Capítulo 2

- No sé qué ponerme –bufé mientras sacaba más ropa del armario.

- Lo que tú quieras, con cualquier cosa estás preciosa –dijo Arthur, que se encontraba sentado en el pequeño sofá de nuestra habitación.

- Qué mono eres –sonreí-. Pero no ayudas.

- Cariño, es una comida familiar, no es nada formal. Como si quieres ir en chándal.

- Pues no, no quiero ir en chándal.

Seguí sacando ropa hasta encontrar unos vaqueros skinny grises de G-Star Raw y un top de seda amarillo de Colour Nude. Sin dudarlo me lo puse, alegre de haber encontrado el conjunto perfecto, y además, decidí usar los tacones de puntera cuadrada y correa blancos de Reike Nen. No podía ir más sencilla.

- Ya estoy –anuncié, y mi novio me miró con una sonrisa.

- Pues vamos.

- ¿Vamos a coger el metro? Porque para aparcar va a estar bastante mal.

- No, cielo, nos lleva Charles –Arthur me acarició la mejilla y luego me agarró por la cintura.

Charles era nuestro chófer desde hacía año y medio. Usualmente solíamos conducir o Arthur o yo, pero cuando se trataba de acudir a sitios en los que aparcar era misión imposible, Charles nos acercaba hasta allí. Aunque, siendo sincera, echaba de menos el metro, de adolescente viajaba mucho en él.

Bajamos al garaje donde nos esperaba el chófer, y montamos en el coche. Durante el camino a casa de mis suegros, estuve cantando las canciones que sonaban en la radio, y Arthur me miraba con diversión. Él no era mucho de cantar, la verdad, era bastante más serio que yo, así que solo se dedicaba a escucharme y a reír cuando me emocionaba demasiado.

Por la ventanilla se podían apreciar las calles de Manhattan, en las cuales se veía gente paseando, comiendo en los restaurantes, sentados en las terrazas o de compras en las tiendas de ropa. Adoraba el lugar donde vivía, era un paraíso al alcance de mi mano, y lo más bonito de todo es que vivía con la persona que quería, mis amigos se encontraban cerca y nuestras familias estaban a cinco manzanas de distancia. No podía ser más feliz.

- Alyssa, hemos llegado.

La voz de Arthur me sacó de mis pensamientos y miré en todas las direcciones posibles, dándome cuenta de que era cierto. Charles abrió mi puerta y al salir le di las gracias. En menos de tres segundos mi novio ya había cogido mi mano y nos dirigíamos al apartamento de sus padres.

Una vez ante la puerta, llamamos al timbre y nos abrió Meredith, la chica que tenían para limpiar la casa. Nos sonrió abiertamente y nos invitó a pasar, por nuestra parte, le devolvimos la sonrisa y le dimos las gracias.

- Están en la sala. No se preocupen, falta el pequeño por llegar.

- Qué raro que Chris llegue tarde –bromeó el rubio.

Ambos cruzamos el apartamento hasta llegar a donde nos había indicado Meredith, y efectivamente, estaban todos menos Christopher.

- Hola, chicos –saludó primero Evelyn.

- Hola –saludamos los dos a la vez, sentándonos al lado de mi hermana y mi cuñado.

- Míralos qué monos, Jayden, ya hasta hablan a la vez –le dijo mi madre a mi padre, sonriendo. Yo me sonrojé y miré al suelo, la alfombra era preciosa.

- No avergüences a los chicos, Scarlett, ya son mayores.

Miré a Arthur, quien me devolvió la mirada, y comenzamos a reír levemente. Nuestra relación era de dos años y medio, de dos personas adultas de veinticinco y veintiocho años, y nuestros padres seguían tratándonos como si llevásemos seis meses y fuéramos adolescentes.

Apoyé mi cabeza en el hombro de Arthur y él me abrazó por la cintura. Tenía hambre, pero, al parecer, no íbamos a empezar a comer hasta que Christopher llegara. Maldije al pequeño de los Lewis en mi mente, no era la primera vez que llegaba tarde a una comida familiar y siempre teníamos que esperar por él.

De repente, sonó el timbre y casi me ofrezco yo a abrir la puerta, solo por las ganas de poder empezar a comer. Al de un minuto apareció el moreno en la sala, sonriendo y con pose tranquila.

- No me puedo creer que venga tan tranquilo sabiendo que estamos esperando por él –susurré en el oído de mi novio, y este asintió de acuerdo conmigo.

- Toda la vida ha sido así, y parece que no madura.

Venía mucho más informal que el resto de nosotros. Llevaba una camisa azul y unos vaqueros negros; su pelo estaba ligeramente desordenado y no paraba de sonreír. Me preguntaba si no le dolían las mejillas.

- Ya que el que faltaba ha llegado, podemos empezar a comer –anunció Katherin, y yo con gusto acepté sus palabras.

La comida fue silenciosa, pues preferían hablar en el postre y en la sobremesa, así que aproveché a comer sin que nadie me interrumpiera.

- Mastica, que pareces un pato –comentó mi hermana por lo bajo.

- Aplícate el cuento –respondí y seguí comiendo.

Sentí una mirada en mí, pensé que sería Arthur, pero al levantar la vista, me llevé una sorpresa al ver que era Christopher. Este sonrió levemente y volvió a lo suyo, dejándome desconcertada. Su actitud me tenía intrigada, nunca me había fijado mucho en él debido a que no era de mi interés; pero nuestros últimos dos encuentros habían despertado una curiosidad inhumana en mí, y necesitaba saciarla.

Me quedé mirando al moreno fijamente durante un minuto, y finalmente, me miró. Nuestros ojos se encontraron, yo levanté las cejas en signo de interrogación y él simplemente sonrió, como siempre. ¿De dónde sacaba la alegría este chico? Nos quedamos en esa misma postura unos segundos, y al darme cuenta de la situación, aparté la vista de él y miré mi plato vacío. Pude ver de refilón a mi hermana con una mueca de confusión en mi dirección, pero la ignoré. No había sido nada fuera de lo normal.

- Bueno, ahora que todos hemos terminado de comer –comenzó Samuel-, quería preguntar a la pareja del año algo.

Arthur y yo sabíamos muy bien que se refería a nosotros dos, y me tensé, temía que soltase una burrada que me avergonzase de nuevo delante de todos. Arthur me cogió la mano por debajo de la mesa y me dio un ligero apretón, tranquilizándome.

- Como decís los jóvenes hoy en día, ¿y el anillo pa' cuándo?

Me ahogué con mi propia saliva y empecé a toser. En parte me había hecho gracia la referencia, pero por otra me sentía presionada, quería tomarme las cosas con calma, y según había hablado con mi novio, él quería ir despacio también. Mentiría si dijera que no me hacía ilusión casarme con Arthur, pero eso era decisión nuestra, nadie debería preguntar sobre ese tema.

- Bueno, papá, aún no hemos hablado sobre bodas, estamos bien como estamos –respondió Arthur por mí, y se lo agradecía enormemente.

- Pues ya es hora, ¿no? Mirad la edad que tenéis, en nada los hijos, que a Alyssa se le pasa el arroz.

Me volví a ahogar, eso era la gota que colmó el vaso. Solo tenía veinticinco años, no me veía casada y con hijos; además, ¿quién le había dicho a este señor que yo quería tener niños? Porque desde luego no entraba en mis planes por el momento.

- No creo que eso sea asunto tuyo, papá.

Me sorprendió la intervención de Christopher, pero le dediqué una mirada de agradecimiento, y él me sonrió para después centrar su atención en su padre.

- En realidad, sí, Christopher –afirmó mi suegro, apretando la mandíbula con fuerza-. Ellos son el futuro de ambas empresas, y los nietos también. Necesitamos estabilidad.

- Es bastante cruel verlo de esa manera –siguió el moreno-. Aparte, ¿tú qué sabes si Arthur o Alyssa quieren tener hijos? Es decisión de ellos, sobre todo de ella, que es quien tiene que sufrir el embarazo y el parto.

Me quedé fascinada ante la respuesta de Christopher, me estaba defendiendo de su padre, a pesar de que este no me había atacado en sí. Sonreí y me sonrojé, ni siquiera Arthur había desafiado a su padre por mí.

- Creo que es mejor que te retires, Christopher –murmuró su padre, su voz llena de enfado.

- ¿Por qué? ¿Por decirte la verdad? ¿Por no ver a Alyssa como una fábrica de 'estabilidad'?

- ¡Que te retires, te he dicho! ¡Y no me cuestiones, soy tu padre!

Christopher se levantó con energía, se disculpó y dio un leve asentimiento con la cabeza para después marcharse a otra parte de la casa. Yo salí de mi ensimismamiento y decidí ir tras él, al fin y al cabo, me había defendido y había dejado en claro mis derechos de decisión.

- Ahora vuelvo –le dije a Arthur, antes de levantarme e ir tras el moreno.

Lo busqué por toda la casa, hasta que lo encontré fumando en la terraza. Abrí la puerta con cautela y me acerqué a él. Me había sentido ya, aún así no se giró a verme; yo me puse al lado suyo, admirando las calles de Manhattan desde la barandilla.

- Gracias por lo de antes –conseguí articular después de unos minutos.

- No ha sido nada –respondió él con simpleza.

- Sí, sí lo ha sido. Y siento haber hecho que tu padre y tú tuvieseis una pelea.

- No ha sido tu culpa –me reconfortó, y por fin, me miró-. Ha sido suya, por verte como algo que no eres, y por no respetar tu privacidad y la de mi hermano.

Le miré con admiración, y me fijé en su rostro pacífico. Su pelo se movía al compás de la leve brisa que azotaba la terraza; sus mejillas estaban ligeramente alzadas debido a su sonrisa; sus labios se curvaban con gracia y formaban una de las sonrisas más bonitas que había visto hasta entonces. Seguí bajando, y me di cuenta de que, al igual que pasaba con el chaleco beige del viernes, sus abdominales de marcaban en la camisa azul; los músculos de sus brazos estaban relajados, aún así era notable que estaban en muy buena forma. Al darme cuenta de que estaba mirando demasiado, volví a sus ojos, y vi en ellos algo que no me esperaba: lujuria.

Me tensé al pensar que él tuviese cierta atracción sexual hacia mí, sin embargo, pronto se me quitó esa idea de la cabeza. Quizá había interpretado mal su mirada, no podía ser lo que yo creía haber visto. Miré al suelo, fruncí el ceño y volví a sus ojos, los cuales tenían la misma mirada de antes. Retuve mi respiración al concienciarme de que era cierto y me giré rápidamente hacia la barandilla a ver las calles de nuevo.

- ¿Estás bien? –preguntó Christopher confundido ante mi acción.

- Pues claro –reí falsamente, casi no se notó-. Creo que debería volver...

- ... ¿con Arthur? –cuestionó él levantando una ceja-. ¿Por qué cada vez que nos quedamos solos recurres a esa excusa?

- ¿Excusa? No es ninguna excusa –bufé-. Una excusa sirve para librarte de una situación que quieres evitar a toda costa.

- Y tú quieres evitar quedarte a solas conmigo –afirmó el moreno con una sonrisa socarrona.

- ¡Claro que no! Me da igual estar contigo a solas, ni que fuésemos a hacer algo –rodé los ojos.

- Creo que eso es lo que te da miedo –siguió sonriendo de la misma manera y se acercó a mí.

- Por Dios, Christopher, no podría pasar nada, ¿entiendes? Nada, entre tú y yo –dije convencida.

- Eso es lo que crees, esperemos unos meses.

- He venido aquí a darte las gracias, pensando que eras de otra manera –espeté con asco-. Pero lo retiro, eres un imbécil.

Me di la vuelta para marcharme, totalmente indignada por el comportamiento de mi cuñado, pero antes de poder dar un paso más me sujetó del antebrazo girándome hacia él. Me estremecí ante el tacto de su mano con mi piel, llevaba tiempo sin sentir algo así, mucho, a decir verdad. Él pareció notarlo y acercó su rostro peligrosamente al mío, yo, por mi parte, no me moví, estaba demasiado asombrada por la sensación de hacía unos segundos.

Mi respiración se mezcló con la suya y yo respiraba agitadamente, necesitaba marcharme de allí antes de hacer algo que no debía, y que, al menos creía yo, no quería.

- Siento que esa sea la imagen que tengas de mí, pero sé con certeza que acabarás cayendo a mis pies –quería borrar su sonrisa socarrona, pero la manera que pensó mi cerebro iba en contra de lo que debía hacer.

- Eres patético, intentando ligar conmigo cuando estoy con tu hermano.

- Yo no ligo –su frente estaba pegada a la mía, y yo solo podía mirarle embobada-, simplemente reclamo lo que es mío.

- Acabas de dar un discurso sobre que mi cuerpo es mío hace unos minutos, y ahora pretendes decir que te pertenezco –murmuré incrédula-. Tienes unos cambios de humor y de opinión un poco sospechosos, deberías mirártelo.

- No digo que tu cuerpo o tú en sí seas mía –sonrió y se acercó más, si es que eso fuese posible-, sino que tus sentimientos deberían ser hacia mí.

- Pues llegas un poco tarde, porque son hacia tu hermano.

Con eso, me separé con brusquedad de él y me di cuenta de que en la puerta estaba Meredith, pálida y mirándonos con sorpresa. Bufé y me giré a ver a Christopher, el cual me regaló otra de sus asquerosas y atractivas sonrisas.

- No es lo que piensas, ni si quiera se acerca –le dije a la chica antes de entrar e ir con Arthur.

Todos seguían en la misma posición de antes, mirándome interrogantes. Me senté junto a mi novio y me tranquilicé, intentando no demostrar mi gran cabreo.

- ¿Dónde estabas? –preguntó Arthur curioso.

- He ido a darle las gracias a tu hermano por lo de antes.

- ¿Se ha quedado allí solo? ¿Haciendo qué?

- Pues, estaba fumando. Y ha ido Meredith con él –me encogí de hombros, sin darle mucha importancia.

- No sabía que estaban juntos, o que tenían algo –murmuró Arthur, confundido.

- Por mí como si se la folla.

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