2

El sonido del mar atrajo mi atención después de una hora y media de caminata.

Aceleré el paso, emocionada por escuchar un sonido tan familiar como el de las olas. Poco a poco la tierra y los árboles fuero acabándose hasta convertirse en una linda llanura y pude salir del bosque en el que me encontraba. La brisa marina revoloteó por mi cabello y el olor a sal inundó mis fosas nasales. El brillo de los rayos del sol daba directo con el agua azul del mar, lo que provocaba que esta soltara destellos hermosos. La vista era como de un cuento de hadas y lo que terminaba de darle el toque final era el enorme castillo que se alzaba al borde del mar, sobre un acantilado de grandes rocas de diferentes matices de gris. La playa se perdía con rapidez entre el césped y los caminos de piedra: había llegado a una ciudad, eso era seguro.

Una ciudad que, tal y como la situación lo pintaba, estaba gobernada todavía por una monarquía, ¿en qué época había llegado a este sitio? Sólo tenía que caminar un poco más para poder adentrarme al mundo que tenía al frente: veía carretas con frutas y verduras, heno, telas, ollas y miles de cosas comerciables entrar y salir del sitio. Parecía una mañana ajetreada. Di un paso hacia delante, pues buscaba mezclarme con el bullicio callejero de las masas.

Alcancé a una carreta que llevaba telas y vestidos en ella. Me fui detrás con mucha cautela. Había humanos. Muchos. Tan diversos como en mi mundo. Algunos llevaban turbantes, otros armaduras, las mujeres trabajadoras usaban pantalones de cuero y de vez en cuando pasaba alguien con una espada cargada en la espalda. Me sentí sobrecogida por todo a mi alrededor, ¿cuál tenía que ser mi siguiente movimiento? La carreta avanzaba hacia la entrada de la ciudad a buen paso, así que pude ver a tiempo cómo unos guardias postrados a la entrada se aseguraban de que todo estuviera en orden. Desesperada por pasar desapercibida, tomé con disimulo uno de los velos que se encontraban en la carreta y me lo puse sobre el pelo y, con un trozo de este, me cubrí un poco el rostro. No sabía si mi estrategia cliché de película iba a funcionar, pero valía la pena intentarlo. Si quería entrar, tenía que hallar la manera de escabullirme de los guardias. Seguimos avanzando por la algarabía de la mañana, los comerciantes se gritaban los unos a otros los productos que traían, los burros rebuznaban con fuerza y de vez en cuando tenía que esquivar el excremento de algún caballo. Caminé con la vista alternada entre el suelo y los guardias de seguridad, tenía que asegurarme de que todo saliera bien, porque si no, ¿para qué sitio me iba? Parecía que iba a recibir la respuesta a esa pregunta, pues la carreta se detuvo en la entrada y yo me quedé detrás, pegada a esta, como si fuera la ayudante de la anciana que iba a entrar. Escuché que intercambiaba algunas palabras con el guardia y el nerviosismo se apoderó de mi cuerpo, ¿le estaría preguntando sobre mí? No alcanzaba a entender por completo el idioma que hablaban aquí, pero era muy parecido a mi idioma natal, ¿se debía acaso a que había caído en un sitio similar geográficamente a mi propia realidad? Esperaba que sí, la diferencia de palabras no era muy extensa la una de la otra. Podía hacer un esfuerzo por entenderles. Si nuestros idiomas venían de una misma raíz lingüística, estaba segura de que no iba a tardar mucho en aprender el de ellos. Al menos, por ahora, ya reconocía las palabras para darse los buenos días. "¿Qué llevas ahí?" me pareció que le preguntaba el guardia a la anciana, "sólo unas telas para mi tienda", le había contestado esta, "¿trae con usted un certificado?" o algo así había sido la siguiente pregunta del guardia, "ya casi tengo que renovarlo" fue la respuesta dada por la mujer, "gracias" contestó el guardia. Repetí la palabra en mi cabeza, incluso me atreví a decirla en voz baja al guardia cuando la carreta se movió y crucé la puerta de la entrada. Lo había logrado. Había completado el primer paso hacia una nueva vida. Todo pareció desacelerarse una vez que entré a la ciudad, la cual era mucho más grande por dentro de lo que parecía en el exterior. Como el velo me incomodaba un poco, decidí quitármelo, sentía que me quitaba un poco de visión de las cosas que pasaban a mi alrededor. No pude evitar quedarme quieta, observándolo todo: el piso de piedra estaba más firme que afuera, casi que parecía una carretera; las personas iban a todas partes a pie, como si estuvieran dentro de un gran mercado; había carritos con frutas, verduras y hasta flores regados por todas las calles de la ciudad; las casas, imponentes, se alzaban con paredes de piedra y cemento, balcones y puertas de gruesa madera. Giré sobre mi propio eje, me sentía en medio de un videojuego de fantasía, con los gráficos puestos en la opción hiper-realista. Las calles eran anchas, todos podían andar sin ningún problema, de vez en cuando se veía a algún perro o gato callejero caminar por ahí y una punzada de tristeza se hizo presente en mi corazón, no podía evitar pensar en Dante, ¿qué habría pasado con él? Esperaba que estuviera seguro en mi antigua casa, que alguien de mi familia lo hubiera encontrado y, por encima de todo, que no le hubiera hecho daño al gato del vecino.

El momento nostálgico se rompió cuando fui empujada por una persona y me di cuenta de que estaba estorbando un poco al quedarme quieta tan cerca a la entrada. Volví a ponerme el velo sobre la cabeza y seguí caminando por el lugar. Me metí a mano derecha, el camino era un poco más angosto y se perdía detrás de unas casas, un poco más adelante vi unas escaleras que me llevaron a un nivel inferior de la ciudad, como si esta hubiese sido construida por una colina y yo estuviera bajando por la ladera. Más puestos de comercio aparecieron ante mis ojos, tiendas de ropa y cachivaches eran las más famosas en este sector. Ya no se veían carretas ni comerciantes como tal. Un soldado cargando una espada en su espalda pasó por mi lado, lo miré de reojo hasta que se perdió de mi campo de visión. Qué miedo. Volví a traer mi vista al frente, ¿a dónde iba a continuación? Mi cuerpo decidió por mí, al pasar saliva sentí la boca seca, ¿hace cuánto no tomaba agua? Estaba muerta de la sed. Busqué a mi alrededor algo que pudiera indicarme el sitio de una tienda de víveres o algún restaurante. Caminé un poco, tratando de escuchar las conversaciones cerca mío. Aunque no entendía del todo, ya me estaba acostumbrando a los sonidos de este nuevo idioma. Sabía que tenía que aprenderlo, no quedaba de otra. Caminé unos cuantos minutos más, de vez en cuando parando a refugiarme debajo de alguna sombra. Aunque el sol apenas había salido, ya se sentía el calor, puesto que no había una sola nube en el cielo que proporcionara un poco de sombra. El sudor estaba comenzando a perlarme la frente cuando, a la distancia, lo vi: un anuncio de madera colgado en las alturas, suelto de uno de sus goznes, me informaba que a unos metros de mi posición podía encontrar una taberna.

De inmediato mi cuerpo se puso en marcha y, si prestaba especial atención, me parecía poder escuchar un coro de ángeles cantando. Podía sentir el agua helada resbalando por mi garganta, refrescando mi cuerpo y salvándome de la deshidratación. El coro de ángeles que me había estado acompañando fue interrumpido de manera abrupta cuando entré a la taberna. Pasé saliva, sin saber si era por el cansancio o por la imagen con la que me había topado: mesas hechas de manera rudimentaria con madera y metal se desplegaban por todo el sitio, el tabernero se encontraba detrás de la barra limpiando con un trapo sucio un vaso cervecero y, dormitando en un taburete mientras usaba dicha barra como almohada, se encontraba un chico. Seguro estaba ebrio o algo así, porque no hizo el más mínimo movimiento cuando me acerqué hacia el tabernero para intentar pedirle un poco de agua.

Mis pasos resonaron sobre el piso de madera, había algunas tablas que chillaban cuando se les caminaba por encima. Todo el lugar se veía mal adecuado, desgastado y viejo.

—¿Hola? —saludé, en mi idioma.

—¿Sí?

Bueno, por lo menos nuestras afirmaciones eran la misma palabra, curioso, pero muy útil.

Dudé un poco en seguir hablando, ¿cómo podía hacerle entender lo que necesitaba?

—¿Tiene usted un poco de agua? —dije, mientras movía mis manos, simulando tener un vaso entre ellas y bebiendo de él. El cantinero encarnó una ceja, como si estuviera desenmarañando el significado de lo que le acababa de decir, estaba claro que no me iba a entender—. ¿Agua? —repetí, señalando el vaso que este tenía en la mano. El hombre negó con la cabeza, terminó de limpiar el vaso y, con el trapo sucio, golpeó con levedad en el hombro al chico, que parecía no haberse levantado a pesar de mi voz. Este se levantó, refunfuñando, y le dedicó una mirada de reproche al hombre. Se hablaron entre ellos, pero me costó mucho más entenderlos esta vez, más que todo porque el tabernero hablaba en un acento distinto a todos los que había escuchado antes, era obvio que venía de otra parte de... este mundo.

Luego de intercambiar unas cuantas palabras de las cuales sólo entendí "ella" y "habla", el chico se acercó a mí. Era alto, debía de estar bastante cerca del metro ochenta, si es que no era eso lo que medía, tenía el cabello negro un poco largo y despeinado, pero bastante abundante y brillante, ¿qué clase de productos usaría? Un pensamiento que nunca había cruzado por mi mente se hizo presente: ¿cómo iba a cuidar de mi higiene aquí? ¿Dónde iba a conseguir ropa nueva?, ¿un cepillo de dientes?, ¡¿tampones?! Tal vez esto de caer en un mundo que parecía estar atrapado en plena Alemania medieval no era tan emocionante como se escuchaba. El chico vestía una camisa blanca de algodón con una pequeña abertura en el pecho que se controlaba con una tira de cuero, que se metía en unos huecos a los laterales de la abertura, como si fuera un cordón; su pantalón era de un café muy claro y sus zapatos parecían los antepasados de las botas de mi era moderna. Todo parecía gastado y viejo, por lo que supuse que este hombre no debía de tener mucho dinero. Se veía joven, debía de estar en la mitad de sus veintes por mucho.

Tuve la necesidad de agachar la vista cuando este se puso en frente de mí, sus ojos eran tan oscuros que me costaba reconocer su pupila. Al verme a mí, me pareció distinguir un brillo de desconcierto en su mirada, como si se hubiese topado con algo extraño pero fascinante a la vez. También me pareció verlo esbozar una sonrisa, pero desapareció tan rápido como vino, así que no estaba segura si en realidad había visto hacer ese gesto.

—Hola —me saludó, en mi idioma.

Di un paso hacia atrás, un poco sorprendida por lo que acababa de pasar.

—Hola —contesté de vuelta—, ¿puedes entenderme? —pregunté, rezando en mi interior para que la respuesta fuera "sí".

El chico negó con la cabeza y supe que lograba comprenderme, pero no hablaba mi idioma. Solté un gruñido de frustración, ¡sólo quería un vaso de agua! El chico se cruzó de brazos, parecía divertirle mi actitud. Me sentí un poco mosqueada, ¿quién se creía este tipo?

—Mira, amigo, sólo quiero un poco de agua —le dije, cruzándome de brazos—, no me interesa que no me entiendas, lee mis labios o algo, quiero agua. Agua. Se bebe. ¿Entiendes la palabra "agua"? —Señalé el vaso que el tabernero había dejado en la barra, para ver si así podía entenderme un poco mejor— Líquido transparente, glup, glup, glup, ¿entiendes? —Fruncí el ceño, un poco tosca gracias al hambre y la sed.

Me arrepentí de inmediato. Esa no era la mejor actitud del mundo. Estaba acostumbrada a tener todo lo que necesitaba, así que cuando algo no salía como quería, tendía a mosquearme un poco. No dije nada más, estaba esperando a que pasara algo, a que el chico reaccionara ante mi actitud altanera y me echara del lugar. Para mi sorpresa, no pasó. Lo único que recibí fue una sonrisa por parte de él, que luego se convirtió en una pequeña carcajada, dio media vuelta y caminó hacia la barra, en la que se encontraba el tabernero viéndolo todo. Este último le hizo una pregunta al chico, a lo que este contestó "creo que sé lo que quiere" o algo por el estilo. Lo vi caminar hacia el fondo del bar, tomar un vaso cervecero incluso más grande que el que había limpiado el tabernero y llenarlo de agua de la llave.

El chico llegó de nuevo a mi lado y me tendió el vaso. Quise cogerlo, pero dudé un poco, ¿no lo había llenado con agua cuya pureza no se me hacía muy confiable? De manera instintiva tensé mi boca en una línea recta, no quería beber eso. Vi cómo el chico ponía los ojos en blanco y se llevaba el vaso a la boca. Bebió un sorbo tan largo como para darme confianza en consumir aquella agua.

—Está limpia —me pareció entender.

Tomé el vaso que me ofrecía por segunda vez y me lo llevé a los labios.

El primer sorbo se sintió tan refrescante, que ni siquiera hice una pausa para respirar antes de seguir bebiendo. Era, con probabilidades muy altas, la mejor agua que había bajado por mi garganta. ¿Por qué en un sitio de mala muerte como este había algo tan bueno? Se necesitaban plantas de purificación para que el agua saliera potable en mi ciudad, ¿cómo lo hacían aquí?

—Gracias —le dije al chico, devolviéndole el vaso.

El chico se quedó ahí, sosteniendo el objeto y observándome con una pequeña expresión socarrona, como si estuviera aguantándose las ganas de hacer un chiste a mi costa. Al ver que no se iba ni apartaba la mirada de mí, forcé una sonrisa muy incómoda que no supe llevar hasta mis ojos.

—¿Necesitas algo? —le pregunté, con la esperanza de que me entendiera.

Vi cómo extendía su mano hacia delante. Oh no. Entendía a la perfección ese gesto, me había cruzado con él prácticamente toda mi vida.

—Paga —me dijo el chico.

Me revolví nerviosa en mi sitio, ¿me iban a cobrar por un vaso con agua? Un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Por supuesto que no traía una sola moneda de su economía, ¡acababa de caer aquí! Miré al chico con una expresión de absoluto pánico, no tenía con qué.

—Es que... —comencé a decir, pero me detuve, ¿y si no me entendía? ¿y si no me creía? No podía ir por la vida diciéndole a las personas de aquí que había sido transportada desde otra dimensión o mundo o lo que sea que me hubiese pasado—. Verás, tuve un problema y no tengo dinero. No tengo cómo pagarte, pero puedo intentar compensar el pago de otra manera, puedo limpiar un poco el piso y arreglar las mesas, ¿qué opinas?, ¿crees que pueda trabajar aquí? —hablé lento, pronunciando cada palabra lo mejor que podía, a ver si así lograba que me entendiera lo suficiente.

Por un segundo se hizo el silencio, miré hacia todas partes del lugar, buscando la manera de no hacer contacto visual con el chico, que no dejaba de mirarme como si fuera un chimpancé tratando de comunicarse.

—¿No tienes dinero? —me preguntó, en su idioma, aunque entendí a la perfección.

—No... —respondí. Me rasqué el cuello, nerviosa. Acababa de meterme en un problema gracias a un vaso de agua.

Vi como el chico se acercaba al tabernero, los escuché hablar, pero esta vez no pude entender a ninguno. Me sentía un poco mareada, tal vez el miedo de estar en un lugar sin entender el idioma, sin dinero, sin un lugar al cuál ir, me estaba pasando factura. Me di cuenta de que el chico se sacaba una moneda del bolsillo, apuntaba hacia mí y le pagaba al tabernero. El hombre lo miró, me miró y luego asintió con la cabeza. Me di cuenta de que lo había juzgado mal el momento que entré a la taberna. Había sido mi culpa. Llena de prejuicios lo había calificado como un hombre sucio, desalineado y feo, pero ahora que me fijaba bien a mi alrededor, todo se veía bastante cuidado (para lo que era) y el señor, un hombre que de seguro había pasado por los sesenta años hace poco, era un tabernero gordito y bonachón, con el pelo canoso peinado de una manera pulcra y la barba rasurada al ras. Vestía con ropa que se notaba muy vieja, pero limpia y bien puesta. La taberna se veía mal porque le faltaba algo de cuidado, de dedicación, era obvio que ahí faltaba otra persona que les ayudara a organizar todo.

Vi al chico desconocido caminar de nuevo hacia mí, seguía mirándome el rostro con curiosidad, sin despegar su mirada de la mía, ¿qué le pasaba? Traía consigo lo que parecía ser una escoba un poco rudimentaria.

—Me debes dinero —me dijo, clarito como el agua.

—No tengo...

—Eso ya lo sé —me interrumpió, tendiéndome el mango de la escoba—, trabaja. —Parecía una orden, pero su lenguaje corporal estaba tan relajado, que lo sentí más como una posibilidad de empleo.

Un sonido llamó mi atención: el tabernero estaba saliendo de detrás de la barra. Se había quitado el delantal de cuero café que estaba usando y se dirigía hacia la puerta. El chico se giró para despedirse del hombre, ambos intercambiaron algunas cuantas palabras y, esta vez, pude entender un "me quedaré con ella". El tabernero asintió y salió por la puerta, sin preocupaciones, ¿eso significaba que me iba a quedar sola con un completo extraño? De inmediato me puse en guardia, los músculos del cuerpo se me tensaron y mis manos se cerraron en dos puños. Nunca se sabe cuando vas a tener que desencajarle la mandíbula a alguien. Si este chico intentaba hacerme algo... iba a luchar, iba a luchar hasta la muerte.

—Perdona que Reese no se despida de ti —me dijo el chico, atrayendo toda mi atención de vuelta a él. Se veía relajado y había mantenido su distancia, pero eso no iba a hacer que bajara mi guardia—, es un poco tímido.

—¿Reese?

—Así se llama el hombre que acaba de salir por la puerta. —El chico señaló hacia atrás con su pulgar, tratando de apuntar a la entrada de la taberna—. Yo me llamo Lyon, un gusto.

Parpadeé, como una idiota, ante la información recibida. Información que había entendido por completo, como si de repente alguien hubiese cambiado el idioma del mundo.

—Me llamo Vera —contesté, al caer en cuenta de que el chico, Lyon, estaba esperando una respuesta de mi parte.

—Bienvenida a La taberna de Reese, Vera. —Lyon sonrió, tenía los dientes muy bien cuidados, no poseían ese blanco falso horrible de las estrellas de cine que tanto infectaba mi mundo, pero se veían relucientes y limpios. Era una bella sonrisa—. Ahora ponte a trabajar. —Vi cómo se metía detrás de la barra y desaparecía por una pequeña puerta que no había notado antes. Se demoró unos segundos en donde sea que hubiera ido y luego volvió cargando un balde lleno de agua y lo que suponía era la versión de este mundo de un trapeador: muchas tiras de diversas telas amarradas a un palo de madera.

Me quedé quieta, sentía que algo había cambiado en el ambiente, algo que todavía me costaba nombrar con exactitud. Mi atención se posó entonces en el piso de madera en el que estaba parada, al parecer, ahora trabajaba aquí y tenía que ayudar a limpiar el sitio.

—Si no empiezas, yo no podré hacer nada, no sé si lo sepas, pero primero hay que barrer el polvo antes de limpiar el piso...eres extranjera, ¿no? Todavía tienes mucho que aprender. —Alcé la mirada con fuerza, ya lo sabía, ya sabía qué era lo que me resultaba tan extraño, tan... fuera de lugar—. ¡Ah! Y hazme un favor —seguía diciendo Lyon, ignorando el hecho de que yo no había empezado a hacer nada y que en ese momento lo estaba viendo con completa incredulidad—, relaja esos puños que tienes ahí, no te voy a hacer nada.

Casi como si en mi cerebro se hubiera presionado un botón de "relájate" mis manos abandonaron su posición de guerra.

—¿Puedes repetir lo que dijiste? —le pedí, todavía haciendo caso omiso a la escoba que sostenía en la mano.

Lyon encarnó una ceja, extrañado por mi respuesta.

—¿No me entendiste? Te dije que no...

—Me vas a hacer nada —completé, por él, la frase—. Sí te entendí —murmuré, todavía sorprendida.

—Qué bueno —comenzó a decir el chico—, ahora...

—¡Te entendí! —solté, esta vez presa de la emoción.

La expresión de irritación que estaba comenzando a crecer en el rostro de Lyon se desvaneció por completo.

—No fue tan difícil lograr que lo hicieras —dijo, caminando hacia mí. Lo miré, todavía maravillada de que alguien aquí pudiese comunicarse conmigo—, pero ahora ponte a barrer.

—¿Y me explicarás cómo lo hiciste? —le pedí, haciendo un pequeño puchero, de puro instinto, como lo había hecho toda la vida cada vez que le quería pedir algo a mis padres. Nunca me habían dicho que no.

—Claro. —Lyon sonrió. Yo le devolví la sonrisa—. Cuando hayas terminado tu trabajo —me dijo, serio. Señaló el mango de la escoba que se posaba, perezoso, en mi mano y de inmediato me puse manos a la obra. Dio media vuelta y se metió detrás de la barra, sacó una mochila hecha de piel de algún animal y se dirigió a la entrada de la taberna.

Dejé caer la escoba y corrí hacia él cuando me di cuenta lo que pretendía hacer.

—¡No te vayas! —le supliqué, tomándolo por el borde de su camisa. Lyon me dirigió una mirada desde arriba. Suponía que mi metro sesenta y cinco no bastaban para que no tuviera que inclinar la cabeza sólo para mirarme. Era más alto de lo que había calculado en un principio.

—Tengo que irme, me hiciste perder mucho tiempo y debo ir a trabajar a otro lugar —me contestó, zafando con cuidado mi mano de su ropa—, pero no te preocupes, volveré a la hora de apertura. Escúchame, Vera, volveré a la puesta del sol, mientras regreso, limpia todo y toma algo de agua, es gratis para los empleados.

—Pero... pero... estaría sola y... —las palabras salían de manera atropellada de mi boca. No quería quedarme de nuevo sola en este mundo extraño, no después de encontrar a alguien que me entendía.

—Vas a estar bien —me aseguró Lyon, abriendo la puerta—, sólo procura ponerle el pestillo a la puerta cuando salga de aquí y no abras a menos que escuches mi voz, ¿de acuerdo?

El corazón me latió con fuerza en el pecho. Otra vez tenía miedo.

—Está bien... —contesté, dubitativa.

—Toma. —Lyon me tendió una especie de pie salado relleno de carne que había sacado de su mochila—. Por si te da hambre.

—Gracias —le dije, tomando la comida de sus manos. Antes de que saliera por completo, me animé a decirle una última cosa:—. Tengo muchas preguntas.

—Te las contestaré todas cuando vuelva —me respondió, con media sonrisa pintada en el rostro. Quise sonreír de vuelta, pero el miedo a la soledad no me lo permitió—. Ya no estás sola, Vera —añadió Lyon al verme tan reacia a que se fuera—, confía en mí, ¿sí? Voy a ayudarte.

Observé, impotente, cómo la puerta se cerraba ante mis narices y yo, una vez más, quedaba a merced del destino.

De repente el silencio se hizo sentir en el ambiente, no había nada que me permitiera sofocar mis propios pensamientos. Corrí hacia una de las ventanas que se encontraban en el lateral del sitio, quería alcanzar a ver a Lyon una vez más, saber a dónde se dirigía, pero las personas en la calle eran completos desconocidos para mí. No había rastros del chico amable que me había recibido en su lugar de trabajo. Era obvio que la taberna se encontraba en un sitio humilde de la ciudadela, no hacía falta tener un ojo privilegiado para darse cuenta de las condiciones de la mayoría de persona que rondaban por aquí. Ahora ya entendía por qué Lyon me había mandado a cerrar con pestillo la puerta, él no iba a hacerme nada, pero cualquier otra persona sí.

Una vez que me aseguré de que la puerta estuviera bien cerrada, decidí explorar un poco la taberna, que no era tan distinta a la idea que yo tenía en mi cabeza: La entrada estaba al frente de la barra, que estaba hecha de madera resistente. Se podían ver cuatro banquillos altos para que los clientes solitarios se sentaran a beber en la barra con tranquilidad. Varias botellas con etiquetas de alcoholes que no reconocí estaban puestas en un estante detrás de la barra, cuando entré en este espacio, me di cuenta de que, en el piso, había grandes barriles. Los agité. Todos tenían líquido adentro. Vi la pequeña puerta por la que había entrado Lyon y decidí abrirla. Detrás de esta había un pequeño cuarto de aseo, era un espacio de cinco metros cuadrados, tenía una llave saliendo de una de sus paredes a una altura muy baja y un palo de escoba roto. También contaba con tres estantes rudimentarios hechos de madera, tan sólo con verlo sentía que ya me había astillado dos veces.

La taberna no era muy grande, así que salí del cuartito y me puse a barrer. Primero barrí la entrada, debajo de los banquillos, detrás de la barra y, por último, el espacio de las mesas, el cual, por la manera en la que habían construido el lugar, estaba distribuido en forma de L, siendo la parte más larga de esta letra el sitio de las mesas y, la puerta y la barra, como la parte más corta. Cada mesa estaba pegada a la pared y tenía espacio para cinco sillas: dos a los lados y una a la cabeza. El aforo total de personas de la taberna no podía ser superior a veinticinco o treinta personas. Tal vez, si se eliminaba el techo, le quitaba una pared que separaba la barra de las mesas y le agregaba un segundo piso, podría duplicar su capacidad para recibir clientes. Sacudí la cabeza. No iba a empezar a verlo todo a través de los ojos de mi apellido. Había acompañado a mi padre noches enteras en las que se la pasaba explicándome los planos de sus obras más recientes, así que no podía evitar construir en mi cabeza los espacios a mi alrededor.

Suspiré. Al final, mi familia me hacía falta. Dante me hacía falta. Maldita sea, incluso las insufribles clases de la universidad no sonaban tan mal ahora.

Terminé de barrer y busqué el cubo de agua con la mirada. Me tragué el nudo que se había formado en mi garganta y mi mirada vagó hacia la puerta, ¿cuánto faltaba para la puesta de sol?

PERDÓN, ME ATRASÉ UN DÍA Y ME QUIERO MORIIIIIIIRRRRRRRRRRRR

Ya que pude sacarme eso del pecho...

Hellooooo, otra semana, otro capítulo. Quiero confesarles que le he cogido muchísimo cariño a Vera de repente, su historia me emociona y quiero seguirla escribiendo. ¿Cómo les ha parecido hasta ahora? Sé que no hay muchos capítulos para especular jejeje, pero me gusta saber qué les está pareciendo.

Por cierto, (¿spoiler?) estamos a punto de conocer a nuestro queridísimo príncipe, que me encanta, es un gusto culposo, por favor no me juzguen cuando lo conozcan ustedes también jajajaja

Recuerden votar, comentar y compartir la historia si les está gustando, voy a estar repartiendo galletitas en los comentarios para devolverles el cariño que me muestran aquí <3

Besitos en esas nalgas,

Onyx.

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