I - DISOCIAR.
Lo has visto, ¿verdad?
Desde el momento que llevo con vida, me he preguntado demasiadas cosas, posiblemente tú también lo hayas hecho. Todo era tranquilo, demasiado. Supongo que las calles alejadas que vivíamos de Andorra no tenían nada que lo destacara. Era una vida relajada donde tu y yo hacíamos nuestra aburrida rutina.
Al menos, lo sería en parte para ti, ¿no, Radow?
—Paiphire, nuestros padres quieren ir al centro a dar un paseo tranquilo, así aprovechamos y vamos a comprar algún helado, ¡o ver algún libro nuevo que haya! Incluso podríamos ver nuevos discos vinilo.
Una luz aparecía en la puerta de mi habitación. Demasiado brillante para lo que estaba acostumbrada, tanto que ponía mi mano en mis ojos y gruñía de dolor. No solo era que mi hermana encendiera el interruptor, sino que ella misma dejaba esos colores dorados que muchos podían caer ante un hechizo que dejaba sin querer.
—No quiero, hermana. Ya sabes que quiero estar aquí tranquila —respondí, cubriéndome entre las sábanas.
El mínimo sonido de sus pasos hacía que apretara mis dientes y ojos.
—Venga, hermanita. —Sentí sus manos agarrar mi espalda con cuidado—. Te lo compraré yo, estaremos solas y no tendrás que estar con ge-
—No me vas a dejar sola hasta que salga, ¿verdad?
El silencio era la respuesta que necesitaba. Me quité la sábana y me giré para verla de reojo.
—Tú ganas. No soporto cuando te pones tan pesada.
No hacía falta sus palabras ni tampoco ver su expresión, aunque supiera el resultado de sus acciones, siempre se sorprendía por mis actitudes, ¿y para qué mentir? Mis pintas tampoco eran las mejores cuando me miraba en el espejo y era suficiente tener una sudadera, pantalones tejanos y el pelo despeinado.
—Pero al menos arréglate un po-
—Parece que no me conoces, Radow —la interrumpí de nuevo, esta vez mirándola con un rostro cansado, mucho más que otras veces—. ¿Nos movemos?
—Paiphire, al menos...
—Sabes lo que opino. Sabes lo que pienso. Sabes todo. No me toques las narices, sino no salgo de casa —volví a interrumpir. Mi hermana soltó un suspiro y susurró en catalán. Sabía que le pedía ayuda a dios—. ¿Vamos solo nosotras?
—No. Papá y mamá vienen también.
«Qué pocas ganas».
Veía como se iba de mi habitación para bajar las escaleras de nuestra casa. A desgana me moví, mirando por última vez el único lugar donde me sentía segura.
¿Qué voy a decir del exterior? Maldad y odio. Eso es lo que hay. Da igual que el Sol ilumine las calles de Andorra. Da igual que se vea una ciudad que va creciendo poco a poco junto a unos vecinos que se conocen de toda la vida y siguen con sus pequeños negocios. Estamos en 1990. Este estilo de vida es uno que muchos tienen su propia manera de ser. Colores brillantes, similares a los que mi hermana desprende, y en mi caso soy la luz negra que todos se alejan.
—Alegra un poco la cara, Pai-Pai —pidió mi hermana en un susurro.
—Te dije que no me llamaras por ese mote —le recriminé, mirándola con asco.
—Pero si es adorable, ¿cómo puedes decirle no a ese mote? —preguntó, soltando una leve risa para luego abrazarme de un lado—. ¿Vas bien? ¿Quieres apoyarte en mí?
—Suficiente tengo con el bastón —contesté sin mirarla.
Su compasión y buena fe era por compromiso. También lo era el que me hicieran salir de casa a comprar un libro. Bueno, algo era algo ¿no?
La pequeña librería se presentaba ante mí. La puerta se abría gracias a mi hermana, lo que me permitió entrar y respirar los miles de hojas de diversos libros que solo unos pocos captaban mi atención. Terror y fantasía. El problema era que, para acceder a esos libros, necesitaba subir las escaleras.
—Déjame que te ayude.
—No soy una inútil, Radow —susurré, mirándola de reojo.
Suspiró y afirmó. Me agarré a la barandilla y subí poco a poco hasta llegar a la primera planta. ¿Porqué habían creado algo tan tormentoso como las escaleras? ¿Por qué no lo hacían todo más simple?
Traté de no pensar en ello y dejar que mis sentidos se vieran envueltos en los libros de colores distintos al igual que sus tamaños y tipografías. Aunque la librería brillara en colores tenues, era capaz de percibir unos más oscuros, incluso creía que las letras se movían a mi alrededor como si me susurraran palabras justas para que fuera a los libros y les echara un vistazo.
Tantas opciones a mi alrededor. Miles de páginas por descubrir al igual que los mundos escalofriantes que sabía que captarían mi atención. Era un deseo leerlos y que me llevaran a ese lugar. Desaparecer de la realidad y vivir otra llena de emociones que me encantaban.
Ya no solo era la experiencia de vivirlo y dejar de vivir. Era desconectar de todo, tanto que no me había dado cuenta que estaba de rodillas contra el suelo al dejar que mi mente se imaginara nuevas aventuras terroríficas.
—¡Paiphire!
No. Radow. No me grites de nuevo. Suficiente es que las palabras ahora me susurren lo mismo.
—¿Estás bien? ¿Te duelen las rodillas?
Reí por mis adentros, mirándola sin saber bien cómo actuar. ¿Cómo puedes decirme tales palabras si sabes mi condición? Si incluso los libros de esta librería escogen las palabras exactas para decírmelas siempre a la cara.
—No, tranquila. Estoy bien —respondí con voz monótona, agarrándome con el bastón que también solté.
—Apóyate en mí, por favor.
Lo hice, aunque si por mi fuera, me quedaría de rodillas en el suelo y dejaría que mi percepción jugara una vez más conmigo. ¿Cómo decirlo? Es divertido ver como lo que me rodea son esas monstruosidades que he leído e imaginado. Es como si esos libros salieran de sus estanterías para liberar a esas bestias.
Deseosas de ver mi pánico, de escuchar mis gritos, de ver mis lágrimas.
Pero lejos de asustarme, me intrigan, me hacen sonreír como nunca.
¿Cuánto tiempo me encontraba en mi habitación? El tiempo funcionaba de una manera abstracta, una que a veces ignoraba al estar en mi propio mundo. Creado por necesidad y supervivencia. En donde había nacido las cosas eran demasiado monótonas, y con ello traía a jóvenes de mi edad que tenían unas ideas un tanto estrambóticas. No mentiré, que me dejé engañar por ello cuando iba a clases, pero no sabía que la gente era tan idiota cuando uno iba creciendo.
En cambio, en los libros no había eso, y qué maravilla era escuchar música sin que nadie me interrumpiera. Horas aprovechadas en conocer mundos que por desgracia eran inexistentes.
La puerta de mi habitación fue golpeada. La miré de reojo y solté un suspiro al ver a mi hermana.
—¿Cómo te encuentras? —me preguntó, entrando poco a poco.
—Como siempre. ¿Qué te esperas? —pregunté, chasqueando la lengua.
—Pero seguro que debes estar emocionada para las clases, ¿no? Dijiste que ibas a seguir con la BUP. (Bachillerato Unificado Polivalente)
Rodé los ojos a un lado.
—¿Qué otra opción me queda? No hay nada más interesante —murmuré, regresando la mirada a los estudios.
—Oye, Paiphire. —Se sentó en la cama, la tensión en mis hombros apareció—. Entiendo que en la EGB no te fuera nada bien y que al principio de BUP no cayera nadie bien, pero ¡oye! Te queda solo un año y con ello podrás ir a la Universidad, como yo.
—Si es que voy a la universidad.
Radow frunció un poco el ceño.
—¿Aun no tienes claro que deseas ser? ¿O qué trabajo te gustaría tener?
—No hay nada más interesante, hermana. Entiéndelo.
Se quedó en silencio, mirando el libro que tenía en mis manos y todo lo que componía mi pequeña habitación oscura. Sonrió y dirigió la mirada hacia mí.
—Te gusta leer, ¿por qué no pruebas a ser escritora?
—Nuestros padres no lo aprobarán.
—Margara se dedicó a las artes, ¡y fíjate cómo está!
—Trabajando en una oficina —contesté, con los ojos entrecerrados.
—Sí, bueno, ¡pero se dedica a tiempo libre a hacer cuadros y algunos los vende! —aseguró con una gran sonrisa—. Mamá lo aprobará de inmediato, en cambio papá...
—Es albañil y su nombre es Marco. Eso ya son dos pistas claras de que no lo aceptará, querrá que trabajo de algo que si aporte dinero —interrumpí, soltando un suspiro y cruzando mis brazos—. Ellos estarán contentos contigo. Tú quieres trabajar como enfermera y eso da mucho dinero en casa.
—El dinero no debería ser algo que deba preocuparte tanto, Paiphire. —La miré con la ceja alzada—. ¡O sea! Sí, claro que debe, pero no te tienes que cegar por ello, ¿entiendes? ¡Mira! Podrías ser escritora o a lo mejor dedicarte a la música, ¡o te encantan miles de películas de terror! ¡Podrías crear alguna referente a ello! Hablan mucho sobre las películas de terror paranormal, a lo mejor...
Solté un gran gruñido, levantando mi cabeza para tumbarme en la cama, agarrando la almohada para cubrirla. El silencio se hizo, escuchando un suspiro largo por parte de mi hermana.
—E-Está bien, Paiphire. Perdón por agobiarte.
Se levantó de la cama y a punto de cerrar la puerta, me miró.
—Descansa.
Sonreí cuando por fin desapareció. La oscuridad me envolvió de inmediato, pudiendo descansar de nuevo sin que me interrumpieran. Retiré la almohada de la cara y a punto de leer, vi que el libro no estaba en la cama.
—Cullons, me tiene que tirar todo por el suelo —susurré, mirando por los laterales de la cama, pero no lo encontré—. ¡Merda! ¿Se lo ha llevado consigo? —Solté un gruñido, intentando levantarme de la cama—. ¡Radow, devuélveme el libro!
No soportaba sus intervenciones ni sus patéticas ayudas. No soportaba su actitud y su forma de obligarme a salir de la habitación. Casi siempre estaba cansada, y esto ya venía desde que era una niña. Un problema de motriz que no me permitía moverme en condiciones, y por mucho que intentara hacer los ejercicios que me dijera el médico, no servía de nada, lo que me hacía llevar un bastón encima.
Una joven con un bastón. Obvia burla por parte de los demás. Carentes de emociones, y luego me acusan a mí de ser una desalmada.
En la puerta, agarré el pomo para abrir y gritar, pero por mucho que hiciera fuerza, esta no se abría. Fruncí el ceño y apreté los dientes.
—¿Me ha encerrado? —Intenté abrir de nuevo la puerta. Nada—. ¡Me ha encerrado! ¡Increíble! ¡Esta chica es increíble!
Me giré para ir de nuevo a la cama, sin importarme que la oscuridad me envolviera, ni siquiera había una pizca de luz proveniente de la ventana. Solo yo en medio de mi habitación, encerrada hasta que mi hermana me dejara salir. Solté un largo suspiro, y a punto de tumbarme, escuché como algunos libros caían de la estantería.
—Todo lo malo que puede salir hoy, saldrá —susurré, soltando una risa—. Esa puta estantería ya tenía más años que Matusalén.
No iba hacerme cargo de ello, no tenía las ganas. Me moví, pero nada más hacerlo, mi cabeza chocó contra algo que, al tacto, parecían ser hojas. Fruncí el ceño y al mirar, pude ver a duras penas como los libros que habían caído, empezaban a moverse por la habitación. Volaban, mejor dicho, flotaban, e iban de un lado a otro como si nada.
Di varios pasos hacia atrás hasta chocar contra la puerta. Me quise girar y chillar, pero nada más hacerlo, vi una figura de gran altura observándome con una gran sonrisa presente en sus labios.
—¡Ra-
No me dio tiempo hacer nada. Su mano cubrió mis labios y rápidamente me giró para que mirara mi habitación. Me costaba respirar, incluso creía que mi visión pasaba a ser mucho más oscura de lo normal, como si no tuviera ojos.
Escuchaba las pulsaciones de mi corazón, resonaban hasta mis oídos. Por un momento la habitación parecía ser capaz de modificarse a gusto de aquel que me tenía inmovilizada y silenciada. No decía nada, y si bien eso me intimidaba, no negaba mi intriga.
¿Qué tan potente era mi imaginación en mis sueños? Era lo que me preguntaba mientras veía mi alrededor. Aun oscura, apenas luz, solo la suficiente para ver las sombras de los objetos que tomaban diversas formas monstruosas, almas desamparadas acercándose a mí, agarrando mis brazos y abriendo sus bocas deformadas al igual que su rostro para susurrarme en un idioma que no comprendía.
Cualquiera chillaría de terror. Yo, no.
—Nada mal.
Escuché su voz. Grave e imponente. Resonaba en toda la habitación, en mis oídos, lo que me causó escalofríos en toda mi piel. Su mano dejó de cubrir mis labios y poco a poco mi alrededor regresó a la normalidad. Sin saber bien cómo, moví mi mano izquierda, encendiendo la luz de mi habitación.
Libros, películas y discos en el suelo, cama desecha, ventana con la cortina medio abierta y ropa suelta por el suelo.
Tragué saliva, soltando una leve risa.
—¿Eso fue un sueño o real? —me pregunté, poniendo la mano en mi frente sin saber dónde mirar ni que hacer—. Ah... Ha sido brutal.
Cada día quedaba menos, mis ánimos se iban derrumbando con tan solo pensar que debía ir a clases, mi hermana en cambio se lo tomaba del mejor humor posible, bailando de un lado a otro con la canción que más le gustaba escuchar.
—Mommy's alright! Daddy's alright! They just seem a little weird!
Surrender de Cheap Trick era su canción favorita, siempre estaba dando saltos y bailando de un lado a otro para empezar bien su mañana en el comedor, preparando el desayuno. Admito que lo que escuchaba lograba animarme, pero rápidamente negaba con mi cabeza y me calmaba, mirando a otro lado sin interés.
—Surrender! Surrender! But don't give yourself away!
A veces sus canciones logran hacerme reír, logran apagar las voces tristes de mi alrededor, más aún cuando ella —antes de que me marchara hacia mi habitación—, me agarrara de la mano y me acercara para bailar las dos juntas.
—¡Sígueme Paiphire!
Veía como movía sus manos de un lado a otro al ritmo de la canción, dejándome llevar por su encanto hasta bailar con ella. Era como un hechizo, uno que era incapaz de romper cuando la observaba con los ojos bien abiertos. Verla era como si todas mis penas desaparecían. Un brillo de luz que disipaba la oscuridad para seguir.
Cualquiera que la conociera se enamoraría por su actitud. ¿Y cómo no hacerlo? Después de todo era mi contra parte, aunque a su vez era escalofriante, como si detrás de ese brillo pareciera ocultar algo más. Capaz detrás de las sonrisas, había un dolor agudo imposible de reparar, uno que por alguna razón me intrigaba conocer.
Cuando el baile terminó, sonreí forzosamente, viendo como mostraba una gran sonrisa por haberme hecho feliz, aunque fuera unos pocos minutos. Solté sus manos con suavidad para tomar los platos y limpiarlos.
—¿Has podido dormir esta noche, hermanita?
Frené mis pasos, mirándola de reojo. Esta noche. Ayer, fue...
—Sí, claro que pude —contesté con una pequeña sonrisa.
—¡Genial! Entonces tendrás energías para salir —supuso, poniendo sus manos en sus caderas.
Tragué saliva, bajando la mirada.
—No lo sé, hermanita. Estoy más nerviosa por las clases que otra cosa —improvisé, viendo como mi hermana mostraba un rostro más serio.
—Tiene sentido, ¡pero oye! Siempre puedes salir a que te despeje un poco el aire o...
—Prefiero despejarme leyendo libros, hermanita —interrumpí con calma, mirándola—. Agradezco tu preocupación.
Radow suspiró y afirmó.
—Está bien, pero cualquier cosa dímelo, ¿sí?
—De acuerdo.
No le quise dar más vueltas, solo limpié los platos y subí hacia mi habitación, pero mis pasos se detuvieron cuando el frío llegó de forma inesperada. Fruncí el ceño, girando mi cabeza para ver que la puerta y ni una ventana estaba abierta.
—¿Siempre intenta esto? ¿Animarte? ¿Intentar que siempre te olvides de tus desgracias en un mundo donde todo está condenado?
Abrí mis ojos como nunca. Esa voz había regresado, y no pensaba que lo volviera hacer siendo de día. Tragué saliva, intentando mover mis piernas como mejor podía para ir a mi habitación. Cada paso era horroroso porque daba la sensación de que me agarraban manos carentes de vida que deseaban tragar cada parte de mi cuerpo.
Apreté mis dientes y seguí subiendo, pero me era complicado si las escaleras parecían ser infinitas en un pasillo ascendiente hacia la locura. La oscuridad era presente y con ello miles de ojos atentos a mis acciones, listos para reírse de mis defectos ante la poca fuerza que tenía en mis piernas. Mi problema, su burla.
«Ni hablar... ¡No voy a dejar que sea esto así!»
Con el esfuerzo posible di pasos decisivos por las escaleras. Un avance era igual a un dolor creciente en mis piernas, uno que me hacía llorar, pero no chillar del dolor. Temblaba sin poder hacer nada, ni siquiera apoyarme en la pared porque la sensación que tenía mi mano, era como si por un momento fuera parte de ellos. Un fantasma que solo era condenado al tormento de otros seres como yo.
—¿Por qué te alejas de ello? ¿No es lo que querías?
Moví un poco mis ojos hacia la izquierda, viendo una figura a mis espaldas que sonreía con malicia. Chasqueé la lengua y miré hacia enfrente, frunciendo el ceño mientras seguía avanzando. Por desgracia, mis piernas no pudieron más y caí de rodillas al suelo.
—¿Porqué no te rindes de una vez? Si al fin y al cabo es lo que buscabas.
Respiré con dificultad mientras cerraba mis ojos con fuerza. El dolor de mi pecho era cada vez mayor, más cuando levantaba mi cabeza y veía ese túnel oscuro del que solo oía el sufrimiento de las almas acercándose a mi para robar lo poco que me quedaba.
¿Es malo abandonar y dejarlo todo atrás? No tenía la energía para ello, toda mi vida ha sido una subida horrible en el que me daban la tarea horrible de subir la piedra más grande del mundo, que, por mucho que intentara subirla, siempre me quedaba en el mismo sitio sin apenas ayuda. Capaz mi hermana siempre estaba ahí, pero sentía que sus esfuerzos no servían para nada. Solo la veía quieta, escuchando y viendo a lo lejos todos los humanos y seres que se reían de mí por mi condena.
«Ya estoy harta de ser la burla —pensé, sintiendo el dolor en toda mi garganta cuando intentaba respirar al igual que el río de lágrimas que destrozaba mis mejillas—. ¡Ya estoy harta! ¡No quiero pasar más por esto! ¡Ya no más!»
Levantaba mis piernas con el mayor esfuerzo posible, y esta vez lo había conseguido. La subida interminable parecía mostrar unos colores más distintos. Gris, uno del que parecía ser una niebla que me iba rodeando poco a poco hasta llegar a mis manos. Era una sensación extraña, porque si bien estas parecían ser normales, tenían unas agujas las cuales parecían dibujarse en cada uno de mis dedos.
Veía esas almas. Se reían aun por mi condición, pero poco les duró cuando los miré sin temor alguno y comencé a subir con más ligereza. Cada paso era un motivo para alejarse de mí, más cuando los miraba desafiantes y abrí la palma de mis manos, como si mi cuerpo me pidiera y que los señalara.
—¿¡Ahora quien es el que ríe?! ¡¿Eh?! —chillé, señalándolos en medio del inicio de mi risa—. ¿¡Ahora es cuando me teméis al daros cuenta que puedo seguir adelante?!
La confianza crecía sin entender bien el motivo. Era como una fuerza oculta a mis espaldas que me creaba esa risa imparable, y más que fue creciendo cuando vi que de mis manos, las agujas que tenía dibujadas, salían como si tuvieran vida propia, moviéndose a gran velocidad hacia las almas.
No fue fácil procesar como estas perforaban el cuerpo sin compasión alguna de esas almas. Chillaban de horror mientras las agujas dejaban atrás un hilo que las dejaba sin opción a nada más que caer de rodillas al suelo contra mí. Esto, lejos de perturbarme, me hizo reír como nunca.
—¡Ahora sabes lo que se siente! ¡Ahora vas a sufrir por ello para siempre! ¡Hasta toda tu desgraciada vida sin opción a nada!
Reí como nunca, pero poco duró cuando el frío inundó mi cuello y espalda, dejándome completamente muda.
—A veces me sorprende la actitud que tienes, Paiphire.
Escuchando esa voz grave que, nada más terminó, volvió la realidad en la que me veía sentada de rodillas en las escaleras de mi casa. Girando poco a poco mi cabeza, vi como mi hermana se había dado cuenta de mi situación, intentando ayudarme para que pudiera moverme.
No dije ni una sola palabra. No podía con lo que acababa de vivir.
En esa noche lo pasé muy mal. Con lo vivido junto al bucle que estaba sometida, no podía sentir paz por mucho que intentara, tampoco lo era cuando empezaba a oír cada vez más esas voces que empezaban a cuestionarme. Gritaba enfurecida, cubriendo mis oídos y apretando mis dientes para luego mover mis brazos con la idea de retirarlas de mi alrededor, pero nada surgía.
—Es tu debilidad, Paiphire.
—¿No ves acaso lo que te hacen?
—Son los que te roban tu energía.
—¡Basta! —chillé de nuevo, pero nada funcionaba, ni siquiera mi voz era oída por mi familia—. ¡Me tenéis harta! ¡Alejaros de mí! ¡Alejaros!
Cubrí mi cabeza, pero hacerlo solo hizo que las manos agarraran mis brazos para retirarlas y con ello traspasar mi cuerpo. El primero de todos fue el que me dejó sin aire a la vez que mis ojos mostraban una realidad que no correspondía. No era mi habitación, no era siquiera un sitio que pudiera reconocer de mi alrededor... Siquiera reconocía a esa apareciendo oscura, una mujer cuyas lágrimas derramaban lo que parecía ser algo corrosivo.
Di varios pasos hacia atrás cuando me di cuenta que había captado la atención de esa mujer. Caminó en mi dirección, acelerando cada vez sus pasos hasta que sacó de su espalda lo que parecían ser unos tentáculos de ese elemento corrosivo. Me tiré al suelo de inmediato y chillé ante el dolor de mis piernas.
Nada más girarme, vi la poca compasión que iba a tener contra mí, como se acercaba con pasos lentos hasta estar frente mía. Uno de esos tentáculos apuntaba hacia mi, lo que me obligó a cubrir mi rostro, o al menos fue lo que intenté.
Hasta que vi como esa mujer empezaba a parpadear, mostrando una figura que no pude comprender hasta que regresé a mi habitación.
—¿Qu-Qué ha si-sido esto? —pregunté, dejando que las lágrimas cayeran sin cesar—. ¿Por qué estaba...?
—Era un aviso lo que querían decirte. —Regresó esa voz, una que me dejó sin aire y sin la capacidad de moverme—. ¿Es que no lo ves?
Estaba en mi oído izquierdo, era un suave susurro que parecía sonreír con sus palabras, una maldad tan grande que a muchos los haría gritar de terror, pero en mi caso solo tenía curiosidad cuando miraba al lado izquierdo.
Y pude ver algo más que su sonrisa, pude ver como estaba apoyado contra la pared, mostrando parte de su vestimenta azulada y piel blanquecina.
—¿No quieres darte cuenta, Paiphire? —preguntó, desapareciendo una parte de su sonrisa—. ¿No quieres ver la verdad que hay más que estas simples acciones que ellos hacen?
No pude decir nada, solo podía sentir como el dolor de mi cuerpo desaparecía para flotar. ¡Flotaba! O al menos era la sensación más similar con la que podía describir esa emoción al dejarme sin aire. Era como si me quitaran los ojos y mi boca deseara gritar de terror, pero no lo hacía. Parecían agarrar mis hombros mientras las voces solamente susurraban curiosos por mi actitud. Ya no se reían, no se burlaban...
Mi mente y cuerpo parecían flotar en una oscuridad vacía donde solo unas pocas estrellas brillaban, dándome algún tipo de señal. No estaba sola, no me sentía sola. Veía almas, veía rostros, veía sonrisas...
¿Qué está pasando?
En cuestión de segundos todo volvió a la normalidad, respirando con una calma que sabía que no era normal. Ya no sentía la presión en mis hombros, solo la presencia del hombre que estaba sentado detrás de mí en el lado izquierdo de la cama.
—¿Por qué mi hermana? —pregunté en un murmullo.
—¿Por qué crees que es ella?
Me quedé en silencio, bajando la mirada para luego apretar mis labios.
—Quiere una cosa.
—Yo diría que mucho más que solo una cosa.
Tragué saliva con dificultad.
—Quiere todo de mí.
Sentía que ese hombre sonría satisfecho, incluso acarició mi cabello, logrando que mi espalda sintiera el frío desolador propio de las montañas de Andorra. Giré mi cabeza, encontrándome con solamente mi habitación.
Cubrí los ojos con mis manos. Respiré hondo y suspiré.
—¿Cómo puede ser esto real? No... No puede ser. Es una broma de mal gusto...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top