39. Mis condiciones son algo de lo que debes cuidarte.

Mis condiciones son algo de lo que debes cuidarte.

Entonces, el sábado, salí por la tarde en compañía de Izumi. Vimos una película de romance de las que a ella tanto le encantaban, fuimos a comer después de la función a un restaurante de sushi, y terminamos con la barriga llena de palomitas y pescado crudo en una de las bancas del centro

— Cuando me llamaste el ayer para salir, pensé que estábas jugándome una broma — río tras comentar. Izumi se escuchaba feliz y me gustaba.

— No lo haría, no me salen ese tipo de cosas — confesé apenada observando como las personas caminaban sin tomarnos en cuenta.

Deseé ser otra persona. Deseé caminar como ellos sin preocupaciones acerca de mi próxima parada.

— Estoy contenta de que me hayas invitado a salir, Ren-chan. Pensé que no viviría para verlo — volvió a reír cuando vio la mueca de víctima ofendida que hice al instante.

Nos recargamos al mismo tiempo totalmente en la banca y suspiramos al levantar la cabeza.

Por más que lo intenté, no pude deshacerme de esa aura de despedida que me abordó la noche de la llamada. Dazai, Chuuya, Atsushi, e incluso esa misma tarde, Izumi, logró ver a través de mi, por ello, esa conversación tan deprimente se daba lugar.

— Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿verdad? — preguntó de repente.

No me quedo más que levantarme de un salto y poner una sonrisa falsa en mi rostro. Le tomé la mano con la confianza desmedida que incontables veces tuvimos entre las dos.

— ¡Si! — contesté energética. Me sentí como Dazai fingiendo que todo estaba bien — ¡Vamos, aún sobra tiempo para ir al arcade! — le jalé al mismo tiempo en que ella reía.

La llevé de la mano al último lugar que visitariamos juntas y nos divertimos como jamás lo habíamos hecho.

Cuando el reloj marco las ocho, me despedí de Izumi y tomé un taxi, al que andando, le di la dirección a la que iba después de haberle dado una falsa frente a la castaña para no levantar sospechas. A las ocho y media, llegué al Yamashita Park y me refugie en un lugar alejado de las pocas personas que andaban dando un paseo nocturno. Mi pie comenzó a moverse con desesperación al ver como los segundos se hacían minutos y estos se evaporaban junto con los individuos dejándome prácticamente sola en el parque.

— Que jovencita tan puntual, me agradas — escuché el comentario detrás de mí. No lo ví venir, así que me puse mas nerviosa de lo que ya estaba. 

Frente a mí, dos mujeres habían aparecido de la nada. Una llevaba el cabello gris, era morena y portaba un traje de sastre digno de una secretaría. Ella era Joana Russ, la persona que me había llamado. La otra, era rubia, ojo azul; unas elegantes ropas en tonos rojos y blancos le hacían ver más esbelta y alta sobre todo por los tacones. Agatha Christie era su nombre, y lo que más llamo mi atención fue que llevaba la sombrilla abierta en plena noche de luna llena.

— Ishinomori-san, Agatha-sama tiene asuntos pendientes que hablar y por su puesto, negociar con su persona, por lo que le agradecería que fuera sincera con sus palabras, y no haga perder el tiempo a mi ama que ya se ha tomado la molestia de tomar un vuelo hasta aquí solo para verle.

Joana fue respetuosa con el aviso, pero también fue grosera en cierto sentido, por lo que no tarde en tomar un semblante indignante ante sus orbes presumidos. No pude evitarlo, Chuuya me había enseñado a ser de esa manera.

— Bueno, bueno... — tarareó la mujer rubia — Tampoco quiero hacerte perder el tiempo, Ishinomori-kun, no después de citarte en este lugar a esta hora sabiendo lo peligroso que es Japón — a diferencia de su secretaria, Agatha se portó muy amable.

— ¿Quiere decirme entonces para que me necesita? — pregunté directa y sin ningún toque de suavidad.

Internamente, solo deseaba salir de esa situación, porque a pesar de mi pregunta sabía perfectamente bien para que la mujer británica había pedido mi presencia.

— Es sobre tu habilidad, realmente me interesa en demasía — al igual que yo, directa informó y me miró con algún tipo de sentimiento avaricioso.

Allí estaba, una organización más a la lista. Ahora eran cinco y yo aún no sabía que habiidad era esa que todos necesitaban. Como Fyódor se había ido y Dazai no había movido mano, no me moleste en cuestionar más acerca de ello. Me sentí muy tonta en ese momento, después de un año no tenía ninguna respuesta siendo libre. Era para llorar.

— Lo lamento, no tengo algo parecido a una habilidad, ya antes alguien también se ha equivocado de persona — informe está vez yo guardando la calma.

— Dostoyevsky Fyódor, quizá — río con elegancia tras burlarse del ruso. Asentí desconfiada — Es una lastima lo de él, en verdad lo es. Me encuentro demasiado triste de solo pensar en ti en las manos de todos esos hombres, cariño, nadie ha sabido cómo tratarte y yo me encargaré de darte los cuidados que requieres.

Aunque sabía que no debía hacerlo, quise seguir escuchando sus palabras.

— Ven conmigo, a Inglaterra, solo tú y yo podemos darle un excelente uso a esa habilidad sin estrenar con la que naciste. ¿A cuántas personas que crees que podrás salvar de su miseria? Te contesto: a millones y solo tu puedes hacerlo.

— No puedo... No está en mis manos ni siquiera mi vida — solté con espontaneidad

La cabeza comenzaba a dolerme, pues de alguna manera sus palabras se quedaban en mis oídos y taladraban mi cerebro. Mire a su secretaria, está se había quedado en silencio detrás de ella.

— Nadie más volverá a correr con tu misma suerte. Ningun demonio se atreverá a intentar corromper a otro más. Solo piénsalo, ¿en realidad quieres que esos pecadores sientan lo que tú en las garras de ese hombre?

Me cubrí la cara y me quejé en alto por el dolor. Sabía que eso no era normal, alguien estaba jugando con mi percepción, era todo producto de su habilidad manipuladora, de Joana, pero no lo supe en ese momento.

— Basta, por favor... — las lágrimas me dejaron la vista borrosa cuando la levanté suplicando que se detuviera.

— Entiendelo, por favor, dame la mano y todo lo que ahora es obscuro en tu vida, se volverá de una vivo color amarillo — ví como extendió la mano — Aceptame, Ren.

De pronto, miles de voces comenzaron a reproducirse dentro de mi cabeza. Algunos gritaban, otros lloraban, sollozaban, y entonces me escuché con claridad.

¡Aceptala, acepta su mano... ya estoy cansada de sufrir!

Todo sucedió con una rapidez increíble.

Extendí mi mano con miedo sin darme cuenta. Agatha me sonreía con amabilidad que creí era mi salvación. Estuve a punto de tomar su mano...

— ¡No lo hagas, Ren-kun, te están controlando! ¡Esa mujer tiene la habilidad de manipular a las personas que más han sufrido en sus vidas! ¡Es una trampa!

Alejé mi mano como si aquello hubiera sido una switch, y al mismo tiempo retrocedí unos pasos viendo el semblante molesto que la rubia había adoptado por la intromisión.

— ¿Sigma-san? — di la media vuelta en mi lugar pronunciando su nombre. Estaba a pasos de nosotras y no estaba solo.

— Eres débil, sladkiy, otra vez intentan arrebatarte la libertad — de brazos cruzados y con la mirada escondida, el ruso del ushanka había comentado.

Allí estaba una vez más el líder de Las Ratas en la Casa de la Muerte: Dostoyevsky Fyódor. Había transcurrido un año, pero no se le veía nada diferente.

— Que terrible visita — Agatha comentó, pero no le ví pues aún observaba al ruso con los ojos brillosos.

— Lo lamento, señorita, pero Ren-kun no puede abandonar Japón y menos con usted — Sigma verdaderamente se disculpó con ella.

— No es su desición — le contestó de regreso — Es la de ella y se que va a venir conmigo porque sabe que tengo razón.

Nadie en ese lugar tenía razón de nada. Todos estábamos dementes por probar algún sentimiento que siempre se nos negó.

— Ren-kun... — el de cabellos largos y bonitos me llamó — Tal vez Agatha-sama tenga razón, pero nada será como manifestó, el mundo no dejará de sufrir aunque te sacrifiques por el, lo sabes perfectamente — me lo decía de aquella manera, porque aún estaba bajo los efectos de la habilidad de Joana.

Si, lo sabía perfectamente, tanto, que dediqué mi libertar a aprender a amarlo sin condición. Lo mismo había sucedido con Fyódor.

— Me quedaré, Sigma-san, me quedaré... — declaré en voz baja para luego subirla — ¡Pero quiero que Fyódor me lo pida! ¡Por algo está aquí, por algo vino hasta aquí!

Impuse mis condiciones por primera vez...

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