25. Sentimientos amargos que no pueden ser negados.
Sentimientos amargos que no pueden ser negados.
¿Sobre qué discutían exactamente?
— Ha pasado tiempo... — Nikolai volvió a tomar la palabra, pero esta vez se le notó inseguro — y en realidad, no creo que Ren posea la habilidad de la que tanto hablas.
La habitación se quedó en silencio, pero sabía que aún seguían ahí por sus respiraciones y leves sonidos que escuchaba muy bien.
— ¡Dime algo! — Gogol explotó de pronto. No lo veía como ese tipo de persona.
Fyódor no tardó mucho en contestar, fue algo suave y a la vez tan duro de sobrellevar, y tras escuchar la respuesta, comencé a vomitar líquido blanco como si no hubiera un mañana avisando que estaba despierta.
— Sácalo todo — el payaso se acercó a ayudarme acercándome a la orilla de la cama y levantándome el cabello para no mancharlo de lo que sea que fuese que que vomitaba — Vas a estar bien — me prometió.
¿Pero como podía estarlo? No después del envenenamiento y su respuesta.
— Ren jamás será libre. Me pertenece, y como tal, vivirá llena de sufrimiento hasta el día en que yo muera...
Quería eso decir entonces que no estaba dispuesto a quitarme la vida como había mencionado cuando nos conocimos, sino que me arrastraría con él hasta donde la vida le dejara.
— ¿Dos-Dostoyevsky-san? — le llamé cuando el vómito se detuvo sorprendiendo al payaso con mi garganta destrozada por el veneno.
Escuché que la puerta se abría y me voltee en la cama enseguida para verle la espalda. Estaba saliendo de la habitación ignorandome en el proceso, pero no iba a ser tan fácil deshacerse de mi en el estado en el que me encontraba tan fuera de mí.
Mis piernas se hicieron gelatina cuando toqué el suelo y terminé como alfombra en este. Gogol se acercó a ayudarme nuevamente, pero cuando ví que el oji-purpura se detuvo, me deshice de su agarre y comencé a arrastrarme tal gusano con el objetivo de alcanzarle y retenerle.
— Ren, vuelve a la cama, por favor, aún estás mal — pidió el de la máscara, pero negué enseguida.
Cuando mi mano alcanzó el talón de Fyódor, lo tomé con la poca fuerza que tenía.
¿Que lograba obtener con todo ese esfuerzo?
Él se volteó e inesperadamente segundos después colocó una rodilla en el suelo, por lo que se agachó hasta donde estaba. Tal como un gato trepando, me agarré de su ropa hasta quedar sobre mis rodillas y una vez levanté la cabeza, mi mano se dirigió hasta su mejilla en donde repetí la caricia que él me había dado anteriormente, solo que esta vez, cuando se escabulló detrás de su oreja para enterrarse en su lacio cabello, sin ver su expresión, me acerqué lo suficiente para colocar mis labios sobre los suyos.
Lo besé y él no se alejó.
Al comienzo, al ser una inexperta, solo mantuve mis labios pegados a los suyos mientras mantenía los ojos cerrados, poco después, el comenzó a mover los suyos sobre los míos. El contacto era placentero, no lo podía negar y lo fue aún más cuando su boca comenzó a comerse la mía mientras colocaba una de sus manos en mi nuca enterrandose en mi cabello para acercarme más a él.
Rotundo error el que cometí esa tarde, no debí haberme dejado llevar por mis emociones, pero estaba tan cansada de que se burlara de mi. Había sido suficiente con el veneno mortal y aquel acercamiento mientras me lo inyectaba. Poco era decir que estaba harta de esa vida en cautiverio solo viendo el rostro de dos personas todos los días; estaba harta de absolutamente todo porque sabía perfectamente que mi vida ya había terminado para mí, que está ya ni me pertenecía, que no iba a ser libre jamás, que no volvería a pensar igual que antes, que mi vida no volvería, ninguna faceta de ellas, y aunque lo supiera, algo en mi se negaba a dejar llevarme con la corriente. Me era imposible aceptarlo y lo odiaba.
¿Por qué simplemente esa voz en mi cabeza no se callaba de una vez por todas?
No nos separamos de esa manera tan cliché: lentamente y dándonos cuenta de lo que sentíamos mutuamente, sino que perdí nuevamente el conocimiento y el me dejó caer hacia atrás. Mi cabeza cayó de lleno contra la alfombra, o al menos eso fue lo que Nikolai presencio con cierta preocupación antes de correr a levantarme.
Así fue como me enamore de Fyódor Dostoyevsky, aun después de todo lo sucedido en el pasado, fue mi primer amor.
Una vez estuve consciente, no pude ni siquiera probar el desayuno bastante bonito que el payaso había hecho para ese día. Solo tenía la mirada fija en este sobre la mesita que estaba frente a mí en la cama, pero no le estaba poniendo atención, sino que mi cabeza estaba en otro lugar.
— Dos-kun y tú se besaron — acababa de decirme, por ello mi sopresa y distracción.
Apenas recordaba lo que había sucedido, pero entendí rápidamente que Nikolai no estaba mintiendo por pequeños fragmentos de recuerdo que pasaban por mí mente.
— ¿Como? — pregunté poco después incrédula.
— Que tú y Dos-kun...
— Ya escuché, ya escuché — interrumpí enseguida, pues no quería que lo volviera a repetir. Bastante tenía con la primera mención.
Mi cuerpo entero dolía, seguía resentido por el veneno mortal; mi garganta era lo que más ardía cuando hablaba.
— No es cierto — aunque sabía que estaba equivocada, lo negué.
Escuché a Gogol reír suavemente por un lado de mi, luego se sentó a los pies de la cama.
— Estás enamorada de Dos-kun, eres tan transparente — volvió a reír.
Escucharle decir eso me hizo entrar en pánico, y si no hubiera sido por la mesita frente a mí en la cama, me habria levantado de esta como resorte. Fue la primera vez que escuché tal cosa en voz alta.
— ¡No digas tonterías! — exclamé enojada, pero poco después comencé a toser con agravio — E-eso es imposible — dije una vez me recuperé.
— No lo es — me contestó enseguida — El amor puede aparecer en cualquiera momento... con cualquier persona... No importa que tipo de amor sea, este nace en contra de nuestra voluntad.
Gogol era muy raro cuando se lo proponía. Era un payaso, pero a veces se comportaba como una persona normal y eso daba miedo. El señor Tsukishima no era algo que se había inventado de un día para otro.
— ¿Entiendes lo que quieres decir? — hablé demasiado bajo por mí garganta irritada, pero el escuchaba claramente — Estás insinuando que me he enamorado del psicópata que intento destruir Yokohama antes; del tipo que me secuestró y me mantiene como una rata de laboratorio encerrada en una jaula. No tiene sentido.
Voltee mi mirada negando como de costumbre mis sentimientos por el ruso de cabellera negra. No iba a aceptarlo jamás.
— Entonces... — se detuvo para llamar mi atención — ¿Qué es eso en tu mirada que aparece cada vez que lo ves venir?
Le ví con sopresa. Nunca antes me había preguntado sobre lo que mi mirada expresaba, él me hizo consciente de ello.
— Ya basta, Tsuji — le llamé por ese nombre y pronto tuve su mirada pegada en mí.
Tal como había dicho antes, hice énfasis en su mirada involuntariamente y encontré algo que me revolvió el estómago. ¿Nostalgia? ¿Sufrimiento? Era como algo revuelto entre esos dos sentimientos.
— Necesitas alimentarte, por favor... — se levantó de la cama y avanzó hacia la puerta — comete todo, me esforcé, estoy seguro de que sabe delicioso.
Se retiró de la habitación con mi mirada pegada en la espalda. Sentí que lo había lastimado de alguna manera.
No lo ví sonreír en todo lo que estuvo ahí conmigo.
Haciendo caso, comencé a desayunar intentado olvidar los fragmentos del aquel beso entre el ruso y yo, pero era un tanto imposible, que de pronto, al recordar algo crucial, me tape la boca con los ojos bien abiertos.
¡Yo había vomitado algo desconocido antes de besarle!
Mis mejillas se encendieron, no lo pude controlar. Justo recordé el sabor amargo de nuestras bocas uniéndose y no recordaba haber visto su expresión en ningún momento. Debió ser muy asqueroso. Además de ya saberlo de antemano, ahora menos quería verle a la cara.
Una vez el plato de comida estuvo terminado, me levanté con cuidado de la cama y recogí todo para llevarlo a la cocina ya que no quería llamar al rubio, pues tenía entendido que cuidó de mi por esos días sin pegar el ojo.
Afortunadamente, las piernas ya no me temblaban tanto y avance con cuidado por el pasillo hasta la escalera principal, más una vez estuve ahí, me ví incapaz de bajarlas por mí misma; tenía miedo de caerme por ellas gracias a cualquier imprevisto que pudiera sucederme.
— ¿Por qué no llamaste a Gogol? — la voz del oji-purpura me sorprendió desde atrás, tanto que casi dejó caer los platos.
Una vez le vi, todo volvió a mí mente. Ese beso había sido muy intenso. Demasiado.
— Él no es mi sirviente — contesté en bajo.
— Es tu niñero, no tiene mucha diferencia.
A Fyódor no se le veía afectado. Parecía muy normal a diferencia de mí...
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