ꕤ *ೃNathbriel [MLB]
Una nueva jornada laboral acaba, por fin todos en la empresa se habían marchado a sus hogares con la promesa de volver la semana próxima con los ánimos renovados. Ya nadie quedaba en el lugar, a excepción de la fiel Nathalie, quien aguardaba paciente a que algún taxi pasara con suerte por ahí, aunque sabía que aquello era prácticamente imposible debido a las altas horas de la noche.
Debía haberse marchado cuando el reloj marcaba las doce de la noche, pero como siempre; la espina del trabajo y de la responsabilidad picaban en ella, haciendo que se quedara para adelantar algo de trabajo. Ser la asistente de Gabriel Agreste era un trabajo que amaba, por ende, es que necesitaba hacerlo todo correctamente sin error alguno.
—Maldición.—revisaba su reloj con desespero, odiaba la oscuridad pues con tanta inseguridad que últimamente se vivía, no podía fiarse ni un poco.—¿Es que acaso no piensa pasar ni un solo transporte?
Balanceaba su cuerpo sobre sus talones, a la edad de cuarenta y dos años bien podría decirse que se conservaba espectacular, no existía algo que ella pudiera envidiarle a las jovencitas de ahora. Cada cosa estaba donde debía de estar, su belleza era inigualable, además contaba con una mente excepcional, digna de una mujer hecha y derecha como ella.
—Te dije que te fueras temprano, ahora es muy tarde para que alguien pase por esta zona.—Escuchó a su lado, encontrándose con la pulcra imagen de quien era su jefe.—bien, no creo que quieras congelarte aquí ¿Deseas que te lleve a algún lado?
Nathalie quedó sorprendida ante la presencia del cabeza de familia Agreste, la verdad a esta hora ya lo hacía en su hogar. Él pudo percatarse del asombro de la mujer, por lo que le dedicó una corta sonrisa.
—La verdad es que...—suspiró al pasar una mano por su cabellera ya cubierta de canas.—No quiero llegar a casa, se siente sola y deprimente ahora que Adrien ha hecho su vida lejos de París.
Lo entendía, ella estaba igual pues al llegar a su hogar no había nadie que la recibiera ni quien se emocionara por su presencia, mucho menos no existía alguien que le preguntara por su día.
Con esa desolada imagen en su cabeza, a Nathalie se le ocurrió una idea que esperaba no fuera osada para su edad y el tipo de relación que hasta ahora habían mantenido, donde si bien ella era su empleada, también se consideraban amigos.
—Yo tampoco quiero llegar a mi departamento. —confesó tratando de estar serena.—Por eso…¿Qué le parece si vamos por una copa de vino?, conozco un bar que a esta hora está abierto.
El imponente hombre de negocios dio su total aprobación a la idea de aquella bella mujer pero se detuvo a medio paso, fijando su mirada en la de ella.
—Iré pero con una condición. —recalculó sus palabras para luego negar con la cabeza.—Más bien; dos condiciones.—puntualizó con los dedos.
—¿Dos condiciones?—Preguntó extrañada pues no entendía a que se pudiera estar refiriendo, aun así lo pensó mejor y decidió acceder pues al final no creía que fuera algo tan difícil de acatar.—De acuerdo, vengan esas dos condiciones.
—La primera es...—pasó un brazo por encima de sus hombros para encaminarse junto a ella hacia su automóvil. Nathalie por lo tanto comenzó a sentir esas mariposas que alzaban su vuelo cada que él estaba cerca.—que me dejes de hablar de usted, suena incómodo y me haces sentir más viejo de lo que estoy.
Sancoeur bajó el rostro algo apenada, pues en todos estos años no tenía la confianza suficiente como para ponerse a la misma altura de él ni mucho menos hablarle de una manera tan informal pese a que eran algo cercanos desde su juventud.
—No me sentiría cómoda haciendo tal cosa.—admitió tímida. —Después de todo es mi jefe desde hace mucho tiempo.
Él solo río alto, le encantaba lo tierna y adorable que podía llegar a lucir esa mujer.
—También te conozco desde hace 24 años, vamos, eras la mejor amiga de mi difunta esposa ¿No se te hace eso razón suficiente como para dejar las formalidades?
Caminaron un poco más por el lugar hasta ingresar a la zona exclusiva del estacionamiento, Gabriel le abrió la puerta del copiloto de una forma tan galante que la hizo suspirar por lo bajo. Era una suerte que él no la hubiera escuchado.
—Como sea, es mi jefe y le debo respeto.—apretó entre sus manos el bolso que cargaba consigo. Tomó una bocanada de aire para posar de refilón su mirada en él. —¿Cuál es la segunda condición?
Agreste no respondió al momento, solo asegurándose que ella se mantuviera a salvo con el cinturón de seguridad y yendo rápido al asiento del copiloto. Encendiendo el coche, dejando que este se calentara un poco antes de emprender el viaje, fue hasta ese entonces que le devolvió la mirada con determinación.
—Algún día lograré que me hables sin formalidades. —aseguró con felicidad. —Aunque por ahora solo quiero que me respondas algo, y recuerda que no te puedes negar ya que es un acuerdo.
Soltó de una mano el volante, extendiendo el dedo meñique hacia ella. Estaba más que claro que aquello era una señal para que no rompiera la promesa, lo que la hizo sonreír.
—De acuerdo.—unieron sus meñiques. —Veamos ¿Qué tan malo puede ser?
Él vio en ese momento su oportunidad, sabía que tal vez estaría invadiendo su privacidad pero existía una gran curiosidad que no lo dejaba tranquilo. De un tiempo para acá quería saberlo todo de ella.
—Quiero que me digas ¿Por qué nunca te casaste? ¿Existe alguien que llame tu atención?
Ella palideció por completo, jamás se esperó que ese hombre estuviera interesado en conocer detalles de su vida privada, mucho menos de su vida amorosa. Tenía bien en claro que los hombres que conoció a lo largo de sus años eran unos patanes que no merecían ser recordados.
Sin embargo, existía una razón de peso para su negativa al matrimonio o las relaciones con cualquiera que se le acercara. Y es que, simplemente, no encontraba a alguien que pudiera borrar de su mente o corazón el amor tan grande que sentía por el que alguna vez fue el esposo de su mejor amiga.
—Eh...bueno, yo.—titubeó siendo presa de los nervios.—No sé por dónde comenzar…
Buscó las palabras adecuadas para exponer lo que celosamente guardaba en su corazón, pero pronto encontró un poco más de tiempo extra al señalar hacia un punto fijo en la calle transcurrida.
—Es ese el lugar que le mencioné. —dijo rápidamente. —Debemos parar aquí o si no…
Hizo ademán de querer abrir la puerta pero Gabriel la detuvo, haciendo que chocaran miradas.
—No huyas de esa manera.—sonrió divertido. —ambos sabemos que una promesa no se puede romper, así que esta noche tendrás que decirme todo de ti. Yo en verdad deseo saberlo.
Nathalie tragó grueso, en cualquier momento se desmayaría al ver la forma tan feroz que él parecía regalarle. La ponía nerviosa de solo pensar que él pudiera estar sintiendo lo mismo, pero no quería arruinar lo que hasta ahora tenían, aunque lo conocía perfectamente y sabía que no iba a quitar el dedo del renglón hasta que contestara sus preguntas.
Lo más rápido sería inventar cualquier pretexto banal, lo malo consistía en lo pésima mentirosa que era. No podía fingir ni actuar despreocupada sobre un tema, ella siempre era un libro abierto.
《Ay Nathalie, vas a necesitar unas cuantas copas encima》pensó con el estómago lleno de ansiedad, no acostumbraba a beber más de una copa de alcohol pero por esta noche quizá el embriagador sabor del vodka iba a ser el empujón que necesitaba para confesar sus sentimientos.
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