38. Es inevitable, que las personas no cambien al ver a otras sonreír.

Es inevitable, que las personas no cambien al ver a otras sonreír.

— Chuuya-san, ¿como sabe que está enamorado de alguien? — pregunté imprudente llamando su entera atención.

Tardó en contestarme, pero al final, terminé agradeciendo sus palabras.

— Nunca lo sabes, Ren, tú solo deseas proteger a esa persona, verla lo más que se pueda, querer tocarla, querer hacerla reír... No importa de quién se trate, solo necesitas perder el orgullo... el control sobre ti mismo y darle todo lo que tienes aunque te quedes vacío por dentro — río bajito tras responder y colocó nuevamente su sombrero sobre su cabeza cubriendo un poco sus ojos. Se sonrojó al saber lo que decía.

— El amor suena doloroso entonces — le hice reír aún más.

— Pero es el sentimiento más hermoso que existe en este mundo de locos. Muchos lo desean, otros no, pero al final todos caen cuando encuentran a esa persona especial. No existen excepciones.

Fyódor vino a mí mente, pues el tampoco había sido una excepción en esta historia.

Muchas personas caminan en la noche, algunos se ven felices y otros solitarios. Lo odias, lo amas, tienes que decidirlo o no serás diferente de un tonto.

— No... — resignada, sonreí solo para mi mientras me veía — No existen excepciones — afirmé.

Me quedé con Dazai y la agencia a pesar de las protestas del pequeño mafioso.

— ¡Entré a esta maldita oficina con con la intención de llevarme a Ren conmigo, así que ni creas que me iré con las manos vacías, bastardo suicida! — Chuuya le gritó al castaño.

— Ya no hay nada en juego y tengo la capacidad para cuidarla adecuadamente — argumentaba Dazai.

— ¿¡Adecuado te parece llevarla a comer todos los días a la calle!?

¿Una vez más me había convertido en una niña?

— ¡Solo fueron unas cuantas veces, ya supéralo! — Dazai mintió, porque era obvio que no fueron solo unas cuantas veces.

— ¡No lo haré!

Parecían una pareja de recién casados discutiendo la manera de cuidar de su única hija. Dazai era el papá irresponsable que le daba papas fritas al bebé recién nacido, y Chuuya la mamá primeriza que sobreprotegía a su nene de cualquier amenaza incluyendo al padre. Yo era ese retoño, por si no se habían dado cuenta.

Al final, terminé pidiendo al pelinaranja que me dejara con la agencia en mi turno de argumentación.

— Me gustaría estar contigo, pero sucederá lo mismo que la última vez, seré una carga y no te dejare vivir como lo haces normalmente, en cambio Dazai-san no cambiará de vida. Te visitaré, lo prometo, cuando tengas el tiempo para ello, estaré ahí.

Me miró con intensidad y con un semblante obstinado, hasta que por fin lo relajó y entonces soltó:

— Bien, si eso es lo que quieres, tengo que aceptarlo, sin embargo, no dudes en acudir a mi si Dazai vuelve a meterte en problemas. ¿Entendido?

— Entendido.

Me regaló un fuerte abrazo antes de irse.

Mi vida se tornó normal con Fyódor fuera de esta, en el transcurso de un año, me uni a la sociedad a duros pasos lentos.l y dolorosos.

Viví con Dazai en ese apartamento nuevamente y volví a la escuela a terminar mi último año, con una increíble recomendación de un empleado de gobierno que nunca pude conocer, pero según el castaño, era uno de sus viejos amigos de nombre Sakaguchi Ango. Me acoplé bastante bien a la escuela a pesar de haber perdido un año y conseguí lo que podría llamarse una amiga llamada Izumi, era pequeñita como yo y adorable como nunca podría serlo, desde que comenzó a hablarme, intenté alejarla con toda la antipatía que tenía, pero con el tiempo se volvió alguien importante en mi vida.

Corría a la agencia después de la escuela, conversaba abiertamente con Atsushi y los demás entrometiéndome de vez en cuando en su trabajo; me gradué al cumplir los diecinueve y asistí obligaba por Dazai, Chuuya e Izumi a la ceremonia, baile y cena del colegio en un hermoso vestido que el mafioso se encargó de escoger.

Fui aparentemente felíz a los ojos que me veían por la ventana... a los ojos de todos los que me rodeaban.

No obstante, el período de tiempo expiró antes de que siquiera lo notara. Olvidé que el universo tenía alguna especie de obsesión conmigo y mi infelicidad, aunque debo decir que fue agradable mientras duró esa pequeña amnesia, porque pude vivir, pude amar, y sobre todo pude conocer el mundo observando a las demás personas que lo compartían conmigo, se volvió alguna clase de pasatiempo admirar los sentimientos efímeros y algunos otros eternos que los individuos portabamos de forma nata.

— No entienden nada...

Yo era la única que no entendía.

— ¡Llegué! — avisé nada más entré al apartamento a las siete de la tarde. Me quite los zapatos y corrí a buscar al detective cuando no me contestó — ¿Donde está Dazai-san? — pregunté quedándome de pie en la salita y luego caminé adentrandome en el lugar.

Miré la mesa que utilizabamos para comer, en ella, estaba la cena cubierta por papel celofán.

— Estaba bañándome.

Salté en mi lugar cuando lo escuché detrás de mí. Di la media vuelta en mi lugar para verle en pijama y con una toalla en la cabeza.

— Ya me di cuenta — levanté los hombros y me apresuré a lavar mis manos — Se ve muy buena la cena, ¿tu la hiciste?

— ¿Dudas acaso? — no respondí, solo solté una risita — Bien, la pedí a domicilio está vez, no le digas a Chuuya, por favor.

Nos sentamos a la mesa y disfrutamos la cena como cada noche: hablando, riendo, y discutiendo un tema que había salido a la luz junto con mi graduación de la escuela preparatoria.

¿Iría a la universidad? Quería, pero no lo haría ese año por más que Nakahara lo hubiera dicho. Trabajaría, ahorraría y entraría el año que viniese con la beca del setenta y cinco por ciento que había ganando en un concurso internacional de matemáticas. Por ningún motivo estaba dispuesta a dejar que el detective y el mafioso siguieran pagando mis estudios, no, yo deseaba sobresalir por mi cuenta, de esa manera intentaba dejárselos en claro a esos dos.

Una vez terminamos la cena, cuando cada quien perdió el suficiente tiempo en nada, nos encontramos en los futones de la habitación intentado dormír, y por algún motivo, al ver la espalda llena de vendas del castaño, recordé como nos habíamos conocido, y por ende, todo lo que había sucedido, a todos los que llegue a conocer gracias a eso. Todo de pronto se tornó muy sentimental.

Recordé los ojos púrpuras y sonrisa de Fyódor.

De pronto, escuché el teléfono de la sala sonar.

— Oye, Dazai-san, deben ser de la agencia — llamé al suicida, pero solo se removió entre las sábanas.

Renegando, me levanté antes de que colgarán. Podrían estos necesitar su ayuda como antes la habían solicitado incluso más tarde, no había tiempo para descansar con un trabajo de aquellos.

— ¿Bueno? — contesté con torpeza, pues no me molesté en encender la luz.

— Ishinomori Ren-san — me llamaron del otro lado de la línea. Era la voz de mujer que no me dejó contestar — Mi nombre es Joana Russ, trabajo para la organización británica La Orden de la Torre del Reloj, mi trabajo es atender y ser secretaria de Christie Agatha-sama, quien se tomará la molestia de viajar a Japón para encontrarse con usted en el Yamashita Park de la cuidad de Yokohama, el sábado a las nueve de la noche en punto, no la haga esperar por favor...

— Espere, espere... — interrumpí confundida por tanta información innecesaria, pero ella comenzó a hablar otra vez.

— Por favor — pidió con cierto énfasis nuevamente — De lo contrario, acepté entonces perder a cada miembro de la Agencia Armada de Detectives — me atraganté con mi propia saliva cuando quise volver a hablar — Sería todo, tenga una buena noche, señorita.

El pitido del cuelgue resonó en mis oídos y me costó aceptar que había sucedido.

— ¿Son los de la agencia? — Dazai salió de la habitación revolviendose él cabello.

— Nú-número equivocado — mentí.

La sensación del miedo muy bien conocida, me abordó después de todo ese tiempo. Quise estar tres metros bajo tierra.

— Hay que volver a dormir entonces, tenemos trabajo mañana a primera hora, no queremos que Kunikida-kun nos pegue — dijo creyéndome y avanzando a la habitación.

Le seguí sin poder hacer nada más. No me sonaba de nada el nombre de Agatha Christie, pero ella sabía exactamente dónde pegarme para doblarme en segundos, así que me dije que no debía subestimarla, no después de lo que me había sucedido con el ruso.

Obedecí sin rechistar con la imagen de cada empleado de la agencia sonriendo. Nadie debía quitar esas sonrisas de sus rostros y no lo harían mientras yo pudiera protegerlos.

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