6. La libertad puede ser ilusoria, muchas veces también desmedida.
La libertad puede ser ilusoria, muchas veces también desmedida.
El olor a hospital me hizo volver al mundo real de mis pesadillas con el ruso presente. Recordé lo que había sucedido fuera de la agencia y con dramatismo me senté sobre lo que sea en que estaba recostada con los ojos bien abiertos, solo que poco después, mi cuerpo volvió a caer sobre la suave textura. Las manos, las piernas, el torso... todo lo tenía paralizado.
¿Cuántos días había estado inconsciente? Estaba segura que por la sensación no eran 1 ni 2. También me pregunté enseguida si la agencia vendría por mí pronto, lo cual era absurdo, porque se suponía, yo no deseaba volver con ellos. Justifiqué mi amor por su compañía con la situación bastante confusa.
Con la mirada aún funcionando, me dediqué a observar mi alrededor, pero fue un error total, porque nada más eché la vista por un lado de mi, me encontré con la mirada purpurienta del hombre de mis pesadillas y eso ya no era un sueño.
Fyódor estaba sentado en el suelo junto al futón que yo ocupaba. Mantenía el brazo recargado en su pierna a la vez que su mejilla estaba pegada en su mano, por ese hecho, su cabeza estaba ladeada. Su mirada pegada a la mía denotaba aburrimiento entero y no sabía si sentirme ofendida por tal motivo, aunque claro, no estábamos para chistes.
Por tal susto, mi boca comenzó a emitir sonidos sin claridad alguna cuando quise hablar y comprendí porque mi cuerpo no se movía como yo deseaba y solo funcionaba mi vista y oído. Estaba drogada.
— No entres en pánico o será peor — me avisó tan tranquilo que quise gritar.
Como no sentía el cuerpo, en ese momento no me di cuenta que en mi brazo, tenía una aguja intravenosa que me estaba extrayendo el líquido rojo que hacía funcionar mi cuerpo. Además ignore el catéter no muy lejos de mí en la habitación.
Me quedé como piedra tras el aviso porque en parte tenía razón, era algo parecido a la parálisis del sueño y para ser exactos no era mi estado favorito.
— Pareces una muñeca de porcelana en ese estado — río un poco.
Sus palabras resonaban en mis oídos y me ví incapaz de verle.
— Es aburrido que no hables.
Por mí mente paso enseguida la cuestión de: ¿Es acaso mi culpa? Posiblemente hubiera preguntado si hubiera podido hacerlo.
El me había drogado y ahora se quejaba por aburrimiento.
Debía aceptar que lo estaba tomando con calma porque ya estaba acostumbrada a la suerte que tenía, pero haber sido secuestrada por un ruso psicópata estaba muy lejos de mis planes.
De pronto, observé que tenía entre unas pinzas mi brazo, tomó una jeringa de quién sabe dónde y sin esperar encajó la aguja. No sentí nada por el efecto de la droga, pero no tarde en dormirme nuevamente. Había sido muy piadoso en ese aspecto.
Cuando volví a despertar, estaba sola en la habitación que reconocí como la casa que había visitado antes, ya no tenía la intravenosa y mi habla y movimiento habían vuelto. Pensé que lo de antes había sido un sueño.
Me levanté y avance hacia la puerta corrediza balanceándome de un lado a otro porque me encontraba mareada. Nada más alcance la puerta, está se abrió, lo que me hizo perder totalmente el equilibrio. Fyódor había sido el responsable y cuando caí de frente se hizo aun lado. Él me ignoró. Mi nariz terminó estrellada en el piso de madera.
— Vuelve dentro de la habitación — ordenó sin dejar de avanzar. Llevaba un vaso de agua entre sus manos enguantadas.
Con la poca fuerza que tenía, me arrastre, pero no dentro, sino por todo el pasillo hasta llegar a la sala. En efecto, aquella era la casa que había visitado antes.
No era mentira que necesitaba escapar, lo que no necesitaba, era saber porque me había secuestrado.
Justo cuando mi mano tocó la puerta de entrada, sus pies descalzos me obstruyeron la vista. Ni siquiera levanté la mirada, solo la pegué en suelo junto con mi frente sabiendo que no iba a ser así de fácil escapar de sus garras.
— ¿Por qué me secuestró? — me atreví a preguntarle.
— No necesitas saberlo — me respondió sin tardar nada.
— Quiero volver con Dazai-san y la agencia... — susurré apretando mis puños sobre la madera. Fue algo espontáneo.
Atsushi me había contado lo que sucedió entre la organización de Fyódor: Las Ratas en la Casa de la Muerte, y la Agencia Armada de Detectives, en donde también había participado la Port Mafia. Por lo tanto, ya tenía conocimiento de que Dazai y el ruso se habían visto las caras antes. Pensé que había sido secuestrada por algún motivo parecido, pero nada estaba más alejado de la realidad.
— Era ese hombre o yo, estarías en peligro de igual manera — soltó sin cuidado.
— Pre-prefiero estar con él entonces — dije mientras me incorporaba sobre mis rodillas y le veía fijamente. Parecía estar pidiendo perdón en esa posición en la que estábamos. Además, esa imagen de él fue la que mis padres vieron al final de sus vidas.
— Te mataré si con eso puedes estar contenta... — dijo, pero de pronto colocó una mano frente a mí con su dedo señalador hacia arriba — pero no por ahora — entonces negó moviendolo de un lado hacia otro.
— ¿Que va a hacer conmigo? — pregunté retirando la mirada de su acción — Me atrajo hasta acá con un motivo al igual que Dazai-san, ahora se que no existe algo llamado "destino".
— He dicho que no necesitas saberlo. Vuelve a la habitación y entretente con lo que sea. Cuando llegue tu hora de morir, con gusto te avisaré.
Fyódor hablaba más de lo que imaginé. Lo mismo sucedió con Akutagawa en las cenas. Debido a su aspecto y ocupación, les colocaba etiquetas de "callados". Tenía que dejar de hacer eso.
Me levanté y quedé de pie frente a él mirando su pecho porque era el lugar a donde le llegaba. Observé su ropa blanca aún en la oscuridad del lugar.
Estaba secuestrada, si, pero no era como imaginaba que sería. El responsable de mi cautiverio me alimentaba y compraba lo que necesitaba al igual que Dazai hacía, pero había que tener cuidado, porque cuando me quedaba dormida, despertaba paralizada como el primer día y la intravenosa robándome sangre. Por más que pregunté, todavía no se me era informado porque me sacaba tanta sangre en períodos de tiempo bastante cortos. Si Fyódor no me asesinaba como lo hizo con mis padres, lo más seguro era que moriría por falta de sangre. Por alguna razón, a pesar de los mareos, nada más cambio en mi anatomía.
Pero por sobre todas las cosas, el señor Dostoyevski no era igual al castaño, aunque algunos aspectos similares si compartían, como por ejemplo: las sonrisas falsas que mantenia la mayoría del tiempo; la inteligencia, claro; esa mirada vacía; un tanto hablador... etc.
Fyódor era extraño, para comenzar, no entendía porque me tenía secuestrada y tampoco entendía porque cada vez que me drogaba, se quedaba conmigo en la habitación sin despegarme la mirada aburrida, que, aunque parecía aburrida, comprendí enseguida que no perdía el tiempo, sino que utilizaba esos momentos para pensar.
En cuanto a conversaciones, por mucho que él hablara, por desición propia me negué a responder cualquier cosa, situación que lo aburría como todo lo que hacía. Así que lo único que compartimos eran miradas.
— ¿Que haces? — escuché detrás de mí.
No quise voltear a verle, solo seguí en lo mío.
Estaba cansada de comer comida de la calle porque al parecer, teniendo una cocina bastante condicionada en la casa, él no tenía tiempo para hacer algo. Así que me di a la tarea de buscar comida en el refrigerador esa mañana, con la sorpresa de que estaba rebosante de productos bastante refinados.
No sabía cocinar perfecto, pero algo bueno tenía que tener después de todo.
— Si no le importa, ha-haré algo de comer — soné bastante nerviosa. Me había sorprendido bastante porque por lo general, Fyódor no salía de su habitación hasta las 12:00 pm y apenas eran las 9:00 am. Quería aprovechar, pero me había encontrado.
Apenas habían pasado dos semanas y ya le tenía calculado lo que hacía a ciertas horas, más si de algo estaba segura, el ruso no dormía jamás.
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