Capítulo 9
Durante las siguientes dos semanas Chris y yo estuvimos quedando y yendo juntos a distintos lugares de Manhattan. Exactamente, cruzamos el puente de Brooklyn andando; fuimos a MoMA ya que ambos éramos grande amantes del arte, y allí se encontraba mi cuadro favorito, La noche estrellada de Van Gogh; y estuvimos de compras en la Quinta Avenida, mi lugar preferido para hacerme con ropa nueva.
Sin embargo, el lugar que más emoción me provocaba cada vez que pensaba en ese día era One World Trade Center, el edificio más alto de todo Nueva York con una altura de 541 metros. Subimos al One World Observatoy, el mirador más alto de la ciudad, que ocupaba las tres últimas plantas del edificio. Era una cúpula de cristal de 360º, permitiendo unas vistas de hasta ochenta kilómetros en todas las direcciones.
Christopher lo tenía planeado desde hacía días, pues las entradas y horarios eran muy limitados, sin embargo estuvimos desde las siete de la tarde hasta las nueve, el horario de cierre.
Ese día había comenzado como todos los demás, en el Frisson Espresso a las cinco de la tarde, para después ir hasta allí y llevarme la sorpresa de subir al mirador. Sobre las ocho comenzó a anochecer, y para las ocho y media las luces de la ciudad resplandecían y se reflejaban en el cristal, creando un ambiente mágico.
- ¿Cómo haces para sorprenderme siempre, Christopher Lewis? –pregunté, contemplando la ciudad.
- Eres un público fácil –bromeó, ganándose un golpe de mi parte en el brazo izquierdo-. Es broma, es broma –rio-. Escojo los lugares que pienso que te pueden gustar, y hasta ahora he acertado.
Le sonreí y volví a mirar los altos edificios del lugar, que parpadeaban ante el destello de las numerosas luces. Vi que Christopher se movía, sin embargo, era incapaz de apartar la vista del exterior de la cúpula, al menos hasta que el moreno tocó mi hombro.
Me giré y le miré curiosa, hasta que pude comprobar que una caja negra y plana se posaba sobre su mano. Fruncí el ceño y volví a mirarle a los ojos, los cuales brillaban, y en ellos relucían los rascacielos de la ciudad. Me indicó con la mirada que concentrase mi vista en el estuche negro, el cual se encontraba abierto, y lo que había en él me hizo abrir los ojos de par en par. Era un colgante de plata con la figura de un corazón, como en el café, solo que este estaba formado por una clave de sol y una clave de fa, también de plata.
- Cuando lo vi no pude evitar pensar en ti –comentó, al ver que yo había entrado en estado de trance-. Espero que te guste.
- Chris... -murmure intentando formar una frase coherente-. Es precioso, pero no puedo aceptarlo.
- ¿Qué? ¿Por qué? –sus ojos ya no centelleaban, sino que se habían convertido en una manifestación de consternación-. ¿Le pasa algo al colgante? Si es así, lo puedo cambiar.
- No, Chris, no es nada de eso –sonreí y posé mi mano sobre su brazo-. ¿No crees que es suficiente con llevarme a todos los sitios a los que hemos ido?
- No, Alyssa, no es suficiente –se acercó ligeramente a mí-. Escucha atentamente, lo hago porque quiero, nadie me obliga. Te mereces esto y más, y te ruego que aceptes el collar. Por favor, Lis.
Suspiré y miré dubitativa el colgante, era simplemente precioso, y seguramente caro. Por eso no quería aceptarlo, Chris se estaba dejando el sueldo en mí; y aunque era millonario, no me parecía justo. Sin embargo, su insistencia me hizo asentir y dejarle ser feliz regalándome el collar.
- Gracias –susurró, sacó el colgante del estuche y me di la vuelta para que me lo pudiese poner con facilidad. Recogí mi pelo con las manos, y sentí la fría plata tocar la piel de mi pecho-. Expresa el amor de ambos por la música, por eso pensé que era el regalo perfecto.
Me giré y le sonreí abiertamente, atrayéndolo en un abrazo que él correspondió. Cada vez me sentía más unida a él, Arthur seguía sin hablarme, y eso solo fortaleció el lazo entre Chris y yo. Mi culpabilidad por la noche en el hotel Pennsylvania se fue disipando poco a poco, sustituyéndose por la sensación de haber hecho algo que quería repetir. Miré alrededor, comprobando que no hubiese mucha gente en el mirador, y me sorprendí al solo ver a una señora mayor en el otro lado del establecimiento. Una vez examiné que nadie nos estaba viendo, me incliné hacia arriba. Chris, apreciando mi movimiento, bajó la cabeza para que pudiese llegar a él, y posé mis labios sobre los suyos.
Lo sentí jadear de la sorpresa, no nos habíamos besado desde la noche del evento benéfico, y a decir verdad, yo tampoco sabía de dónde había salido la valentía para hacerlo, solo me dejé llevar por lo mi corazón dictaba.
Fue el momento más mágico de mi vida, besando al hombre que sentía como el correcto, a pesar de ser la novia de su hermano; bajo la gran cúpula de cristal del mirador, y reflejados por las luces de la ciudad.
Sonreí ante el recuerdo de ese momento. Toqué mis labios con las puntas de mis dedos y reí tontamente, para luego retomar mi trabajo. Mi alegría fue cambiándose por decepción al ver que el trabajo de los empleados de la empresa no se estaba llevando a cabo a tiempo. Me levanté como un rayo hasta llegar a la oficina encargada de esa tarea, y me encontré con las cinco personas riendo y tomando un café. Se giraron a ver quién había entrado y palidecieron, enfadándome aún más.
- Señorita Wright, ¿ocurre algo? –preguntó uno de ellos, tragando saliva.
- Pues mira, sí –señalé el papel que había recibido desde Alemania con mi dedo índice izquierdo-. Las piezas del nuevo modelo deberían haber llegado hace dos días a Alemania, y, ¡vaya! Aún no han salido del país, ¡ni de la empresa! –grité, perdiendo la paciencia.
- Lo siento, jefa, no nos ha dado tiempo –me informó otro, y a mí me hirvió la sangre.
- A enviar un pedido importante no, pero a tomar un café sí –los cinco se encogieron y yo respiré hondo-. Quiero las piezas allí hoy por la noche o mañana por la mañana. Me da igual cómo lo hagáis, buscaos la vida. Pero como no se cumpla el plazo, habrá consecuencias.
Salí de esa oficina hecha una fiera, Alemania era un muy buen cliente, y por la incompetencia de cinco empleados podíamos perder su confianza. Me senté en mi silla, asegurándome de que los demás pedidos habían llegado a su destino a tiempo, temiendo que si no era así, podía llegar a asesinar a alguien en ese mismo momento. Levanté la vista de mi ordenador al oír que alguien llamaba a la puerta, y al segundo, Evelyn apareció en mi despacho, sentándose frente a mí.
- He escuchado lo de hace un momento –comenzó, pero no parecía enfadada-. Cálmate, ¿vale? Es la primera vez que ocurre.
- Pero si lo dejamos pasar, estos cinco inútiles volverán a hacerlo, pensando que no habrá represalias –bufé, golpeando la mesa con la palma de mi mano.
- Entiendo por qué lo has hecho, no te preocupes –me tranquilizó mi hermana-. Ambas queremos lo mejor para Lightningbright, y si crees que ese era el método óptimo para espabilar al personal, adelante.
Asentí y volví mi vista al ordenador, sintiendo la penetrante mirada de mi hermana en mí. Aprecié como su mano se acercaba a mí y cogía el colgante, mirándolo entre maravillada y confundida.
- ¿Y esto?
- Es un regalo –contesté sonriendo.
- Pues es precioso –dijo con admiración-. Te pega mucho. ¿Te lo ha regalado Arthur?
- No precisamente –bufé ante la mención del nombre de mi novio.
- ¿Os ha pasado algo? ¿Estáis bien? –preguntó mi hermana con preocupación.
- Lleva sin hablarme dos semanas –me encogí de hombros-. Qué se le va a hacer, ya entrará en razón.
- ¿Sabes la razón?
- Sí, que llegué un día a las diez de la noche a casa –reí sin gracia y rodé los ojos-. Parece que solo él se puede divertir.
- Acabará pidiéndote perdón, y de rodillas, conociéndolo –rio-. Pero entonces, ¿quién te lo ha regalado? Porque debe conocerte bien.
Me sonrojé y miré hacia otro lado, si le decía que había sido Christopher posiblemente sospecharía de nuestra... lo que quiera que tuviésemos, y no podía permitir que el secreto saliese a la luz. Sin embargo, ella sabía que ni Lucy ni Owen podían haber sido, pues no éramos de regalarnos joyas de plata, sino de macarrones.
- Christopher –admití finalmente, optando por decir la verdad.
- ¿Lewis? –mi hermana abrió la boca y juraría que su barbilla estaba tocando la mesa-. ¿Christopher Lewis? ¿Por qué él?
- Somos buenos amigos –me mordí el labio y la miré inocentemente-. Me lo regaló el otro día, pero no significa nada.
- ¿Segura que no significa nada y que amigos no tiene otra definición? –interrogó Evelyn con la ceja alzada, mirándome sospechosamente.
- Segura –asentí y cambié de tema-. ¿Tú qué tal con Ethan?
- Pues muy bien –sonrió tontamente-. Este fin de semana vamos a pasarlo en pareja, nos vamos el viernes a París.
- ¿En serio? ¡Eso es genial! –exclamé emocionada-. Me alegro mucho, Eve.
- Lo ha planificado todo él y me ha dado la sorpresa esta mañana al despertarnos.
Los ojos de Evelyn brillaban con muchísima intensidad y sonreí al ver la felicidad de mi hermana mayor. Arthur y yo no habíamos hecho ningún viaje romántico en pareja en los dos años y medio de relación que llevábamos, sin contar aquella vez que fuimos a Milán porque él tenía una conferencia a la que quería que le acompañase; de eso hacía ya un año y no visitamos la ciudad. Sin embargo, aunque no habíamos salido de Manhattan, Chris me había llevado a muchísimos lugares para visitarlos y pasar el día.
- Es un gesto muy bonito, Eve –ella seguía sonriendo y asentía emocionada.
- Lo sé, Ethan es un amor. Por cierto, ¿Chris fue a tu casa a dártelo o habíais quedado?
- ¿Para qué quieres saberlo? –pregunté con nerviosismo, insistía demasiado en el tema, y para colmo, mentirle a mi hermana era imposible.
- Pues hija, no es normal que tu cuñado te regale un colgante de plata con un corazón –dijo obvia-. Lo que me sorprende es que Arthur no te haya hablado para preguntarte la procedencia del collar.
- Es imbécil –suspiré frustrada-. Y si le dijese quién me lo ha regalado no me hablaría nunca.
- ¿Celoso de su hermano? –Evelyn puso su mano derecha bajo su barbilla-. Curioso.
- Es una gilipollez –aunque no lo era tanto, porque por culpa suya, Chris y yo nos habíamos unido aún más.
- Pero no me has respondido la otra pregunta.
- No sé para qué quieres saber dónde me lo dio –negué con la cabeza y la miré-. No le veo importancia a eso.
- Mera curiosidad, chica, quiero un poco de salseo –reí ante lo cotilla que podía ser mi hermana y decidí contárselo.
- No se lo digas a Arthur –ella hizo un gesto de cerrar la boca como si fuera una cremallera-. Ni a nadie, en general.
- Prometido.
- Fuimos a One World Observatory, y me lo obsequió allí –me encogí de hombros, intentando quitarle peso al asunto.
- ¿Me estás tomando el pelo? –su tono ya no era gentil, se había endurecido-. Alyssa, ¿no estarás engañando a Arthur con Christopher?
- ¿Pero qué dices? –me indigné falsamente-. ¿Estás mal de la cabeza o qué?
- Qué quieres que te diga, pero esa situación me parece bastante romántica para ser entre dos 'amigos' –hizo comillas con sus manos en la palabra amigos, y yo simplemente me volví a morder el labio. En cualquier momento iba a empezar a sangrar.
- No sabes de lo que hablas, Eve. No es lo que estás pensando, es que ni parecido.
Me miró dubitativa durante unos segundos, analizando mi pose seria. Finalmente, pareció creerme y bajó la mirada, suspirando levemente y apoyándose más en la mesa. En mi interior me aliviaba el hecho de que me hubiese creído, pero a la vez quería contarle lo que realmente pasaba entre Christopher y yo. Simplemente no podía.
- Por primera vez, espero estar equivocada, Alyssa.
Con esa frase y tras acariciar mi pelo levemente, se marchó de mi despacho, dejándome helada. Estaba mintiendo a todos mis seres queridos, pero a la vez necesitaba seguir haciéndolo, eso sí, manteniendo el control de la situación.
Seguí trabajando otra hora y media más, hasta que otra persona tocó la puerta. Con cansancio me giré a ver quién era, y casi me caigo de la silla al ver a mi novio en el marco de la puerta, sonriendo. Decidí ignorarlo y seguir con mi labor, pero él entró y se sentó frente a mí, intentando llamar mi atención.
- ¿Qué coño quieres? –pregunté con los nervios de punta.
- Venía a pedirte perdón –me miró con inocencia y con la cabeza baja.
- ¿No te habrá llamado mi hermana? –bufé.
- No, no –respondió rápidamente, intentando coger mi mano, la cual aparté inmediatamente-. He venido por voluntad propia.
- Pues te puedes ir de igual manera, nadie te lo impide –tecleé un par de cosas en el ordenador, pero él seguía allí-. ¿Es que no me has escuchado?
- Sí, pero no me voy a ir.
- ¡Seguridad! –exclamé, esperando a que viniese alguien a echarle, pero él me tapó la boca.
- Alyssa, por favor, basta de juegos –sacó sus zarpas de mis labios y volvió a sentarse con decencia. Yo solo pude reír agriamente.
- Yo no soy la que te ha dejado de hablar dos semanas por llegar una noche a las diez de la noche, Arthur.
- Lo siento, cariño...
- No me llames así –le corté, y él me miró con dolor-. No, no pongas ojos del gato de Shrek porque no va a funcionar.
- Perdóname, por favor. Estaba enfadado y celoso y...
- Es que eso es lo que no entiendo, Arthur –solté de golpe, sobresaltándolo-. Es tu hermano, joder.
- Eso es lo que me preocupa –admitió y yo le miré con extrañeza-. Es un picaflor, un mujeriego, le da igual a por qué mujer ir.
- Puedes no fiarte de él –comencé-, pero me duele que no confíes en mí.
- Claro que confío en ti, amor –«pues haces mal», pensé-. Los celos pudieron conmigo, lo admito. Dame otra oportunidad.
Me lo pensé durante un buen rato, la desesperación cada vez más visible en su cara. Por mucho que Chris y yo tuviésemos algo, también quería a Arthur, aunque se comportase como un imbécil, a veces. Darle otra oportunidad no me iba a matar, así que tomé una decisión.
- Está bien, pero a la próxima se acabó –Arthur sonrió y asintió, levantándose y acercándose a mí rodeando el escritorio, para después abrazarme con fuerza.
- Gracias, Lis, gracias –susurraba una y otra vez en mi oído.
Sin embargo, sus brazos ya no se sentían tan bien en mí, y su calor me dejaba fría, algo fallaba. Se separó ligeramente de mí y me miró a los ojos, mientras subía su mano izquierda para acariciar mi mejilla.
- ¿Te apetece salir a comer juntos? –preguntó, esperanzado. Yo suspiré y asentí, si quería darle una nueva oportunidad, debía aceptar las pequeñas citas, también. Aunque estaba segura que después de esa no iba a haber ninguna más.
- Tengo mi descanso en quince minutos.
- Esperaré por ti.
Me volvió a abrazar y me besó en los labios. La sensación de sus besos también había cambiado, no me transmitían ningún tipo de sentimiento, ni provocaban ninguna reacción en mí. Le correspondí el beso por cortesía, pero no porque quisiese besarle, ya no lo sentía bien, lo veía como algo que preferiría no hacer. Ya nada era igual.
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