Capítulo 10
La comida con Arthur fue de lo más normal, estuvimos hablando del trabajo, sobre todo de su estrés debido a la gran carga de dirigir Falconfast; también de nuestros amigos, ya que, al parecer, durante nuestro tiempo de pelea, Arthur pasó mucho más tiempo de lo normal con su mejor amigo, Ian Russel. Lo primero que pensé es que me habían puesto verde, aunque quería creer que mi novio no lo había permitido en caso de que así hubiese sido.
De pronto, sus ojos bajaron a mi pecho, seguí su mirada y di con el colgante de plata. Su ceño se frunció y juraría que sus ojos lanzaban llamas. Me mordí el labio, esperando a que montase una escena en el restaurante, pero nunca llegó. Su voz al hablar fue tranquila, contraria a lo que su rostro expresaba, y preguntó lo que esperaba que saliese como tema de conversación desde el principio.
- ¿Desde cuándo tienes ese colgante?
- No desde hace mucho –miré mi plato vacío, no podía disimular comiendo.
- ¿Lo has comprado tú? –alzó una ceja, y yo puse mis labios en una línea. Rogué por ser invisible, y recordé que un personaje de una película lo intentó quedándose quieto o con movimientos muy lentos. No funcionó.
- No, me lo han regalado.
- ¿Quién? –su tono de voz había cambiado, ya no era tan armonioso. «Aquí va la primera mentira», pensé.
- Owen.
- Oh, vale.
En ese momento la que frunció el ceño fui yo, no me podía creer que me conociese tan poco como para no saber que entre los tres mejores amigos nunca nos hacíamos regalos caros, apostábamos más por detalles hechos a mano, incluso si eran un verdadero desastre. Dos años y medio de relación habían llevado a eso, y yo no podía más con mi vida; estaba segura de que Christopher no me habría creído ni por un segundo y habría insistido hasta saber la verdad. Pero claro, Chris se había interesado en conocerme realmente.
Una vez acabamos de comer, fuimos hasta su coche y condujo hasta casa. El camino fue aburrido, la música salía de la radio, pero nadie cantaba, nadie hacía los solos de guitarra con la voz. Miré por la ventana y suspiré cansada, mi vida ya no era lo que había sido; creía tener todo muy claro, debido a que tenía novio, una casa, un trabajo muy estable... pero llegó Chris a revolverlo todo. Lo odiaba, odiaba que me hiciese sentir así, que me hubiese arrebatado mi forma de vida, y lo que más odiaba era quererlo. Porque sí, ya no iba a ocultarlo más, me había enamorado de Christopher Lewis. Desgraciadamente, esa relación jamás saldría adelante, no podía arriesgarme y sacar lo nuestro a la luz, pues Chris corría el riesgo de ser desheredado por hacer algo que le causase mal a Arthur, el hijo predilecto.
Admitir eso había sido una de la cosas más duras que había hecho en la vida, no era fácil darse cuenta que la persona con la que dormía no era a la que amaba. Quería gritar a los cuatro vientos que quería Christopher Lewis, pero debíamos guardarlo en secreto, en la clandestinidad de nuestros corazones, por el bien común.
Llegamos a nuestro apartamento y me senté en el sofá, encendiendo la tele para poner Netflix. El peso a mi lado me informó de que Arthur se había sentado junto a mí, y pasó su brazo izquierdo sobre mis hombros, atrayéndome a él.
- ¿Seguimos viendo la serie? –preguntó, y después me besó la mejilla.
- Bien –asentí sin mucho ánimo y puse el capítulo dos de la segunda temporada de Por 13 Razones. Parecía que había pasado una eternidad desde que vimos el primero.
- Me alegra que lo hayamos arreglado, cariño –susurró-. No podía estar más tiempo así contigo.
- Ya, yo también –sonreí falsamente y volví a prestar atención a la tele.
Y así llegó en fin de semana. Arthur me complementaba cada vez que podía, me venía a visitar al trabajo y me llevaba a comer. El cambio de actitud había sido tan brusco que me planteé el que hubiese tenido un accidente y se hubiese lesionado el cerebro.
A pesar de su insistencia por pasar tiempo conmigo, yo seguía viéndome a escondidas con Chris. Y como siempre, todo empezaba a las cinco de la tarde en el Frisson Espresso. Conocía a los dependientes a la perfección, y ellos a mí, ya que a Chris le conocían de mucho antes; eran geniales y muy buenas personas, el ambiente de aquel lugar me había maravillado. El moreno, por su parte, seguía planificando distintas salidas por Manhattan, siempre a horas no muy populares para evitar ser vistos por curiosos o cámaras.
Había llegado sobre las nueve de la noche a mi apartamento aquel sábado, riendo por la ocurrencia de Chris de comparar al cantante Marc Anthony con Marco Antonio, el militar romano y amante de Cleopatra. Al entrar, me esperaba un Arthur de brazos cruzados y con cara de pocos amigos. Sabía que se avecinaba una buena pelea, y eso que mi novio nunca había sido de gritar ni de discutir.
- ¿Dónde estabas?
- No empecemos, Arthur –bufé molesta y caminé hasta la habitación, a donde él me siguió.
- Te vas siempre a las cuatro y veinte de casa y vuelves entre las nueve y las diez. Me he fijado que llevas haciéndolo un tiempo, ya –soltó, creyendo que me asombraría de sus capacidades de investigación.
- Estaba con mis amigos, que tengo de eso, ¿sabes? –espeté harta.
- También tienes novio –sus palabras sonaron como si estuviese escupiendo veneno.
- Necesito que me des tiempo, Arthur –me senté en la cama y coloqué la palma de mi mano en mi frente.
- ¿Todavía estás así? ¡Te he pedido perdón un millón de veces!
- ¡Ya lo sé! –exclamé, alterándome ante la subida de volumen de su voz-. Pero un perdón no lo arregla todo. Necesito tiempo, y si me quieres, deberías entenderlo.
- Vaya, ahora no te quiero –dijo con ironía y colocando los brazos en jarra.
- No he dicho eso, Arthur.
Seguimos discutiendo por un buen rato, y todo giraba en torno a que no pasaba suficientemente tiempo con él. Nunca se había preocupado de eso, y ahora quería hacerme creer que sí y que lo hacía porque quería que nuestra relación fuese fuerte.
- Patrañas –susurré para mí misma, y por suerte, no me escuchó.
- Además, sé que no has estado ni con Lucy ni con Owen –se volvió a cruzar de brazos.
- Dime tus razones, genio.
- Porque no sueles llegar tan tarde cuando vas con ellos –solté una carcajada que solo lo cabreó aún más-. ¿Qué te hace tanta gracia?
- Las nueve o diez de la noche no es tan tarde, Arthur, deja de exagerar.
Metí la pata hasta el fondo, porque cuando vi que la cara del rubio se ponía roja, al igual que su cuello, me preparé para la mayor explosión jamás vista en él. Agarré un cojín y lo apreté contra mi pecho, dándome apoyo para soportar lo que posiblemente no iba a ser muy agradable de oír.
- ¿¡Que exagero!? ¡Mi novia se pasa el día fuera, haciendo quién sabe qué! ¡Posiblemente estés zorreando con alguien!
Mis ojos se llenaron de lágrimas al instante, no esperaba que fuese tan doloroso lo que iba a gritar. Él ignoró mi estado y siguió rebuznando, insultándome, cuestionando mi libertad. Pero si lo pensaba bien, el que me defendió cuando Samuel insinuó que mi única utilidad era biológica había sido Chris, Arthur no había dicho ni una palabra.
- ¿Te vas a quedar callada? ¿No puedes defenderte sola?
- ¡Pues claro que puedo defenderme! Pero discutir contigo en inútil. Da igual los argumentos que dé, para ti siempre eres tú el ganador. ¡Eres un egoísta! ¡Solo piensas en ti y en lo que te conviene, aunque eso me haga quedar como carnaza delante de tus padres! –grité, soltando todo aquello que llevaba callando por largo tiempo.
Su rostro pasó a consternación y me miró con arrepentimiento, pero ya era tarde. No le dejé tiempo de disculparse, pues salí a toda prisa por la puerta. Corrí por la calle hasta creer que Arthur no me encontraría y pensé en las alternativas que tenía, las cuales no eran muchas. Llamé a Owen para ver si podía quedarme en su casa, pero no cogía el móvil. Tras la tercera llamada, me di por vencida y comencé a andar a la deriva.
Para mi desgracia, empezó a llover y me refugié en un pequeño soportal mientras pensaba. Se me ocurrió un lugar donde no me buscaría, el único sitio de alguien conocido al que podía acudir, ya que si iba a un hotel, Arthur acabaría sabiendo hasta la habitación en la que me alojaba.
Me embalé por las calles de Manhattan, empapándome a cada zancada, hasta llegar al edificio de la persona a la que necesitaba. Tuve suerte de que la puerta del portal estuviese abierta y subí a su piso, el cual sabía gracias a que él mismo me lo había dicho en su momento.
Llamé a la puerta y bajé la cabeza para ver mi atuendo. Mi cuerpo entero chorreaba y daba verdadero asco, estaba hecha un desastre. De pronto, la puerta se abrió dejando ver a Christopher, quien estaba más despeinado de lo normal, en una musculosa que dejaba ver sus trabajados brazos y unos pantalones de pijama; además, iba descalzo. Me miró con horror y me hizo pasar inmediatamente, sin importarle que le manchase la alfombra.
- Dios mío, cariño, ¿qué ha pasado? –preguntó con preocupación en su voz, y esta aumentó al ver mi cara-. ¿Has estado llorando?
- Siento molestarte Chris –comencé, temblando de frío e ignorando sus preguntas-. He discutido con Arthur, y no sabía a dónde más ir. Lucy está en Seattle con su madre, Evelyn e Ethan están en París, Owen no me coge el teléfono y no puedo presentarme así en casa de mis padres.
- Eh, eh, para el carro –Chris me cogió de la mano y me dio un suave apretón-. Tú nunca me molestas, ¿vale? Así que no te disculpes.
- Es que sé que es muy tarde y que...
- Basta, Alyssa –me interrumpió-. Vamos a hacer una cosa. ¿Por qué no te das una ducha caliente, te pones el pijama y me cuentas todo con más tranquilidad? –asentí levemente ante la amabilidad de Chris-. Bien, venga, te enseño donde queda el baño.
Durante el camino al cuarto de baño me fijé en la casa de Chris. Estaba pintada en color arena y decorada con varios cuadros. El salón eran gigante, con un sofá gris enorme que tenía forma de medio círculo; en frente de este había una televisión que ocupaba gran parte de la pared de la que estaba colgada, y bajo esta, una chimenea de gas, decorada con ladrillos grises alrededor. Entre esa pared y el sofá había una pequeña mesa gris de café con varios posavasos en ella; y detrás del sofá estaban colocados una mesa de billar y un futbolín. La pared de la derecha tenía unas puertas francesas blancas, que daban paso a la inmensa terraza de su apartamento.
El pasillo estaba pintado del mismo color, decorado con fotos de él de pequeño, con Arthur y con sus amigos. Me llamó la atención una en la que salían él y una mujer castaña de ojos marrones, muy atractiva. No pude evitar sentir una pequeña punzada en el estómago, quizás era su ex -novia de la que no se había olvidado todavía.
Oí que la ducha se había encendido, y como aún no me había llamado, seguí creando teorías y conspiraciones en mi cabeza sobre quién podía ser esa mujer, y qué tan especial debía ser para ocupar un sitio en la pared del moreno. La sensación de una mano en mi cadera me hizo sobresaltar, y Chris rio en mi oído sensualmente. Siguió mi mirada y lo sentí sonreír tras de mí. «Lo sabía, es su ex», me lamenté.
- Es Natalie, por si te lo preguntabas –me dijo, sabiendo perfectamente lo que pasaba por mi cabeza en cada momento. Pero la duda seguía en mí, su nombre no me aclaraba quién era ella para él.
- ¿Es tu ex? –pregunté. Me quedé estática al darme cuenta de que lo había dicho en alto, mi cuerpo me había traicionado. Chris volvió a reír, pero esta vez lo hacía como si le hubiesen contado un chiste muy bueno. Lo peor de todo era que yo no le veía lo chistoso a la situación.
- ¿Estás celosa? –preguntó con tono burlón, dándome la vuelta y mirándome a los ojos.
- No –respondí seria.
- Sí que lo estás –siguió bromeando, pero yo no me reía, no me hacía gracia-. Estás muy picada, preciosa.
- Ya te he dicho que no estoy celosa –bufé.
- Quizás la noche en el hotel Pennsylvania lo decías en serio, pero ahora no puedes negarlo, es un hecho –sonrió con sorna y acercó su cara a la mía.
Yo continué seria, pero era difícil mantenerme cuerda con su rostro pegado al mío. Me sonrojé, pues sí que estaba celosa, pero no se lo iba a decir a él. Poco después, Chris posó sus labios sobre mi frente y me acarició la cintura con su mano izquierda. No aguanté más y sonreí, sabía cuáles eran mis puntos débiles y los utilizaba en mi contra.
- No tienes nada que envidiar, Lis –murmuró mirándome a los ojos-. Natalie es mi mejor amiga desde que nacimos. Nuestras madres estudiaron Administración y Dirección de Empresas juntas; al de unos años mi madre tuvo a Arthur, y dos más tarde, la señora Sanders tuvo a Natalie y mi madre a mí. Hemos crecido como hermanos.
Me avergoncé de mi misma, daba pena y de la mala. Me había puesto celosa de alguien a quien Chris consideraba parte de su familia. Bien es cierto que yo no lo sabía, pero debería haber preguntado antes de hacer hipótesis y de hacer esquemas en mi cabeza.
- Venga, cariño, entra al baño y date una ducha. No quiero que te enfermes.
Le sonreí y le di un beso en la mejilla, para luego entrar y cerrar la puerta del baño. Me desnudé y me metí dentro de la ducha, dejando que el agua calentase mi cuerpo cubierto de lluvia helada y de sudor frío. Me relajé bastante y aproveché a observar el baño a través de la mampara.
La pared estaba empapelada en papel blanco con hojas doradas, y el techo era de un blanco aún más claro. La ducha estaba en la pared del fondo, con el muro cubierto de azulejos de un color dorado apagado. Los grifos eran del mismo color que las hojas del papel y la mampara era totalmente transparente. En frente de esta, aunque unida de cierta forma con la mampara, se encontraba una bañera con forma de yacusi, aunque estaba prácticamente segura de que sí que lo era. Un círculo perfecto de color blanco con grifos en color dorado, y con piedras grises y velas decorándola. Encima estaba una lámpara de araña que hacía del lugar mucho más lujoso. La pared la izquierda tenía un espejo enorme, y bajo esta, se encontraban los grifos y los lavabos también en color dorado, mientras que los cajones estaban en blanco. Finalmente, el wáter era blanco, y se notaba que era de los que la tapa se bajaba sola. Resumiendo, era un cuarto de baño precioso. Además, la ventana de enfrente de la ducha daba amplitud al lugar.
Acabé de ducharme y me sequé, después, salí envuelta en una toalla y con mi ropa interior puesta en busca de Christopher. Este estaba en el salón viendo la tele, cuando me oyó llegar, se levantó y me pidió que le siguiese hasta su cuarto. No me dio tiempo a admirar mucho antes de que me tendiese una camiseta y unos pantalones suyos, y yo me emocioné al pensar que iba a estar con una camiseta de Christopher encima.
- Posiblemente te queden como un saco, pero serías un saco muy adorable –dijo y reí.
- Hace mucho calor como para ponerme los pantalones, los cuales posiblemente arrastraría si me los pusiese. Así que me quedo solo con la camiseta.
- Lo que la señorita deseé.
Volví a reír, él me pellizcó la mejilla y me dejó sola en su cuarto para que me pusiese la prenda con tranquilidad. Esta era una camiseta de manga corta gris lisa, y al ponérmela, descubrí que me llegaba hasta más o menos la mitad del muslo. Inspiré y gratamente recibí el olor de la colonia de Chris, la cual me encantaba.
Miré alrededor y vi que el color de la pared era blanco, al igual que las cortinas del gran ventanal y que las sábanas. La colcha de la cama hacía juego con el cabecero, pues eran grises con detalles muy sutiles en blanco. La cama era matrimonial y a los lados se encontraban dos mesillas grises, al igual que el escritorio de la pared de la derecha, y encima de este había tres pequeños cuadros de decoración. Las sillas eran blancas con detalles en beige, y en frente de la cama había una pequeña mesita en mármol blanco.
Me gustaba el gusto que tenía Chris para decorar el interior de una casa, había dejado su habitación preciosa. De seguido, salí del cuarto y fui al salón, donde me volví a encontrar con un Christopher pendiente de la tele. Me acerqué y me senté a su lado, apreciando que estaba viendo un reality show. Chris pasó su brazo derecho por mis hombros y me atrajo a él, besándome la cabeza y abrazándome. Yo le abracé de vuelta y oculté mi cara en su cuello, buscando protección.
- ¿Quieres contarme lo que ha pasado? ¿O quieres esperar un poco más?
Por mucho que me gustase estar en esa posición en tranquilidad, el hombre merecía saber el por qué de mi intrusión en su casa un sábado por la noche. Así que le relaté la pelea, cómo empezó, el nudo de esta, y el desenlace, que era yo siendo abrazada por él en su casa.
- No sé si será por el estrés, pero no me parece justo que lo pague contigo –dijo Chris, una vez terminé de contarle lo que había ocurrido.
- Esta vez se ha pasado –admití, mirando al suelo-. Que si lo piensas, es normal que se enfade, porque en realidad estaba contigo. Pero eso él no lo sabe.
- No le des más vueltas, Lis, no merece la pena.
Estuvimos un rato más viendo la tele, aunque yo no paraba de pensar en la discusión con Arthur y en lo bueno que era Chris siempre conmigo. Si no fuera por nuestras familias, quizás todo sería diferente, y estaría con Chris de manera oficial.
- ¿De verdad te acuerdas de eso? –preguntó de repente con emoción en su voz, yo le miré confundida y él prosiguió-. De que te defendí ante mi padre en la comida familiar.
- Pues claro. Cuando te lo fui a agradecer me acosaste, como para olvidarme –bromeé, aunque era cierto.
- No te estaba acosando –frunció el ceño y me miró con los ojos entrecerrados-. Quería saber si tenía posibilidades contigo.
- En aquel momento no las tenías –reí.
- Y por eso en cuanto llegó Meredith te marchaste, ¿no? –alzó una ceja burlonamente y le pequé en el brazo-. Eres muy violenta.
- No fue porque me gustases, me marché porque la pobre chica estaba presenciando algo que no era.
- Claro, claro.
Inflé mis mejillas, provocando su risa y poco después, la mía. Adoraba la risa de Chris, era contagiosa y melodiosa, una verdadera obra de arte, tal y como su portador. Él se inclinó levemente y me besó, y yo lo correspondí sin dudar. A diferencia de los besos de Arthur, los de Chris tenían una serie de efectos secundarios en mí, como que la piel se me pusiese de gallina; una sensación de vértigo en el estómago, pero de las buenas, como cuando montas en una montaña rusa; un cosquilleo en la punta de los dedos, y la más importante, me hacía sentir bien. Se separó de mí y sonreímos, perdidos en ese momento. Pero recordé una frase que Chris había dicho unos minutos antes y que me causó curiosidad.
- Chris –lo llamé, y él solo murmuró un «hmm» como respuesta-. ¿Para qué querías saber si tenías posibilidades conmigo, cuando sabías que estaba con tu hermano desde hacía bastante tiempo? –él solo me acarició la mejilla y acercó su boca a mi oído.
- Te lo diré mañana por la mañana, si no te importa.
Le miré confundida, pues yo lo quería saber en ese momento, pero él me levantó en volandas y me llevó a su cuarto, tumbándome en su cama con suavidad. Se posicionó sobre mí y comenzó a besarme apasionadamente. Pasé mis manos por su pelo oscuro, tirando de él ligeramente en ciertas ocasiones, consiguiendo que Chris gruñese.
Besó mi cuello, me sacó varios suspiros, y su mano bajó al borde de la camiseta que yo llevaba puesta, y luego acarició mi vientre. Finalmente, la camiseta se perdió en algún lugar del cuarto, y no mucho después, mis bragas; y eso mismo ocurrió con el pijama de Christopher.
Ambos éramos un mar de sudor y de gemidos, jadeos y gruñidos. Le dejé hacerme una marca en el cuello, y como yo no quería ser menos, le hice otra; deseaba que todas las mujeres que se acercasen a él supiesen que ya estaba con alguien. Cuando su miembro estaba próximo a mi entrada, paró y me miró a los ojos, pidiéndome permiso.
- ¿Estás segura de esto? –preguntó.
Yo lo pensé un momento, pero la decisión ya estaba tomada. Mis sentimientos hacia Chris eran cristalinos, no había forma de ocultarlos; y ya, ni Arthur ni nadie podían detener lo que pasaba emocional y físicamente entre nosotros, era mucho más fuerte que cualquiera de ellos. Asentí, sonriente, y él me besó una última vez antes de entrar en mí.
Y así, ocurrió lo mismo que la noche del evento benéfico, solo que esta vez, lo hice por amor.
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