Capítulo 1: Una flor muy misteriosa.

Hace mucho tiempo, había dos razas: Humanos y monstruos. Un día, una guerra estalló entre las dos razas, y los humanos salieron victoriosos, encerrando a todos los monstruos en una cueva gigante tras una barrera mágica. Unos años después, los humanos empezaron a tener un odio inexplicable hacia los monstruos. Todos, menos un par de personas, que se rehusaban a creer las leyendas horribles sobre la otra raza.

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Era un precioso día de primavera  para todos, menos para mí. Las flores florecían, los pájaros entonaban una hermosa canción y el sol brillaba intensamente. Un dulce olor a flores inundaba el aire. Me encontraba en el patio de mi colegio, el cual estaba situado a un par de manzanas de mi casa. Era viernes, y todo el colegio estaba deseando que se terminase el día para poder irse a sus casas y descansar. Yo estaba debajo del ciprés que había en el patio de mi colegio debatiendo con mis amigos un tema.

-Digas lo que digas, los monstruos seguirán siendo unos seres sin corazón. ¿Por qué los defiendes tanto?-preguntaba Anna, una compañera de mi clase.

-Si pudiera bajar al Underground los mataría a todos.-decía William, otro chico que se había unido a la conversación.

-¿Por qué los odiáis tanto si ni siquiera sabéis cómo son? Quizá sean incluso mejores que los humanos.-respondí.

-Simple. Todas las leyendas sobre ellos son horribles. Seguro que son como los describen; seres sedientos de sangre y de carne humana.-dijo nuestro profesor, que se había unido a la conversación. Era un señor que rondaba a los 50 años, con el pelo gris y los ojos de color marrón muy oscuro.-Nunca, jamás de los jamases os acerquéis al monte Ebott. No tendrán piedad con vosotros.

Suspiré. Siempre ellos debían llevar la razón. Miré el gran monte donde había una entrada al subsuelo. Su altura era bastante considerable, y estaba repleto de vegetación. Algún día les demostraré que los monstruos son mejores que los humanos. Algún día.
Al fin sonó el timbre y nos fuimos a clases. Tocaba Matemáticas, y el profesor estaba revisando si habíamos hecho los deberes. Puse la libreta encima de la mesa y, como siempre, mi profesor sonrió mientras le echaba un vistazo. Siempre hacía los deberes, da igual de que asignatura fuese. En esa hora repasamos las sumas y las restas y, después de otra hora de Religión, nos dejaron salir. Aliviada porque el día se había terminado y por fin podría descansar, recogí mis cosas y me fui directa a mi casa. El viento me despeinó mi pelo rubio rizado, e intenté recogérmelo un poco para no acabar como una bola de pelos. Continué mi camino a través del pueblo hasta que llegué a mi casa. Ese día tocaba comer macarrones, ¡yay! Rebañé mi plato, me lavé la cara y me eché una siesta. Luego estuve toda la tarde jugando con mi hermana pequeña, que apenas tiene 2 años, a la pelota (aunque era un poco difícil porque ella terminaba quedándosela y no me la pasaba). Al fin llegó la noche. Cené y me fui a la cama refunfuñando, pues odiaba irme a dormir temprano. Cerré los ojos y me quedé profundamente dormida.

   Hoy me he despertado a las 12; por fin era sábado. Pequeñas gotas de lluvia se estrellaban contra mi ventana. Me levanté como pude de la cama, me puse mis pantuflas azules y eché un vistazo afuera. El día estaba muy nublado. Escuché un trueno lejano. Dios, como amaba los sábados lluviosos. Abrí la ventana y el olor a tierra mojada inundó mis fosas nasales. Me quedé allí un buen rato, mirando el cielo encapotado, hasta que percibí otro olor; ¡tortitas! Me coloqué la bata blanca y corrí como pude al piso de abajo. Allí estaba mi padre cocinando tortitas, mi hermana jugando con los juguetes y mi madre leyendo el periódico. Esta última se rió al verme.

-Beatrice, tienes la bata puesta del revés.-dijo mientras sonreía.

Yo también me reí y me la puse correctamente. Luego me senté a la mesa y golpeé los cubiertos contra la madera diciendo ¡tortitas! ¡tortitas! Se podría decir que era mi comida favorita. Mi madre ayudó a poner la mesa y papá vino con un plato que contenía mi delicioso desayuno. Yo le puse algo de chocolate por encima y empecé a beber de mi tazón de leche. Estaba riquísimo. Luego de desayunar como una reina me lavé la cara y ayudé a quitar la mesa. Todo iba bien hasta que un grito de sorpresa hizo que se me cayese el mantel de las manos; el grito venía de mi mamá. Estaba mirando el periódico con los ojos ligeramente abiertos.

-¿Qué pasa mami?-pregunté mientras recogía el mantel del suelo.

-La noticia de última hora. El rey a decidido atacar a la otra raza por sorpresa para aniquilarlos de una vez por todas. Empezarán la guerra después de al menos, 3 años de preparaciones, pues todas las leyendas apuntan que los monstruos son muy fuertes.-leyó mi madre.-¡wow! ¿Por qué quieren acabar con ellos? Hasta hora no nos han hecho nada.

-¿¿¿¡¡¡Qué???!!!-chillé, pegando un pisotón tan fuerte que casi me rompo la pierna.-¡¡¡No!!!¡¡¡Los monstruos no han hecho nada!!!

De repente escuché cohetes y gritos de alegría. Los pueblerinos parecían estar celebrando algo. Me asomé a la puerta y vi un montón de gente en la calle con una pancarta que decía;

¡Bien! ¡Mataremos a todos los monstruos!

Yo me quedé horrorizada contemplando el absurdo espectáculo. Alguna gente se asomaba a las ventanas con cara de desaprobación al mirar la pancarta. Ellos también lo consideraban una locura.

  El resto del día se resume en botellas de champán abriéndose, gente cantando y gritando de felicidad y más pancartas horribles. Al fin, llegó la noche. Todo en el pueblo estaba en calma. Sólo había un par de hombres que se habían emborrachado en la calle. Los miré con desprecio. Aún quedaba confeti en las aceras de piedra del pueblo. La mayoría de casas tenían las luces apagadas. Me eché en la cama, apenada por el destino de esa raza. Pero, ¿qué podía hacer yo?

Después de estar sentada un rato en mi cama, pensando todos los seres que morirán, en todo lo que sucederá si dejo que ataquen los humanos, he decidido algo. Iré a avisar a los monstruos del peligro que corren. Así podrán prepararse para la batalla.

Esta noche no he podido dormir bien. He tenido muchas pesadillas sobre ello; gente gritando, sangre en el suelo y muchas más cosas que no quiero contar. He preparado una mochila para estar prevenida; unas cuantas tiritas, una botella de agua, algo de comida y un saco de dormir. A las 6 de la mañana ya estaré andando hacia el monte Ebott, el cual no está muy lejos de mi pueblo. Andaré unos 20 minutos, más o menos.

Ya estoy andando. Le he dejado una nota a mis padres para que no se preocupen por mí. Me imagino que me intentarán buscar, pero yo ya no estaré en la superficie. Me encontraré en el subsuelo. De repente veo una cuesta muy empinada; es hora de empezar a subir. Cojo un palo que me sirve como bastón y escalo mientras silbo una canción para levantarme los ánimos. Estoy llena de DETERMINACIÓN.

  Al fin he llegado a la cima. Hay unas vistas preciosas desde ahí. El sol está empezando a salir. Estoy muy cansada de escalar, pero ha merecido la pena. Ahora debo encontrar la entrada al Underground. ¿Dónde estará?

Al fin he llegado a un especie de claro. Dejo la mochila en una piedra y cojo mi bocadillo de queso, pero antes de pegarle un mordisco me doy cuenta de que hay una depresión justo al lado mía. Me olvido del bocadillo y aparto los matojos que me dan en la cara, hasta que encuentro un agujero GIGANTE.

-¡Vaya!-el espectáculo es impresionante y me quedo mirando el agujero. Me pregunto que habrá al fondo de éste.

Me acerco un poco más para contemplarlo mejor. Es precioso. Pero de repente, siento un obstáculo enfrente mía. Bajo la vista y veo que es una raíz. Sin querer tropiezo con ella y caigo al agujero. Grito mientras me sumerjo en la oscuridad de éste.

Uf, ¿e-estoy viva? Me he despertado en un montón de flores moradas. A pesar de que me duele todo, me he levantado como he podido y he empezado a caminar. ¿Habré caído al subsuelo sin querer, o simplemente he ido a parar a un agujero? Entonces me acuerdo de que me he dejado la mochila en la piedra. ¡Porras!

  Las flores doradas me parecieron preciosas, así que decidí ponerme una en el pelo. La olí. Desprendía un aroma genial. Em, ¿cómo había llegado hasta ahí? ¿Qué hacía en un agujero? Me levanté como pude. Mmm, sólo recuerdo estar con mis padres desayunando y despertarme aquí. Qué raro. Me levanté como pude y andé durante un rato a tientas.

De repente, una adonis dorada emerge de la tierra. Doy un paso atrás asustada, ¡Esa flor tiene cara!

-Howdy! I'm Flowey! Flowey the flower!-me ha saludado ella.

Me he quedado helada por unos segundos al ver que podía hablar. ¡Desde cuando las flores hablan! Ah, cierto, estaba en el subsuelo. Cuando conseguí librarme del temblor de piernas que tenía, me atreví a dirigirle la palabra a la flor:

-Emm... ¿Sabes hablar español?-pregunté yo, aunque había entendido a la perfección lo que me había dicho.

-Claro que sí idiota. Es que ese es mi saludo.-me respondió Flowey.

-Ah.

-Bueno, ¿quieres que te ayude a sobrevivir en el subsuelo? Ese corazón que tienes ahí es tu alma. Puedes ganar LV para hacerte más fuerte. LV es una abreviatura de LOVE. Ahora, ¡yo compartiré un poco de LV contigo! ¡Coge estos pétalos amistosos para conseguirlo!

-Espera, ¿tengo que sobrevivir? Yo pensaba que los monstruos eran buena gente.-murmuré.

Intenté coger los pétalos, pero en vez de cogerlos, me pegaron en la barriga haciéndome daño.

-Agh...-dije, retorciéndome de dolor en el suelo.

-IDIOTA. EN ESTE MUNDO ES ASESINAR O SER ASESINADO.-a continuación Flowey se rió de manera diabólica y desapareció por un agujero que había en el suelo.

De repente, escuché una voz femenina que venía de una parte cercana de la cueva.

-¡Oh! ¡Una humana! ¿Estás bien querida? Ven, deja que te cure.-dijo la voz.

Una mano me ayudó a levantarme. Subí la vista y vi a una especie de cabra con una túnica morada y ojos violeta. Tenía una sonrisa reconfortante. En su vestido había unos grabados extraños. Me quedé mirándola, algo desconfiada. Ella puso su mano encima de mi cabeza y una luz verde me rodeo. Cuando desapareció ya no me dolía todo el cuerpo. ¿Qué me había hecho?

-Permíteme que me presente. Soy Toriel la guardiana de las Ruinas. ¿Cuál es tu nombre?

-...soy Beatrice. Encantada.-le respondí yo, algo alejada. Aún no la conocía bien.

-Ven, te llevaré a mi casa.-dijo mientras me tendía la mano.

-No.

-¿No? ¿Por qué?

-Mis padres dicen que no me vaya con extraños. Y tú eres una extraña.

-Has caído aquí por accidente, ¿verdad?

-No lo sé.

-¿Cómo que no lo sabes?

-No sé cómo caí. ¿Puedo salir de aquí?

-...Puedes venir a mi casa y allí me explicas todo. De paso, te enseñaré cómo funcionan las cosas por aquí.-se puso de rodillas para estar a mi altura, pues era muy alta.-Te prometo que no te haré nada, ¿está bien?

Me tendió la mano y sonrió. Yo le di mi mano, algo temblorosa. De todas formas, ¿qué otra opción tenía? ¿Esperar a Flowey para que me matase?

-...Está bien.-le respondí, intentando sonar lo más confiada posible.-Enséñame cómo irme, por favor.

Ella ignoró mi comentario y volvió a sonreír. Le dí la mano y Toriel me guió por un pasillo morado mientras me explicaba un montón de cosas sobre el subsuelo. Al fin había conseguido llegar al UnderGround.

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