Parte 3

Se me ha olvidado hablar, parpadear, y hasta respirar. Juro que tiene un poder mágico que logra dejarme como si no tuviese cerebro, es como si este se fundiera con el revuelo hormonal que me causa. 

-¿Nerviosa? ¿Yo? -replico, engañando a nadie, ni siquiera a una mosca. La actuación no es lo mío, lo descubrí cuando tuve que fingir mi primer orgasmo.- Pff, como crees.

-Tu lenguaje corporal -replica, inclinándose un poco. Automáticamente retrocedo, sintiendo mi corazón desbocado acelerarse.

Una parte de mí cree que debería lanzarme a sus brazos y aprovechar la habitación para follar como si no hubiera mañana (después de todo, podríamos morir de covid en una semana), pero la más racional me controla y me mantiene con la cabeza fría. Estás en un hospital, Gabriela, con gente enferma, y no olvidemos todo el tema del coronavirus, no seas tonta me repito.

-¿Leng...? ¿Qué? No. Mi cuerpo no dice nada... mi cuerpo dice "Coronavirus" -digo, intentando imitar la voz de Cardi B. Claro, nada mejor que ponerse en ridículo frente a tu crush. Es casi como un rito hacer eso.

-¿Entonces no estabas mirando mi trasero? -pregunta. Sonríe burlón y seductoramente. Jesús santo, es como un pecado andante en el que quiero caer una y mil veces.

-No sé de que hablas -replico, apartando la mirada, incapaz de sostener su penetrante mirada.

Se levanta de la camilla, y parte de mi protesta. Piensa en el coronavirus, Gabs me repito una y otra vez, alejando aquella fantasía sexual idílica.

Miro de reojo, se ha agachado junto a su camilla, buscando el control remoto. Como ese televisor no encienda, sé que la única otra cosa en la que se me ocurrirá pasar el rato es en él, y esperaba que fuera jugando con nuestras caderas. Gabriela contrólate me digo a mi misma. Pero aquella orden se complica cuando Tom se levanta y se quita la chaqueta, quedando con aquella camiseta ceñida que denotaba al completo su torso y espalda musculoso. Mi sangre hierve deseosa, burbujeando, mientras que siento como centro pide que lo cabalgue como si no hubiese mañana.

Me levanto de golpe y me dirijo al baño. Era demasiada tentación. Me encierro en el baño y me apoyo contra la puerta. Resoplo. Tengo más calor que cuando estaba en medio de los incendios de Australia.

Me acerco al lavabo y abro la llave. Mojo mis manos, mi rostro y mi cuello. Cierro y cojo una toalla de papel para secarme. Me miro en el espejo. Mi cabello rizado es un completo desastre. Lo peino con mis manos como puedo.

Piensa en koalas me digo a mi misma, mientras respiro hondo, preparándome para salir. Esto me pasa por mi nula actividad sexual durante varios meses debido a la fidelidad que le tenía a mi estúpido ex novio. Debí haberlo engañado. Tantas oportunidades que tuve, con australianos, alemanes, franceses, brasileños, japoneses. ¡Hasta un noruego! ¿Y qué hice yo? Me quede con el pendejo de Alfredo. ¡Ja! Hasta rima. Eso debió ser una señal.

Abro la puerta, con toda la dignidad que me queda (está en valor negativo a esta altura) y choco con él.

Antes de que caiga hacia atrás, me agarra de los brazos y me sostiene. Y en aquel instante, sé que estoy perdida.

Su cercanía, el calor que emana su cuerpo, sus manos aferrándome, sus ojos profundos. El aire se sentía eléctrico, y todo mi cuerpo parecía una corriente de energía. Era más que atracción meramente física (aunque desde luego eso ayudaba), era el hecho de que había algo, algo inexplicable, pero que ambos nos dejó estáticos, mirándonos, mientras lentamente nos inclinábamos.

Alguna vez escuché del término "tensión sexual". No había palabras para expresar lo que aquello significaba, pero Jesús, sí que lo sentía.

Por eso, en el instante en que mi boca se unió a la suya, fue como una explosión que libero toda aquella energía contenida.

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