Decreto Final: Cuando un Dios Castiga a la Humanidad
https://youtu.be/XggVJ2ATpTE
En el vasto e imponente Reino de los Cielos, donde el equilibrio del cosmos debía mantenerse inquebrantable, el aire se sentía cargado de tensión. Sentado en el borde de un precipicio de nubes doradas, un joven de cabello blanco con puntas rosadas dejaba escapar un suspiro cargado de furia contenida. Sus ojos rojos ardían como brasas, iluminando la frustración que hervía en su interior.
Vestido con una chaqueta y pantalones de cuero negro que contrastaban con una camiseta color vino tinto, sus dedos tamborileaban con impaciencia sobre su pierna. El Reino, siempre sereno, reflejaba su desconcierto por la conducta humana, pero era él quien no lograba contener su ira.
Con la mandíbula apretada, observaba los reflejos de la última purga: pantallas etéreas que flotaban en el vacío, mostrando los horrores ocurridos en la Tierra. Sangre. Traición. Miedo. Todo en nombre de una "tradición legalizada". Estados Unidos había aprobado el Día de la Purga, y esa simple decisión había alterado el delicado equilibrio del orden universal. El dios no podía comprender cómo los humanos se atrevían a jugar con la violencia como si fuese una celebración.
Subaru:—Idiotas... —murmuró con desprecio, sus ojos destellando peligrosamente.
No era un dios cualquiera; él vigilaba los límites entre justicia y caos, un guardián de la moderación. La Purga era una afrenta personal, un desafío directo a todo lo que representaba. Apretó los puños hasta que sus nudillos se volvieron pálidos, y las costuras de su chaqueta crujieron bajo la presión.
Subaru:—Esto no quedará así...
A lo lejos, las voces celestiales intentaban ignorar su creciente furia, pero era inevitable. Él estaba cansado de mirar sin intervenir, cansado de las decisiones insensatas de los mortales. Esta vez, no habría perdón. Algo debía cambiar. Y si para restaurar el orden tenía que llevar la justicia divina a la Tierra, lo haría sin vacilar.
El dios se levantó lentamente, su silueta irradiando una mezcla inquietante de belleza y peligro. La próxima vez que los humanos intentaran celebrar su noche de violencia, encontrarían algo mucho más temible acechando en la oscuridad.
A pesar de toda la furia que lo carcomía por dentro, en lo más profundo de su ser, él amaba a la humanidad. Era consciente de que los mortales eran criaturas complejas, capaces de tanto odio como de amor. Sabía que entre la oscuridad siempre brillaba la luz, pequeños actos de bondad que resistían incluso en los momentos más desesperados. Sin embargo, ver cómo una tradición tan perversa como la Purga había sido aprobada, y peor aún, celebrada, lo atormentaba. Sabía que si no hacía nada, este ritual de sangre se esparciría a otros países, envenenando a todo el mundo con su violencia.
Frente a las imágenes flotantes que mostraban familias destruidas, inocentes perseguidos y almas buenas arrojadas al sufrimiento, el joven dios sintió su corazón dividirse entre la ira y la compasión.
Subaru:—No debería ser así... —murmuró, cerrando los ojos por un momento, buscando la calma en medio del caos interno.
Había visto gente que merecía una oportunidad: personas que habían resistido, que se negaron a mancharse las manos con sangre aun cuando la ley les daba permiso. Hombres y mujeres que arriesgaron su vida para proteger a otros en medio de esa noche maldita. Esas almas buenas no debían ser sacrificadas por la ambición y la crueldad de unos pocos.
El dilema le pesaba como una montaña sobre los hombros. Sabía que intervenir iba en contra de las normas impuestas en los Cielos: los dioses no debían interferir en los asuntos de los mortales. Pero si permitía que la Purga continuara, el precio sería demasiado alto. ¿Cuántas vidas más se perderían? ¿Cuánto tiempo más duraría esa noche de terror?
Apretó los puños y tomó una decisión. No sería testigo pasivo esta vez. No permitiría que el veneno de la Purga siguiera extendiéndose. Las reglas divinas podían esperar; había algo más importante que proteger: la esencia misma de la humanidad.
Subaru:—Si debo ser castigado por esto, que así sea —dijo en voz baja, como si hablara para sí mismo.
Con un movimiento decidido, el joven dios estiró la mano, y un relámpago dorado serpenteó entre sus dedos. Sus ojos rojos destellaron con una determinación inquebrantable mientras su cuerpo comenzaba a irradiar una energía antigua, casi olvidada, que resonaba con el poder de la justicia y la retribución.
Subaru:—Intervendré —afirmó con voz firme, mirando una vez más las imágenes de la Tierra—. Los inocentes no sufrirán más.
Sin más demora, su figura se desvaneció en una ráfaga de luz cegadora, abandonando los cielos para descender al mundo de los mortales. La próxima Purga no sería como las anteriores. Esta vez, quienes sembraran caos encontrarían algo mucho más letal que ellos: la ira de un dios que había decidido luchar por la humanidad.
Dos días habían pasado desde la última Purga. En la superficie, todo parecía haber vuelto a la normalidad: personas caminaban por las calles, riendo, hablando con amigos, y trabajando como si la masacre jamás hubiese ocurrido. Eran rostros comunes, gente corriente... pero el joven de cabello blanco y puntas rosadas sabía la verdad. Había visto sus manos manchadas de sangre. Muchos de ellos habían asesinado a inocentes, no por necesidad, sino por el mero placer de hacerlo, disfrutando de esa noche de impunidad que la ley les otorgaba.
Cada sonrisa falsa que veía en sus rostros era una daga en su mente. Habían regresado a sus rutinas como si nada hubiera pasado, como si el peso de las vidas que arrebataron no tuviera ninguna consecuencia. Se apoyó contra una pared de ladrillos mientras los observaba en silencio, con los ojos entrecerrados, sintiendo cómo su rabia volvía a encenderse en su interior.
Peor aún, no todos se habían conformado con una sola noche de violencia. Desde las sombras, escuchó conversaciones que le revolvieron el estómago: empresarios poderosos maquinaban planes para secuestrar y vender personas desafortunadas a asesinos durante la próxima Purga, tratando la tragedia como un negocio. En otro rincón, una congregación religiosa se reunía, convencida de que participar en la Purga purificaba sus almas. Sus líderes hablaban de redención a través del derramamiento de sangre, distorsionando la fe en beneficio propio.
El joven dios sintió cómo sus manos temblaban levemente de frustración. La corrupción no solo estaba en los actos, sino también en las mentes de aquellos que justificaban su violencia. Era como si la humanidad hubiese encontrado una excusa perfecta para liberar su peor versión, ocultando sus deseos más oscuros detrás de un disfraz de normalidad. No eran simples mortales extraviados; eran monstruos disfrazados de hombres.
Subaru:—Ya he visto suficiente —murmuró para sí, apretando los dientes.
Sabía cómo debía presentarse ante ellos. Sabía que, en su momento, cada uno de esos individuos vería el peso de sus pecados reflejado en sus propios ojos. Sin embargo, este no era el momento. Había aprendido que la justicia no siempre debe ser inmediata; debía ser precisa, calculada... devastadora.
Sin emitir más palabras, su figura se desvaneció en la brisa. Había visto más de lo que necesitaba. El joven albino se alejó de las calles de los humanos, dejando que su ira se acumulara en silencio. Pero su decisión ya estaba tomada: los vería a todos pagar, no solo por los cuerpos que habían destruido, sino también por las almas que habían corrompido.
La Purga les había dado la ilusión de que eran dioses sobre la vida y la muerte. Pronto, descubrirían lo que significaba enfrentarse a un dios de verdad.
https://youtu.be/CTGQVFeBuPY
-Infierno-
Subaru descendió hacia las profundidades del inframundo, donde el aire era pesado y la oscuridad parecía tener vida propia. Las llamas pálidas bailaban a su alrededor, pero él caminaba sin temor. Este era el dominio de su hermano, Julio, el señor del Infierno. Pese a su título temible, Julio no era un tirano; gobernaba con pragmatismo, entendiendo los matices de la justicia y el castigo mejor que nadie. Subaru lo sabía, y por eso había acudido a él.
Al llegar al trono sombrío, vio a su hermano sentado con aire despreocupado. Julio era su opuesto en casi todo: su cabello negro como la noche caía desordenado sobre su frente, y sus ojos dorados irradiaban una mezcla de diversión y sabiduría antigua. Llevaba una chaqueta larga abierta, dejando al descubierto un torso lleno de cicatrices que narraban historias del pasado. Cuando vio a Subaru entrar, su expresión se suavizó.
Julio:—Subaru —saludó Julio con una sonrisa que parecía aliviar el peso de las tinieblas que lo rodeaban—. Es raro verte por aquí. ¿Qué te trae al hogar de los condenados?
Subaru avanzó lentamente, su mirada seria, sin el más mínimo rastro de la habitual calma que lo caracterizaba.
Subaru:—La Purga —dijo sin rodeos, mirando a su hermano directo a los ojos—. Los humanos la han vuelto una tradición. Han matado sin razón... y algunos de ellos incluso se han atrevido a convertir el horror en un negocio. Si no hago algo, esto se extenderá por todo el mundo.
Julio arqueó una ceja, visiblemente sorprendido. Conocía bien a su hermano. Subaru siempre había sido alguien que veía lo bueno en los humanos, alguien que encontraba esperanza donde otros solo veían oscuridad. La decisión de intervenir directamente no encajaba con la imagen que tenía de él.
Julio:—¿Y qué piensas hacer? —preguntó Julio, con una mezcla de curiosidad y preocupación en la voz.
Subaru:—Voy a detenerlo —respondió Subaru sin vacilar—. La violencia no puede seguir propagándose.
Julio se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas mientras estudiaba a su hermano con cuidado.
Julio:—Sabes que una vez cruzas esa línea, ya no hay vuelta atrás, ¿verdad? —dijo con voz más baja—. Siempre has amado a los humanos... No pensé que serías capaz de hacer algo tan extremo.
Subaru desvió la mirada un instante, como si esos pensamientos también lo hubieran rondado. Pero había llegado a una conclusión dolorosa: el amor no siempre era suficiente. La mano suave no podía corregir aquello que había echado raíces tan profundas en la maldad.
Subaru:—A veces, hay que ser firme —dijo finalmente, con una voz cargada de resolución—. Si no lo hago, serán ellos mismos los que se destruirán.
Julio lo miró en silencio por un momento, y luego dejó escapar una leve risa, llena de comprensión y resignación. Se levantó de su trono y caminó hasta Subaru, colocando una mano en su hombro.
Julio:—Te admiro, Subaru. No sé si yo podría ser tan misericordioso... o tan valiente. Los ojos dorados de Julio destellaron con un brillo oscuro, y en ellos Subaru reconoció el mismo afecto de siempre, aunque también había una advertencia oculta. —Pero cuidado, hermano. Tomar la mano dura es fácil. Lo difícil es mantener tu corazón intacto después de usarla.
Subaru asintió lentamente. Sabía que su camino no sería fácil y que habría un precio que pagar por lo que estaba a punto de hacer. Pero también sabía que no podía quedarse de brazos cruzados. No cuando la humanidad aún tenía algo bueno que salvar.
Subaru:—Gracias, Julio —murmuró, con una leve inclinación de cabeza.
Julio:—Vuelve si necesitas ayuda —dijo Julio, sonriendo con una sombra de melancolía—. El infierno siempre tendrá un lugar para ti.
Subaru sonrió apenas, antes de girarse y desaparecer en la bruma del inframundo. Sabía que la próxima vez que pusiera un pie entre los humanos, sería el momento de actuar.
-Netherealm-
Después de su encuentro con Julio, Subaru descendió aún más en las profundidades del inframundo. El dominio de Manu era diferente: sombrío, sí, pero ordenado y calculado, reflejando la mente meticulosa de su dueño. Mientras Julio gobernaba con pragmatismo, Manu era un estratega nato, uno que nunca actuaba sin medir todas las consecuencias. Su territorio estaba marcado por un inquietante silencio, roto solo por el eco distante de pasos sobre suelo de mármol negro.
Subaru sabía que convencer a Manu no sería sencillo. Su hermano mayor siempre había sido más reservado, más racional que Julio, y más difícil de conmover. Sin embargo, necesitaba que comprendiera lo que estaba en juego. Si Subaru iba a intervenir, necesitaba la bendición –o al menos la comprensión– de ambos hermanos.
Al entrar en la vasta sala donde Manu solía meditar, lo encontró exactamente como esperaba: sentado en un trono tallado en obsidiana, con las piernas cruzadas y los dedos entrelazados bajo la barbilla. Su cabello negro caía liso hasta los hombros, y sus ojos azul oscuro eran fríos e insondables, como un abismo. Llevaba una túnica simple de tono gris oscuro, símbolo de su neutralidad en la eterna balanza entre el caos y el orden.
Sin siquiera alzar la mirada, Manu habló, su voz baja pero clara, como un cuchillo cortando el silencio:
Manu:—Subaru. Sabía que vendrías.
Subaru avanzó lentamente, sin apartar la mirada de su hermano.
Subaru:—La Purga ha corrompido a los humanos —comenzó, sin rodeos—. Si no hago algo, esa barbarie se extenderá más allá de Estados Unidos y consumirá al mundo entero.
Manu lo miró con una mezcla de sorpresa y diversión, apoyando el codo en el brazo del trono y descansando la barbilla en la palma de su mano.
Manu:—Así que has decidido intervenir, ¿eh? —dijo, alargando las palabras con aire juguetón—. Nunca pensé que llegaría el día en que el amante de los humanos decidiera levantar la mano contra ellos. ¿Estás seguro de lo que estás haciendo, hermano?
Subaru sostuvo su mirada sin titubear.
Subaru:—No me queda opción. Si no lo hago, terminarán destruyéndose a sí mismos. No es solo por ellos, Manu. Es por todo lo que representa la vida. La violencia no puede ser celebrada.
Manu soltó una risa suave, un sonido que mezclaba burla y admiración. Se levantó lentamente de su trono, su figura delgada pero imponente proyectando una sombra inquietante en la habitación.
Manu:—¿Sabes qué es lo más interesante de todo esto, Subaru? —preguntó, caminando a su alrededor como un depredador acechando a su presa—. Siempre pensaste que los humanos eran salvables, que podían ser mejores. Y ahora, aquí estás, listo para usar la fuerza para detenerlos. ¿No te parece irónico?
Subaru:—A veces el amor no es suficiente —respondió Subaru sin rodeos—. No puedo permitir que su corrupción siga extendiéndose.
Manu se detuvo y lo observó con una sonrisa más sincera, aunque llena de cierta melancolía.
Manu:—Es una decisión difícil, hermano. Pero supongo que ya sabías que nada es sencillo en este mundo. —Suspiró y añadió—: La línea entre justicia y crueldad es muy delgada. Cuidado con cruzarla... porque una vez que lo hagas, será difícil regresar.
Subaru lo observó en silencio, procesando las palabras de su hermano. Sabía que Manu tenía razón. Usar la fuerza, aunque necesaria, siempre dejaba cicatrices... y no solo en aquellos a quienes iba dirigida.
Manu extendió una mano amistosa hacia él, sus ojos brillando con algo cercano al orgullo.
Manu:—Haz lo que tengas que hacer, Subaru. Si necesitas caos... ya sabes que puedo ayudarte. A mi modo, claro.
Subaru:—Gracias, Manu. Pero esta vez, es algo que debo hacer solo. Subaru sonrió levemente y estrechó la mano de su hermano.
Manu se encogió de hombros, como si no le importara, pero en su mirada se escondía la preocupación de alguien que entendía demasiado bien las consecuencias de tomar decisiones difíciles.
Manu:—Cuídate, Subaru. Espero que no te pierdas en el camino... porque será un largo descenso.
Sin más palabras, Subaru se giró y comenzó a caminar hacia la salida del templo, sus pasos resonando en la oscuridad. Sabía que había cruzado un punto de no retorno. Y aunque su corazón estaba decidido, una parte de él no podía evitar preguntarse cuán lejos tendría que llegar para restaurar el equilibrio.
-Disformidad-
Subaru avanzó hacia la dimensión más inestable de todas, un plano de pura energía caótica, donde las leyes de la realidad parecían derretirse y reconstruirse al antojo del caos. Corrientes de electricidad multicolor serpenteaban en el aire, planetas nacían y morían en cuestión de segundos, y cada paso que daba lo trasladaba a un lugar distinto, como si el espacio y el tiempo fueran juguetes rotos.
Allí, en medio del caos absoluto, estaba Miguel. Sentado en una roca flotante que giraba lentamente en el vacío, el más peculiar de los hermanos observaba cómo una tormenta eléctrica danzaba alrededor de él, riendo para sí mismo como un niño que se divierte con algo travieso.
Miguel tenía el cabello corto y morado, igual que sus ojos, que brillaban con un tono casi infantil. Había algo engañosamente inocente en su expresión, una alegría juguetona que escondía un peligro mucho mayor. De todos los hermanos, Miguel era el más impredecible. Y, en cierto sentido, el más temible.
Cuando notó la presencia de Subaru, su sonrisa se amplió.
Miguel:—¡Subaru! —exclamó con un entusiasmo exagerado, saltando de la roca y flotando hacia él como una hoja al viento—. ¡Qué sorpresa verte aquí! ¿Vienes a jugar? ¿O acaso te has aburrido de ser el bueno de la historia?
Subaru mantuvo su expresión seria, aunque sabía que con Miguel las conversaciones nunca eran fáciles. Cada palabra del hermano menor podía ser una trampa, un juego peligroso disfrazado de inocencia.
Subaru:—No estoy aquí para jugar, Miguel —respondió Subaru con calma—. Necesito hablar contigo sobre la Purga.
Miguel inclinó la cabeza, curioso. Parecía estar escuchando, pero la chispa en sus ojos delataba que no le tomaba del todo en serio.
Miguel:—Ah, sí, la Purga. Esa cosa que los humanos hacen para divertirse... qué criaturas tan fascinantes, ¿no crees? —Se acercó flotando, observando a Subaru como si fuera un rompecabezas que intentaba resolver—. ¿Y qué quieres que haga yo al respecto?
Subaru:—Voy a detenerla —dijo Subaru, directo al punto—. La violencia se está propagando, y si no la detengo, los humanos acabarán destruyéndose a sí mismos.
Por un breve momento, la sonrisa de Miguel pareció desvanecerse. Pero solo un segundo después, volvió a aparecer, más amplia que antes.
Miguel:—¿Tú? ¿El Subaru que ama a los humanos? ¿Vas a detenerlos a la fuerza? —Miguel soltó una risita suave, flotando en círculos alrededor de él—. Sabía que tarde o temprano dejarías de jugar al héroe. Al final, todos caemos, ¿verdad?
Subaru apretó los puños, pero se obligó a mantener la calma. Con Miguel, perder la paciencia solo lo pondría en ventaja.
Subaru:—No es cuestión de caer, Miguel. Es cuestión de hacer lo necesario para proteger lo que queda de ellos. No puedo dejar que esto siga.
Miguel detuvo su danza, y por primera vez, algo oscuro brilló en sus ojos. La inocencia se desvaneció por completo, revelando la verdad que siempre había estado oculta tras su fachada juguetona.
Miguel:—¿Y si no necesitan ser salvados? —preguntó en un tono bajo y casi amenazante—. ¿Y si esta es su verdadera naturaleza, Subaru? ¿Qué harás cuando descubras que no hay nada bueno que salvar?
Subaru lo miró directo a los ojos, sin vacilar.
Subaru:—Entonces les daré una razón para ser mejores. O pagaré el precio yo mismo.
Miguel lo observó en silencio durante unos segundos que parecieron eternos. Luego, sonrió nuevamente, esta vez con una mezcla de tristeza y diversión.
Miguel:—Siempre tan testarudo, hermano. —Suspiró, encogiéndose de hombros—. Bueno, supongo que no puedo detenerte. Solo espero que no pierdas el poco amor que aún tienes por ellos... o por ti mismo. Porque, créeme, nadie vuelve igual después de cruzar esa línea.
Subaru asintió lentamente. Con sus hermanos Julio y Miguel, ya había escuchado advertencias similares. Pero la decisión estaba tomada, y no habría marcha atrás.
Subaru:—Gracias, Miguel —dijo suavemente, girándose hacia el vórtice de energía que lo llevaría de vuelta al mundo de los mortales.
Miguel:—No hay de qué. —Miguel se estiró perezosamente, volviendo a flotar en su roca—. Si las cosas se complican... ya sabes dónde encontrarme. Tal vez esta vez sí juguemos un poco.
Subaru lanzó una última mirada a su hermano antes de desaparecer en el torbellino caótico. Sabía que, de una forma u otra, este encuentro sería importante en lo que estaba por venir.
El tiempo de hablar había terminado. Ahora, era el momento de actuar.
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Había pasado un mes desde la última Purga, y en Estados Unidos —y en el resto del mundo— todo parecía haber vuelto a la normalidad. Las calles estaban llenas de gente, los negocios prosperaban, y los noticieros hablaban de la economía, deportes, y entretenimiento, como si la noche de sangre y caos jamás hubiese ocurrido. Los rostros que un día se mancharon de sangre volvieron a sonreír como si sus acciones hubieran sido borradas por el tiempo. La violencia se había convertido en un recuerdo que los mortales estaban dispuestos a ignorar... o al menos, eso creían.
Entonces, el cielo cambió.
De repente, nubes oscuras y ominosas se arremolinaron en lo alto, extendiéndose como una sombra sobre todo el planeta. Antes de que alguien pudiera reaccionar, cientos de pantallas colosales emergieron desde la nada, llenando el cielo por completo. Eran espejos flotantes de energía pura, visibles desde cada rincón del mundo. Desde pequeñas aldeas hasta las metrópolis más grandes, nadie podía evitar verlas. No había escape.
En todas las pantallas aparecía la misma figura: Subaru. Con su chaqueta negra de cuero, su cabello blanco con puntas rosadas cayendo desordenadamente sobre su frente, y sus ojos rojos resplandeciendo con una intensidad inquietante, miraba al mundo entero con una calma que escondía algo mucho más profundo. El viento parecía arremolinarse a su alrededor, pero él permanecía firme, como un juez a punto de pronunciar sentencia.
La voz de Subaru resonó desde los cielos, clara y poderosa, como si viniera de todas partes y de ninguna al mismo tiempo.
Subaru:—Estado unídenses... —comenzó, con un tono que hacía temblar los corazones—. Durante demasiado tiempo, habéis confundido la impunidad con libertad. Habéis celebrado la violencia como si fuera un juego, derramando sangre sin consecuencias. Pero esa era la última vez.
Los rostros en las calles miraban hacia el cielo con expresiones que iban desde la confusión hasta el terror. Algunos comenzaron a grabar con sus teléfonos, otros se arrodillaron, temiendo que un castigo divino estuviera por caer. Y no estaban equivocados.
Subaru continuó, su mirada seria y resuelta.
Subaru:—He visto lo que sois capaces de hacer. Vi cómo asesinasteis por diversión, cómo traficabais con almas, y cómo incluso os atrevisteis a justificar el mal en nombre de vuestra fe. Ya no habrá más impunidad.
El tono de su voz se volvió más severo, cargado de autoridad.
Subaru:—En la próxima Purga, solo los justos serán salvados. Aquellos que usaron la violencia para proteger a los inocentes, aquellos que resistieron la oscuridad incluso cuando el mundo se sumía en caos... ellos recibirán mi protección. Pero los malvados... —Subaru hizo una pausa, permitiendo que sus palabras cayeran como una sentencia irrevocable—. Los malvados serán castigados. Y no habrá rincón en el que puedan esconderse.
Un silencio aterrador se extendió sobre la multitud mientras Subaru los miraba desde las pantallas celestiales. No había rastro de odio en sus ojos, solo una fría determinación. Era como si ya hubiera aceptado lo que debía hacerse, sin vacilación ni duda.
Subaru:—El juicio ha comenzado. La próxima Purga no será como las anteriores. No será una noche para los violentos. Será una prueba para el alma... y solo los dignos sobrevivirán.
Entonces, las pantallas comenzaron a desvanecerse, una por una, dejando atrás un cielo ahora despejado pero cargado de un peso invisible. La gente quedó inmóvil, asimilando lo que acababan de escuchar. No había gritos, ni ruido; solo un miedo silencioso y profundo que se extendió por todo el mundo.
A partir de ese día, todos sabían que la próxima Purga no sería una oportunidad para desatar sus deseos más oscuros. Sería un juicio. Y esta vez, el juez no sería humano.
Las redes sociales estallaron como nunca antes. Noticias, videos y teorías se difundieron con velocidad vertiginosa, multiplicándose en cada rincón de internet. Los titulares en letras rojas aparecían por doquier:
"Un dios anuncia el juicio final"
"¿La Purga llegó a su fin?"
"El albino celestial promete castigo divino"
Influencers, expertos y figuras públicas inundaron las plataformas con opiniones, especulaciones y advertencias. Algunos insistían en que era un truco elaborado, una farsa o una estrategia de control, mientras que otros no ocultaban su miedo.
El pánico se extendió rápidamente. En Estados Unidos, aeropuertos abarrotados se llenaron de viajeros desesperados que buscaban regresar a sus países de origen. Inmigrantes, temerosos de quedar atrapados en un juicio del que no entendían las reglas, abandonaron la nación. Las agencias de viajes colapsaron bajo la demanda, y las filas en los aeropuertos se extendieron por kilómetros.
Pero no todos se tomaron la advertencia en serio. Algunas iglesias radicales proclamaron que todo aquello era un engaño. Sus líderes aseguraban que lo que habían visto en el cielo era solo una ilusión o una prueba de fe, y que la Purga seguía siendo el camino para la redención. Los ricos y poderosos, aquellos que controlaban los negocios más turbios alrededor de la Purga, se rieron del anuncio. En sus clubes privados y mansiones, brindaban con champán, convencidos de que todo aquello era una elaborada broma o una campaña publicitaria siniestra.
Entre los más incrédulos estaban los "nuevos Padres de la Patria", un grupo de políticos y empresarios que se habían enriquecido promoviendo la Purga como un "ritual necesario" para mantener el orden social. Estos hombres poderosos, irritados por la declaración del albino, ordenaron su captura inmediata, movilizando agentes y recursos para rastrear a Subaru. Pero no encontraron ni un solo rastro de él. Cada intento de localizarlo terminaba en fracaso, como si hubiera desaparecido del mundo por completo. No se podía capturar lo divino.
Mientras tanto, algo inesperado comenzó a suceder. La advertencia de Subaru no solo había sembrado miedo; también había despertado la conciencia de muchos. Personas que habían participado en la Purga —algunas por miedo, otras por placer— comenzaron a arrepentirse de sus acciones. Se sintieron expuestas, como si el juicio ya hubiera comenzado en sus corazones. Familias que se habían dividido por la violencia buscaron reconciliarse, y algunos criminales confesaron sus crímenes, temiendo ser castigados en la próxima Purga.
En las calles y en los barrios, el ambiente se tornó tenso pero también esperanzador. Los vecinos comenzaron a mirarse con recelo, evaluando sus acciones pasadas y preguntándose quién sería considerado digno de ser salvado. Las iglesias moderadas comenzaron a predicar la necesidad de la redención sincera, advirtiendo que no bastaba con pedir perdón en palabras: debían demostrar con hechos que habían cambiado.
A medida que los días avanzaban, la sociedad se dividió en dos. Por un lado estaban los incrédulos, aquellos que seguían riendo y burlándose de la advertencia de Subaru, confiados en que nada ocurriría. Por otro lado estaban aquellos que temían profundamente y buscaban desesperadamente redimirse, convencidos de que cada día podría ser su último. Los pecadores más astutos comenzaron a maquinar formas de fingir arrepentimiento, esperando engañar al juicio que se avecinaba. Pero otros cambiaron sinceramente, buscando enmendar sus errores y salvar sus almas.
El reloj avanzaba implacable, y el mundo entero sabía que la próxima Purga sería distinta. Ya no era solo un juego de sobrevivir la noche; sería una prueba para el alma, una en la que nadie podría esconderse detrás de máscaras o mentiras.
Y en el silencio entre el miedo y la esperanza, el mundo esperó... sabiendo que la próxima vez que Subaru apareciera, no habría advertencias. Solo juicio.
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Faltaban tres meses para la Purga, y los cielos comenzaron a oscurecerse como presagio de algo monumental. La tensión en Estados Unidos se había convertido en algo insoportable: la población se dividía entre aquellos que intentaban enmendar sus vidas y los que se aferraban a su maldad con cinismo. Los rumores circulaban como pólvora; muchos creían que el dios albino regresaría, pero nadie sabía cuándo ni cómo.
Ese día llegó sin advertencia.
En la madrugada, una luz dorada comenzó a emanar del horizonte, visible desde todos los rincones del país. Las personas, temiendo y a la vez atraídas por el evento, se congregaron alrededor de la Estatua de la Libertad, la antigua guardiana del sueño americano. Lo que vieron en los cielos los dejó sin aliento. Una figura majestuosa, radiante como el sol, descendía desde los cielos. El albino había cambiado. Ya no era el joven de cabello blanco y chaqueta oscura; ahora se mostraba en su verdadera forma divina.
Subaru se presentaba como una figura imponente de cinco metros de altura, su largo cabello castaño ondeando al viento. Su cuerpo era puro músculo, esculpido como una estatua viviente, y vestía una reluciente armadura dorada, cuyas piezas brillaban con la intensidad de mil soles. En su mano derecha sostenía una espada llameante, tan inmensa como él, envuelta en llamas doradas que parecían danzar con vida propia. A su alrededor, un aura dorada irradiaba como una onda de energía pura, llenando el aire con un peso abrumador que hacía difícil respirar.
Algunas personas, deslumbradas por su presencia, intentaron acercarse, pero no lograron llegar lejos. De la misma luz que acompañaba al dios, descendieron 10.000 soldados dorados. Cada uno de estos guerreros medía tres metros, sus cuerpos cubiertos de armaduras relucientes y empuñaban largas lanzas, cuyos bordes brillaban como estrellas. Inmóviles y silenciosos, formaron un círculo protector alrededor del dios, asegurándose de que nadie rompiera la distancia sagrada. Cada paso de sus pies resonaba como un trueno, dejando en claro que ninguna voluntad humana podría atravesarlos.
Entonces, Subaru alzó su mano y, en respuesta a su gesto, dos figuras celestiales descendieron del cielo para unirse a él.
La primera fue una mujer hermosa de cabello negro corto, cuyo rostro irradiaba serenidad y fuerza a la vez. Sus alas blancas se desplegaron con elegancia, y su mirada reflejaba amor y compasión. Era su esposa, una reina celestial cuya mera presencia calmaba los corazones de los puros y hacía temblar a los corruptos. Vestía una túnica plateada con detalles dorados que brillaban como la luz de las estrellas.
A su lado, descendía su hijo, un joven apuesto de largos cabellos dorados que fluían como rayos de sol. Sus alas doradas resplandecían, y sus ojos azules, como dos mares infinitos, miraban al mundo con una mezcla de bondad y juicio implacable. Era la viva imagen de la perfección divina, un príncipe que representaba el futuro de un mundo purificado.
Subaru bajó la espada llameante hacia el suelo, y al hacerlo, una onda de energía sacudió la tierra. Las llamas de la espada parecían cantar, anunciando que el momento había llegado.
Subaru:—Los justos han sido hallados —declaró con una voz que resonó como trueno en los corazones de todos—. Es tiempo de separar la luz de la oscuridad.
Aquellos que habían cambiado y buscado redención sintieron un alivio profundo, como si su carga hubiera sido levantada. Sus cuerpos comenzaron a brillar con una luz suave, marcándolos como elegidos. Uno a uno, fueron guiados por la mujer alada y el joven de alas doradas hacia las filas de los soldados dorados. Los buenos serían llevados al amparo del reino celestial, lejos de la violencia y el juicio que estaba por venir.
Las lágrimas corrían por los rostros de muchos, algunos de ellos sorprendidos por haber sido perdonados, otros agradecidos por la oportunidad de redimirse. Las madres abrazaban a sus hijos, los amigos se tomaban de las manos, y los desconocidos se sonreían en silencio, unidos por la esperanza de un nuevo comienzo.
Mientras tanto, los corruptos, los malvados y los cínicos miraban con horror. Sus cuerpos permanecían inmóviles, pesados como el plomo, incapaces de moverse hacia la salvación. No había escape para ellos, pues el juicio de Subaru ya había sido pronunciado en sus corazones. Algunos intentaron arrodillarse y suplicar perdón, pero la luz que emanaba del dios y de sus ángeles no respondía a palabras vacías ni a falsas promesas.
Subaru:—Aquellos que pretendieron cambiar solo para engañar serán los primeros en arder. —Las palabras de Subaru fueron firmes, inquebrantables, dejando claro que no habría segundas oportunidades.
Los elegidos comenzaron a elevarse junto a las dos figuras aladas, sus cuerpos envueltos en luz dorada mientras los soldados mantenían la línea. Los cielos se abrieron, y la luz divina los acogió, llevándolos lejos del mundo corrupto que estaba a punto de enfrentar su castigo final.
Subaru, ahora solo con sus guerreros, clavó su mirada sobre aquellos que permanecían en la tierra.
Subaru:—Para los malvados, comienza el verdadero juicio.
Con esas palabras, la espada volvió a encenderse, y el aire se llenó de un calor sofocante. Los que quedaban sintieron el peso de lo inevitable. La Purga no sería como antes. Esta vez, no habría escondites ni salvación para quienes habían elegido la oscuridad.
Cuando la luz celestial desapareció y el 30% de la población de Estados Unidos fue llevado al amparo del reino celestial, lo que quedó fue un 70% abandonado a su suerte. La desesperación se apoderó de aquellos que habían quedado atrás. En cuestión de horas, la gente intentó huir del país por cualquier medio posible: aeropuertos, fronteras, puertos. Pero todos los caminos estaban sellados.
Alrededor del territorio estadounidense, una barrera invisible y colosal se levantó como un muro impenetrable. Ningún avión, barco o vehículo podía atravesarla. Ni siquiera los drones militares o aviones de reconocimiento lograban escapar de la barrera; chocaban contra una superficie invisible y caían al suelo en pedazos. Los satélites internacionales detectaron la anomalía, pero no pudieron explicar su naturaleza.
Estados Unidos había quedado aislado del resto del mundo.
Las noticias sobre lo sucedido corrieron como pólvora. Desde el extranjero, los demás países observaron con asombro lo que acontecía en territorio norteamericano. Líderes políticos, expertos y militares intentaban dar explicaciones, pero nadie entendía qué había provocado la barrera ni cómo desactivarla. Entonces, los ojos del mundo entero se posaron sobre Subaru, aquel ser divino que había descendido con el juicio en la mano.
Pronto, en cada rincón del planeta, las personas comenzaron a ver a Subaru como un verdadero dios. Las iglesias reformaron sus rituales de la noche a la mañana, erigiendo altares en su nombre. Las plegarias cambiaron: ya no se rezaba a los antiguos dioses ni a santos, sino a Subaru, el Dios del Juicio y la Redención. Desde los templos más pequeños en aldeas remotas hasta las grandes catedrales del mundo, la humanidad se inclinó ante él, rogando por su favor.
Dentro de Estados Unidos, el pánico se convirtió en desesperación absoluta. Aquellos que habían sido purgadores, asesinos y fanáticos de la Purga comenzaron a sentir el peso de sus acciones. Los líderes religiosos que alguna vez justificaron la violencia en nombre de una falsa purificación se arrodillaron ante sus propios altares, clamando perdón a Subaru.
Purgadores:—¡Oh, Señor del Juicio, ten piedad de nosotros! —imploraban, con lágrimas en los ojos, golpeándose el pecho en un intento desesperado de parecer arrepentidos—. ¡Perdónanos por nuestros errores, purifica nuestras almas!
Pero sus palabras parecían vacías, como un eco que no llegaba a ningún lugar. Sentían que algo estaba observando, un juicio silencioso que los escudriñaba en lo más profundo de su ser. Subaru no respondía a sus plegarias.
Por las calles y en las iglesias, los antiguos purgadores intentaban redimirse de forma desesperada. Algunos renunciaron públicamente a la violencia, quemando sus máscaras y armas en señal de arrepentimiento. Otros, en un acto patético de miedo, se arrodillaban en plazas públicas y recitaban rezos interminables, rogando por sus vidas ante los cielos. Pero no era suficiente. No había respuesta, solo el peso aplastante del silencio divino.
En las mansiones de los ricos y poderosos, aquellos que se habían beneficiado del caos intentaban sobornar a los sacerdotes y líderes religiosos, esperando que alguna oración especial los salvara. Pero era inútil. El juicio no podía ser comprado.
Mientras tanto, los soldados dorados que Subaru había dejado como guardianes patrullaban por todo el país, silenciosos e implacables. No necesitaban hablar ni usar la fuerza. Su presencia por sí sola era suficiente para mantener el orden. Cualquier intento de rebelión o violencia era detenido antes de que pudiera siquiera comenzar. La gente temía a los soldados más que a cualquier otra cosa: sabían que aquellos seres no respondían a súplicas ni a negociaciones.
Los días avanzaban, y con cada amanecer, el miedo se apoderaba más de los corazones de aquellos que quedaban en el país. Los que aún eran puros trataban de mantenerse firmes, orando y ayudando a los demás, esperando que el juicio los encontrara dignos. Pero los malvados, los corruptos y los oportunistas vivían en un terror constante, sabiendo que el día del juicio final se acercaba con cada minuto que pasaba.
Desde el extranjero, los líderes de otras naciones observaban el destino de Estados Unidos con temor reverencial. Algunos comenzaron a enviar ofrendas simbólicas a Subaru, esperando ganar su favor antes de que el juicio pudiera extenderse más allá de las fronteras estadounidenses. En ciudades de Europa, Asia y América Latina, se erigieron monumentos dedicados al dios albino, con inscripciones pidiendo clemencia. Temían que lo que había comenzado en Estados Unidos pudiera extenderse al resto del mundo si no mostraban su devoción.
Pero Subaru, desde su trono celestial, guardaba silencio. El juicio debía completarse en Estados Unidos antes de que cualquier otra acción fuera tomada. Los buenos habían sido llevados. Ahora quedaban los malvados.
Y el tiempo se agotaba. La próxima Purga sería la última... y no habría lugar para el perdón.
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En el reino celestial, donde las nubes brillaban con tonos dorados y el viento llevaba el aroma de eternidad, Subaru se encontraba en un balcón de mármol, observando con seriedad el plano mortal. Su imponente forma de dios estaba relajada, pero su mirada seguía fija en la Tierra, donde la Purga final se acercaba. Sabía que los días venideros definirían el destino de muchos, y la carga de esa responsabilidad se sentía como un peso inmenso sobre sus hombros.
A su lado, Mamako, su esposa, caminó suavemente hacia él. Había cambiado su apariencia, adoptando la forma de una mujer mortal: una belleza serena de largos cabellos castaños, cuya mirada irradiaba amor y comprensión. Su presencia era como un bálsamo para el alma de Subaru, que siempre encontraba calma en su compañía. Vestía una túnica blanca con bordados dorados, y sus ojos reflejaban la preocupación que compartía por el destino de los mortales.
Mamako se acercó a su esposo, colocando suavemente su mano sobre su brazo.
Mamako:—Subaru... —susurró con voz dulce pero llena de seriedad—. ¿De verdad no habrá perdón para ninguno de los que han quedado? Sé que hay maldad entre ellos, pero también sé que algunos han cambiado de verdad... No por miedo, sino porque han encontrado el peso de sus errores.
Subaru guardó silencio por un momento, cerrando los ojos mientras la brisa celestial acariciaba su rostro. Sabía que Mamako, como siempre, veía más allá de la superficie. El juicio no era solo cuestión de castigar, sino también de discernir quiénes realmente se habían arrepentido.
Subaru:—Lo sé —respondió finalmente, en un tono bajo y meditativo—. He sentido los corazones de algunos... Hay quienes han cambiado, quienes buscan redención de verdad. Pero también hay quienes fingen arrepentimiento por miedo al castigo, y no por un cambio sincero en su interior. No puedo permitir que los lobos se mezclen con las ovejas.
Mamako lo miró con ternura, pero también con firmeza. Sabía que su esposo siempre buscaba lo correcto, pero ella tenía fe en la capacidad de algunas almas para encontrar la luz, incluso en la oscuridad más profunda.
Mamako:—Por favor, Subaru —insistió—. Si encuentras verdaderos arrepentidos, dales una oportunidad. Déjales demostrar que pueden ser mejores. La redención no siempre es inmediata, pero todos merecen al menos la oportunidad de intentar ser mejores.
Subaru la observó en silencio durante unos instantes, sus ojos rojos suavizándose levemente ante las palabras de su esposa. La admiraba por su compasión, esa misma compasión que a veces él encontraba difícil de mantener en medio del juicio. Amaba a Mamako por esa luz que llevaba en su interior.
Subaru:—Lo tomaré en cuenta, Mamako —respondió Subaru finalmente, asintiendo con una leve sonrisa—. Aquellos que de verdad se hayan arrepentido serán perdonados. Pero primero deben ser evaluados... Y el juicio debe ser justo.
Mamako le devolvió una sonrisa cálida, sintiendo alivio en su corazón al saber que su esposo no se cerraba completamente al perdón. Se acercó más a él, entrelazando sus manos, y por un momento, permanecieron así, en silencio, contemplando juntos lo que estaba por venir.
Subaru sabía que el momento final estaba cerca. Y antes de que todo comenzara, había algo más que debía hacer.
Subaru:—Es hora de reunir a nuestros hijos —dijo con voz solemne, retirando su mano de la de Mamako mientras volvía su mirada al horizonte celestial.
Con un gesto suave de su mano, Subaru envió una orden a través de los cielos y las dimensiones. Cada uno de sus hijos, esparcidos por los reinos celestiales e infernales, recibiría su llamado. Sabía que no podía hacer esto solo. El juicio de la Tierra requeriría la presencia de todos: aquellos que encarnaban la justicia, la compasión, el castigo y la redención.
El cielo comenzó a temblar ligeramente, anunciando que la convocatoria había sido enviada. Subaru sintió la respuesta inmediata: sus hijos estaban en camino. Cada uno de ellos traería consigo sus propios dones y perspectivas para el juicio. El día que la Purga comenzara, todos estarían allí para ver el desenlace final de la humanidad.
Mamako lo miró con orgullo y, a la vez, con un toque de preocupación. Sabía que este juicio no sería fácil para ninguno de ellos, ni siquiera para Subaru.
Mamako:—¿Crees que estarás listo para lo que venga? —preguntó suavemente. Subaru cerró los ojos por un momento, inhalando profundamente.
Subaru:—No hay preparación suficiente para algo como esto. Pero haré lo que deba hacerse... por los buenos, y por los que aún pueden ser salvados.
Mamako le dio un beso suave en la mejilla y lo abrazó por un instante, un refugio breve antes de la tormenta que sabían que se avecinaba.
Y así, en el reino celestial, mientras los vientos cósmicos anunciaban la llegada de sus hijos, Subaru y Mamako esperaron el día del juicio, sabiendo que lo que estaba por venir definiría el destino de todos los que quedaban en la Tierra.
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El día había llegado. La Purga Final estaba a punto de comenzar. Por toda la nación, los purgadores se preparaban como podían, recogiendo armas, máscaras y herramientas de muerte. Sabían que esta vez el castigo sería inevitable, pero muchos querían disfrutar una última noche de caos antes de enfrentar su destino.
En los centros de poder, los nuevos Padres de la Patria se atrincheraron en búnkeres blindados, rodeados por ejércitos privados y tecnología militar avanzada. Sus armas más letales estaban listas, convencidos de que podrían enfrentar a Subaru y destruirlo, demostrando al mundo que ni siquiera un dios podía imponerse sobre ellos. Su arrogancia era su mayor orgullo, y creían que su voluntad humana era invencible. "Cuando lo derrotemos, seremos inmortales, los reyes del mundo", decían entre sí.
https://youtu.be/jszACuNUS24
El sonido de las sirenas resonó por toda la nación, anunciando el inicio de la Purga Final. Millones de personas alrededor del mundo miraban expectantes a las pantallas flotantes que habían aparecido en los cielos, observando lo que estaba por suceder en Estados Unidos. Nadie podía apartar la vista; era como si todos supieran que lo que estaba a punto de ocurrir cambiaría el destino de la humanidad para siempre.
Los soldados dorados, que habían mantenido el orden desde la última aparición de Subaru, se desvanecieron sin dejar rastro. Las calles quedaron libres, y por un momento, el silencio se apoderó de la nación, roto solo por el eco de las sirenas. Los purgadores, los asesinos, los fanáticos y los oportunistas se prepararon para desatar su violencia... pero algo era diferente esta vez. Había una presencia en el aire: un peso abrumador, como si el cielo mismo estuviera a punto de romperse.
Entonces, todos lo vieron.
De los cielos descendió una figura. No era Subaru, sino un niño pequeño de cabello blanco y ojos rojos, su piel brillante como la luna en una noche clara. Sostenía un cuerno dorado entre sus pequeñas manos. Era un niño inocente en apariencia, pero había algo en él que era inquietante, como si la eternidad habitara en su mirada.
Bell, el hijo de Subaru, tocó tierra suavemente, y con su mera presencia, toda la violencia contenida en el aire pareció detenerse. Los purgadores y los nuevos Padres de la Patria lo miraron con confusión, incapaces de entender cómo un niño podría representar una amenaza. Pero los más sensibles sintieron el peligro. Era como si este niño no estuviera ahí para hablar ni para jugar, sino para dar la señal que marcaría el fin de todo.
Desde las alturas, Subaru apareció, descendiendo lentamente, su imponente figura rodeada por un halo de luz dorada. A su lado estaban su esposa Mamako y sus hijos celestiales, cada uno observando la Tierra con ojos llenos de juicio. Subaru, en su forma divina, proyectaba una calma aterradora. No había odio en él, solo la certeza de que el juicio debía cumplirse.
Bell giró la cabeza hacia su padre, buscando una confirmación. Subaru, con su mirada serena pero inquebrantable, asintió lentamente y habló con voz profunda:
Subaru:—"Bell, toca la trompeta."
El niño no titubeó. Llevó el cuerno a sus labios y, con un soplo que resonó más allá del tiempo y del espacio, el sonido llenó los cielos y la tierra. Era un sonido ancestral, inmenso, como si el propio universo se hubiera abierto para escuchar. Los vientos se arremolinaron, y la luz dorada se expandió en todas direcciones.
El sonido del cuerno no era solo una señal. Era el inicio del juicio.
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Las almas comenzaron a temblar, como si cada persona sintiera en lo más profundo de su ser que el momento había llegado. Las máscaras se rompieron, las mentiras quedaron al descubierto, y cada ser humano mostró su verdadero rostro ante la mirada de Subaru. Los corazones corruptos se sintieron desnudos, incapaces de esconder sus pecados. Los que habían fingido arrepentimiento sintieron el peso del engaño aplastarles el pecho.
Los purgadores intentaron levantar sus armas, pero sus manos temblaban sin control. No importaba cuán grandes fueran sus rifles ni cuán afiladas sus espadas; ninguna arma humana podía detener lo que estaba por venir. Los nuevos Padres de la Patria, aquellos que se habían creído invencibles, comenzaron a gritar órdenes desesperadas, pero sus hombres huían en pánico, dejando atrás sus armas. No había escapatoria.
Y entonces, la tierra misma comenzó a sacudirse.
Las calles se partieron en grietas profundas, como si el planeta respondiera al llamado del cuerno. Columnas de luz dorada emergían del suelo, separando a los justos de los corruptos con precisión divina. Aquellos que habían buscado la redención de verdad fueron envueltos por la luz y elevados hacia los cielos, donde Mamako y los hijos de Subaru los esperaban para guiarlos hacia un nuevo amanecer.
Pero los malvados quedaron atrás. El cuerno seguía sonando, y con cada nota, la desesperación en los corazones de los condenados crecía. No había palabras que pudieran salvarlos. No había lugar para esconderse.
Subaru, con la espada llameante en la mano, observó cómo el juicio avanzaba implacable. Su mirada se posó sobre los nuevos Padres de la Patria, que temblaban ante su presencia.
Subaru:—"Este es el fin de su reino." —dijo Subaru, su voz resonando como un trueno—. "Ningún poder mortal puede desafiar a la justicia eterna."
El sonido del cuerno se desvaneció, dejando un silencio espeso y asfixiante que cubrió todo Estados Unidos. Durante un momento, el cielo quedó en calma y el viento dejó de soplar, como si la misma naturaleza se hubiera detenido para observar lo que vendría después.
Subaru, su esposa Mamako y sus hijos celestiales se elevaron nuevamente hacia los cielos. Sin una palabra más, se marcharon, dejando atrás a los mortales con la advertencia de que el juicio había comenzado. Aquellos que habían sido perdonados ya no estaban en la Tierra; solo quedaban los condenados y aquellos que fingían redención, esperando burlar al destino.
https://youtu.be/24kARSuTjVY
Las horas pasaron, y la sensación de vacío se transformó en algo más oscuro. Los verdaderamente malvados, aquellos que habían sido desenmascarados por el juicio divino, comenzaron a despertar su desesperación en forma de violencia. La locura se apoderó de ellos. Las calles se llenaron de gritos y el caos estalló en cada rincón del país. Saqueos, asesinatos y disturbios se esparcieron como una plaga.
Purgadores:—¡Nos han abandonado! —gritaban algunos—. ¡Este es nuestro último reino, hagámoslo nuestro!
Los criminales y oportunistas que quedaban sabían que el castigo era inevitable, pero si iban a caer, lo harían sembrando terror hasta el final. Armas fueron levantadas, edificios incendiados, y los fanáticos purgadores, aquellos que no habían aprendido la lección, intentaron retomar la violencia de la Purga como su último acto de desafío.
Pero entonces, el cielo volvió a abrirse.
Desde lo alto, un relámpago rojo cruzó las nubes, y con él llegó una figura terrorífica que hizo temblar la tierra bajo sus pies. Los fuegos del caos tomaron forma, y desde esa tormenta descendió un jinete montado en un caballo envuelto en llamas, cuya presencia hizo que hasta los más violentos retrocedieran.
El Jinete de la Guerra había llegado.
Era una figura alta y corpulenta, cubierta en una capucha roja, con la sombra de su rostro oculta bajo el tejido. Debajo de la capucha brillaba una armadura oscura, corroída por las guerras de milenios pasados, con runas antiguas grabadas en su superficie. En su mano derecha sostenía una espada gigantesca, forjada en el corazón de estrellas moribundas. El filo ardía con una llama que nunca se extinguía, y cada vez que la espada se movía, el aire vibraba con un sonido similar al de un trueno distante.
El caballo sobre el que cabalgaba el jinete era una bestia del inframundo, con ojos encendidos como brasas y su cuerpo cubierto de llamas danzantes. Cada paso que daba dejaba cenizas sobre el suelo, quemando todo lo que tocaba.
El Jinete no necesitaba palabras para hacerse entender. Su sola presencia era un anuncio claro: la violencia que los mortales adoraban tanto había regresado... pero ahora vendría para consumirlos.
Las pantallas en los cielos seguían transmitiendo en silencio, y el mundo entero observaba, horrorizado, cómo la llegada del Jinete de la Guerra desataba una nueva fase del juicio. Los más arrogantes, aquellos que creían que podrían desafiar el juicio divino, se sintieron pequeños e indefensos ante la figura imponente.
Padre fundador:—¡No es posible! —gritó uno de los nuevos Padres de la Patria, levantando su rifle en un intento desesperado de resistir—. ¡No caeremos ante ninguna ley celestial!
Con un solo movimiento, el Jinete de la Guerra alzó su espada y la dejó caer sobre la tierra con una fuerza devastadora. El suelo se partió en una grieta inmensa, y una llamarada roja se extendió a través de las calles, arrasando con edificios y hombres por igual. Los disparos y las balas fueron inútiles. La violencia que los humanos habían desatado durante tantas Purgas regresaba ahora a devorarlos.
El Jinete no mostró misericordia ni emoción. Su misión era simple: destruir a los violentos con la misma brutalidad que ellos habían amado. Nadie podía negociar con él, nadie podía rogarle perdón.
Los criminales intentaron huir, pero no había escapatoria. Las llamas los alcanzaban dondequiera que se escondieran. Cada alma maldita que alguna vez levantó un arma por placer, cada persona que traicionó por codicia o poder, fue alcanzada por el juicio implacable del Jinete. El fuego consumía sus cuerpos y almas, y los convertía en ceniza que se perdía en el viento.
El caos había regresado, pero esta vez, era el caos del juicio.
Desde las alturas, el Jinete de la Guerra cabalgaba imparable, su caballo ardiendo como una estrella en colisión. Las pantallas mostraban su avance por todo Estados Unidos, y el mundo entero miraba con miedo y reverencia. Aquellos que habían rezado por perdón, los fanáticos purgadores, comprendieron en ese instante que no había redención para quienes amaban la violencia. Su tiempo había terminado.
La tierra temblaba, los cielos ardían, y la humanidad se enfrentaba a la furia que había alimentado durante tanto tiempo. Y al frente de esa furia estaba el Jinete, la manifestación del castigo final.
El juicio de Subaru no había terminado. Apenas comenzaba.
Los purgadores, reunidos en masa y armados hasta los dientes, no estaban dispuestos a rendirse fácilmente. Habían traído todo lo que tenían: artillería pesada, lanzacohetes, lanzallamas, granadas y misiles. Creían que, como en la Purga anterior, su violencia sería suficiente para asegurar su victoria. El Jinete era solo otro obstáculo para ellos, y estaban decididos a derrotarlo para demostrarle al mundo que ni siquiera un dios podía detenerlos.
Purgador:—¡Disparen! ¡Disparen sin parar! —gritó uno de los líderes, mientras cientos de hombres apuntaban sus armas hacia la figura encapuchada.
El Jinete de la Guerra permanecía inmóvil, observándolos desde lo alto de su caballo en llamas. No mostró intención de esquivar, ni siquiera de levantar su espada. Los purgadores lanzaron todo su poder destructivo contra él. Los cielos se iluminaron con explosiones, ráfagas de fuego y misiles cruzando el aire, impactando directamente en la figura del Jinete. El suelo tembló por la magnitud del bombardeo.
Una gigantesca explosión envolvió el lugar, lanzando ondas de choque que derribaron edificios y arrasaron vehículos. Fuego y humo cubrieron todo, mientras los purgadores celebraban con gritos de victoria.
Purgador:—¡Lo hemos conseguido! —clamaron, seguros de que el Jinete había sido destruido.
Pero nada más lejos de la realidad.
Cuando el humo se disipó, todos quedaron helados de terror. El Jinete de la Guerra seguía allí, de pie entre las llamas, sin un solo rasguño. Su capucha roja ondeaba al viento, y su armadura ennegrecida por mil guerras brillaba bajo el resplandor de las llamas. Sus ojos ocultos bajo la capucha parecían atravesar el alma de cada uno de los presentes. La espada en su mano derecha ardía con un fuego aún más intenso, como si se alimentara de la destrucción que habían intentado provocar.
El Jinete movió su espada lentamente, dejando que el sonido de metal cortando el aire anunciara el fin de sus enemigos.
Guerra:—Ahora es mi turno. —Su voz resonó como el estruendo de un trueno, profunda e inhumana.
Con un solo movimiento, el Jinete alzó su espada y la dejó caer con una fuerza sobrehumana. Un corte invisible atravesó el aire, y en cuestión de segundos, cientos de purgadores fueron partidos en dos, sus cuerpos cayendo al suelo en una lluvia de sangre y fragmentos. Los gritos de victoria se convirtieron en alardes de pánico mientras los que quedaban intentaban retroceder, solo para ser alcanzados por otro corte devastador.
El Jinete avanzó sin piedad. Cada vez que movía su espada, los cuerpos de los purgadores se esparcían por el suelo como hojas caídas. Los que intentaban resistir con hachas, machetes o cuchillos no pudieron hacer nada. Sus golpes rebotaban inofensivamente contra la armadura del Jinete, y antes de que pudieran reaccionar, la espada ardiente los atravesaba como si fueran de papel.
Los vehículos blindados y tanques que habían traído, creyendo que les darían la ventaja, fueron destruidos con facilidad. El Jinete simplemente agitaba su espada o señalaba con su mano, y columnas de fuego infernal surgían del suelo, consumiendo tanques, camiones y helicópteros en cuestión de segundos. Los lanzallamas y cohetes explotaban antes de siquiera acercarse. Todo lo que los purgadores habían acumulado para su guerra fue reducido a cenizas en cuestión de minutos.
Purgador:—¡No! ¡Esto no es posible! —gritaban los líderes de los purgadores, intentando organizar una retirada.
Pero no había escapatoria. El Jinete de la Guerra era imparable.
Las llamas que envolvían su caballo crecían con cada enemigo derrotado, y su espada nunca se detenía. Cualquier intento de contraatacar solo provocaba más destrucción. Edificios enteros colapsaron bajo la fuerza de su paso, y las ciudades que intentaron resistir fueron consumidas por las llamas.
Al final, una gran parte de Estados Unidos quedó en ruinas, devastada por el paso del Jinete. Las carreteras se convirtieron en ríos de fuego, y las ciudades, en escombros humeantes. Los pocos que aún seguían con vida corrieron sin rumbo, sabiendo que no podían escapar del juicio.
Los pocos sobrevivientes miraban el cielo con desesperación, esperando algún tipo de intervención, pero no había nadie que pudiera salvarlos. El Jinete de la Guerra no se detendría hasta que la última chispa de violencia humana hubiera sido extinguida.
El mensaje de su llegada era claro: la violencia que habían adorado y glorificado sería su ruina. Los mismos actos que habían cometido con tanto orgullo ahora se volvían en su contra, multiplicados por el juicio divino.
No quedaba esperanza para los malvados. El Jinete continuaba su avance, un heraldo del fin, su espada llameante marcando el destino de aquellos que habían elegido el camino de la destrucción.
Y así, Estados Unidos, el país que había celebrado la violencia como tradición, fue reducido a cenizas, consumido por las llamas del castigo que ellos mismos habían sembrado.
El Jinete de la Guerra avanzó implacable, sembrando destrucción por donde pasaba. Las llamas de su caballo consumieron ciudades, y su espada ardiente había dejado un rastro de muerte y ruinas. Pero entonces, un sonido ensordecedor resonó desde lo alto: otra trompeta, diferente del cuerno de Bell. Era una señal inconfundible, una llamada divina que solo los jinetes entendían.
Guerra, sin dudar, alzó su espada hacia el cielo y, con un último movimiento que desató una ola de fuego, dio por terminada su tarea. El juicio aún no había terminado, pero su parte estaba cumplida. El caballo envuelto en llamas relinchó ferozmente, y Guerra se subió a su montura sin mirar atrás. En un destello de luz carmesí, ascendió hacia los cielos, dejando a los mortales envueltos en confusión.
El silencio cayó brevemente sobre las ruinas del país. Los pocos sobrevivientes miraron hacia el cielo con incredulidad, intentando procesar lo que acababa de ocurrir. Creían que el juicio había terminado, que la pesadilla se había acabado... pero la calma duró solo un instante.
Desde las nubes, otra figura descendió, esta vez diferente en forma y propósito. Una sombra oscura cubrió la Tierra, y de esa oscuridad emergió un jinete cubierto completamente por una armadura morada y gris, brillante pero aterradora. Sus ojos eran dos vacíos fríos que atravesaban a quienes se atrevían a mirarlo. Portaba como armas dos pistolas negras que parecían fusionadas con la misma oscuridad del cosmos.
El Jinete Lucha había llegado.
A lomos de un caballo blanco imponente, cubierto con una armadura metálica que resonaba con cada paso, Lucha avanzó lentamente, como un verdugo que había venido a completar lo que Guerra había dejado. Su presencia irradiaba una tensión insoportable, una energía que obligaba a todos a estar en guardia, como si cada segundo fuera una batalla inminente.
El mensaje era claro: la lucha había comenzado.
Purgadores:—No... No puede ser... —murmuraron algunos sobrevivientes, retrocediendo en pánico. Creían que lo peor había pasado, pero ahora entendían que cada jinete traía consigo un castigo diferente.
Lucha levantó sus pistolas con calma, una en cada mano, y el aire a su alrededor se volvió más denso. Cada movimiento suyo parecía cargado de precisión letal, como si el mundo entero se convirtiera en su campo de batalla. No necesitaba llamas ni explosiones. Su presencia sola era suficiente para hacer que la desesperación se apoderara de todos los corazones.
Lucha:—Cada bala es un juicio, —dijo Lucha con voz grave, mientras sus ojos vacíos se posaban sobre los grupos de humanos que aún intentaban resistir. Su tarea no era destruir todo... sino enfrentarlos uno por uno.
El caballo blanco relinchó y se lanzó al galope. Lucha disparó su primera bala, y el sonido del disparo retumbó como un trueno en las ruinas del país. Aquellos que habían tomado las armas para pelear entre ellos cayeron sin siquiera entender qué los había alcanzado. Cada disparo era perfecto, certero, como si las balas tuvieran voluntad propia, buscando a aquellos que habían traicionado a los suyos, aquellos que habían buscado la violencia como solución.
Los sobrevivientes intentaron pelear. Levantaron rifles, pistolas y machetes, pero ningún arma mortal tenía poder contra Lucha. Las balas lo atravesaban sin dejar rastro, como si su cuerpo no estuviera hecho de materia terrenal. Cada vez que alguien intentaba disparar, una ráfaga de sus pistolas respondía con precisión letal, y el atacante caía antes de apretar el gatillo por segunda vez.
Vehículos militares avanzaron hacia él, intentando aplastarlo o embestirlo, pero Lucha solo extendió una mano, y el caballo blanco esquivó cada ataque con una elegancia imposible. Las balas de sus pistolas perforaban los motores y tanques, deteniendo los vehículos en seco antes de que pudieran siquiera acercarse. Cada batalla terminaba antes de que realmente comenzara.
Lucha no se detenía. Era incansable, preciso, y su misión no dejaba lugar a errores. No buscaba destrucción indiscriminada, sino eliminar a aquellos que habían hecho de la lucha un medio para dominar, traicionar y sobrevivir a costa de los demás. Cada muerte era un castigo justo, entregado sin emoción ni crueldad, solo con la certeza de que no había escapatoria para quienes habían elegido ese camino.
Los que intentaron huir no llegaron lejos. Lucha los alcanzaba con una rapidez inhumana, y cada disparo suyo era un juicio final.
Lucha:—Esta es la prueba final, —murmuraban algunos en su desesperación—. Debemos pelear o morir.
Pero la lucha nunca estuvo a su favor. Lucha había llegado para acabar con ellos, para enfrentar a cada uno en su propio juego.
Las horas pasaron, y la destrucción continuaba. Las ciudades que habían resistido fueron sometidas una por una por el jinete blanco y su pistola implacable. Nadie podía escapar de su juicio. El caos que una vez gobernó el país fue aplastado por la fría precisión de Lucha.
Y mientras el mundo entero observaba desde las pantallas en el cielo, entendieron finalmente la verdad: no había escape del juicio de los jinetes. No había misericordia para los malvados. La violencia que habían amado los consumía desde dentro, y el Jinete Lucha estaba allí para enfrentarlos con el espejo de sus propios actos.
Finalmente, cuando su tarea estuvo completa, el Jinete Lucha se detuvo en el centro de las ruinas. Sus pistolas humeaban, y el silencio cayó sobre el campo de batalla. No quedaba nadie que pudiera resistir.
El caballo blanco relinchó, y Lucha, sin decir una palabra, alzando su mirada hacia el cielo, desapareció en un destello de luz blanca, dejando atrás solo ruinas y silencio.
Cinco horas pasaron desde que Lucha completó su tarea. El aire se volvió denso, y un inquietante silencio cubrió las ruinas de lo que antes era Estados Unidos. Los sobrevivientes que aún quedaban en pie esperaban en pánico, sin saber qué vendría después. Algunos creían que el juicio había terminado, que ya no habría más castigo. Otros sentían que algo más oscuro estaba por llegar.
Entonces, apareció.
Las nubes se abrieron una vez más, y desde la brecha en los cielos descendió la más hermosa de los jinetes: Furia. Montada sobre un imponente caballo negro, cuyo cuerpo parecía hecho de sombra líquida y humo, la figura de Furia irradiaba un magnetismo irresistible.
Su apariencia era tanto seductora como peligrosa: una mujer de figura esbelta y voluptuosa, vestida con un traje que dejaba muy poco a la imaginación. Su ropa era una combinación de cuero y cadenas, ajustada a su cuerpo como una segunda piel, revelando su belleza sobrenatural. Cada paso del caballo negro parecía hipnotizar a los mortales que aún la observaban, incapaces de apartar la vista de ella. Pero sus ojos brillaban con un fuego dorado, un fuego que hablaba de destrucción inminente.
No estaba sola. A su alrededor, un grupo de mujeres igualmente provocativas cabalgaba con gracia peligrosa, vestidas de forma similar, sus cuerpos adornados con prendas reveladoras que resaltaban cada curva y movimiento. Sus miradas eran tan cautivadoras como letales, y sus sonrisas ocultaban la promesa del fin.
Cada uno de sus movimientos estaba calculado para seducir a aquellos que, en su vida mortal, habían caído en la lujuria y la perversión. Las mujeres cabalgaron por las calles, danzando y haciendo movimientos sensuales que confundían y atrapaban a los hombres más débiles de corazón. Los pervertidos, aquellos que en la Purga pasada habían usado la violencia para saciar sus deseos oscuros, cayeron sin resistencia en la trampa. Se acercaron a Furia y sus compañeras como mariposas atraídas por la luz.
Hermanas:—Ven con nosotras, querido... No temas. —susurraban con voces melosas, acariciando las mejillas de los condenados, guiándolos hacia su fin.
Cuando los hombres estuvieron lo suficientemente cerca, las mujeres revelaron su verdadera intención. Los seductores gestos se transformaron en movimientos letales. Lanzallamas escondidos entre sus cuerpos se activaron al unísono, y los cuerpos de los pervertidos fueron envueltos en llamas sagradas. El fuego dorado devoró carne y alma, purificando con brutalidad cada pecado cometido.
Furia observaba desde su caballo, con una sonrisa satisfecha mientras las llamas bailaban en torno a ella. No había remordimiento en su mirada, solo la certeza de que cada alma consumida recibía lo que merecía. Giró su cabeza hacia un edificio cercano, y con un movimiento fluido de su brazo, desenrolló su látigo de cuchillas.
El látigo, largo como una serpiente y afilado como navajas, se movió con una gracia aterradora. Cada golpe derribaba edificios enteros, y con cada estructura que caía, más cuerpos eran arrastrados al juicio de las llamas. Los hombres que intentaban huir solo encontraron muerte en su camino. Las mujeres que acompañaban a Furia no dejaron que nadie escapara, quemando con precisión a cada pecador atrapado por la lujuria.
Furia y su séquito avanzaron como una tormenta, derribando ciudades y dejando casi todo el territorio estadounidense reducido a cenizas y escombros. Washington D.C. fue el único lugar que quedó intacto, como si la capital del poder humano estuviera reservada para un juicio aún mayor.
Cuando la destrucción se completó, Furia se detuvo en el borde de las ruinas, su látigo ardiendo con las almas de los condenados. Las mujeres que la seguían se disolvieron en humo y fuego, desapareciendo sin dejar rastro. Furia, satisfecha con su obra, alzó su mirada hacia el cielo, y sin decir una palabra, dio la vuelta sobre su caballo negro.
Con un último relincho espectral, el caballo se elevó hacia los cielos, llevándose a Furia con él. Las llamas se apagaron detrás de ella, dejando solo humo y cenizas en su camino. Los pocos sobrevivientes que quedaron en Washington observaron en silencio, aterrorizados por lo que habían presenciado. Sabían que su tiempo también estaba por terminar. Furia se había ido... pero el juicio aún no había terminado.
Desde las pantallas en el cielo, el mundo entero observaba con horror. Sabían que cada jinete traía una nueva fase del castigo, y temían lo que vendría después. Los malvados no tenían dónde esconderse. El juicio de los jinetes continuaba, implacable, y cada uno traía consigo un castigo peor que el anterior.
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La ciudad es un desierto de ruinas y humo. A través de las ventanas rotas de antiguos edificios gubernamentales, se filtran los últimos destellos de luz del día. El cielo está teñido de rojo y negro, como si la propia atmósfera hubiera sido consumida por las llamas. No se escucha ni un sonido, excepto el ocasional chasquido de algún edificio en ruinas desplomándose bajo su propio peso.
Una hora era todo lo que quedaba. Washington D.C., la última ciudad en pie, esperaba su destino. Los ricos corruptos, los herejes, y los Padres Fundadores —aquellos que habían orquestado la Purga y creían que nunca enfrentarían consecuencias— se reunieron en lo más profundo de sus búnkeres, paralizados por el miedo. Sabían que el juicio no había terminado, y que ahora ellos eran los siguientes.
Interior, Búnker Subterráneo - Sala de Conferencias
Un grupo de líderes, los Nuevos Padres Fundadores, están reunidos en una sala de paredes de acero grueso. Alrededor de una larga mesa de caoba, cada uno tiene el rostro tenso y pálido, sus ojos reflejan el miedo que intentan ocultar. Las pantallas a su alrededor muestran los informes de destrucción: Nueva York, Los Ángeles, Chicago... todas las ciudades importantes han caído.
Uno de los líderes, Sullivan, se limpia el sudor de la frente con una mano temblorosa y lanza una mirada desesperada a los demás.
Sullivan: (tembloroso)—Esto... esto no puede estar pasando. ¡No puede ser real!
Manning, el líder de seguridad, trata de mantener la calma, aunque su mandíbula está tensa.
Manning:—Ya he contactado con las bases militares. Todas están fuera de servicio... y cualquier intento de comunicación con el exterior ha fracasado. Estamos solos aquí abajo.
En las calles silenciosas, los pocos sobrevivientes miraban al cielo, sin saber qué más podía ocurrir. El mundo entero, mirando desde las pantallas flotantes en los cielos, contenía la respiración, incapaz de imaginar lo que estaba por venir. Temían lo peor... y tenían razón.
De repente, el cielo se oscureció.
No fue una tormenta ni nubes normales. Una bandada inmensa de cuervos apareció de la nada, cubriendo los cielos como una sombra viviente. Miles de pájaros negros volaron en círculos sobre la ciudad, graznando de manera ominosa, como si anunciaran la llegada del final. Los gritos de los cuervos eran tan ensordecedores que parecían el lamento de las almas condenadas.
De repente, un sonido extraño interrumpe la tensa atmósfera. Es un silbido, bajo y tétrico, que parece surgir desde los mismos muros del búnker.
https://youtu.be/KneV9qfjWac
Henderson, el miembro más joven, mira alrededor, alarmado.
Henderson:—¿Escucharon eso?
Los demás asienten, incómodos. El silbido se intensifica, retumbando en los pasillos metálicos del búnker. Algunos intentan desestimar el sonido como una falla en el sistema de ventilación, pero nadie puede ignorar la sensación de amenaza que trae consigo.
Sullivan:—Es solo el sistema. ¿Verdad, Manning?
Manning no responde. Su mirada está fija en la puerta de la sala, donde el sonido parece provenir ahora. Un escalofrío recorre la habitación, una corriente invisible que les eriza la piel. Como un susurro, las luces parpadean una vez... luego otra.
Y entonces, se vio la figura a la distancia.
A través del polvo y el humo que cubrían las ruinas del país, un espectro avanzó lentamente, montando un caballo verde como la putrefacción misma. El aire a su alrededor se volvió frío y pesado, como si la vida misma estuviera escapando de la tierra. El jinete no era otro que la Muerte, el último y más implacable de los jinetes.
Su piel era pútrida y morada, como la de un cadáver que había vuelto a caminar después de siglos de descomposición. Su pecho desnudo revelaba su carne podrida y marchita, dejando a la vista cicatrices de guerras y pestes de eras pasadas. Dos guadañas pequeñas descansaban en sus manos, afiladas y letales, su rostro cubierto por una mascara de huesos con 2 cuencas que dejaban ver sus ojos rojos listo para terminar el trabajo que Guerra, Lucha, y Furia habían comenzado.
Pero no venía solo.
Detrás de él, miles de cadáveres comenzaron a levantarse. Eran las víctimas de la violencia y la corrupción, aquellos que habían muerto en las Purgas anteriores y cuyas almas nunca encontraron descanso. Ahora, resucitados por la Muerte, marchaban como un ejército espectral, listos para cobrar la justicia que se les había negado en vida.
Purgador:—Es el fin... —murmuraron los sobrevivientes, sintiendo que el último aliento de esperanza se extinguía en sus corazones.
El caballo verde avanzaba lentamente, y con cada paso suyo, el aire se volvía más denso, más frío, como si la misma existencia comenzara a desvanecerse. Los cuervos graznaban sin cesar, anunciando a todos que la Muerte había llegado para llevarse lo que quedaba.
El silbido se convierte en un murmullo bajo que llena la sala. Cada líder siente cómo su corazón late con fuerza, casi con violencia, como si quisiera escapar de sus cuerpos.
En los búnkeres subterráneos, los ricos y los Padres Fundadores se abrazaban entre ellos, temblando de terror. Habían creído que podían escapar al juicio. Habían pensado que su dinero, poder e influencia los protegerían. Pero no había escondite lo suficientemente profundo para huir de la Muerte.
Padre fundador:—Esto no es posible... —gimió uno de los líderes, con los ojos llenos de lágrimas—. Hemos sobrevivido a todo... ¿Cómo puede ser esto el final?
Pero no había respuestas, solo silencio y el eco de los pasos del caballo.
Muerte:—He venido a juzgar a quienes crearon este mundo de odio... y a quienes abandonaron a su gente.
Manning:—Nosotros... nosotros solo queríamos restablecer el orden. Hacer de este país un lugar seguro...
Muerte:—Orden... a costa de vidas. Seguridad... a través del sufrimiento. Ustedes han condenado a su propia gente, y ahora se enfrentan a la condena final.
Sullivan intenta levantarse, sus manos temblorosas buscan su arma, pero no puede moverse. Es como si una fuerza invisible lo mantuviera pegado a su asiento.
Sullivan:—¡Esto es una locura! ¡No puedes hacer esto! ¡Somos los Padres Fundadores!
Muerte no responde, solo extiende una mano, y uno a uno, los líderes empiezan a ver visiones a su alrededor: personas inocentes que sufrieron, familias que fueron destruidas, calles llenas de desesperación y sangre. Todo el horror que ellos desataron durante las Purgas les es devuelto, cada lágrima, cada grito.
Henderson: (llorando)—Perdón... no sabía... no sabía el daño que causábamos.
Muerte:—NO ........HAY............PERDON PARA USTEDES.
La Muerte levantó una de sus guadañas, y al hacerlo, los cadáveres a sus espaldas avanzaron sin detenerse. Se movían como una marea, sin prisa, pero inevitables. Cada alma condenada fue arrastrada por este ejército de espectros. Los corruptos y los traidores que habían creído en la impunidad fueron tomados por los muertos, devorados por la oscuridad misma.
Los pocos que aún intentaron resistir, levantando armas o gritando por ayuda, fueron alcanzados por las guadañas de la Muerte. Con cada corte, la vida era borrada por completo. No quedaban cuerpos para enterrar, no quedaban almas para salvar. Todo era reducido a nada.
Los cuervos volaban en círculos sobre la ciudad, su graznido celebrando el final de todo. Los edificios comenzaron a colapsar con cada paso del caballo verde. Washington D.C., la última ciudad en pie, se desmoronaba, llevándose consigo todo vestigio del poder corrupto que había gobernado el país.
Finalmente, cuando no quedó nadie más por juzgar, la Muerte se detuvo en el centro de las ruinas. El ejército de cadáveres desapareció en polvo, llevado por el viento. Los cuervos se dispersaron, volando hacia el horizonte en silencio.
El último jinete alzó sus dos guadañas al cielo, y con un movimiento final, selló el fin de la Purga para siempre. La Tierra quedó en silencio. Todo había terminado.
El jinete de la Muerte dio media vuelta en su caballo verde, y sin pronunciar una sola palabra, se desvaneció en el aire, dejando tras de sí un mundo devastado pero purificado.
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Las horas pasaron y el mundo entero permanecía en un silencio absoluto. Nadie habló, nadie titubeó, nadie compartió un mensaje ni emitió una noticia. El miedo había paralizado a todas las naciones, desde los más poderosos líderes hasta los ciudadanos comunes. Nadie podía comprender realmente lo que habían visto. Los jinetes habían venido, y con ellos, la tierra misma había sido purificada a través de fuego, guerra, lucha, y muerte.
Estados Unidos yacía en ruinas. No había edificios en pie, ni rastros de vida; solo escombros y cenizas se esparcían por lo que una vez fue una de las naciones más poderosas del mundo. Los corruptos y los violentos habían sido juzgados sin misericordia, y ahora quedaba solo un vacío inmenso, un recordatorio de lo que sucede cuando la humanidad abraza la maldad sin límites.
Entonces, algo cambió.
Desde lo más alto del cielo, Subaru volvió a descender. Su figura divina, majestuosa e imponente, atravesó las nubes con calma. El viento sopló suave, como si el mismo universo le diera la bienvenida. Sus pies tocaron el suelo de la ciudad destruida, y en ese instante, algo milagroso ocurrió:
Todo volvió a ser como antes.
Las ruinas desaparecieron. Los edificios que habían sido derribados se reconstruyeron en un parpadeo, las calles se limpiaron de escombros, y los vehículos rotos y quemados fueron restaurados como si nunca hubieran sido tocados por la destrucción. El paisaje de muerte y desolación se desvaneció por completo, reemplazado por una visión de la ciudad tal y como había sido antes del juicio.
Estados Unidos entero fue restaurado. Los ríos volvieron a fluir, los bosques volvieron a crecer, y el cielo despejado brilló como en un día tranquilo de primavera. Era como si nada hubiera pasado. Pero los que habían sido juzgados no estaban allí. Solo quedaron aquellos pocos que habían sobrevivido porque sus corazones eran dignos, o porque habían aprendido la lección antes del final.
Subaru, de pie en medio de la ciudad restaurada, levantó la mirada hacia los cielos, sabiendo que el mundo entero lo observaba a través de las pantallas que aún flotaban en el aire. Cada persona, en cada rincón del planeta, contuvo el aliento, esperando escuchar sus palabras.
Subaru habló con voz profunda, cada palabra resonando como un eco en los corazones de la humanidad.
Subaru:—El juicio ha terminado. La Purga nunca fue justicia, solo una excusa para liberar lo peor de ustedes mismos. Esa era ha terminado. Sus ojos rojos brillaron un momento más, y continuó: —Nunca más volverá a haber una Purga. No habrá más noches de impunidad. Quienes eligieron la oscuridad han pagado el precio. Ahora, eligen ustedes: pueden vivir en paz, o volver a caer... pero si lo hacen, no habrá segunda oportunidad.
El peso de sus palabras cayó sobre el mundo entero como una sentencia grabada en piedra. Cada gobernante, cada ciudadano, cada alma mortal supo en ese momento que no habría redención si volvía a repetirse el ciclo de violencia.
Las pantallas en los cielos desaparecieron, dejando tras de sí un cielo claro y despejado. Subaru bajó la mirada, como si el destino de la humanidad ya no estuviera en sus manos, sino en las de los mortales. Había dado su último mensaje.
Sin decir más, dio media vuelta y caminó lentamente hacia el horizonte, su figura desvaneciéndose en la luz del sol naciente. El juicio había terminado, pero su sombra perduraría en la memoria de todos.
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El mensaje de Subaru resonó por generaciones. Nadie volvió a hablar de la Purga, y cualquier intento de recuperar esa tradición fue sofocado por el miedo que había quedado arraigado en el corazón de la humanidad. Los poderosos que quedaban renunciaron a sus ambiciones más oscuras, sabiendo que no existía poder suficiente para desafiar a los jinetes.
El mundo entero entendió la lección: La justicia verdadera no es impunidad disfrazada de orden.
Desde ese día, la violencia nunca más fue celebrada, y el miedo a la destrucción definitiva mantuvo a los mortales en el camino de la paz.
Y así, el nombre de Subaru quedó inscrito en la historia como el dios que restauró el equilibrio.
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-Post-
Los años pasaron. El mundo que una vez conoció la violencia sin límites de la Purga cambió para siempre. El recuerdo del juicio de Subaru y los jinetes se mantuvo vivo en la mente de cada generación, como una advertencia grabada en el alma de la humanidad. Nadie jamás volvió a intentar restaurar la Purga. Incluso aquellos con las intenciones más oscuras nunca encontraron el valor para actuar, sofocados por el miedo y el conocimiento de que no habría piedad si volvían a elegir el camino de la oscuridad.
Las iglesias florecieron, reconstruidas como símbolos de redención y devoción genuina. Se llenaron de seguidores, no por miedo a la condena, sino por gratitud hacia la segunda oportunidad que les había sido otorgada. El nombre de Subaru se convirtió en el más venerado, y sus enseñanzas sobre justicia y equilibrio se convirtieron en la base para un nuevo orden mundial.
Mientras tanto, los purgadores y los condenados que habían sido juzgados durante la Purga Final no encontraron descanso. Sus almas fueron divididas y enviadas a los reinos de los hermanos de Subaru: Julio, Manu y Miguel, donde recibirían el castigo y las lecciones que necesitaban aprender.
En el reino de Julio, los condenados enfrentaron su culpa sin fin. Aquellos que habían derramado sangre injustamente fueron sumidos en un ciclo eterno de arrepentimiento, enfrentando las sombras de sus propias acciones, reviviendo cada una de las vidas que arrebataron.
En el reino de Manu, los astutos y traidores fueron enfrentados a sus propias mentiras, obligados a vivir en un mundo donde cada decisión falsa se volvía en su contra. El caos que alguna vez crearon se convirtió en su prisión, una jaula tejida por sus propios engaños.
En el reino de Miguel, los peores de todos, aquellos que habían usado la Purga como un medio para corromper y torturar, fueron devorados por su propia arrogancia. Confrontados con pruebas imposibles y desafíos insalvables, cada intento de ganar poder resultaba en fracaso y humillación, enseñándoles que no eran más que fragmentos perdidos en un cosmos más vasto y antiguo de lo que jamás imaginaron.
Mientras tanto, en los cielos, Subaru observaba todo desde su trono. El tiempo había pasado, y su juicio había traído equilibrio al mundo mortal. Su figura majestuosa descansaba en un imponente asiento de oro y mármol blanco, elevado sobre un jardín celestial. A su lado, su esposa Mamako lo acompañaba, su figura serena irradiando amor y satisfacción por la paz restaurada.
Pero Subaru no estaba solo. A su alrededor, un grupo de hermosas mujeres lo rodeaba, vestidas de manera atrevida y provocativa. Sus ropas eran ligeras y seductoras, diseñadas para realzar cada curva y resaltar su belleza. Se encontraban consintiéndolo, acariciando su cabello, sus hombros y brazos, murmurando palabras suaves que lo hacían sonreír mientras descansaba en su trono.
Mamako observaba la escena con una sonrisa de complicidad, sabiendo que su esposo había hecho lo correcto y se había ganado su descanso. Las chicas que lo rodeaban se movían con elegancia sensual, como si cada gesto fuera parte de un juego eterno que Subaru disfrutaba en su tiempo de paz.
Mamako:—¿Estás satisfecho, mi amor? —le susurró Mamako, inclinándose hacia él, dejando que su cabello castaño rozara su rostro.
Subaru asintió lentamente, una sonrisa tranquila dibujándose en su rostro mientras observaba cómo el equilibrio se mantenía tanto en los cielos como en la Tierra.
Subaru:—Sí. Todo está en su lugar.
Con una leve inclinación de su cabeza, volvió su mirada al mundo mortal, contemplando cómo los humanos caminaban por el sendero que él había trazado. No había más Purga. No más noches de caos y muerte. La paz se había convertido en la única opción posible, y aunque había costado caro, la lección había sido aprendida.
Subaru suspiró, relajándose en su trono mientras sus compañeras continuaban mimándolo. Los condenados seguían aprendiendo sus lecciones en los reinos de sus hermanos, y el equilibrio que él había buscado permanecía intacto.
Subaru:—Así debe ser, —murmuró, cerrando los ojos por un momento, disfrutando de la calma que seguía a la tormenta.
Y así, en los cielos, Subaru permaneció como el guardián del equilibrio, acompañado por aquellos que lo amaban, observando con serenidad mientras el mundo mortal vivía en la paz que él había forjado con juicio implacable.
https://youtu.be/GjqKYkM2lSE
"Desde los cielos y las sombras, donde las historias de dioses, jinetes y juicios eternos se entrelazan con los miedos más profundos del corazón humano, les deseamos una noche memorable... ¡Feliz Halloween!
Que en esta noche de misterio y fantasía, los buenos celebren sin temor, los arrepentidos encuentren redención, y aquellos que buscan aventuras descubran que la oscuridad es solo otra forma de luz esperando ser revelada.
Recuerden: no hay mejor truco que vivir en equilibrio, ni mejor trato que la paz ganada con el corazón sincero. Esta noche, abracen sus miedos, diviértanse, pero recuerden... los ojos del juicio siempre vigilan, incluso entre disfraces y sombras
Desde el trono celestial hasta el último rincón de este mundo mortal, les deseamos una noche llena de magia, emoción, y tal vez... solo tal vez... un toque de caos divertido. ¡Que los jinetes no los encuentren desprevenidos!
Y que los espíritus de esta noche les traigan más dulces que sustos... porque nunca se sabe qué puede venir después de la medianoche.
✨🎃👻😉¡Feliz Halloween!
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