Capítulo 11: La Pequeña Charla
Me desperté en una sala negra que se me hacía realmente familiar. Habían dos botones: Uno en el que ponía RESET y otro en el que se podían leer las palabras CONTINUAR. Recordé de que me sonaba tanto ésta habitación. Era el lugar donde aparecía después de morir en la ruta genocida. Le di al botón de continuar y esperé a ser llevada al último punto de guardado, como había descubierto en la anterior ruta.
...Pero algo no salió bien mientras me iba. Tuve la sensación de que el mundo se iba a pique por unos segundos, y aparecí en la sala de las almas, justo como antes. Lo raro es que yo no había guardado en ese punto. Cerca mía, se encontraban Asgore y Sans mirándome aturdidos, como si hubieran visto un fantasma. Miré mis manos y vi como, por un segundo, se llenaban de polvo y sangre. Ésta visión me asustó, y retrocedí un paso. Después de unos segundos, todo pareció volver a la normalidad. Levanté la cabeza y me atreví a hablar:
-¿Q-qué ha pasado?
-Genial idiota, has glitcheado el mundo. Se supone que esto no debería de estar pasando. No tendrías que estar aquí, Sans no tendría que estar aquí y yo tampoco. Estás haciendo una ruta pacifista demasiado rara. Intenta no hacer más locuras, ¿vale? Porque si no... Acabaremos muy mal.
-No lo sé, pero no creo que quiera verlo otra vez.-respondió Sans.-Será mejor que no vuelvas a morir, por si acaso.
-...Así que, ¿eres una humana? ¿A qué has venido, pequeña?-dijo Asgore desviando el tema de conversación.
-¿No me quieres matar? Vaya, si que has cambiado rápido de opinión :v.-añadí, algo enfadada con él.
-Me han contado que tienes buenas intenciones. Por el momento te escucharé.-replicó.
-Bueno... Yo venía a decirte que mi raza quiere organizar un ataque sorpresa contra vosotros para poder derrotaros y mataros a todos fríamente dentro de unos 2 años, y que deberíais de prepararos si no quereís espicharla :3.-cogí aire y esperé a su respuesta.
-Entonces, ¿los humanos nos quieren matar?-preguntó, dudoso.
-Seh.
-¿Qué nos aconsejas hacer?
-No lo sé, ¡por eso mismo hemos venido a verte!
-Ah... Deberé hablar con Undyne, ella sabrá que podemos hacer.
Me estremecí al escuchar ese nombre.
-Creo que sería mejor que yo no fuese con vosotros...-respondí.
-¿Por qué? Deberías de conocerla, es buena persona. Además, así le podrás contar todos los detalles.
-Creo que sé por qué no quiere verla.-intervino Sans.-Ella es la líder de la Guardia Real, seguro que querría capturarla.
-Ah, cierto. Pero a lo mejor yo podría convencerla de que...
-No, no, me quedaré en casa de Tori. No hace falta que te tomes tantas molestias.-respondí apresuradamente.
-De... ¿Toriel?-preguntó Asgore, mientras fruncía el entrecejo con expresión confundida.
-Si, es una cabra antropomórfica que se ocupa de las ruinas, además de-
-Sí, ya sé quién es. Ella te ayudó, ¿no es así? ¿Te habló sobre mí?
-Em, sí. Me dijo que eras muy malo y que me querías hacer daño. Hombre, tenía algo de razón.
Asgore se rió levemente, pero supe que no me estaba prestando demasiada atención.
-¿La conoces?-pregunté.
-Por supuesto, es mi exmujer.
-Ah.-genial, ahora todo cuadraba a la perfección. Por eso Toriel lo odiaba tanto. Me sentí avergonzada de haberle preguntado eso, ya que ahora parecía incómodo. Desvié el tema rápidamente:
-Entonces... ¿Vais a ir a ver a esa tal Undyne o no? Es tarde, y como no vuelva a mi nueva casa, se van a pensar que he muerto.
-Mañana iré a verla con Asgore. Como has dicho tú, es tarde así que todos deberíamos descansar. ¿Quieres que te acompañe a tu casa, chica?-dijo Sans.
-No, gracias, seguro que Paps te estará esperando.
-Ok, entonces, hasta la vista.-se fue por un callejón tranquilamente, y lo vimos desaparecer entre la oscuridad de la noche.
-Yo también me voy. Adiós, rey.-hice una leve reverencia y corrí hacia la canoa de la persona del río para irme a las afueras de Snowdin.
-Tra la la, no debes olvidar los pequeños detalles, porque si no, se pueden convertir en un gran estorbo más adelante.
-Ya hemos llegado. Nos vemos pronto.
-¡Adiós!-me bajé del barco y caminé hasta llegar a la gran puerta que daba a las Ruinas. La empujé, pero no obtuve ningún resultado. Probé tocando la puerta. Nada. Volví a tocar, pero esta vez con más fuerza, y acompañado de un grito:
-¿Toriel? ¿Estás ahí?
Esta vez conseguí escuchar una tenue voz procedente del otro lado:
-¿Quién es?
-Soy Beatrice, la niña a la que ayudaste, he vuelto.
Hubo un silencio sepulcral por unos momentos, hasta que un suave chirrido rompió la calma. La puerta se abrió un poco y pude observar un ojo de color magenta por la ranura. Al fin, la puerta se abrió lo suficiente como para que pudiese entrar.
-Pasa, mi niña.-susurró Toriel.
Le hice caso y entré. Me dió un fuerte abrazo (tanto que casi me espachurra) mientras repetía ¡estás viva! muchas veces. Me alegré de verla de nuevo.
-Tengo muchas cosas que contarte.-le dije.
-Esta bien pero, ¿por qué no me las cuentas en casa con unas buenas galletas recién hechas?
-¡Si!-exclamé, amaba sus galletas.
Llegamos a su casa rápidamente. De nuevo, el dulce aroma a galletas inundó la estancia. Me senté en el suelo, justo al lado del fuego, para calentarme, ya que tenía las manos heladas. Luego, estuve en mi habitación mirando si algo había cambiado desde mi última visita, pero todo parecía estar igual. Me tumbé en la cama y decidí echarme una siesta.
****
-Hey, ¿crees que sigue dormida?
+No lo sé, pero será mejor que no la despertemos. Ya sabes cómo se pone cuando lo hacemos.
-Pero entonces, ¿qué vamos a hacer?
+Debemos irnos, volveremos pronto, y además, no se dará cuenta.
****
Me desperté y me incorporé. Todo estaba muy oscuro a mi alrededor, sólo podía ver una pequeña luz proveniente del pasillo. Me pregunté cuánto tiempo habría dormido. Miré a mi alrededor. Había oscuridad, más oscuridad, luz, una almohada, oscuridad... Ah sí, y una niña de ojos rojos brillantes mirándome muy cerca mía con una sonrisa aterradora. Veamos... nada más. Espera, ¿¿una niña de ojos rojos brillantes mirándome muy cerca mía con una sonrisa aterradora?? Me caí de la cama del susto y me estampé contra un bol de leche y una bandeja de galletas que había en el suelo. La leche se me cayó encima de la cabeza y las galletas rodaron por toda la habitación. Armé un gran estruendo, pero al parecer, nadie se enteró.
-Ugh, creo que Toriel no sabe lo que es una mesa.-murmuré. Escuché una sonora carcajada detrás mía. Me giré y contemplé a Chara riéndose de mí. Se le estaba empezando a poner la cara roja de tanto reír.
-AJAJAJAJ MÍRATE, PARECES ESTÚPIDA LLENA DE LECHE CON EL BOL EN LA CABEZA JAJAJA ¡QUE SUSTO TE HE DADO DIOS!
-¡No te rías, no es divertido!-chillé haciendo un puchero con lágrimas en los ojos de rabia.
-Awww, que mona... ¿Quieres que te dé tu chupetito y que te meta en la cuna otra vez? Bua bua bua.-respondió, mofándose de mí mientras me sacaba la lengua.
Yo, llena de ira, le lancé el cuenco a la cabeza. Después, me acordé de que era un fantasma cuando el cuenco rebotó contra la pared causando aún más ruido. Viendo que cualquier intento de hacerle daño a Chara era en vano, me levanté y fui al baño para lavarme un poco la cara. En ese momento recordé que no había ningún baño en la casa. Genial. Así que opté por lavarme la cara en el fregadero de la cocina. Llegué al salón y vi que Tori se había quedado dormida leyendo un libro sobre gusanos. Roncaba un poco y parecía que su sueño profundo me había salvado de que viera el desastre que había formado. Llegué al fregadero y me lavé las manos y la cara.
-¿No habrá por aquí ninguna fregona?-susurré. Como, no, no había ninguna fregona. Busqué también en mi cuarto, pero no encontré nada útil. Al abrir uno de mis armarios encontré una antigua fotografía de una niña, poco mayor que yo, y un monstruo cabra. Ambos llevaban un jersey verde con rayas amarillas. Me percaté de que la niña era igual que Chara. Espera un momento... ¿era Chara??
-Esa foto fue tomada hace muchos años. Es de las pocas en las que salgo sonriendo.
La miré preocupada.
-¿Quién eres en realidad?
-...
En ese momento escuché que tocaban a la puerta grande. Debía ser alguien con mucha fuerza, porque la puerta no es que estuviera precisamente cerca. Corrí por el pasillo morado mientras seguían aporreándola. Llegué y la abrí un poco. Entonces, alguien la empujó tan fuerte que la puerta se abrió bruscamente, aplastándome a mi contra la pared. Aturdida, me levanté con las pocas fuerzas que me quedaban intentando recuperar el aliento. Entonces escuché una voz estridente:
-¡Hola, mocosa! ¡Estoy aquí para que me digas todo lo que sabes de la guerra! ¡Fuhuhuhu!
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