar a Gía hablando con el profesor, quien le pregunta que algunos estudiantes aseguran haber visto a un demente correr desnudo por los alrededores. Gía niega haber visto nada fuera de lo normal.
Pierdo el equilibrio al resbalar con el charco de agua formado en la ducha y me abalanzo sobre Jaden, quien impacta contra la pared, accionando el mecanismo de hidromasaje, de forma que varios chorros van de un lado a otro de la ducha, impactando contra nuestros cuerpos, dificultando nuestra visión, cubriéndonos de agua de pies a cabeza. El agua está tan fría que estoy a punto de gritar cuando Jaden une sus labios con los míos para hacerme guardar silencio.
Me aparto y le doy una bofetada. Sus ojos se pierden en mi rostro ensombrecido, intentando descifrar las sensaciones que han despertado en mí tras nuestro beso. Siento tantas ganas de volver a sentir sus labios sobre los míos que salvo la distancia que nos separa y le beso románticamente bajo una lluvia artificial, recordando nuestro último beso.
—Chicos, ya podéis salir.
Damien viene al servicio y al adentrarse en él tanto Jaden como yo mantenemos las distancias, fingiendo un encuentro íntimo entre ambos.
—¿Estaba buena el agua?
Salgo de la ducha, muerta de vergüenza, y bajo hasta la planta inferior para secarme, dejando atrás a Jaden fulminando a su compañero de equipo por su comentario. Tomo asiento a los pies del sofá, flexionando mis rodillas, manteniéndolas próximas a mi pecho, y las envuelvo con mis brazos. Poco tiempo después me hace compañía Jaden. Se sienta sobre el sofá y se remueve al notar algo fuera de su lugar. Coge una caja de condones y abre los ojos como platos, sin saber muy bien qué decir al respecto.
—¿Puedes hacer como si no hubieras visto nada?
—¿Has atracado una farmacia? — bromea, soltando una carcajada.
—Eres idiota— meneo la cabeza, divertida—. Mi padre se ha empeñado en tomar parte en cuanto a mi salud sexual. Y eso por no hablar del maletín erótico que quería regalarme.
—¿Un maletín erótico? Vaya, eso sí que es ser precavido.
Jaden vuelve a guardar los preservativos y se sienta a mi lado. Cojo una bolsa de chuches y extraigo un regaliz que divido en dos para compartir con mi acompañante. Nos terminamos la golosina en silencio, observando cómo es consumida la madera lentamente por las llamas abrazadoras. No es un silencio incómodo sino agradable. No es necesario hablar para saber cómo nos sentimos. Nuestras miradas se encargan de hablar por nosotros. Nunca he estado tan cómoda en compañía de alguien, sin hablar absolutamente de nada.
—¿Pensabas de verdad lo que dijiste antes?
Le da un bocado a su regaliz y asiente una sola vez.
—El fútbol siempre ha sido mi pasión y al mismo tiempo mi escapada de la realidad. Nunca he podido ser dueño de mí mismo, siempre han elegido por mí. He estado en el abismo demasiado tiempo, perdido en la nada, sin fuerzas ni ganas para continuar. Y contigo siento que por fin puedo empezar— se pierde en mis ojos momentáneamente. Roza con su dedo meñique el mío—. Has sido el mejor Touchdown de mi vida, Mackenzie Evans.
—Es hora de irse— anuncia Ronnie—. Mañana tenemos que madrugar.
Tessa se despide de Billy con un beso en la mejilla y de su perro con una caricia. Gía acompaña a nuestros visitantes hasta la salida de la cabaña y, al ser consciente del acercamiento entre el quarterback y yo, decide darnos un poco de intimidad, volviendo a la planta superior junto a Tessa. Sigo a Jaden O'Neill hasta la salida de nuestro pequeño hogar en la montaña.
—Te veré mañana— sonríe de lado y deposita un beso en mi mejilla—. Buenas noches, niña.
Capítulo 12
La alarma suena como una posesa, acabando con calma existente en la cabaña, logrando sobresaltarme de tal forma que, al incorporarme, me golpeo en la frente con un estante de madera que yace justo encima de mi cama. Llevo una de mis manos a la zona dolorida y la masajeo, lamentando una y otra vez lo sucedido. Espero que no me salga un chichón.
—La alarma ha sonado más tarde— anuncia Tessa, corriendo de un lado a otro de la habitación, poniéndose los vaqueros a la par que sujeta entre sus labios un cepillo de dientes azul—. Vamos muy pero que muy tarde.
—¡No fastidies! — exclama Gía con una plancha del pelo entre sus manos—. Tenía pensado alisarme el pelo antes de ir a esquiar.
—Yo tengo un dilema existencial— dice la pelirroja, portando en una de sus manos unas botas rosas y en el otro par azul—. ¿Cuál me favorece más?
—Las rosas, sin duda— añado, poniéndome en pie y descubriendo mi frente—. Ojalá pudiera quedarme en la cama todo el día.
—¡Dios mío! — murmura Tamara alarmada—. ¿Qué te ha pasado en la frente? Parece que te enfrentado a Rocky Balboa.
Voy corriendo hacia el espejo más cercano y miro mi frente. Un enorme bulto enrojecido se apodera de ella, con aspecto imponente, transmitiendo malas vibraciones. Es monstruoso y parece que está pidiéndome a gritos que ponga fin a su miserable vida.
—No puedo salir así— me giro hacia mis compañeras que miran mi chichón con inquietud—. Madre mía. ¿Lo habéis visto bien? Da grima.
—Vamos a tener que hacer algo— Tamara me indica que tome asiento a los pies de la cama y aguarde ahí hasta que se reúna conmigo nuevamente—. Voy a intentar ocultarlo con maquillaje.
—Tiene un aspecto horrible— coincide Gía—. Parece que dice "mátame, por favor".
Tamara le reprende con la mirada y hace ademán de poner una base de maquillaje acompañada de diversos tipos de polvos para enmascarar a nuestro pequeño amigo alias el chichón. Me remuevo nerviosa por el resultado y por el dolor que siento ante el tacto de los dedos de la pelirroja con mi frente dolorida. Tessa sale del servicio ya vestida y se acerca a nosotras con curiosidad.
—¿Estáis organizando una sesión de maquillaje sin mí?
—Estamos intentando disimular un enorme bulto que le ha salido a Mackenzie en la frente— informa Tamara tendiéndome un espejo de mano.
Observo mi aspecto. Desde luego, es mejor que el de antaño, aunque si me fijo bien, aún puedo percibir la protuberancia adornando mi frente. El día está empezando muy pero que muy mal. No sé si quiero descubrir cómo va a acabar.
—Tenemos que irnos ya. Vístete en cero coma— me sugiere Gía, quien se pone una chaqueta verde y un gorro gris en la cabeza.
Abro el cajón de la cómoda y me hago con dos calcetines completamente distintos y algo infantiles, además de una sudadera azul con el símbolo de nuestro instituto y unos vaqueros. Comienzo por vestirme a la velocidad de la luz, moviéndome por la habitación, tambaleándome, intentando mantener el equilibrio. Apenas me da tiempo a pasar a la ligera el peine por mi cabello, de forma que dejo partes sin peinar y un sin fin de enredos claramente perceptibles.
Lavo mis dientes, manchando mis comisuras de pasta, y enjuago el cepillo para dejarlo en un vaso de cristal antes de ponerme rumbo hacia la planta inferior. Bajo las escaleras lo más rápido que puedo y, antes de reunirme con mis compañeras en el exterior, calzo dos botas de un amarillo intenso y salgo pitando de la casa.
—Vamos, vamos— apremia Gía.
—¿Creéis que habrán empezado sin nosotras? — inquiere Tessa, emprendiendo una carrera hacia el lugar donde está teniendo lugar la clase de esquí—. Nos la vamos a cargar.
—Por mí como si ha acabado— anuncio, llevándome la mano al costado. Me cuesta respirar—. Para romperme la crisma rodando montaña abajo siempre hay tiempo.
—Tamara, ¿fuiste tú la que me llamó anoche? — pregunta Walter, en cuanto nos unimos al grupo de estudiantes que hacen cola para practicar esquí. La pelirroja le mira con pánico y rápidamente desvía su atención hacia las instrucciones que está dando el monitor—. Fue una conversación muy excitante. Estuvo muy bien. Podríamos volver a repetirlo. Me pareces una chica muy sexy.
—¿Quién quiere ser el primero en probar? — dice el monitor.
—¡Yo! — exclama Tamara, avanzando hacia el frente, emprendiendo una carrera para evitar mantener esa conversación con Walter.
—Me parece genial que hayas decidido tomar la iniciativa— el monitor le explica a la pelirroja lo que debe hacer para mantener el equilibrio y no correr riesgos. Cuando termina se gira hacia el pelotón de estudiantes y nos anima a ser participativos.
Tamara se lanza colina abajo con el equipo de esquí, tambaleándose peligrosamente en alguna que otra ocasión, a una velocidad de vértigo, soltando algún que otro grito. Por suerte, consigue llegar hasta el final de la colina sin sufrir daños y lo celebra dando saltitos de alegría y marcándose un baile triunfal. Yo hago un gesto con el brazo, celebrando su hazaña.
—Vamos a probar a tirarnos en trineo— sugiere Tessa, conduciéndome hacia un trineo de color rojo que espera a ser usado. Intento negarme por miedo a las alturas, pero termino sentada en él sin ser apenas conscientes. Ronnie empuja el trineo.
Comenzamos a deslizarnos a gran velocidad por la colina, siendo recibidas por una oleada de nieve que nubla nuestra visión y humedece nuestras prendas. Nunca he subido en un trineo y, por si fuera poco, tengo pánico a las alturas, así que no es muy buena combinación. Pronto siento como la cabeza me da vueltas y el paisaje se difumina.
—Demasiada emoción para un día— comienzo a decir—. Me estoy empezando a marear con tanto movimiento. ¿Podemos parar?
—Si, claro.
Tessa busca con la mano algo.
—¿Qué pasa?
—El freno no funciona.
—¡¿Qué?!— me inclino ligeramente hacia adelante e intento dar con la forma de detener el cacharro de una vez por todas—. Esto no puede estar pasando.
—¿Qué hacemos? — miro hacia el horizonte, donde se alza el final de la zona con una pared de piedra bastante aterradora desde nuestra posición—. Vamos a estamparnos contra ese muro como pongamos remedio ya de ya.
—¡Saltemos! — propongo, soltando por primero que pasa por mi cabeza—. Es mejor opción que acabar hechas puré.
La chica traga saliva y me mira como si fuera una demente.
—Te gusta el riesgo, ¿eh? Bien, hagámoslo.
Tomo la mano de Tessa y me incorporo un poco, con la mirada puesta en la capa de nieve que se alza a mi izquierda, siendo rasgada por el paso del trineo. Contamos hasta tres y terminamos abandonando el trineo de un salto, cayendo de plancha sobre la nieve, llevándonos la torta del siglo. Consigo incorporarme, a pesar de tener los brazos doloridos y el pelo cubierto de nieve. Miro a mi acompañante, quien tiene dos finos hilos de sangre escapando de sus fosas nasales.
—Estamos vivas— dice triunfal, poniéndose en pie. Sin previo aviso se desmaya como consecuencia de una bajada de tensión.
El profesor se reúne con nosotras y se encarga de coger en brazos a Tessa y llevarla hasta la enfermería. Toby, el perro de Billy sale corriendo tras la chica de forma inesperada, provocando que su dueño caiga al suelo y se deslice por él a gran velocidad, intentando detener a su mascota. Félix intenta ir a ayudar a su amiga, al igual que Finn, con la mala suerte de encontrarse, impactando con fuerza y cayendo al suelo.
—¡Billy! ¡yo te salvaré! — asegura Walter, haciéndose con su equipo de esquí y poniéndose rumbo hacia el invidente. Es una lástima que su desempeño esquiando no sea tan bueno como su afán de ayudar. Walter se encuentra en su camino con un cartel publicitario que se come de lleno. Cae de espaldas al suelo, junto a dos de sus dientes, inconsciente.
—Alguien va a tener que gastarse un pastizal en el dentista— dice Damien esbozando una sonrisa, acercándose al chico junto al monitor para poder cogerle en peso.
Subo nuevamente a la cima de la colina y me propongo reunirme con el pelotón de estudiantes, aunque, inevitablemente, mis botas me juegan una mala pasada, de forma que resbalo con la nieve y caigo de plancha, besando el suelo. Tamara se acerca a mí para ayudarme a ponerme en pie de forma cool y se deshace de los copos de nieve de mi pelo.
—Definitivamente, hoy no está siendo nuestro día— río ante su comentario y envuelvo su cuello con uno de mis brazos—. Oh, vaya. Ahí están las brujas del instituto.
—Buena parada— ironiza Jasmine respaldada por sus dos amigas, quienes le ríen la gracia—. Se nota que tienes un talento innato para los deportes.
—Ha sido entretenido verte rodar montaña abajo— continúa Stacey—. Podrías ganar un buen puesto de trabajo en el circo.
—¿Por qué no pruebas a hacer algo fuera de tu zona de confort por primera vez? — sugiere Li escaneándome de pies a cabeza.
—Déjalo, Li— espeta Jasmine frunciendo sus labios, haciendo un gesto con su mano, mostrando una L con su dedo índice y pulgar—. Sabemos que jamás hará nada que suponga una buena dosis de adrenalina. Es una perdedora en toda regla.
Aprieto la mandíbula con fuerza y le sostengo la mirada. Jaden llega hasta el puesto de equipos de esquí y se hace con el material necesario. Luego se dirige hacia el pelotón de estudiantes, abriéndose paso entre la multitud para alcanzar la primera línea. Jasmine decide acercarse al quarterback para demostrarle su devoción hacia él.
—¿Vas a esquiar, Jaden? — asiente una sola vez e intercambia una mirada conmigo—. Eso es genial. Te echo una carrera colina abajo.
Le dedico una última mirada al quarterback, reparando en la mano de Jasmine que está situado en el pecho del chico de forma sensual, pretendiendo acercarse a él, y luego miro a la animadora que deja ver una expresión triunfal.
—Voy a ir a dar una vuelta.
—¡Pero está a punto de empezar la próxima ronda! — dice la pelirroja. Para cuando se da media vuelta ya me hallo a varios metros de su posición.
Camino sin rumbo, desganada, sintiendo mis pies hundirse en la capa de nieve, ignorando el dolor de brazo provocado por la caída del trineo. Los pensamientos se agolpan en mi cabeza provocándome una insoportable jaqueca que me deja agotada. No puedo dejar de pensar en los acontecimientos desafortunados que se han sucedido desde que me he despertado esta mañana. Aunque, sin lugar a duda, lo que más me ha dolido ha sido ver como toda posibilidad de poder llegar a ser alguien importante en la vida de Jaden se desvanecía ante la entrada triunfal de Jasmine, quien ganaba terreno a pasos de gigante.
Cuando quiero volver a la cabaña descubro que estoy perdida en algún punto de una de las montañas rocosas y nevadas que rodean el campamento en el que nos asentamos. No puedo ver nada a causa de una tormenta de nieve que se cierne sobre mí, calando mis huesos, enturbiando mi visión, haciéndome sentir desprotegida ante el mal que se avecina. Me abrazo a mí misma y giro en torno a mí, intentando descubrir algo que me guía hacia el camino de vuelta a casa. Nada. Estoy perdida en la montaña, sin el equipo necesario para sobrevivir, amenazada por una inminente tormenta.
Voy hasta una roca y tomo asiento sobre ella. Bajo la mirada y me abrazo a mí misma con fuerza para conseguir entrar en calor a la par que lamento una y otra vez llevar únicamente una manga. Ni siquiera llevo guantes, lo que provoca que mis manos estén heladas y entumecidas. Incluso mis uñas se tornan de un color morado, al igual que mis labios, signo de una inminente hipotermia. Los dientes me castañetean constantemente y los ojos se me secan debido a la brisa gélida.
Intento ponerme en pie para mantener el calor corporal pero las piernas me fallan ante el entumecimiento y no me queda de otra que hacerme un ovillo sobre la cama de nieve y confiar en que todo saldrá bien, aun sabiendo que tengo todas las de perder. La tormenta no tarda en desatarse, de forma que los primeros copos de nieve caen sobre mi persona, vistiéndome de blanco. A pesar de que todo parece ir en mi contra, consigo arrastrarme por el suelo e ir hacia un refugio rocoso que se halla a varios pasos. Avanzo todo lo rápido que soy capaz y consigo ocultarme junto a la entrada a la cueva.
Adhiero mi espalda a la pared pétrea, flexiono las piernas y las aproximo a mi pecho para guardar el calor, y ladeo la cabeza hacia la derecha, permitiéndome apreciar la tormenta que se desata al otro lado, ocultando el paisaje bajo una capa gruesa y blanca de nieve.
No sé cómo demonios voy a volver sin un mapa. Ni si seguiré siendo de carne y hueso o habré pasado a adoptar la forma de un iceberg. Pero por el momento voy a esperar a que pase la tormenta, entreteniéndome mientras lamentando las decisiones espontáneas, sin lógica alguna, alocadas que únicamente pueden ocurrírseme a mí. Va a ser un día largo.
Alguien agita mis hombros para devolver a la realidad, y aunque me supone un gran esfuerzo abrir los ojos debido a las pequeñas gotitas de agua sobre mis pestañas, obedezco. Mi visión, en un principio, es borrosa, pero en cuanto se aclara soy capaz de encontrarme con los ojos del quarterback, quien me observa con preocupación. Tiene una mochila en su espalda de color negra y una linterna en su mano.
—¿Jaden? — pregunto desorientada, sin saber muy bien cómo ubicarle allí—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—En cuanto me enteré de que habías desaparecido, no lo dudé ni dos segundos, y vine a buscarte a la montaña. ¿Por qué lo has hecho?
—No pensaba con claridad.
—Pues tu falta de criterio casi te cuesta la vida.
—Siento no ser perfecta. Soy humana y tomo decisiones equivocadas. No he pedido que vengas a salvarme cada vez que esté en apuros.
Me cruzo de brazos, hago un mohín y evito mirarle.
—Nada de esto habría sucedido si no fuese tan insegura— lamento, agachando la cabeza—. Te vi junto a Jasmine y sentí que yo nunca podría llegar a ser como ella, tan segura de sí misma, con esa capacidad de luchar por aquello que quiere.
—¿Todo esto por Jasmine? — me sonrojo ante su pregunta y me muerdo el labio inferior, temerosa por su reacción. Jaden se aferra a mi mentón y tira de él con delicadeza para encontrarse con mis ojos, y a continuación se aferra a una de mis manos—. Eres tú a quien quiero. Y no quiero que sientas el hecho de no ser perfecta, porque son precisamente tus imperfecciones las que te hacen maravillosa.
—¿Has venido hasta aquí, arriesgando tu vida, por mí?
—Y lo volvería a hacer una y mil veces más.
Jaden me cubre con ayuda de una manta térmica para hacerme entrar en calor y se acomoda a mi lado, sosteniendo mi mano con ternura. Aprecio como en su mano disponible guarda una chocolatina.
—¿Quieres?
—¿Qué pregunta es esa?
Sonríe y divide en dos la chocolatina. Me llevo mi porción a los labios y la devoro en silencio, saboreando hasta la última migaja, y acomodo mi cabeza en su hombro.
—La situación no pinta bien. Estamos en una cueva, resguardándonos de una fuerte tormenta, sin más comida que esa chocolatina que acabamos de devorar y sin medios para comunicarnos— confieso, soltando un suspiro— pero siento que todo es mejor si estás aquí, conmigo.
Puedo sentir como me envuelvo un dulce sopor que me invita a caer ciegamente en los brazos de la oscuridad absoluta. Ni siquiera la voz de Jaden pronunciando mi nombre, ni el dolor punzante en mi brazo logran mantenerme sujeta a la realidad. Todo se vuelve oscuro a mi alrededor y, al contrario que en otras ocasiones, no tengo miedo. La paz que me transmite me lleva a lanzarme al abismo con los ojos cerrados.
Muevo los ojos antes de proceder a descubrirlos al mundo y abandono el estado de inconsciencia. Recorro con la mirada el lugar en el que me encuentro, descubriendo que me hallo recostado sobre la cama de la habitación que comparto con mis compañeras de cabaña, cubierta por una gruesa manta marrón que mantiene mi cuerpo a una temperatura adecuada. Sin embargo, mi atención no la capta las bolsas de agua caliente que descansa a la altura de mis pies, ni la estufa situada junto a la cama, sino el chico cabizbajo que está sentado en el sillón situado junto al lecho, acariciándose el labio inferior.
—¿Qué ha pasado?
—Te has desmayado por la pérdida de calor.
—Soy la pupita— bromeo. Me siento con más fuerzas que antes, aunque sigo teniendo por delante un largo proceso de recuperación. Un descanso sería ideal—. No hay mal que se me resista. Ser descuidada es típico de mí.
—Siento que hayas enfermado.
—Tú no tienes la culpa— me incorporo y acaricio con mi espalda el cabecero. Puedo sentir como mis vértebras crujen como consecuencia del cambio de postura—. Fui yo quien se dejó llevar por lo irracional.
Esboza una sonrisa cerrada y me acaricia la mano.
—¿Qué te ha pasado? — con ayuda de mi dedo pulgar acaricio su labio herido. Tiene un aspecto algo deteriorado en comparación con la última vez que le vi. En su pómulo yace un corte sangrante y sus nudillos están agrietados e inflamados.
—No tiene importancia.
—Dime qué ha pasado o me levantaré de esta cama e iré a averiguarlo por mí misma.
—Está bien— dice alzando la vista y mirándome directamente a los ojos para descubrir cómo cambia mi forma de mirarle tras saber la verdad—. Tuvo un pequeño enfrentamiento con Dave. Cuando llegué al campamento llevándote en brazos, inconsciente, sufriendo una hipotermia, él se enfureció y echó en cara que yo solo iba a hacerte daño. Me pidió que me mantuviera alejado de ti. Intenté frenarle, pero no pude, así que tuve que defenderme.
Siento rabia por el comportamiento de Dave. Él no es nadie para decidir qué es mejor para mí. Su actitud protectora está comenzando a ponerme de los nervios, a incomodarme hasta el punto de llegar a dudar de mi libertad para tomar decisiones. Soy libre de elegir. Es mi vida y no permitiré que nadie elija por mí. Yo soy quien mejor sabe qué me conviene y qué no. Yo y únicamente yo soy dueña de mi felicidad, y nadie va a ponerme unos límites, nadie va a decirme a quien amar.
—Quédate conmigo. No te alejes— pido, suplicante.
—Hey— toma mi barbilla con delicadeza y la alza para poder apreciar mis emociones reflejadas en el fondo de mis ojos. Éstos son la puerta del alma —. No pienso irme a ningún lado.
—¿Puedes quedarte hasta que me quede dormida?
Asiente, conforme.
Jaden pretende tomar mi mano desde el sillón, pero yo le sugiero una alternativa mejor. Echo hacia atrás parte de la manta y le hago un hueco en el colchón, haciéndome a un lado. El quarterback me mira encandilado, con una sonrisa naciendo en sus labios, y se acomoda a mi lado, cubriéndose con la manta de color marrón. Mientras él queda acostado boca arriba, yo opto por ponerme de lado, apreciando su semblante y sus ojos centelleantes.
—Gracias por todo— susurro a pocos centímetros de su cuello, aferrándome a la almohada y hundiendo mi cara en ella para ocultar mi rubor—. Hoy has sido de nuevo mi héroe. 'Has estado ahí cuando nadie más lo ha hecho. Has arriesgado tu vida por mí. Así que gracias.
—Por ti siempre estaré— intercambio una mirada de complicidad con él y luego deposito mi cabeza sobre su hombro, enterrando mi cara en su camiseta, apreciando el dulce aroma que desprende—. Puedes dormir. Seguiré aquí cuando despiertes.
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