21. Caricias con odio que parecen de enamorados.

Caricias con odio que parecen de enamorados.

Tras unos días, desperté con ganas de morir.

Caminé a paso tambaleante por todo el pasillo que llevaba a la escalera principal, más no pasaban más de díez segundos cuando caía sobre mis rodillas con unas exageradas arcadas. Ya había vomitado todo en mi habitación, así que lo único que lograba era escupir saliva.

— Ni-Nikolai-san... — llamé como pude al payaso.

No quería pedirle su ayuda ni mucho menos al hombre del ushanka, pero ya que nadie quería dejarme morir, por lo menos viviría sin malestares.

Cuando logré levantarme, seguí mi camino esperando a que este viniera en mi auxilio, pero al parecer no estaba en casa, de lo contrario, no hubiera tardado en aparecer tras mi llamado. Era ya una experiencia bien sabida.

Esa sensación era igual a la que me había abordado en la anterior casa, esa vez cuando Fyódor mencionó algunas palabras que hasta la fecha había olvidado...

— ¿Me darías tu vida, a cambio de mi salvación?...

— No te daría nada de mí...

Vaya palabras, de las cuales no pasaron segundos cuando estaba en el suelo nuevamente, pero esta vez echada como una alfombra. Vaya palabras que se convertirían en mentiras no muy lejos. Literalmente no muy lejos.

El resentimiento que tenía hacia el ruso se hizo notar debido al malestar causado por él mismo.
Aún en el suelo, recordé todo lo que me había hecho cambiar en tan solo un año, desde el comportamiento, hasta los sentimientos. También había generado en mi fobias como que ahora no podía mirar las jeringas con sus respectivas agujas ni mucho menos la sangre, además de que odiaba el dolor cuando antes podía soportar cortarme los brazos y esperar a ver a qué horas me moría.

Intenté ponerme de pie una vez más, pero esta vez más que terminar en el suelo, terminé sin conocimiento y durante mi estadía en el suelo frío, soñe algo realmente aterrador.

— Oye, Dazai-san — le llamé al castaño mientras estaba leyendo un libro en aquella agencia vacía.

No me contestó, ni siquiera me miró, por lo que me acerqué mas al escritorio que ocupaba.

Por la ventana, entraba la luz de la luna, por lo que era de noche. Además, a fuera tampoco se escuchaba algún ruido.

Entonces pregunté:

— ¿Cómo sabes que te has enamorado?

Desperté asustada y apenas pudiendo respirar. Me senté sobre la camilla de hospital que ocupaba ya que mágicamente había aparecido en la habitación -consultorio-  donde el ruso hacia sus experimentos conmigo, pero había algo muy raro en todo eso, y era exactamente Fyódor, quien ya hacia de pie casi pegado al costado de la camilla alta. Mis ojos solo vacilaron entre su semblante asustado y su mano muy cerca de mi mejilla.

¿Otro inútil intento de tocarme?

No cabía en mi sopresa, parecía que la escena se estaba repitiendo, lo único que era diferente era la puesta.

No entendía al señor Dostoyevsky y nunca lo hice para ser exactos. En ese momento, recordé los acontecimientos de la casa pasada, desde que lo ví semi-desnudo, los panditas, mi ofensa al querer tocarlo, la muerte de Iván, y por último, la conversación en donde me había dicho, que parecía estar pidiendo a gritos algo que no entendí, pero luego me di cuenta que eso era que me tocara.

Entonces, ¿de nuevo lo estaba pidiendo a gritos?

Era bien sabido que lo único que había provocado con sus acciones era romperme y que lo odiara como a nadie en ese mundo, cosa que había conseguido, pero me pasaba ocultando, o tal vez, confundiendo con otros sentimientos.
Sobre el toque, además de aquella vez en la puerta donde le fue necesario detenerme, había vuelto a evitarlo durante los últimos meses. Volvió a tocarme con pinzas.

— Si desea tocarme, entonces hagalo — se escapó de mi boca en susurro solo dedicado hacia él.

Mis manos se enredaron en la suya, una tomó el dorso y la otra la parte en donde las venas se notan, entonces, lo obligué a tocarme la mejilla. Mis ojos se cerraron a la par de mí entrecejo hacia abajo por la sensación de su fría piel, pero aun así, me restregué en ella tal como un minino en busca de caricias sintiendo sus temblorosos, largos y suaves dedos pálidos.

— ¿Cómo sabes que te has enamorado?

Recordé mi pregunta al suicida dentro del sueño; pregunta que no tenía contexto ni mucho menos perdón. ¿Acaso estaba insinuando que me había enamorado de ese demonio sin corazón? Era sumamente imposible, él no había hecho nada para lograrlo y a mí antes no me había pasado por la mente.

Esos pensamientos eran imperdonables, tanto así que me sentía sucia por tenerlos.

De repente, su mano se afirmó a mí piel y se recorrió un poco hasta que sus dedos se enterraron en mi cabello. Incliné mi rostro un poco y seguí sintiendo su tacto.

Ese día, Fyódor me regaló una caricia de Dios; una caricia que solo podía compararse a la de mi madre antes de morir; a la caricias que Nikolaí me daba haciéndose pasar por Tsuji; recordé de igual manera a Dazai y Chuuya no pudiendo olvidar la sensación de su tacto cuando revolvían mi cabello juguetones como si fuera una niña.

Cuando levanté mis párpados, entonces lo ví con los ojos cerrados y un semblante tranquilo, tal como si estuviera disfrutando al igual que yo el tacto de nuestras pieles. Tras un momento alejó lentamente su mano de mí rostro y abrió sus lindos ojos púrpuras para observar con calma esta misma.

Yo me avergoncé por tal situación imprevista, pero no pude apartarle la mirada. Fue aquí donde descubrí eso que había mencionado antes, sobre que Fyódor no era molesto a la mirada sino más bien agradable con esa piel pálida, boca grande, cejas delgadas, nariz puntiaguda y cabello negro en tonos morados.

— Ren, tú, ¿me odias? — su voz escapó como un hilo; tan bajita que me fue un complicado escucharle.

— Si — contesté después sin pensarlo bien. No había porque vacilar en la respuesta, ese sueño y pregunta podrían irse a la mierda por qué no había coherencia entre ellos y lo que sucedía en la realidad.

Era imposible, impensable que yo sintiera algo más por él.
Lo negaba tanto porque tenía miedo de que en realidad, todo fuera cierto.

— Te lo he dicho antes, no prometas cosas que no puedes cumplir solo por complacer a los demás.

Caí en cuenta de que nuevamente estaba siendo condescendiente con las personas a mí alrededor. Tenía que dejar de hacer eso, más en esta ocasión, se equivocaba con todas sus letras, pues también deseaba esa caricia un poco o más que él. La había deseado inconsciente desde la última vez que lo intentó.

Todo, de repente, había cambiado a mí alrededor y no era la primera vez que lo hacía.

— ¡Están aquí! — Nikolaí interrumpió el momento silencioso con su increíble capacidad de parecer un payaso las veinticuatro horas del día — ¡Oh! ¿Interrumpo algo? — preguntó sorprendido cuando nos vio tan cerca el uno del otro.

— No, no interrumpes nada — el tono de Fyódor al hablar seguía calmado, aunque si mi percepción no fallaba, él estaba decaído.

Me dió la espalda sin mirarme y me dejó en la camilla.

— ¡Es hora de una adivinanza, Ren-kun! — Gogol se acercó hasta a mí y mostró dos cajas iguales a las de la última vez.

No le tomé mucha atención, solo ví cuando el ruso del ushanka abandonó la habitación a paso lento.

— ¿Ren? Estoy aquí... — el payaso llamo mi atención y no me quedo más que verle.

— ¿Otra adivinanza? No ha pasado ni una semana desde la peluca que me obsequiaste — comenté sin despegarle la mirada a las cajas.

— ¿Cuál de estos es tu regalo? — ignoró mis palabras, así que sin más negué señalando su capa.

Soltó una carcajada entendiendo y dejó caer las cajas al suelo, inesperadamente, estás no contenían nada. De pronto, colocó un sobre de carta frente a mis ojos y sonrió cómplice.

— ¿Que...

— ¡Shhhhh! — me interrumpió a la vez que volteaba el sobre.

Abrí la boca sorprendida al ver quién mandaba la carta y luego le vi incrédula negandome a creer que en verdad Nikolaí estuviera haciendo eso sin algún plan tras bambalinas.

— Consideralo un regalo atrasado de cumpleaños del señor Tsukishima.

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