11. Cuidado, los demonios pueden disfrazarse de angeles.

Cuidado, los demonios pueden disfrazarse de angeles.

Todo se hizo rutina; la sangre, las situaciones extrañas que parecían pertenecientes a sueños, los panditas correspondientes a vitaminas, la indiferencia con la que era tratada.
Y todo esto, mientras los días se me escapaban de las manos. Días que contaba y llamaba:

— Otro día más sin volver a la agencia — repetí al despertar y suspiré con ganas al ver que no estaba paralizada.

Mientras comía mi desayuno en la barra, el ruso arribó a la cocina y como todas las mañanas, sacó de los cajones el medicamento que se tomaba todos los días a la misma hora.

Una vez su hubo tomado todo, -con asco- colocó el botecito de vitaminas entre los dos y sin decirle nada, tomé una gomita y me la llevé a la boca para comenzar a masticarla. Él también lo hizo y pronto se marchó.

Suspire nuevamente al pensar en que me estaba acostumbrando a vivir en esa casa en su "compañía" y la de Iván cuando nos visitaba por trabajo. Las palabras "salir", o ser "rescatada", ya no estaban en mis pensamientos y eso era muy malo, porque quería decir que una vez más, mi mentalidad había cambiado y nuevamente no del todo, pero algunas ideas importantes si.

— Dazai-san, ¿que esperas para venir por mí? — pregunté al aire en la cocina solitaria.

También, ya me encontraba más segura de que el castaño estaba implicado en esos planes que Fyódor tenía para mí. De otra forma, ¿donde se había metido con toda la agencia?
Seguro todos pensaban que había vuelto a la calle una vez más para jamás volver, y no los culpaba porque yo les había regalado ese pensamiento y posibilidad.

Más tarde, desde la habitación que ocupaba, logré escuchar que tocaban la puerta de manera normal. No entendí muy bien el porqué de pronto mi cuerpo fue invadido por miedo y curiosidad, así que me levanté y en silencio salí de la habitación dirigiéndome a una de las ventanas.
Abrí solo un poco la cortina para poder ver hacia fuera y después de acostumbrarme a la luz, logré ver a un señor vestido de cartero quien seguía tocando la puerta. Llevaba una tablilla para anotar en su mano y una caja café lo suficientemente grande con una etiqueta blanca estaba en el suelo.

Definitivamente no podía salir a recibir ese paquete que no sabía ni para quien era y mucho menos darle noticia al cartero sobre Fyódor o quien sea.
Lo sabía, otra oportunidad de oro se había hecho presente. Solo bastaba abrir la puerta, decirle al cartero que estaba en problemas y aceptar su ayuda para ir a la policía... Solo bastaba abrir la puerta... pero no lo hice por miedo a que lo del mercado se repitiera o algo peor se diera su lugar.

— ¡Buenas tardes! — pegué un saltito cuando le escuché seguir llamando a la puerta y me despegué de la ventana sin haber sido vista.

Al parecer, el cartero seguía insistiendo porque traía consigo un paquete muy importante.

— ¿Pertenecerá a Dostoyevski-san? — murmuré para mí.

Decidí que lo mejor era volver a mi habitación e ignorar al señor del correo porque, si el ruso no se molestaba en atender, porque iba a preocuparme yo. Aún así, no logré hacer lo pensado y cuando estuve en el pasillo frente a las dos puertas, entre a la habitación de Fyódor cuando el cartero volvió a llamar a la puerta.

— ¿Dostoyevski-san?

Ya no me avergonzaba llamarle de aquella manera ni mucho menos me era raro, aunque pocas veces le llamé así en su presencia durante el tiempo que había pasado.

Mi mirada se paseó por toda la habitación, porque no estaba frente a su computador encendido, hasta encontrarlo en una de las paredes contrarias a la puerta recargado y con los ojos cerrados.

Vaya sopresa que me lleve, parecía estar dormido.

Me acerqué con curiosidad rebosante procurando no hacer algún ruido que lo despertara. No supe porque quería verlo más de cerca, pero no me arrepentí cuando ví en su rostro total calma. El semblante que llevaba, incluso me tranquilizo a mi misma, en efecto, estaba durmiendo sentado, pero recargado en la pared. Su pecho subía y bajaba detrás de su ropa haciendo presente el sonido de su respiración tranquila.

Me provocó innesperada empatía.

Antes, como hice la última vez que me topé con una escena un tanto similar, hubiera escapado, pero en cambio, en ese momento, me senté por un lado y le seguí viendo tal como un niño no puede dejar de ver su dulce favorito detrás del mostrador de la tienda.

Tenía el rostro levemente inclinado hacia un lado, algunos mechones de su cabello le cubrían la frente, sus largas pestañas le rozaban las mejillas, sus cejas estaban hacia abajo y su boca estaba solo un poco abierta. Parecía un ángel y me veía incapaz de negarlo, por ello, comencé a envidiar esa forma tan tranquila de tomar la siesta, porque desde que había aparecido en mi vida, yo no era capaz de dormir sin tener pesadillas con su mirada purpurienta ahora escondida detrás de sus grandes párpados.

Le envidiaba, le envidiaba muchísimo que de pronto unas tremendas ganas de golpearle e irrumpir en su sueño me asaltaron. Cuando abriera los ojos, entonces le reprocharía sobre mis pesadillas con su presencia y manifestaria con odio que él no merecía siquiera pestañear.

Todo contrario a mis pensamientos, en vez de golpearle, comencé a acercar mi mano lentamente hacia su mejilla, tan cuidadosamente para no despertarle y borrar ese semblante lleno de paz.

Vacilé como nunca había hecho en mi vida. No lo merecía, pero algo dentro de mí latía con desesperación y deseaba que siempre durmiera en ese estado. Lo peor era, que deseaba seguir admirando ese semblante de angel.

Antes de que mi mano tocara su mejilla pálida, Fyódor abrió los ojos y cuando me vió tan cerca, él mismo se alejó resbalandose por la pared tan rápido que no me dió tiempo de alejar mi mano. Quedó con la espalda casi pegada en el suelo con sus codos soportando su peso y me miró con los ojos bien abiertos denotando miedo puro por la acción que estaba a punto de hacer.

Me quedé de rodillas con la mano en el aire sin entender el porqué de su reacción tan sorpresiva.

— N-no me toques — me reprendió con asco y trabando al hablar.

Me encontré más confundida y ahora se le sumo miedo por su advertencia. Era cierto que jamás debí pensarlo, pues él hacia de todo por no tener contacto piel a piel conmigo. ¿Yo le daba asco?

— Yo... alguien... un cartero... es-esta tocando la puerta — avisé poniéndome de pie dejándolo en el suelo aún en esa posición tan incómoda.

— Déjalo que se vaya — su tono despectivo al mirarme directamente a los ojos me hizo temblar.

— Ésta bien.

Nada más dije, corri fuera de la habitación a esconderme dentro de la mía sin siquiera fijarme si el cartero se había ido ya o no. Me recargué en la pared más alejada de la puerta y me deje caer pensando en lo que había estado a punto de hacer.
Abracé mis piernas hacia mi cuando comprendí que estaba a punto de darle una caricia y que lo había encontrado ciertamente tierno con los ojos cerrados.

— Dazai-san, ven por mí, ya no quiero estar aquí con este hombre — supliqué entre sollozos. No me había dado cuenta que estaba llorando.

Nunca podría olvidar ese día y su semblante, pronto las pesadillas fueron sustituidas por sueños llenos de tranquilidad con su rostro y mirada robosantes de paz. Y aunque estaba agradecida por poder dormir sin despertar aturdida en medio de la noche, prefería tener de nuevo su mirada fría y hostil para no despertar deseando poder ver de nuevo ese espectáculo.

Durante días, no salí de la habitación y Fyódor tampoco me visitaba para robarme la sangre, suponía que me tenía tanto asco que ahora, además de no querer tocarme, tampoco quería verme ni en pintura por la ofensa que estuve a punto de realizar aquel día.

Me sentía triste de solo pensarlo e inquieta por la falta de su presencia.

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Solo para recordar, los gifs a veces no tienen nada que ver con lo que sucede.

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