40. Las desgracias se repiten hasta que se olvida que está mal en ellas.
Las desgracias se repiten hasta que se olvida que está mal en ellas.
Impuse mis condiciones por primera vez en la partida del juego esperando a que se cumplieran, de lo contrario, tomaría la mano de Agatha sin ver atrás. Estaba decidido.
- ¿Me perdí de algo? - la rubia pregunto a Joana, pero esta no contesto al seguir concentrada - No me digas que te has enamorado del demonio, Ren, sería lo más absurdo que he escuchado en toda mi vida - volvió a reír con elegancia cubriendo su boca, entonces miré a Fyódor, había abierto los ojos y miraba con odio palpable a la mujer.
- Estoy esperando - pronuncié ignorando a la extranjera, lo que la hizo molestar aún más.
- Por lo que más quieras, Ren-kun, no aceptes su mano...
- ¡Sigo esperando! - interrumpí las súplicas del de cabellos largos y bonitos - ¡Estoy esperando escuchar de esa boca que no he muerto! ¡Que sigo viva para usted! - todos esos gritos eran para el ruso que ahora me miraba molesto.
Las voces seguían en mi cabeza, la mía era la que más taladraba con fuerza provocando algo más que dolor físico.
- ¿¡Que intentas hacer, estúpida niña!?
Me desconecte por unos segundos del mundo real al seguir escuchando como me insultaba a mi misma repetidas veces, hasta que comprendí que esa no era yo, sino más bien una farsante con una máscara de mi rostro.
¿Que intentaba hacer? Pues lo que yo deseaba. ¿Estaba cansada de sufrir? Si, pero estaba acostumbrada a ser lastimada por los que más quería desde temprana edad, por lo que me era normal a esas alturas. ¿Quería salvar al mundo de su miseria? Para nada, no era un Dios y no estaba en mis manos decidir el futuro de los pecadores. ¿Quería salir de esa zanja? No, quería volver a caer en ella por voluntad.
- No has muerto para mí.
Solo al escuchar aquello, mi mente se despejó completamente, y al instante, Joana se desvaneció sin conocimiento directo al suelo del parque.
- No puedes tomar otra mano si la tuya ya está entrelazada con la mía...
- ¿Como? - Agatha lo interrumpió riendo a gana suelta - Esto es un verdadero espectáculo. Primero ella se enamora de tí y luego tú te enamoras de ella. ¿Que es esto? ¿Una novela de romance y tragedia? - la extranjera parecía no haber predecido ese final. Nadie podía haberlo hecho con la reputación de la rata de por medio.
Nadie creía que Fyódor pudiera alguna día sentir amor por alguien ajeno si ni siquiera se amaba a si mismo.
- ¿Está jugando conmigo? - bajé la mirada al preguntar un tanto anonadada por como se estaban dando las cosas.
Ni siquiera sabía que quería, había dicho lo que que había pedido y no me conformaba con ello. Había sido condescendiente por primera vez.
- No, ahora, ven aquí - extendió los brazos para mí.
Me quedé de pie incrédula por lo que me había ordenado; poco después, dandole una corta mirada a Agatha, corrí a ellos sin pensarlo un segundo más y me atrapó cubriéndome al instante con su capa café.
Parecía todo digno de un sueño de esos que había tenido todas las noches sin falta desde que nos separamos, sin embargo, no lo era, todo en realidad sucedió. Su calidez por fin se volvió algo que ya no imaginé, se volvió real.
- Es sin duda algo digno de ver, Dostoyevsky - comentó la rubia, ya no estaba molesta ni se burlaba - Parece que está vez he perdido.
Escondida entre los brazos del ruso, no ví cuando Joana se levantó del suelo y de su bolsillo trasero sacó una pistola antigua, que empuño con facilidad después de limpiarse la sangre de la naríz.
- Es usted una mala perdedora - escuché como el ruso está vez se burlaba de ella.
- Ah, no no, no lo mal interpretes - canturreó amable - Aceptó la derrota como la dama que soy, no obstante, aunque no pueda asesinarlos, el té no sabe bueno con testigos de más...
La interrumpió el sonido del arma disparando.
Me asusté en demasía, pensé que le había disparado a Sigma, a Fyódor, incluso a mi, por eso por un momento me negué a salir de mi escondite, aunque al ver que ninguno de nosotros había recibido la bala, me asomé con dificultad por la posición. Todos seguían en sus lugares, pero la mirada aterrorizada de Sigma en un lugar no muy lejos de nosotros, me hizo darme cuenta de quién había sido el afortunado ganador de un tiro muerto.
Una falda colorida, una zapatilla plateada...
- No es cierto... - me deshice del agarre y caminé vacilando hasta el cuerpo inerte - ¿Izu-Izumi? - ni siquiera pude llorar.
La joven de mirada amigable me había seguido hasta ese lugar con la sospecha de que algo malo sucedería. Se había escondido detrás de una maceta y había escuchado toda la historia. Entonces, terminó con una bala entre las cejas y el semblante asustado.
Mis rodillas tocaron el suelo y mi mirada se perdió en el horizonte incapaz de creer que mi desgracia había alcanzado a otro inocente.
Vi que Fyódor se acercó hasta mi, y así, me voltee a verle de rodillas. Aunque está vez en lugar de verme con desdén, se agachó hasta mi altura y limpio la primera lágrima que escapó de mi ojo derecho.
Agatha se había ido, no supe cómo lo hizo, solo se evaporó como el agua hirviendo. Nos quedamos en ese lugar Fyódor, Sigma, Izumi y yo.
- La alcanzó mi desgracia, Dostoyevski-san - comenté al final.
A pesar de no querer separarme del cuerpo de mi amiga, tuve que hacerlo por mi propio bien dejándola a manos Sigma, quien llamaba a alguien con cierto desespero por teléfono. Luego, conducida por el ruso, terminamos en esa casa normal del barrio normal en donde Goncharov había sido asesinado. No encendimos luces, solo caminamos hasta la habitación de Fyódor, tendimos el futón y nos echamos a dormir abrazados, entonces comencé a llorar hasta quedarme dormida en su pecho.
Si tan solo hubiera sido más precavida, Izumi hubiera asistido al día siguiente al trabajo en el café del centro que había conseguido tras graduarse, pero mis manos ya no la alcanzaron.
Cuando desperté, mis mejillas se habían secado y estaba sola en la habitación. Caí en cuenta hasta ese momento, que Fyódor había vuelto y que había dormido entre sus brazos por la noche.
- ¿Algo más? - pregunté hacia el techo de madera antes de levantarme.
Salí de la habitación en calcetines, hice una parada en el baño y después fui directo a la cocina, pero me tuve que quedar de pie justo en la puerta al percatarme de la escena.
De espaldas a mi, justo en el lugar donde desayuné, comí y cené incontables veces a la edad de diecisiete años, la presencia del ruso me daba la espalda mientras se llevaba a la boca una cucharada de cereal.
¡Estaba comiendo como una persona normal! Era una escena que no esperaba y por lo tanto me tomó desprevenida. Me quedé en el umbral del puerta con la mirada en cada acción que hacía, aunque poco se veía por lo mencionado de que me daba la espalda. Sin duda, no debí preguntar hacia el cielo si había algo más para mí.
Actuando con normalidad, me adentré a la cocina, fui hasta la alacena y de ahí saque un plato hondo, tomé una cuchara, me acerqué a tomar la caja de cereal amarilla frente al ruso; dejé caer con cuidado el cereal sobre mi plato y tomé la leche para hacer lo mismo. Todo esto, con la extraña mirada curiosa de Fyódor sobre mi. Lo deje pasar hasta que me senté por un lado de él en la barra y me quedé mirando la cocina ya muy reconocida por mi persona. De repente me ví a mi misma en el pasado con la mirada perdida observando esa misma panorámica que tenía en ese momento. Fue triste.
- ¿Donde se había metido? - pregunté probando el cereal y ciertamente esperando una respuesta sincera.
- San Petersburgo - conseguí lo que esperaba. Una respuesta.
Seguí comiendo armandome de valor para mis siguientes cuestiones, pero es que el solo verle de reojo, me hizo acordar de su abrazo por la noche, de como habíamos dormido entrelazados cuidando uno del otro del frío de las calles y la vida. Como siempre, me avergoncé enseguida.
- ¿Por qué volvió? - pregunté por fin, pero no recibí respuesta por los siguientes minutos - ¿Cómo supo que Agatha-san quería llevarme con ella? - volví a cuestionar inconformista.
- Fue Sigma el que descubrió los planes de esa mujer y llamó para pedir mi ayuda. Sabía que si estaba presente, no pensarías un segundo en declinar la generosa oferta que te ofrecía - confesó.
Me quedé en silencio después, dejé la cuchara en el plato haciendo conjeturas con sus palabras. ¿Era todo parte de su plan para que la extranjera no sé hiciera con mi habilidad? En parte lo era.
- ¿Por qué acepté? Te preguntarás - fue el quién dió vida a esa conversación - Quería verte...
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