36. Morir no es tan malo como lo pintan, solo tienes que...
Morir no es tan malo como lo pintan, solo tienes que hacerlo con una sonrisa y ya esta.
La fecha en que todo se puso de cabeza por fin se marcaba en el calendario de la cocina.
Veintisiete de enero, para ser exactos.
Los experimentos habían cesado, por lo que la interacción con Fyódor era casi nula; Gogol se había marchado y no había vuelto desde el día en que corto mi cabello, por lo que debido a ello, me sumí en una soledad insoportable entre las cuatro paredes de mi habitación.
Había cortado mis venas y hecho daño en diferentes partes de mi cuerpo, de manera que no tenía mucha diferencia a cuando tenía quince y una vida "normal", la sopresa fue que, como había sucedido con el hematoma gigante de la patada a la silla, las heridas cerraban frente a mi mirar incrédulo.
Pensé que me estaba volviendo loca, aunque ya lo estaba, claro que sí, pero aquello realmente sucedía.
No busqué al causante de ello porque no obtendría respuestas, bien lo sabía y sería una perdida de tiempo aunque de este tuviera para regalar. Así que experimentando con mi cuerpo, la regeneración en partes específicas, o sea en las que me lastimaba con más frecuencia, se hizo casi instantánea.
Gogol podría darme respuestas, era en todo lo que pensaba y por ende necesitaba su presencia más que nunca en esa casa vacía, sin embargo, él no volvió.
Y así, mis opciones se redujeron a la tarjeta de presentación que aún conservaba del personaje de cabellos largos de nombre Sigma. Marqué el número sin siquiera pensarlo un poco cuando tomé el teléfono de casa entre mis manos de una manera desesperada, lo hice, porque si a Fyódor se le ocurría salir en ese momento de su habitación, tendría como escapar con la llamada en curso, afortunadamente el teléfono no tenía cables de red ni de corriente.
— Soy Sigma... ¿puedo ayudarle en algo? — contestó desconfiado, supuse que nadie le llamaba directo a su celular.
— Habla Ishinomori Ren, necesito su ayuda, Sigma-san — no sé me escucho desesperada, simplemente fue como hablar con un conocido.
— ¿¡Ishinomori-san!? — le escuché muy sorprendido pues había pensando que jamás llamaría — ¿Que sucede? ¿Que necesitas? — se tranquilizó y preguntó.
— Hace tiempo que estoy literalmente sola en la casa, Gogol-san se marchó y Dostoyevsky-san no se molesta en seguir con los experimentos...
Guarde silencio al percatarme de que estaba siendo una soplóna con literalmente, la organización que me tenía entre sus garras, acerca de dos de sus miembros. Fyódor no me importaba, pero temía meter en problemas a Nikolai.
— ... ah, sabe que, no importa, voy a col...
— ¡No, no cuelgues, por favor! — interrumpió mis palabras — Se que estoy de parte de los malos, Ren, pero quiero ayudarte. Escucha esto, Nikolai-san me lo contó todo antes de que nos viéramos en ese café con Fyódor, se exactamente lo que sucede entre tú y ese hombre — confesó para que no terminara la llamada.
— De igual manera, no puede hacer nada aunque conozca el truco, siento haber llamado — dije, e ignorando sus llamados, di fin a esa conversación con mi dedo en el botón rojo.
Me quedé por lo menos dos minutos de pie frente a el teléfono, fue hasta que escuche unos pasos andar por el pasillo horizontal al mío, Fyódor no tardó en aparecer en mi campo de visión, pero no venía exactamente sobre mi.
Caminaba muy lento y a tropezones porque estaba tambaleando, llevaba una de sus manos cubriendo su frente y parte de sus ojos. Iba preparado para salir con él ushanka, la capa y sus botas rojas.
Cuando menos me di cuenta, me había pasado de largo. Me había ignorado casi como si no hubiera estado justo ahí de pie.
— Acabo de llamar a Sigma-san, le he pedido ayuda — mentí en parte para llamar su atención, pero al ver que no se detuvo un segundo, me di a la tarea de voltearme a verle totalmente indignada por tal atropello.
Aún no alcanzaba las escaleras.
Decidí en el momento, que lo mejor era dejarlo irse y que había cometido una estupidez enorme al contarle lo que había hecho, pues no me había descubierto de milagro y allí estaba yo diciéndole de mi boca.
Fue entonces que dandole la espalda nuevamente, sentí con claridad, una sed de sangre en extremo. Era tan palpable que me quedé en mi lugar y comencé a temblar sin desearlo.
— Cuando vuelva, espero no encontrarte en la casa — expresó con odio y en alto desde el principio de la escalera.
Me sentí herida.
— Así que es así de fácil — solté enseguida a mi tono, pero debido a la ausencia de muebles en el ancho pasillo, el eco hizo que le llegarán mis palabras.
Me volteé nuevamente en mi lugar.
— ¡Gracias por todo, maldita rata! — está vez le grité cuando ví que volvía a avanzar.
¿Quien era esa chica ardiendo de rabia en pleno pasillo? No era yo, esa no era yo.
Las lágrimas no tardaron en aparecer, pero estás estaban llenas de coraje puro. ¿Por qué todo era tan raro y tan extraño con Fyódor? ¿De donde se sacaba todas las palabras y acciones que me perjudican? El problema nunca fui yo, siempre fue él, que pretendiendo tener el control sobre todo no se dió cuenta de lo hundido que estaba, y justo en ese momento, cuando por fin se percató de su alrededor, cuando se dió cuenta de que no era un ser omnipotente, ya era tarde, tanto para él como para mí.
— ¿Por qué no eres sincero contigo, Fyódor? — su nombre salió de mi boca con naturalidad.
De pronto, un ruido estrepitoso me hizo levantar la mirada, pues había sonado en la primera planta. Corrí de manera automática y bajé las escaleras observando como el florero aún lado de la puerta que había estado ahí todo el tiempo, estaba estrellado en suelo y Fyódor lo observaba con miedo.
Él lo había lanzado. Definitivamente había perdido el control sobre si mismo, y por lo tanto, tenía que esconderme en alguna parte antes de que me alcanzase. Para mí mala suerte, eso no fue lo que pensé en el momento.
— ¿Por qué no puedo controlarte? — escuché como murmuraba esa pregunta que vieran por dónde le vieran, estaba impregnada de un sentimiento de terror indescritible — ¿Por qué dejé que una simple pecadora me observara desde arriba? ¿Cuándo cambiamos de lugares? — me miró con rabia no mucho después.
Era la primera vez que le veía poner otra mueca además de la indiferente.
— Nunca hemos cambiado de lugares — fue imposible no querer contestar a sus cuestiones.
— ¿Entonces porque me miras así? — retrocedió unos pasos y volvió a ponerse la mano sobre su frente — Es tal como... Tal como lo hacía mi madre... — apenas escuché.
— ¿Con amor, quiere decir? — atrevida, me apresuré a contestar nuevamente y logré llamar su atención cuando me miró otra vez.
— Mi madre no me amaba...
— Todas las madres aman a sus hijos aunque sea un poco...
— Tu madre tampoco te amaba — interrumpí, pero él también lo hizo — Te vendió al diablo nada más tuvo la oportunidad, hizo un trato con la Decadencia cuando vio que era imposible para ella hacer uso de tu habilidad. Nikolai y Nakahara te han amado más de lo que ella hizo en toda su vida.
Me costó escuchar aquello. Era verdad, no tuve que verificarlo con nadie, toda mi vida lo supe, así que le había mentido con eso de que todas las madres amaban a sus hijos.
— Entonces yo soy la única persona que le ha amado en toda su miserable vida — confesé si con esas andábamos.
— Tu no me amas, Ren, tu amas al dios que te tiene encerrada en una jaula de oro y adornos de plata.
Vaya conversación.
— Posiblemente tenga razón; aunque posiblemente me haya enamorado de los dos, del Crimen y el Castigo... pero yo, solo soy yo... Fyódor, ¿está enamorado de mi? — pregunté y le miré decidida a saber la verdad.
El tiempo que me dejó esperando su respuesta se hizo eterno. Solo nos quedamos ahí, de pie, viéndonos a los ojos.
— ¿Que ganarías sabiendolo además de tu perder tu vida?
— Me gustaría saber si realmente pude cambiar los sentimientos de un demonio, eso ganaría — confesé sonriendo y bajando la mirada.
No levanté la mirada cuando se acercó y situó frente a mí. Sabía que estaba a punto de suceder en esa sala.
— Si puedes morir con esa hermosa sonrisa en el rostro, entonces te amo, Ren.
Sus manos tomaron mis mejillas, pero no quise abrir los ojos, solo sentí como sus labios se posaron por solo un segundo sobre los míos, y cuando se alejó, la sangre saliendo de mi boca cerrada se resbalo por mi barbilla.
— Usted más que nadie sabe que no voy a morir.
— Por lo menos solo morirás para mí.
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