Capítulo 10
Los alumnos recogen sus cosas en cuanto la clase llega a su fin y abandonan la clase respetando el orden, charlando animadamente acerca del baile que se avecina, comentando qué tipo de atuendo van a utilizar o en quién se van a convertir esa noche. Pronto el aula queda vacía, a excepción del quarterback y de mí, quienes continuamos sentados en nuestros respectivos sitios, con una libreta abierta sobre la mesa y un bolígrafo en mano.
El profesor de inglés recoge sus cosas y deposita su maletín sobre su escritorio para, más tarde, ponerse en pie y observarnos detenidamente.
—Tenéis que escribir una redacción acerca de lo sucedido, en la que manifestéis vuestro arrepentimiento. No tengáis prisa, tengo todo el tiempo del mundo.
Genial. Me espera una tarde de miedo. Y lo peor es que no sé por dónde empezar la redacción. Realmente no sé cómo debería sentirme al respecto. Todos esperan que esté arrepentida por las bromas que he gastado pero la realidad es que no me siento así. En aquel entonces me sentí tan viva que sería un error pensar que estaba equivocándome. Aquella noche fui capaz de desprenderme de mis miedos y ser libre por primera vez. Y sí, quizás me haya comportado como una inmadura, pero debo aprender de los errores que cometo para evolucionar como persona.
Comienzo a dibujar corazones en la esquina superior derecha de la hoja, como si con ello pudiera atraer a mí posibles ideas que plasmar en la hoja en blanco. Jaden, quien está en la última fila, juguetea con el bolígrafo entre sus dedos a la par que observa la hora que marca el reloj sin perder detalle.
El profesor se pone en pie y sale de la clase para atender una llamada telefónica.
Apenas he escrito un par de líneas cuando escucho alboroto a mis espaldas, de forma que ladeo mi cuerpo en dicha dirección y observo al quarterback recogiendo sus cosas sin ningún pudor, dejando la redacción en blanco sobre la mesa.
Enarco una ceja, incrédula, ante su comportamiento. ¿Adónde demonios se cree que va? ¿Es que ha ignorado las palabras del director?
—¡Eh! —digo, llamando su atención. Jaden me mira desde la mesa del profesor, donde ha dejado la hoja en blanco firmada en la parte inferior—. ¿Adónde vas?
—Me piro de aquí.
—¿Que te piras? —escupo entre sorprendida y fastidiada—. Estamos castigados. A lo mejor se te ha cruzado un cable y no lo recuerdas.
—Lo sé, pero no pienso quedarme aquí escribiendo una absurda redacción.
—¿Absurda redacción? —repito, boquiabierta—. Estoy aquí cumpliendo con un castigo que ni siquiera merezco. Yo no pinté la fachada y he tenido que cargar con la culpa. Y ahora pretendes pirarte de aquí, sin más.
Asiente a modo de respuesta.
—No me arrepiento de nada de anoche—¿Qué quiere decir con eso? ¿Ese nada incluye a nuestro beso? ¿No se arrepiente de haberme sacado de mis casillas para luego besarme? —. No voy a escribir una redacción en vano. Porque la verdad es que no lo siento.
—¿Y ya está? ¿Te vas? ¿Qué vas a hacer cuando venga el profesor y no vea tu redacción completada? O aún peor, cuando descubra que te has ido de rositas.
—El profesor no va a volver. Mira, he estado castigado otras veces y siempre hace lo mismo. Sale para atender una llamada para darnos la oportunidad de marcharnos. Él no quiere estar toda la tarde aquí. Cuanto antes nos marchemos, mejor para él. Así que, si piensas quedarte en esta clase deprimente cumpliendo con el castigo, allá tú.
Jaden camina a buen ritmo hacia la salida de la clase y cuando está a punto de salir llamo su atención poniéndome en pie y pidiéndole que espere. Sonríe ampliamente en cuanto me ve recoger mis cosas y acomodar la mochila en mi espalda. Camino hacia él con decisión y me sitúo a su vera. El quarterback abre la puerta de clase y le echa un vistazo al pasillo antes de salir.
—Madre mía. Como nos pillen, nos la vamos a cargar.
—¿Siempre eres así de pesimista?
—¿Y tú así de pasota y de entrometido?
Sale al corredor y espera a que yo lo haga para cerrar la puerta del aula. A continuación, repara en la puerta del despacho del director que está abriéndose y, ante el temor a ser nuevamente descubiertos, se aferra a mi mano y comienza a correr en dirección al exterior.
Su inesperada marcha me coge de imprevisto, de forma que estoy a punto de perder el equilibrio. Por suerte, recupero la compostura antes de terminar besando el suelo. Aunque ello no quita que una fuerte quemazón se apodera de mis pulmones en poco tiempo y mi corazón amenace con escaparse del pecho.
Abandonamos el centro a las apuradas y recorremos el césped a buen ritmo, mirando en alguna ocasión hacia atrás para comprobar que no estamos en el ojo del huracán.
En cuanto llegamos a los aparcamientos caigo en la cuenta de que mis amigos se han marchado a sus casas y que mi padre está trabajando, por lo que no tengo medio de transporte. Y, para colmo, he olvidado coger dinero para el autobús. Maldita cabeza.
—Por los pelos—dice con una sonrisa de satisfacción. Llevo una mano a mi costado y asiento, sin evitar enmascarar el esfuerzo que me ha supuesto esa inesperada carrera de maratón—. Jamás hubiera dicho que ibas a seguirme.
—No pensaba cargar con toda la culpa.
Traga saliva y le echa un vistazo al aparcamiento vacío salvo por su moto.
—¿Has pensado en el proyecto?
—No queda de otra que hacerlo.
—¿Por qué no vienes hoy a mi casa y lo planteamos?
¿Me está invitando a su casa? No sé si debería confiar en que sus intenciones son buenas. Cabe la posibilidad de que quiera enrollarse conmigo en su habitación, aprovechando nuestra cercanía. Quién sabe. O tal vez esté diciendo la verdad y quiera únicamente centrar su atención en el proyecto para acabarlo de una vez por todas, poniendo fin a esta pesadilla de estar juntos más tiempo del debido. Si antes no nos soportábamos, ahora no vamos a poder ni mirarnos a la cara.
—No voy a enrollarme contigo, si es lo que estás pensando.
—Quizás seas tú el que esté pensado en eso—le reto con una sonrisa—. Intenta mantenerte sereno, O'Neill. Solo va a ser un proyecto. Después podremos volver a odiarnos como solemos hacer.
—Entonces no tienes ningún problema con venir a mi casa a las cinco.
—Ninguno.
Le tiendo el móvil para que apunte en notas la dirección de su casa, olvidando por completo que tengo de fondo de pantalla el trasero del quarterback señalado con flechas de corazones. Tamara, hace unos meses, le hizo la foto a Jaden y me dijo que a pesar de ser un capullo integral tenía buen culo. Razón no le faltaba.
No puedo creer que aún conserve esa foto de fondo de pantalla, al igual que me es imposible creer que mi pequeño secreto haya sido descubierto.
—No sabía que fueras fan número uno de mi trasero.
—Eso es porque no lo soy—replico, arrebatándole el teléfono de las manos y guardándolo, manteniéndolo bien lejos de su vista—. Fue una tontería mía y de Tamara.
Suelta una risita.
—No es malo confesar que te guste.
—Já. Tus ganas.
—Nada de atracción sentimental ni sexual. Queda entendido.
Se sube a la moto, le da vida al motor y permanece inmóvil, apreciándome. Tomo asiento en un bordillo y pierdo mi mirar en el horizonte, lamentando la hora en la que olvidé coger dinero, maldiciendo internamente el paseo que voy a tener que darme para volver a casa.
—¿Piensas quedarte aquí todo el día?
—Estoy esperando el autobús.
—Si fueses a coger el autobús estarías en la parada. Está a punto de pasar.
Me encojo de hombros y mantengo la cabeza agachada, avergonzada por no tener forma de volver a casa. Jaden guarda silencio, parece comprender la situación sin haber hecho falta explicársela.
—Anda, sube. Te llevaré a casa.
Le miro con cara de póker y él me apremia con la mirada.
—Casi mejor que voy andando.
—No seas cría y sube a la moto de una vez.
—Eres tan arrogante. Agh. Me pones de los nervios.
Subo a su moto y me adhiero a él como si se me fuera la vida en ello, llegando, incluso, a clavar mis uñas en su camiseta gris. Él esboza una sonrisa divertida y me mira de soslayo.
—Ahora que has decidido ser generoso, podrías empezar a trabajar lo de ser amable.
—Estoy en ello.
Acomodo mi cabeza en su espalda y cierro los ojos con fuerza.
Nunca he montado en moto y tengo bastante miedo, para qué mentir. Mi padre siempre me ha pedido que me mantenga alejada de ellas. Se ha preocupado en hacerme entender que son muy peligrosas. Hay muchas posibilidades de que no salgas con vida de un accidente. Eso sin contar el enorme riesgo que corres cuando el temporal no está de tu lado.
Pero en este momento no pienso ni en mi padre ni en la compañía tan poco agradable que tengo. Solo estoy pensando en llegar sana y salva a casa, y que este paseo improvisado acabe cuanto antes y, a poder ser, con buen final.
—Me cortas la respiración.
—¿Qué?
—Me aprietas con tanta fuerza que me cuesta respirar. Y apuesto a que no quieres comprobar qué sucede cuando alguien se queda inconsciente mientras va en moto.
—Si te estoy apretando es por una razón obvia. Nunca he subido a una moto y estoy en pleno ataque de pánico.
Toma mis manos y la coloca alrededor de la zona de su vientre. El simple contacto de sus dedos con los míos provoca que una corriente eléctrica me recorra rápidamente de pies a cabeza. Ese momento me transporta a nuestro primer beso en aquel cuartillo, cubiertos de pintura, en plena oscuridad. Nuestros labios parecían encajar a la perfección, como si fuesen piezas de un mismo puzle. En mi interior se desató una explosión de sentimientos que me hizo olvidarme del mundo que me rodeaba por unos instantes.
—Intenta no gritar.
En cuanto se pone en marcha doy tal grito que apuesto a que debe haber llegado a oídos de todas las personas que habitan la ciudad. Jaden menea la cabeza, divertido, al ser partícipe de como vuelvo a llevarle la contraria, como he hecho en otras ocasiones. Entierro mi cabeza en su espalda y cierro los ojos con fuerza, sintiendo como la brisa hiela mi piel y ondea mi pelo.
—Vienen curvas.
Jaden toma las curvas de forma temeraria, provocando que suelte un nuevo grito que consigue desgarrarme por completo la garganta. Una vez volvemos a ir todo recto, sin contratiempo, me atrevo a abrir los ojos de par en par y observar el paisaje formado por árboles de hojas de un tono ocre sobre cuyas copas asoma un espléndido sol. La combinación del color azul del cielo, con el tono caoba de la tierra y el ocre de las hojas forman un extraordinario lienzo que queda grabado en mi memoria.
—Grita lo primero que se te venga a la cabeza.
—¡Te odio, Jaden O'Neill!
—A fin de cuentas, era un secreto a voces. —Sonríe ampliamente y me observa a través del retrovisor cuando me entretengo apreciando el paisaje que se alza a mi derecha—. Ya casi hemos llegado.
Detiene la moto junto a mi casa. Me bajo de ella con un saltito y hago ademán de comprobar si hay alguien en las proximidades que pueda recriminarme por haber decidido vivir una aventura tan temeraria. Observo la ventana que comunica con el salón y aprecio a mi padre aproximándose a ella para contemplar el exterior, a la espera de mi llegada.
Rápidamente me oculto detrás de un matorral y le hago señas a Jaden para que retroceda unos pasos con la moto.
—Tienes que irte ahora.
—¿Vas a venir esta tarde entonces?
—Vete. Ahora.
—No lo haré hasta que me respondas.
Pongo los ojos en blanco y suelto un bufido.
—Si. Iré. Pero vete ya o te patearé el trasero.
—Ah. Por cierto, ese fondo de pantalla es bastante morboso.
—¡Oh, vamos! ¡Vete ya!
Le doy un golpecito en el hombro y él sonríe. Pone en funcionamiento el motor y se pierde en la carretera tras hacerme el saludo militar.
Mientras se pierde en el horizonte permanezco unos segundos de más inmóvil, escrutándole detenidamente, mordiéndome el labio inferior de forma inconsciente. Aunque, en cuanto caigo en la cuenta de lo tarde que es, vuelvo a la realidad de golpe y emprendo una carrera en dirección a la entrada de casa.
—Ya estoy en casa.
—Adiós a la paz—ironiza Luke desde el salón. Le encuentro tirado en el sofá, con los auriculares puestos, escuchando algo de rock—. ¿Te has perdido por el camino?
—He estado cumpliendo con mi castigo.
Bill se aparta de la ventana y me mira con el ceño fruncido.
—¿Te ha comentado el director algo acerca del proyecto para la feria benéfica?
—Sí. Suena bastante interesante.
Por no decir mortalmente aburrido. Creo que va a ser mucho más interesante llevarle la contraria a Jaden durante todo el proyecto, e incluso conocer su casa, que hacer el trabajo en sí.
—Hoy voy a ir a casa de Jaden para comenzarlo.
—Eso es genial. La feria está a la vuelta de la esquina y cuanto antes os pongáis con el proyecto, mejor. Así luego no os tenéis que ver agobiados con los exámenes y trabajos finales.
—Papá, por favor, es Mack. Va a verse agobiada igualmente.
—¡Oye!
Le lanzo un cojín en la cara y él refunfuña por lo bajo.
—Dime que has hecho algo productivo durante el día.
—He estado avanzando con trabajos atrasados y puede que haya hecho un descanso cada cinco minutos para revisar las redes sociales.
—Resumiendo, no has hecho nada.
—Tú tampoco has hecho mucho entre castigo y castigo.
—Chicos, ¿por qué no dejáis vuestras discusiones para otro momento? —sugiere papá, mirándonos de hito en hito, a la espera de una respuesta—. La comida está servida. Será mejor que nos sentemos antes de que se enfríe.
Reto con la mirada a mi hermano, quien se pone en pie y sale corriendo hacia la cocina. Le sigo flechada, colisionando con él a mitad de camino a posta, intentando sacarle ventaja. Por infortunio, consigo ser la primera en besar el suelo. Todo ha sido sentarme a las apuradas en la silla para que mi victoria se fuera al garete y fuese sustituido por la derrota más humillante jamás conocida. Conociendo a Luke, apuesto a que va a recordarme este momento hasta el final de los finales.
—¿Adónde ibas, Mack? —pregunta, divertido, riendo a carcajadas—. Dime ¿cómo sabe la derrota o, mejor dicho, el suelo?
—Ja, ja, ja. Me parto contigo. Tienes más chispa que un mechero.
Tomo asiento en la silla tras ponerla nuevamente en pie y me sirvo un poco de ensalada para acompañar a los filetes. Bill se sitúa frente a mí y se echa un poco de agua en el vaso. Luke pierde su mirada en el plato, aunque no puede evitar reírse por lo bajo. Le doy una patada por debajo de la mesa, provocando que se atragante.
Sonrío al verle entrecerrar los ojos.
—¿Cómo has venido a casa, cielo?
—He cogido el autobús.
—No cuela, Mack—interviene mi hermano con una sonrisa traviesa. Hablo la boca para replicar y miro a ambos hombres de la casa, descubriendo que han revelado el secreto que tanto me he esforzado en ocultar—. Hemos estado con la nariz pegada a la ventana todo este tiempo. Te hemos visto venir en moto con ese chico.
Bill se aclara la garganta y me mira de reojo.
—¿Hay algo entre ese chico y tú?
—¿Qué? ¡No! Claro que no—contesto, algo ofendida por su pregunta—. Había olvidado coger dinero para el autobús y se ofreció a traerme a casa.
—Ese chico no es bueno para ti, Mack—lamenta mi padre—. Podría perjudicarte en el ámbito académico, así como en el terreno amoroso.
—Alto ahí. —Me pongo en pie de forma brusca y le muestro la palma de mi mano en señal de defensa—. Entre mis planes no está encapricharme de ese idiota. Así que no tenéis que preocuparos. Asunto zanjado.
Estoy a punto de marcharme cuando vuelvo a oír la voz de mi padre a mis espaldas. Detengo mi recién iniciada marcha y me vuelvo para escrutar a mi progenitor.
—Tu madre ha llamado. Quería hablar contigo. Sería genial que le dieras un toque cuando tuvieras tiempo libre. Ya sabes cómo se pone de histérica cuando no contestas a sus llamadas.
—La llamaré.
Abandono la cocina y subo los peldaños de la escalera. En cuanto llego a la cima me pongo rumbo hacia mi habitación, deslizando mis dedos por el pasamanos, con la mirada perdida en la planta baja. Escasos pasos me separan de mi habitación cuando escucho un comentario de mi hermano procedente desde la cocina.
—Está coladita por ese idiota.
Gruño y me encierro en el dormitorio dando un portazo, dejando bastante claro que ese comentario está totalmente fuera de lugar. Tendría que volverme loca de remate para enamorarme del quarterback. Ni su sonrisa encantadora, ni su tonificado cuerpo, incluyendo su trasero perfectamente modelado, ni su mirada sexy, ni su voz varonil van a surtir efecto en mí.
Me acuesto boca arriba en la cama y tomo el teléfono entre mis manos. Antes de llamar a mi madre entro en el blog y compruebo que tengo un nuevo comentario de parte de anónimo. Pulso en él y leo el mensaje que me ha dejado bajo mi última publicación.
«¿Vas a ir al baile?»
«Todo el mundo va a ir a ese baile. No voy a ser la excepción»
Me sorprendo sonriéndole a la pantalla del teléfono iluminado. No sé qué está sucediendo, pero algo en mí está cambiando desde que hablo con este desconocido. Tengo la sensación de que aparece justo a tiempo, cuando necesito una buena dosis de alegría para el cuerpo. Por cada día que pasa voy ganando más confianza con él y espero que siga siendo así. La intriga por saber quién es me está matando lentamente. Sé que con tiempo y paciencia sabré de él.
«Podríamos vernos allí, si quieres»
Encierro mi labio inferior entre mis dientes y ejerzo una leve presión sobre él. Le temo a su respuesta, no sé cómo va a reaccionar. Solo espero no haber sonado muy directa ni demasiado ansiosa. Quiero conocerle, sí, pero no quiero parecer una desesperada.
«¿Qué te parece si llevo un accesorio identificatorio?»
«Así que quieres jugar a quién es quién. Buena idea. ¿En qué has pensado?»
«Había pensado en una cinta azul en la muñeca. Si ves a alguien con ese accesorio, sabrás que soy yo»
«Soy muy suspicaz, así que prepárate»
Sonrío al mandarle ese último mensaje y abandono el blog. Entro en el buzón de llamadas perdidas y veo varias recibidas por parte de mi madre. Suspiro, abatida ante el interrogatorio que me espera, y sin más dilación marco su número y le devuelvo la llamada.
Escasos segundos me separan de oír una voz femenina al otro lado de la línea, aparentemente alegre.
—¡Mackenzie!
—Esa soy yo.
Me sorprende lo mucho que me parezco a mi madre. No cabe ninguna duda de que mi forma alocada de ser, así como mi eterna histeria las he heredado de la mujer que me trajo a este mundo.
—¿Estás bien?
—Sí.
—He vuelto a meter la pata ¿verdad? Te he saturado el teléfono a llamadas como si fuera una loca.
—Solo eras tú ejerciendo de madre. —La escucho reír al otro lado y eso me llena el corazón. Hasta ahora no he caído en la cuenta de cuánto la echo de menos—. Además, no han sido tantas.
—No, qué va. Solo trescientas mil.
—¡Exagerada!
Reímos al unísono.
—¿Qué tal estás, mamá? ¿Te van bien las cosas?
—Todo va genial, cariño. Lo único que necesito para que todo sea perfecto es tenerte aquí. Y hablando de ello, he pensado que podrías venir este fin de semana a casa.
—No sé, no sé...
—Podemos hacernos unas pizzas, de esas que tanto te gustan.
—Haber empezado por ahí—bromeo, soltando una risita—. ¿A qué hora quieres que esté allí?
—Tú decides. Si vienes a las doce, estaré esperándote desde las nueve.
—Allí estaré el sábado por la mañana. Te quiero, mamá.
—Y yo a ti, cielo.
Finalizo la llamada y permanezco inmóvil observando el fondo de pantalla de mi móvil, donde aparece una imagen del quarterback de espaldas, con el trasero señalado con flechas de corazones. Río al recordar el incómodo momento en el que Jaden descubrió mi secreto inconfesable.
Aun cuando cierro los ojos puedo ver la sorpresa reflejada en su cara. Probablemente se estuviera preguntando si debería poder una orden de alejamiento o si era una degenerada. Qué vergüenza. Ojalá me hubiera tragado la tierra entonces.
Le dedico una mirada al despertador de la mesita de noche y compruebo que ya casi es la hora de mi cita expresamente académica con el quarterback. Bajo de la cama refunfuñando, pensando en la cantidad de trabajo que se nos viene encima y en la cantidad de horas que vamos a tener que trabajar codo con codo.
Guardo un cuaderno de color celeste en una mochila, acompañado de un estuche negro con el material necesario para comenzar a redactar los pasos del proyecto o, al menos, para empezar a anotar ideas.
Vuelvo a la planta inferior y voy hacia la puerta con tal de marcharme cuando caigo en la cuenta de que no tengo coche y mucho menos carné de conducir.
Retrocedo un par de pasos hasta quedar a la altura de un estante, donde hay un cuenco con las llaves de casa y algunas monedas. Me hago con ellas y salgo de la casa a la par que pido un taxi.
—¿Quiere que le lleve a esta dirección? —pregunta el taxista una vez me sitúo a su vera y me abrocho el cinturón mientras él lee la dirección que hay grabada en notas—. No queda muy lejos.
—Perfecto. Así saldrá más barato el viajecito—ironizo, mirando el contador, el cual ha comenzado a contar a partir de cuatro. Qué forma de sacarte dinero—. Así que pongámonos rumbo hacia el infierno.
El hombre me mira sin comprender y me devuelve el teléfono.
—Vive en una urbanización de familias acomodadas.
—Genial. Lo que me faltaba—replico, observando mi aspecto desaliñado en el retrovisor—. Así que esa es la razón por la que eres tan arrogante ¿eh? Jaden O'Neill.
—Perdone ¿a quién le está hablando?
—A mi subconsciente.
El taxista hace caso omiso a mi conversación y decide fijar toda su atención en la carretera que tiene por delante. Le echo un vistazo al contador y suspiro al ver la velocidad con la que crece la cifra.
—Oiga, esto es un robo a mano armada.
—Yo solo llevo a los pasajeros de un lugar a otro de la ciudad, no me encargo de poner a punto el contador.
—Con ese dinero podría comprarme una pizza.
—Ponga una queja al servicio de taxis. A ver si así, con suerte, me echan de este trabajo de una vez por todas.
Detiene el vehículo de forma algo brusca para mi gusto junto a la casa de la que escapé a hurtadillas aquella vez que desperté en el dormitorio del quarterback tras una noche bastante movidita, cargada de una buena dosis de alcohol. Aún puedo visualizarme corriendo por el jardín, luchando contra los aspersores, como si se me fuese la vida en ello.
Camino hacia la entrada con pasos breves, indecisa ante el próximo encuentro con Jaden, haciendo un gran esfuerzo por no dar media vuelta e irme de allí por patas. Cada que lo pienso, me resulta una idea más atractiva. Estoy a punto de ir en sentido contrario cuando reparo en un vehículo que está saliendo de la casa. Me oculto rápidamente detrás de un ficus y observo como un hombre de cabello azabache se marcha con su Mercedes. Suspiro, aliviada una vez se ha ido. No me han descubierto y eso es buena señal.
—¿Qué estás haciendo?
Doy un respingo al oír su voz.
—Estaba examinando el ficus.
—¿Y qué? ¿Te resulta interesante? —Le miro sin saber que responder.
Únicamente me limito a mover la cabeza, en primer lugar, afirmativamente y luego todo lo contrario. ¿Por qué cuando le tengo cerca sufro estos lapsus? Es como si me cerebro se convirtiera en un pequeño cacahuete con vida propia.
—¿Piensas quedarte mirando ese ficus todo el día o prefieres entrar?
—¿Y tú piensas hacer preguntas todo el rato?
Le doy un golpecito con el hombro y hago ademán de ponerme rumbo hacia uno de los laterales de la casa para buscar la entrada. Jaden permanece en su sitio, observándome divertido, haciendo un gran esfuerzo por no reírse.
—Es por allí.
—Haberlo dicho antes.
Accedo al interior a través de una puerta de color blanca y me quedo petrificada en el recibidor, observando fascinada, con la boca abierta y los ojos amenazando con escapar de mis cuencas, la enorme casa en la que me encuentro, apreciando los muebles de estilo sofisticado, los caros jarrones que descansan sobre algunos pilares, el plasma que tienen en el salón, así como el gran espacio existente. Es como si estuviera en un palacio real.
—No quiero ni pensar en cuánto tiempo lleva limpiar esta casa.
—Ven. Subamos a mi habitación.
No sé si eso son buenas noticias. Intentaré mantener la calma en todo momento. No sucederá nada. Él mismo me dijo que no iba a enrollarse conmigo. Aunque la ausencia de sus padres me inquieta.
—La última vez solo te dio tiempo a conocer el jardín.
—¿Te refieres a cuando me hiciste saltar por la ventana?
Ríe con ganas.
—¿Aún me guardas rencor por eso?
—Por eso y por más cosas. Tengo una lista.
—Así que tienes una lista ¿eh?
—Si te contara todas las cosas que tengo apuntadas en ella estaría aquí hasta mañana.
—Parece que tienes varias razones para odiarme. —Chasqueo la lengua y le miro desafiante—. Si encuentras una buena, todos tus planes se desmontarán.
Me muestro indiferente ante su broma.
—Si, tú ríete—le animo—. Pero estás en la lista negra.
—Dime que no vas a incluirme en una de esas cintas como en Trece razones.
—¿Una cinta? Já, te lloverían miles.
—Cuando encuentres una buena razón, avísame.
Abre la puerta de su habitación y me cede el paso. Entro en su dormitorio y observo las camisetas del equipo del instituto adornando las paredes, un balón de rugby sobre su cama, junto a un teléfono, un escritorio justo enfrente de su lecho con una lamparita y un ordenador portátil abierto. Dejo la mochila en el respaldo de una silla y procedo a sentarme luego en ella.
Jaden se acuesta boca arriba en la cama y se entretiene jugando a lanzar el balón de rugby hacia arriba.
—¿Has pensado en alguna idea para el proyecto?
—Había pensado en un puesto de confesiones—bromea con una sonrisita—. Apuesto a que muchos guardan secretos inconfesables.
—Para eso está la iglesia.
—¿Qué adolescente va a la iglesia a confesar que ha fumado maria? ¿O que ha perdido la virginidad?
—No lo sé. Prueba a pasarte un día de estos por la iglesia para hablar con el párroco. —Saco la libreta celeste de la mochila junto a un bolígrafo y la deposito sobre sobre el escritorio—. Tenemos que pensar en algo original que guste a los estudiantes.
—Verdad o atrevimiento con unos chupitos bien cargados.
Pongo los ojos en blanco y le lanzo una bola de papel.
—Levanta el trasero de esa cama y ven aquí.
—Estás en plan mandona.
—Estoy en plan de tirarte por la ventana como no me eches una mano.
Toma asiento a mi vera y esboza una sonrisita. Centro mi atención en la hoja que tengo delante y comienzo a escribir ideas benéficas que suelen usarse en este tipo de ferias, aunque la mayoría de ellas las termino tachando por haber sido seleccionadas ya o por suponer un gran trabajo.
Jaden se entretiene buscando en internet ideas, aunque casi todas están bastante vistas ya y, por lo tanto, no va a entusiasmar mucho a los estudiantes. Necesitamos algo que rompa el molde. Algo que marque a esta promoción, algo que nos llevemos de recuerdo de este año.
En una de las páginas en las que entra Jaden aparece un anuncio de una web de citas en las que se anima a vivir sensaciones inolvidables que despierten todos nuestros sentidos.
—Sensaciones. ¡Eso es!
—Dime que no quieres montar un picadero.
—Tengo las hormonas revolucionadas, pero no hasta ese extremo—explico, arrugando la nariz—. He pensado en el puesto de los cinco sentidos.
—Miedo me da lo que se cuece en esa cabecita. —Da sendos golpecitos en mi sien, gesto que me saca un poco de quicio—. ¿Por dónde van los tiros?
—He pensado en dividir a los participantes en dos grupos: en uno estarán aquellos que lleven los ojos vendados y sean el sujeto en cuestión y en el otro quienes quieran tener un gesto u otro con respecto a esa persona.
—A ver si lo he entendido. Quieres que le vendemos los ojos a una persona y le permitamos a un participante elegir cuál de esos cinco sentidos quiere emplear.
—Algo así. —Me giro hacia él, emocionada por el proyecto, y le cubro los ojos con una mano—. Por ejemplo, si elijo el sentido del tacto, tengo que hacer un gesto que esté relacionado con él. Puede ser un beso. Un apretón de manos. Un abrazo. Una caricia.
Me aferro a una de sus manos y ejerzo una presión sobre ella. Aparto la mano de sus ojos y él sonríe ante mi atrevimiento y me mira de forma dulce, como nunca lo ha hecho. Bajo la mirada a mi brazo en cabestrillo y dejo libre un mechón de mi cabello para que oculte mi rubor.
Sin embargo, Jaden se encarga de colocarlo detrás de mi oreja. Alzo la vista, sorprendida y al mismo tiempo fascinada ante el detalle que ha tenido.
—Será mejor que apunte la idea antes de que la olvide.
Con ayuda del bolígrafo comienzo a escribir las primeras letras de la idea cuando escucho a una pareja discutir a gritos en el recibidor de la casa. Parecen tener problemas serios de pareja, no se escuchan el uno al otro y se faltan el respeto. Jaden se pone serio de un segundo a otro e incluso me atrevería a decir que está bastante enfadado.
—Debería irme a casa.
Guardo las cosas en la mochila y me la echo a la espalda. A continuación, me incorporo y camino hacia la salida de la habitación de Jaden con paso decidido. El quarterback toma asiento en el borde de la cama, deja sus manos suspendidas al vacío y el cuerpo ligeramente inclinado hacia adelante. Mantiene la cabeza agachada, con el mentón a una corta distancia de su cuello, y la mirada perdida en el suelo.
—Siento que tengas que oír eso.
Frunzo el ceño y me muerdo el labio.
—Si quieres puedo salir por la ventana—sugiero, señalando la vía de escape que usé en una ocasión un tiempo atrás—. No quiero empeorar las cosas.
—No. Voy a acompañarte a la puerta.
—No hace falta que bajes, si no quieres.
—Quiero hacerlo—contesta tajante—. Además, si tuvieras que salir de aquí, te llevaría un par de días.
Abandono la habitación seguida por el quarterback y bajo los peldaños de la escalera con sigilo, mordiéndome la lengua, intentando ignorar la discusión de los padres de Jaden. Al llegar a la planta baja me topo con el matrimonio envuelto en un ambiente tenso. Sus miradas se depositan primero en Jaden y luego en mí.
—No sabíamos que había visita—confiesa la mujer, avergonzada por el incómodo momento—. ¿Quién es, Jaden?
—Es Mackenzie. Una compañera de clase.
—He venido a trabajar sobre el proyecto. Pero ya me iba.
—Si quieres, podemos acercarte a casa—propone el padre de Jaden. Parece un hombre de negocios—. No nos supone ninguna molestia.
—No os cortéis. Seguid con lo vuestro. Ya se ha enterado todo el vecindario de vuestra discusión. Así que seguir perdiendo el tiempo intentando arreglar lo que está roto.
Jaden le da la espalda a su familia y sale de la casa, cerrando de un portazo detrás de sí. Se apoya contra el muro de fuera de casa y suelta un largo suspiro. Parece agobiado y cansado de esa situación. Debe ser difícil ver como su referente se desestructura poco a poco. No se hace una idea de cuánto le entiendo. Mis padres también solían tener discusiones y decidieron poner fin a su matrimonio por el bien de ambos, no querían seguir haciéndose daño.
—Esta mañana me llamaste egoísta—comienza a decir con la respiración agitada—. Tenías razón. Lo soy.
—Ahora sé por qué lo eres—anuncio, sosteniéndole la mirada—. Tus padres no han sido la viva imagen del amor. Has crecido viendo como dos personas que se quieren se hacen daño. Y tú no quieres que te hagan daño.
—Eso no justifica que sea un capullo.
—Ni tampoco te salva de mi lista negra.
Sonríe y yo le devuelvo el gesto. A continuación, le doy la espalda y echo a caminar hacia la carretera, lugar en el que esperaré un taxi que me lleve de vuelta a casa.
—Mack. —Me giro al oírle decir mi nombre y le miro con ojos interrogantes—. El puesto de los sentidos es una buena idea.
—Soy increíble—añado con voz cantarina.
—Sí, y estás completamente loca.
Le muestro mi dedo corazón a modo de respuesta y retomo nuevamente la marcha, dejando al quarterback a mis espaldas, riéndose como si se le fuera la vida en ello. A veces, los pequeños detalles, esos que creemos que carecen de importancia, son los que convierten un día desastroso en increíble. La vida se compone de pequeños momentos con un alto valor significativo.
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