44. ¿Qué pediste de regalo para navidad?
¿Que pediste de regalo para navidad?
Los segundos, minutos, horas, días, semanas, meses... Todo volvió a transcurrir con normalidad después de aquel día.
Nos quedamos en esa casa los tres disfrutando del uno a otro la compañía, ya que después de todo, me era imposible salir a la calle por el consejo de Ayatsushi. Sospechaba que solo al poner un pie fuera de la casa, tendría que decirle adiós a todo lo que había conseguido durante ese tiempo.
Los días me la pasaba en la habitación de Fyódor mientras Gogol lo hacía en la mía, y todo lo que hacía era quedarme a su lado mientras estaba en silencio frente a su computador o simplemente en silencio sin hacer nada. Arrastraba el futón hasta él y me dormía cerca.
— Dostoyevsky-san, es hora de dormír...
Finalmente le decía a altas horas de la madrugada, y si no me hacía el más mínimo caso, demandaba su atención a base de abrazos y besos en las mejillas, hasta que finalmente cedía y se metía conmigo debajo de las mantas. Con el tiempo, aprendió a dormir y más de una vez cayó sin razón sobre mi regazo. De igual manera, aprendió a comer, aunque era como un niño, pues no le gustaban muchos de los ingredientes que Nikolai utilizaba y odiaba las verduras sin excepción.
— Ya es demasiado alto, pero no crea que por ello no las necesita — cuando se negaba, advertida aquello, pero jamás me hizo caso.
Otra de las cosas que se hizo costumbre, o más bien otro comportamiento, era que todos los días sin falta buscaba el momento preciso para tomarme el rostro, quitar todo el cabello que estorbaba y de esa manera admirarme por minutos enteros, hasta que repetía...
— Te amo, Ren...
Ya estaba acostumbrada a escucharle decir aquello, pero las primeras veces tuve que correr a esconderme por la vergüenza. Nunca le respondí, solo le sonreía con sinceridad y asentía para después abrazarle o besarle en los labios.
Sobre Nikolai, a pesar de sus celos fraternales, se la vivía siendo nuestra porrista personal, pues siempre estaba comentando barbaridades acerca de nuestra "relación", y sobre todo amenzaba siempre a Fyódor sobre el tema de hacerme daño de una u otra manera. Al igual que la situación de la casa anterior, iba y venía por periodos de tiempo irregulares para hacer el trabajo que le correspondía como el afiliado a la Decadencia que era, y cada que volvía traía consigo un regalo que realmente me ayudaba a matar el tiempo.
No era ciega, en realidad sabía que ninguno de ellos había dejado su trabajo atrás, Fyódor seguía siendo el líder de Las Ratas en la Casa de la Muerte y al igual que Gogol seguía afiliado a la Decadencia, pero no era algo que me convenía, de modo que jamás dije nada acerca de ello.
Me conforme con tenerlos para mí. Uno iba, y el otro se quedaba en casa trabajando mientras me consentía en varios aspectos.
— ¿Que le pasa al clima? — había levantado la persiana de la ventana de la sala para ver hacia fuera.
El año estaba acabando una vez más, la nieve caía afuera y yo ya tenía veinte años. Viví encerrada otro año, pero no me parecía de aquella manera tendiendo todo lo que necesitaba dentro de casa.
Gogol no se encontraba y Fyódor estaba en la habitación dormido ya que había atrapado un resfriado que ni siquiera le dejaba abrir los ojos. Eso pasaba frecuentemente por sus bajas defensas gracias a la anemia. Le había dejado cubierto hasta el cuello y dejado descansar a solas.
— Dos días para navidad... Es muy tarde ya para adornar la casa — me lamenté, ya que sin Nikolai por ahí mis manos estaban atadas si de esos asuntos hablábamos.
Por fortuna, un pequeño pino artificial sobre una mesita adornaba la sala con esferas y luces. Se sentía el espíritu navideño.
Un pequeño sonido en la ventana llamó mi atención cuando veía dicho adorno, entonces me volteé nuevamente a ver hacia afuera. Lo que encontré fue un pequeño felino con las patas sobre está. Me preocupé al instante, pues estaba lleno de nieve hasta las orejas y temblaba con los ojos llorosos.
— No puedo... — susurré contra la ventana impotente, entonces escuché un pequeño maullido a través de esta.
Ni a Fyódor ni al rubio, les gustaban los gatos. Les había escuchado decir antes que preferían un pez antes que a dichos mininos astutos y egoístas.
El mínimo era muy pequeño, totalmente blanco, de un ojo azul y otro verde; y terminó en el tatami de la casa hecho bolita cuando le metí por la ventana con sigilo.
— Se quedará hasta que la tormenta de nieve cese — me dije tranquila, después de todo no iba a quedarse.
— Ren — escuché que el ruso me llamaba, y cuando levanté la mirada lo encontré recargado en la pared al principio del pasillo.
Me acerqué enseguida.
— No debe levantarse — dije cuando estuve frente a él — Hace mucho frío, vuelva a acostarse — le ordené con normalidad, aunque luego recordé al minino dentro de la casa.
Definitivamente me haría hecharlo si se daba cuenta.
— Pero si no estás en la habitación no puedo descansar — admitió tal como un niño.
— Dostoyevsky-san, por favor, ya es bastante mayor para... — me interrumpió un maullido acompañado después de unos ronroneos.
Cuando mire mis pies, encontré al minino restregandose entre mis piernas y en las suyas.
— ¿Eso es... un gato? — preguntó y no le tomó mucho agacharse a recogerlo.
— Q-Que cosas, ¿no? ¿De dónde habrá salido? — me hice la desentendida muy estúpidamente, pero cuando le ví tomarlo de la parte de atrás del cuello, se lo arrebaté cuando esté maulló de dolor.
— No me gustan los gatos — por fin dijo.
— Lo sé, lo sé — contesté — Solo se quedará hasta que la tormenta pase, es muy pequeño y no podía dejarlo afuera — le expliqué, pero no pareció muy convencido.
— El pronóstico dice que tardará al menos dos días en dejar de arreciar y no tendré a un gato dos días dentro de la casa — aunque no estaba molesto, supe que hablaba en serio.
¿Por qué odiaba a los gatos?
— Ah, por favor, Dostoyevsky-san, morirá allá fuera de hipotermia... — continúe, pero su semblante me decía que no iba a cambiar de opinión — por favor... — insistí.
Se quedó callado, y cuando le ví desviar la mirada, supe que había ganado. El poder del "por favor" y ojitos llorones era inesperadamente muy efectivo contra Fyódor, ya lo sabía de antemano. Quién iba a decirlo, tenía muchas debilidades pues era un ser humano como yo.
— No lo dejes entrar a la habitación — sentenció de repente, dió la media vuelta y se metió nuevamente al cuarto.
Supuse que vacilar frente a mi de esa manera le avergonzaba, por lo que dejé al gatito en el tatami otra vez y avance hasta la habitación.
— Gracias — pronuncié feliz al verlo metido entre las sábanas. Me estaba dando la espalda por la posición en la que estaba.
— No me des nada, se irá en cuanto pueda — comentó.
— Lo amo demasiado, ya lo sabía, ¿no? — pronuncié mientras mis mejillas se sonrojaban aún más ya que por el frío siempre estaban así.
— No intentes recompensarme — con tono tranquilo advirtió sacando una pequeña risa de mis labios.
Amaba poder hablar con él de esa manera tan natural, como si fueramos diferentes a aquellas personas de antes que solo se veían a los ojos con odio por no poder aceptar los sentimientos que nacieron sin pedirlos en medio del caos.
Me acerqué y coloqué mis rodillas encima de futón, entonces me incliné hasta verle la cara. Mantenía los ojos cerrados a pesar de haber sentido mi brazo recargado en el suyo.
— Hoy no lo dijo — comenté haciendo referencia a lo que había dicho antes, eso de las caricias en el rostro y después...
— Te amo, Ren — simple pronunció sin abrir sus bellos ojos haciéndome sonreír enseguida.
— Descanse, Fyódor — me acerqué a plantar un beso largo en su mejilla y pasé mi mano por su lacio cabello hasta dejarle un mechón detrás de la oreja para que no le estorbara.
Salí de la habitación y me dediqué a observar la ventana nuevamente en compañía del felino, fue hasta que la noche cayó que fui directo a la cocina para hacer la cena... cena que el ruso no quiso ni probar por su malestar, por lo que comí nuevamente en compañía del minino, que afortunadamente podía comer lo que sea a pesar de ser tan pequeño.
Entonces como todas las noches, me recosté ahora junto a un Fyódor dormido y me acurruqué junto a su cuerpo teniendo cuidado para no despertarle, pero entonces no mucho después, maullidos descontrolados se escucharon en la sala, por lo que tuve que salir a verificar porque tanto escándalo. Por último, cuando me di cuenta que la razón era porque al felino no le gustaba estar solo, terminé llevándolo a la habitación y escondí debajo de las mantas para que no despertara al ruso, quién poco después me abrazo por la espalda como a un muñeco de peluche gigante.
— Ahora si tendrás que recompensarme — pronunció adormilado en la obscuridad.
Era claro que se iba a dar cuenta.
☃️
Miren esta foto en donde Gogol está mamadisímo... ✔️
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