32. No debería existir en este mundo algo que nos una, pero si es necesario...
No debería existir en este mundo algo que nos una, pero si es necesario, lo aceptaré.
Al fin, las barajas que Nikolai me había regalado habían servido de algo, pues sentandome frente a la mesita de la sala de siempre, comencé a jugar con ellas.
A pesar de tener mis manos ocupadas, mi cabeza seguía trabajando en pensamientos poco favorables para mí persona, por lo que hacía gestos bastante extraños sin darme cuenta. Cuando tuve las trece filas a punto de terminar, el único ruso en la casa se sentó frente a mí en el otro sillón, a pesar de notar su fría mirada sobre mi, decidí hacer caso omiso de su presencia y seguí en lo mío aparentando estar concentrada.
— ¿Que prefieres, café o té? — de repente preguntó. Se recargo totalmente en el sillón mientras cruzaba las piernas.
— Café — contesté sin darle la mirada y colocando un nueve de diamantes en su fila.
— Mmm... — soltó con algo de decepción — Yo prefiero el té — informó.
Asentí no muy convencida de lo que hacía. Nadie le había preguntado y realmente me ponía incómoda en demasía que actuara de esa manera tan extraña. ¿Por qué simplemente no me veía con desdén y se marchaba?
— ¿Gelatina o puding?
— Gela... tina — cuando contesté, está vez si levanté la mirada, pero este ya no me veía sino que estaba pensando observando el techo blanco. Supuse que estaba pensando en preguntas nuevas.
— Puding.
Vaya, así que era un juego de gustos. Decir que me encontré muy sorprendida era poco.
— ¿Refresco o jugo?
— Jugo.
— Té — dijó. Solté una pequeña risita porque me tomó desprevenida dicha respuesta — ¿Luz o obscuridad? — entró en un tema totalmente distinto, pero seguiría con ese juego tonto.
— Luz — recordé las palabras de Nikolai al contestar. Esas que decían que tenía luz propia, aunque un tanto gastada ya.
— Obscuridad. ¿Nikolai o Tsuji? — siguió.
— Tsuji — era una respuesta obvia.
— Nikolai.
— ¿Guerra o paz?
— Paz.
— Guerra.
— ¿Ajedrez o shogi? — me atreví a preguntar está vez.
— Ajedrez — contestó sin duda.
— Shogi — también contesté sin duda.
— ¿Crimen o castigo?
Al son de su pregunta, mis manos dejaron de moverse y comencé a debatir mentalmente que escoger. ¿Que prefería más? ¿Crimen o castigo? Las dos eran opciones no gratas, tampoco es como si estuviera pensando en ir a matar a hachazos a una vieja usurera y a su hermana de nombre Lizbeth, y tampoco quería terminar en la cárcel después de haber podido eludir mi castigo con la inteligencia nata que portaba. La escena pasando por mí mente me hizo estremecerme, por lo que para dar una respuesta que ya estaba tardía, simplemente contesté condescendiente.
— Castigo.
Era la opción más acertada, aunque como ya he mencionado, tampoco me agradó mucho la idea de escoger tal camino.
— Crimen — también me dió su respuesta justo en el momento que dejé al rey en su lugar y daba por terminada la partida de solitario.
De igual manera, me recargué totalmente en el sofá y adopte sin darme cuenta su postura pensativa. Yo crucé los brazos sobre mi pecho y él se mordió la uña como acostumbraba.
La conclusión de ese juego infantil fue: Fyódor y yo no teníamos nada en común. En cierto sentido pensarlo ya era demás triste y un tanto agobiador.
Intenté pensar en otra cuestión, pero nada llegó.
— ¿Invierno o verano? — preguntó por último.
¡Ah! Esa era una pregunta fácil para mí, nada que vacilar como con la vieja muerta a hachazos y un epílogo en la cárcel.
— Invierno... — contestamos al mismo tiempo, aunque yo terminé con un: — por supuesto — para reforzar mi elección.
Allí estaba, nuestro único punto en común. Tenía que atesorarlo como ninguna otra cosa para no olvidarlo, desgraciadamente no pude hacerlo.
— Mañana, me acompañaras a un café cerca de la agencia, quiero que estés lista para salir temprano o te quedarás encerrada en tu habitación. ¿Entendido? — de repente dijo y se puso de pie para marcharse.
— Entendido — y tras darle mi confirmación, despareció de mi vista.
¿Salir? ¿Que era eso? No me sonaba.
No estaba segura si sería una buena idea sacarme a la calle después de todo ese tiempo, y la cafetería cerca de la agencia sonaba bastante peligroso. Debí decirle que me dejara encerrada en la habitación hasta su regreso o el de Gogol.
Si, debí decírselo.
Tal como había prometido, estuve lista antes de la tres con una gabardina rosa pastel debajo de las rodillas bastante bonita que Nikolai me había regalado. No había dicho que clase de lugar sería, en cuanto a modales, ni que haríamos aunque lo más seguro era que tomaramos café, así que me pareció correcto ponermela sobre todo porque afuera llovía a cántaros, esto, combinando con el crudo invierno que aún no desparecía raramente.
— Ya es hora — lo ví bajar de la escalera mientras decía, llevaba su típica ropa extraña.
Acercándome a la puerta para tomar un paraguas, decidí no preguntar ni decir nada a menos de que él así lo deseara.
Cuando salimos me pidió dicho artículo para abrirlo y compartirlo, entonces caminamos hasta la reja en donde no me había percatado, un auto negro aguardaba paciente. Como dije que no cuestionaría nada, subí a este cuando lo ordenó y los dos viajamos hasta el café en el asiento de atrás, sin decir nada y con la mirada en la ventana.
Por fin pude ver dónde estábamos, aunque muy lejos de la agencia, si me lo proponía recordaría el camino si lo llegase a necesitar un un día.
Una vez bajamos del auto en las calles habitadas por personas de aquí para allá en sus asuntos con una sombrilla en mano, caminamos alrededor de cinco minutos para encontrar el café. Adentro estaba cálido, por lo que tuve que quitarme la gabardina y Fyódor su capa. Nos sentamos en una de las esquinas decoradas perfectamente y nos dedicamos a vernos mutuamente con una seria mirada.
Fue hasta que la camarera llegó con dos menu's.
— Buenas tardes, bienvenidos, les dejaré las cartas y cuando gusten ordenar solo háganmelo saber, estoy a su servicio — avisó la bonita camarera en falda larga y tacones disimulados. Llevaba un uniforme bastante normal.
— Yo simplemente quiero el mejor té que tenga el lugar, por favor — tranquilo y con voz amable, le pidió para luego verme.
— Un café con leche, por favor — también pedí al comprender su mirada.
— Entendido.
— Ah, y traiga algo dulce para los dos con que acompañarlo, por favor — nuevamente habló el ruso. Me encantaba la manera en que pedía todo con una educación tan pulcra sin olvidar el por favor en ninguna ocasión.
— Enseguida traeré su pedido, con permiso — tras decir, se marchó con la cartas en la mano y a paso rápido.
— Parece que nuestro acompañante viene retrasado — mencionó con cierta molestia al ver un reloj de mano que portaba.
No comenté nada sobre eso, solo pasé mi vista por el local.
— Es un bonito lugar — solté nerviosa colocando mis manos sobre mis piernas escondidas por la mesa.
— Sabía que iba a gustarte — guardo el reloj con elegancia y me miró con cierta atención — Al parecer tenemos algo más en común. Nos gustan los lugares silenciosos.
Con esas palabras, descubrí que había pensando lo mismo que yo con aquel juego. Pocas cosas similares, pero lo importante era que existían.
Asentí con delicadeza.
Fue entonces que un hombre de cabellos divididos por la mitad se sentó en la mesa. Era algo delgado y le adornaba una ropa bastante peculiar.
— Lamento la tardanza, no encontraba el lugar — se disculpó antes de ocupar asiento en la tercer silla.
Sigma. Se llamaba.
— Pensé que podría pasar algo similar viniendo de tí — contestó con afán molesto. Lo sentí al instante, Fyódor subestimaba a ese hombre en extremo. Su voz, su mirada, todo transmitía cierta antipatía que no supe si de ello Sigma estaba enterado.
— Su orden está aquí — la mesera interrumpió la mirada del hombre sobre Fyódor y este y yo agradecimos — Bienvenido, ¿desea ordenar algo? — se dirigió a él está vez.
Tras ordenar, la mesera volvió a irse.
Mi café olía de maravilla y además había traído consigo eso dulce que el ruso había ordenado, era un pan de vainilla con un poco de naranja y crema encima. No era de mis favoritos, pero el de ese café tenía algo especial.
Probé bocado hasta que la orden de Sigma llegó a la mesa por pura educación, entonces los hombres comenzaron a conversar mientras los ignoraba olímpicamente. Hablaban bajito y de cosas que no entendí, por lo que fue más fácil perderme en el sabor del café y pan.
— Supongo que tu debes ser Ishinomori-kun.
No me duró mucho mi concentración sobre el aperitivo ya que el alto preguntó cuando comía.
— Si — tragué para contestar.
— Es un gusto, por lo visto eres más joven de lo que pensaba — comentó — Soy Sigma, puedes llamarme de esa manera — se presentó por último.
— Igualmente, es un gusto, puede llamarme Ren — incliné mi cabeza y cuando la levanté noté que Fyódor me veía con molestia.
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